
01
"RENACER"
[DOS MESES ATRÁS]
El labial rojo quedaba perfecto con su aspecto actual, con la cabellera rubia que nadie notoría que es falsa o con el exceso de maquillaje que lograba cubrir las marcas peculiares de sus mejillas. Tan peculiares que podían dejarla expuesta si alguien las veía.
Un error que no se volvería a cometer.
Su destino era el gran aeropuerto Charles de Gaulle, en la bella ciudad de París. Se sentía sumamente excitada al recibir su primera misión después de tanto tiempo y a su vez decepcionada, pues la volvieron a tomar como una novata.
El hombre subió a la parte de atrás del auto. Era apuesto y mayor que ella, aspecto que no le impedía coquetear con ella. Algo que no le extrañaba, pues sus víctimas tenían el hábito de no resistirse a sus encantos femeninos.
– ¿Cuál es tu nombre? – comenzó por eso.
– Amelie – contestó sin titubear.
Claro, ese no era su nombre. Con cada misión que ejecutaba usaba distintos nombres, cada uno asignado por su jefe. Eran, gajes del oficio.
– Amelie. Que buen nombre – agregó él – Es bonito, al igual que tu.
– Gracias – contestó con una sonrisa coqueta en su rostro.
– Y dime, Amelie, ¿por qué una mujer hermosa como tú trabaja de chófer?
– Bueno, el dinero no se gana solo, ¿o si?.
Él soltó una carcajada. Ella lo miró por el espejo de una forma coqueta; técnica que siempre funciona.
– Amelie, ¿qué te parece si, en vez de ir al lugar que te ordenaron, porque no mejor nos vamos a un lugar solitario y tomas algo de whisky conmigo?
– Bien, sus deseos son órdenes.
Un espacio solitario, con hierba seca a los alrededores y una fábrica abandona; lugar que estaba en medio de la nada.
Himawari salió de su asiento y se movió a la parte trasera, donde él ya la esperaba.
El hombre le ofreció la licorera con whisky y ella le dio un gran sorbo.
– Vaya, te gusta el alcohol.
Himawari lo miró de forma provocativa, algo a lo que él no se pudo resistir y, casi de inmediato, se abalanzó para besarla. Ella correspondió y profundizó el beso, mientras alcanzaba la navaja que llevaba en el bolsillo trasero de su pantalón.
Él quería más de aquello, por lo que llevó sus manos a los muslos de ella y comenzó a acariciarlos.
Hasta que el dolor en el abdomen lo detuvo.
Al llevar su mano a donde provenía el dolor, sus dedos se cubrieron de un líquido caliente y espeso, el cual provenía de su cuerpo: sangre y mucha sangre.
El dolor de la cuchilla saliendo de su piel se sintió más fuerte y solo fue el comienzo, pues el sabor a metal inundó su boca. Observó a la mujer que tenía frente suyo y notó la mirada maliciosa que tenía; con sus ojos azules que solo mostraban la maldad y la ambición.
– ¿Q-Que... ha-haces? – tartamudeó, con la voz ahogada en su propia sangre.
– Hay leyes en la vida, cariño. – relató ella – Tú haces cosas malas y yo te asesino por ellas. Me gustaría saber lo que tú hiciste para terminar así.
El hombre indagó en sus pensamientos y después se centró en la pistola que tenía enfrente. Suplicó por su vida inútilmente, ya que, la bala se incrustó en su cráneo en cuestión de segundos.
La sangre comenzó a esparcirse por el asiento trasero y Himawari se aseguró de que el hombre estuviera bien muerto.
Una motocicleta se paró a un lado de ellos y de ella bajó una mujer azabache.
La peliazul bajó del auto y se limpió la sangre que tenía en la cara, quitando todo el maquillaje de por medio. Se despojó de la peluca y cambió de ropa en tan solo unos segundo.
– Me haré cargo del cuerpo, asegúrate de abordar el próximo avión a Japón – acotó de forma fría la azabache.
– No te preocupes por eso, Sarada. Estaré en Japón en un abrir y cerrar de ojos.
– Mi padre te llamará para el próximo trabajo, debes estar al pendiente.
Himawari asintió y enseguida se puso el casco que su superior y amiga llevaba antes. Enseguida, partió hacia el aeropuerto, era hora de regresar a casa.
Recorría las calles de Konoha, una no tan grande ciudad situada en los alrededores de Tokio, Japón. Himawari nació ahí y pasó su vida ahí, junto a su familia. Eso, hasta que terminó la universidad.
Y sí, tenía una casa en la que era bien recibida, pero huyó y no tuvo contacto con nadie de su familia que no creía adecuado llegar directamente con su madre.
Así que rentó un airbnb, espacioso y con todo lo necesario para pasar los días ahí.
Pero no tardó en salir, pues desde la ventana observó las calles que la vieron crecer y la nostalgia se apoderó de ella, por lo que decidió salir a caminar.
Hasta que, inconscientemente, llegó hasta el club donde trabajaba la persona que necesitaba ver.
Al entrar, por los pasillos anunciaban una banda que tocaría esa misma noche, o mejor dicho, que tocaba en ese mismo momento.
Himawari se abrió paso entre la gente y, cuando llegó al frente del escenario, pudo ver a la vocalista, a la cual le resaltaban su cabello morado y orbes del mismo color.
La contraria se percató de la presencia de Himawari y sonrió desde su posición mientras seguía a su coro, mientras la peliazul solo disfrutaba el rato y de vez en cuando entonaba las canciones que sonaban.
Apenas era media noche o pasado, cuando la banda terminó con el concierto. Himawari se escabulló a la sala donde ellos acomodaban sus instrumentos, con la intención de cruzarse con dicha vocalista.
– ¡Hima! ¡¿por qué no avisaste que vendrías?! – saludó con la típica sutileza que la caracterizaba.
– Hola Sumire, me alegra volver a verte – ambas se dieron un corto abrazo – Estuviste fantástica allá arriba.
– Gracias.
Había una tensión muy fuerte entre ellas. Después de toda la situación con (él), que provocó que Himawari se haya ido sin aviso, había echo que Sumire le tuviera cierto tipo de resentimiento. Y Himawari también, estando al tanto de lo que pasó después.
Porque conocía a la chica que se convirtió en su hermana —sin lazos sanguíneos—. Sumire podía verse pura, inocente y buena, pero lo cierto era que su temperamento era fuerte y audaz.
Salieron del club y caminaron por el pueblo, cruzando las calles parcialmente vacías y las tiendas ya cerradas. Entre ellas había un silencio incómodo y ninguna se atrevía a hablar de algún tema.
El silencio se rompió cuando pararon frente a un edificio de departamentos.
– Creo que es hora de hablar – rompió el silencio Sumire – Evitamos el tema un buen rato.
Himawari solo hizo un gesto con la boca.
– Sí, creo que ya es justo – su contraria levantó una ceja, en modo de espera – Creo que debo algunas explicaciones...
– ¿Algunas? – se carcajeó su contraria – Hima, ¡te fuiste por cinco malditos años, sin decir ningún "adiós, me voy y perderé conexión alguna con ustedes, los quiero"!
– Te escribí, Sumi...
– ¡Un solo mensaje cada seis meses!, ¿crees que eso fue suficiente? Mamá estaba preocupada por ti, Boruto igual, yo no me quedaba atrás, incluso Inojin...
– ¿Sigues con él? – interrumpió la menor al momento de escuchar tal nombre.
– Te invitaría a pasar pero ahora vive conmigo.
– Enriendo...
Ella volvió a hacer su típica mueca de disgusto mientras desviaba la mirada. En cambio, Sumire se encaminó a la puerta del edificio.
– Iré mañana al hospital – la peliazul mostró confusión – ¿Enserio, Himawari? A mamá le extirparon un tumor hace casi un mes, ¡pensé que estabas aquí por eso! – ahora su contraria parecía sorprendida – Como sea, deberías visitarla, le alegrará verte.
El azote de la puerta fue muy fuerte.
"– ¡Genial!, hasta mi familia está en mi contra."
Y no le sorprendía, pues sabía que se lo tenía bien merecido.
Y era con eso, que volvía a entender el porqué no le emocionaba volver a su ciudad natal.
Estaba sudada y algo agitada, pues era rutinario salir a correr por las mañanas y, aunque después de aquella noche no tenía ganas de levantarse, lo hizo. Cuando terminó de darse una ducha y arreglarse un poco para salir, pasó por una florería nueva y compró el ramo que su padre siempre le obsequieba a su madre: tulipán lila, el favorito de su madre.
En Konoha solo había un hospital, así que no fue difícil llegar a el.
Tras seguir las indicaciones de las enfermeras de cómo llegar a la habitación de su madre, se encontró con Sumire ya dentro.
Entró a la habitación sin llamar y vio que Sumire acomodaba la almohada de la mujer de ojos color lavanda y precioso cabello azulado. Así que mejor esperó en el umbral, hasta que terminara.
– Cariño, no te quedes ahí de pie y ven aquí – su madre la miró y le habló con sutileza – ¿Acaso no piensas que una madre no extraña a su pequeña princesa?
Himawari se sentó al borde de la camilla y de inmediato fue abrazada por su madre. Un abrazo tan reconfortante por el que vale la pena bajar la guardia.
Donde su cabello se ve acariciado por el suave tacto de una madre amorosa y siempre presente.
– Ya no soy una niña para que me llames así, mamá – dijo, en casi un susurro.
– Para mi, siempre vas a ser una niña pequeña y berrinchuda – rieron – Te extrañé tanto, mi pequeña.
– Y yo a ti también, mamá.
– No te quedes parada ahí y entra, cariño – hablo su madre con sutileza.
– Pediré un silla de ruedas – habló Sumire para, posteriormente, salir de la habitación.
– ¿Cómo has estado? ¿Qué tal tu trabajo?
– He estado muy bien – aseguró – Él trabajo es muy bien pagado y como podrás darte cuenta, me tiene de un lado para otro.
– Lo imagino – suspiró – Ser azafata te lleva a muchos lugares, ¿a dónde has ido?
"–Son tantos, pero si los menciono todos, sería algo anormal que una azafata asista todo ese tipo de vuelos–".
Nadie tenía idea de donde había pasado, solo su jefe y la familia de este lo sabían, y eso, porque era donde ejecutaba sus asesinatos.
Así que, como siempre, evadió la pregunta cambiando de tema. Aunque esa vez se ahorró ese trabajo debido a la aparición de Sumire.
El sol estaba en el punto más fuerte, sobre todo en la época de primavera. Konoha siempre era muy beneficiada en este tiempo, había flores por doquier, los jardines eran teñidos por un verde brillante; era un espectáculo de colores.
En el hospital había un gran jardín en el cual, los pacientes, familiares y doctores podían pasear en sus tiempos libres o para despejarse
– A papá le gustaba mucho la primavera – comentó Himawari.
– A tu padre le encantaba cada estación del año – agregó Hinata – Siempre decía que cada un tenía encanto propio.
– A mi padre le gustaba... – esbozó una apenas perceptible sonrisa – Pero a mi no. Fue en esta época en la que sucedió su muerte.
Todas se quedaron en silencio. Tal vez el dolor de hablar sobre dicho tema se había diluido, pero aún seguía habiendo incomodidad ante ello.
Himawari se había movido para el frente y se sentó en el césped, disfrutando del aire y del sol. Hinata la observó, añorando la presencia de su hija.
– Deberías tratar de alaciarte ese cabello, Hima – cambió de tema la mayor – Te queda bien el corte pero tienes un cabello muy alborotado.
– Ja, esto no se queda quieto ni con alaciado permanente – río – Debiste haberme heredado no solo el color, también la forma, mamá. Supongo que mi padre me transmitió la rebeldía en sus mechones. Al contrario de Boruto, él sí heredó la calma de los tuyos.
Hinata esbozó una sonrisa, recordando que, conforme fue creciendo, Himawari siempre le hacía el mismo comentario.
Para Hinata, su hija menor era perfecta, los genes de ella y su esposo se habían combinado a la perfección y crearon a una mujer con rasgos traviesos y a la vez tranquilos.
Era como un sueño tenerla con ella de nuevo después de casi seis años. No era quien para interponerse en el trabajo del que estaba inconforme ya que la mantenían de un lado para otro, pero la veía feliz, así que siempre se ahorra sus comentarios negativos y se ocupaba en preguntar por los positivos, aunque su hija no le cuente demasiado de ello.
– ¿Y qué haces en tu trabajo? – cuestionó Sumire, quien aún tenía intriga en la menor.
– ¿Nunca has viajado en avión? – se le notó el sarcasmo.
Sumire rodó los ojos.
– Hablo del después de bajarte del avión.
Himawari suspiró.
– Él trabajo solo es en el avión. Cuando llegamos al lugar, dejamos todo organizado y de ahí, nos dan alojamiento y esas cosas. Ya depende de ti si quieres salir a turistear o quedarte – agregó – Algunas veces algún empresario que va en primera clase me contrata para ser su intérprete, pero nada más.
– ¿Tienes que quedarte mucho en la ciudad? – ahora fue Hinata quien preguntó.
Himawari no podía negarle una respuesta. Después de todo, sabía que un día iban a sacar todas sus curiosidades a tema y ella ya había precavido todas sus repuestas.
– Es depende de la aerolínea y del mantenimiento que le deban de dar al avión. A veces duro en el país un mes o mes y medio, y otras veces duro menos de una semana.
– ¿Ya sabes que ahora Sumire vive con Inojin? – preguntó de forma natural – Han pasado demasiadas cosas.
– Ya, ya lo sabía – respondió casi con desagrado – Ayer Sumire me hizo mención de ello.
– ¿Se vieron ayer?.
– Supe que tocaría en Ichiraku Ramen y quise pasarme por ahí. – agregó – Ha cambiado bastante el lugar.
– Deberían ir a comer todos juntos, recordar viejos tiempos – propuso la mayor.
– No creo que sea conveniente – respondieron las hermanas al unísono con un tono de desagrado.
– ¡Por Dios! ¡aprovechen que están aquí ambas! Quien sabe cuándo podrían llamarte de nuevo y tengas que salir, ¿verdad, Hima?
– No me volveré a ir por mucho tiempo, solo el que me indiquen – afirmó – Será alrededor de un mes, aproximadamente.
– ¿Y cuándo podrían llamarte?
– Hay veces que las cosas surgen de imprevisto, por lo que podrían llamarme esta misma tarde o podrían tardar unos días.
De nuevo silencio. Ese tipo de situaciones se estaba volviendo común en ellas, era raro pues, Himawari solía ser demasiado parlanchína y emotiva.
Volvía por la ruta de la mañana anterior. Estaba bastante sudada, con la parte superior del cabello empapado; pero aún en ese estado, fue a visitar a su madre.
Recorría el pasillo del quinto piso aún exaltada y cansada, cuando vio a un rubio estarse registrando en visitas.
Al reconocerlo, optó por dar media vuelta y regresar cuando el Yamanaka no estuviera, pero, antes de poder hacerlo, el rubio cruzó miradas con ella.
Ella esbozó una sonrisa forzada; mientras él salía de su trance inicial, ella no pensaba que se lo cruzaría tan rápido. En realidad, esperaba no encontrárselo.
– Himawari – saludó él.
– Inojin – correspondió.
– Te ves... bien – elogió.
– No es cierto – contradijo esta.
Ambos se quedaron en silencio ante su basto saludo y el ambiente se tornó tenso.
– También has venido, Hima – habló Sumire – Pasa.
Himawari no artículo nada más y se adentró a la habitación. Momentos después, la pareja también ingresó.
– ¡Vaya! ¡Han venido todos juntos! – pronunció Hinata.
– La verdad, ellos vinieron juntos – respondió Himawari mientras señalaba a sus contrarios – Yo llegué por mi cuenta.
Hinata sintió la tensión en las palabras de Himawari y recordó lo pasado. No tenía el derecho de ponerse del lado de Inojin, pero tampoco estaba contenta con el comportamiento que tenía si hija, por lo que trataba de amenizar el ambiente.
Inojin le ofreció a Hinata un ramo de flores.
– Acaban de llegar a la floristería de mi madre, ella se las envía – dijo, con su típica sonrisa.
– Dale las gracias a Ino, ella siempre se preocupa por estos detalles – sonrió Hinata – son muy bellas.
– Deja las coloco en un florero mamá – se acercó Himawari y las tomó – Es muy lindo que todos te envíen flores, pero ésta habitación está a punto de estallar de tantas.
La mayor se rió, y siguió con el tejido que estaba haciendo.
– La enfermera dijo que en unos días te dan de alta – aseguró Sumire.
– ¡Por fin! Este lugar no me gusta – suspiró con alivio.
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Por la tarde del mismo día, Inojin, Sumire y Himawari estaban comiendo ramen en Ichiraku, el lugar más famoso de Konoha y que era el favorito de Himawari y Naruto.
La pareja discutía sobre el buen trabajo que tenía cada uno, especialmente, en el talento en el canto de Sumire y en el arte de Inojin; todo eso, mientras Himawari solo comía la botana con hastío reflejado en sus ojos.
¿Cómo no sentirse incómoda? Si su hermana y su ex ahora eran pareja. ¡Y se trataban muy enamorados frente a ella!
– ¡Hima! ¡Hima! – al parecer Sumire trataba de llamar su atención, consiguiéndolo al cuarto intento de nombrarla.
– ¿Eh? – se percató – Perdón, ¿me decías? – articuló ella, al salir de sus pensamientos.
– Te preguntaba que si ¿has tenido algún novio? – su hermana ya estaba borracha – Ya sabes, algún hombre europeo, americano o de otro continente.
– No, no he salido con nadie más en este tiempo – aseguró la menor con una media sonrisa.
Pudo notar como Inojin no le quitaba la mirada de encima, ansiando cada respuesta por la vida amorosa que tuvo después de él, algo que le incomodó.
– ¡Ay por dios!, ¡con tu edad deberías de disfrutar del amor y del sexo! ¡por eso eres tan amargada! – comentó entre balbuceos.
– Cariño, déjala. Si ella no desea relaciones serias o de una sola noche, no eres quien para exigirle que las tenga.
– ¡No la defiendas, Inojin! – exclamó, molesta – ¡No debes justificar nada por ella, deberías hablarme a mi!
– Cariño, no la estoy defendiendo, solo estoy expresando mi punto de vista.
– ¡Pues no lo expreses!
Sumire se puso de pie, no sin antes golpear la mesa, y se metió al baño.
Himawari no quiso intervenir, así que solo permaneció en silencio mientras ambos discutían.
Cuando quedó sola junto a Inojin, el ambiente se tensó y se volvió incómodo entre ambos.
– Vaya, el sake le hizo efecto demasiado rápido – comentó la chica, mientras tomaba de un trago el que ella tenía servido.
– Sí, lo hizo.
De nuevo, el ambiente era tenso. Él necesitaba explicaciones y ella no se las daría ni rogándole. Ella solo quería librarse de un peso.
– Creo que debería disculparme.
– Deberías, tú fuiste quien desapareció de un día a otro.
Inojin se puso de pie y fue en busca de su pareja. Himawari solo se quedó cabizbaja, analizando la situación. Revisaba constantemente su teléfono, pero aún no tenía alguna notificación sobre su trabajo, si que le estaban dando días de descanso.
Terminó siendo ella quien pagara la cuenta. Lo único que buscaba era tranquilidad y el tumbarse a la cama tras una ducha caliente era su más grande anhelo.
Despertó gracias al sonoro llamado a la puerta. Se acercó aún somnolienta a la puerta y se aseguró de la persona que llamaba con tanta insistencia, pudiendo ver a su hermana del otro lado, con una cara de angustia y desespero.
La dejó pasar y la llevó hasta la sala de estar, ofreciéndole algo para beber o comer, cosas que fueron rechazadas.
Antes de sentarse en el sofá, Sumire titubeó.
– Creo que no fue buena idea venir. Mejor me voy – anunció con intranquilidad.
– ¡Ey, ey! No te vayas, siéntate que no muerdo – la mayor hizo caso – Y dime, ¿qué pasa? Te ves preocupada.
– Es... es Inojin – Sumire dudó en hablar, pero terminó cediendo – Anoche solo me dejo en casa y volvió a salir, aún no regresa. Mencionó que volvería tarde pero me sigue preocupando.
– Calma, ¿sabes dónde podría estar?
Sumire le mostró una mirada que entendió inmediatamente a la perfeccion.
– ¿Desde cuándo volvió a hacerlo?
– Nunca lo ha dejado...
Himawari suspiró y se cambió por una ropa que no fuera su pijama y que le resultará cómoda.
– Regresa a casa y cálmate, debo salir – mencionó, con prisa en tomar cosas de su habitación – Tranquila, Inojin estará de vuelta en tu casa cuando menos lo esperes.
Sumire le dio un profundo abrazo. Sumire sabía que podía confiarle el regreso de él, pues, por razones que desconocia, Himawari siempre resolvía situaciones complicadas.
Ambas salieron de la casa y se encaminaron por diferentes direcciones.
Por su parte, Himawari se aseguró de que nadie la siguiera y, al ver que no había nadie en su entorno, se metió a un callejón sin salida.
Un hombre estaba sentado tras un basurero, en el que quedaba cubierto por este. Al verla, inmediatamente salió a la luz.
– Ah, eres tú. ¿Cuánto tiempo?
– Deja los rodeos, Jack. Avisa que entraré y ya.
El hombre la vio con disgusto pero no pudo rechistar, ya que la peliazul abrió la única puerta frente a ella y desapareció tras esta.
Subió por una gran cantidad de escaleras, hasta llegar al último y único piso.
Un salón grande rodeado de mesas de juego y apuestas, no era un casino pero la gente apostaba grandes cantidades de dinero, siendo una locación privada para solo aquellos miembros importantes de mafia, tráfico de dinero o simplemente, para aquellos que buscan el peligro en tratar de conseguir dinero apostando.
Por la mañana todo era relacionado a apuestas, por la noche, era un club demasiado llamativo, no acostumbró a concurrirlo y tampoco era tan bienvenida en el lugar, en especial por la mujer que lo rige.
Al verla entrar en la sala, se puso en pie una mujer alta y esbelta, rasgos latinos y, absurdamente millonaria.
Himawari la observó, pero no pudo evitar desviar la mirada tras esta, donde encontró al rubio de ojos agua-marina que trataba de esconderse tras verla.
"–Es un idiota. Un día lo voy a matar–" pensó para sí; claro, en el momento que pudiera se lo haría saber.
Por el momento, solo estaba concentrada en permanecer firme para no perder los estribos de un momento a otro, aunque sabia, que sería inútil.
– Has vuelto – habló la mujer en su propio idioma.
– Vine a llevármelo – respondió sin dificultad en la misma lengua, señalando a Inojin.
– ¿Por qué no mejor juegas con nosotros?
– No apuesto, gracias.
– Bien, pero no puedes llevártelo – la mujer tenía una mano tras de ella, Himawari sabía lo que planeaba y preparó una cuchilla.
– ¿Cuánto te debe?.
– Treinta y cinco mil dólares.
Himawari solo pudo soltar una carcajada para sí misma por tremenda cantidad. Aún le sorprendía las cantidades que llegaba a perder su ex-novio en tales apuestas.
Inojin la miró, confundido. Lo único que había entendido sobre su plática era la cantidad de dinero que debía, además, no entendía el qué hacía ella ahí.
Himawari se acercó al chico y lo tomó de la manga, jalándolo hacia la puerta.
– Nos vamos, ahora.
Inojin no pudo articular ni reprochar nada ya que un disparo se hizo presente hacia el techo; por instinto, Inojin cubrió su cabeza y se agachó.
– Te dije que no te lo llevarás, Himawari Uzumaki – amenazó la mujer.
En menos de un minuto estaban rodeados de hombres con armas apuntando a la cabeza de ambos.
– Oh, Ava. Sabes que siempre hago lo que quiero. Y siempre me salgo con la mía.
En un abrir y cerrar de ojos, Inojin observó como su contraria golpeaba a los hombres, esquivaba disparos y con las armas que obtenía de ellos, disparaba de igual forma, sin dudar ni un segundo en usar los cuerpos que quedaban como escudos.
Las personas ya se habían cubierto bajo las mesas o habían salido corriendo pavorizados, Inojin golpeaba a los hombres que osaban acercársele y de vez en cuando era salvado por Himawari, quien llevaba una pila de muertos en el lugar.
No podía dejar de asombrarse al verla, él no conocía a la persona que peleaba junto a él, era otra mujer desconocida, sin miedo, control o sorpresa al matar a alguien.
Ava también la atacó cuerpo a cuerpo, trató de disparar pero Himawari evadió y logró despojarla del arma, lanzándola a lo lejos.
Ambas eran buenas en lucha cuerpo a cuerpo, las dos mujeres se limpiaban la sangre que salía de su nariz. Estaban a la par, hasta que Himawari tomó la ventaja aplicando un movimiento donde la tiró al suelo, aprovechando para amenazarla poniendo una navaja en su cuello, apretando hasta que hiciera un pequeño corte, del cual una pequeña hilera de sangre comenzó a emanar.
– Dos semanas y tendrás tu dinero – agregó la peliazul.
– Jódete.
Himawari retiró el arma del cuerpo de la mujer y la hizo a un lado bruscamente, abriéndose paso y tomando de nuevo al chico, conduciéndolo a la puerta trasera.
– ¡Dije dos semanas! ¡Si me entero que hiciste algo en contra de su familia o la mía, no dudaré y te mataré, Ava! – gritó antes de desaparecer por la puerta.
Ambos permanecieron en silencio, Inojin aún no podía asimilar lo que había sucedido dentro y no era capaz de articular nada.
– Te conseguí dos semanas, debes treinta y cinco mil dólares, ¿podrás reunirlos? – habló la menor.
En ese momento fue que Inojin se dio cuenta de que aún la menor seguía arrastrándolo a su merced, se detuvo y se despojó de su agarre.
– No estoy totalmente seguro, pero haré lo mejor posible.
– Si necesitas efectivo, solo...
– ¡No! – la interrumpió – ¡No necesito nada tuyo!
– Bien.
Ambos se miraron a los ojos, Inojin aún respiraba cansado pero Himawari estaba fresca, como si nada hubiera sucedido. La menor vio el golpe que Inojin tenía en la mejilla y, por instinto, posó su mano y acarició suavemente, acto que fue repelido instantáneamente.
– ¡Ya no soy tuyo, Himawari! ¡no actúes como si fuera así! – de pronto lo recordó – Además, ¿qué demonios fue eso?
– Una pelea – contestó, como si fuera lo más natural del mundo.
– ¿Una pelea? ¿Con un mar de cadáveres de por medio? – exclamó – ¿Quién eres, Himawari?
– Lo oíste ahí dentro, soy Himawari Uzumaki.
– Oh, no, no. Tú no eres la persona a la que le propuse matrimonio y con la que me iba a casar.
Himawari bajó la mirada, apenada.
– ¿Qué me faltó? – no obtuvo respuesta – Desapareciste la misma noche en que te lo propuse y tu aceptaste, dejaste el anillo en la mesa y solo te esfumaste, sin darme una explicación de porqué cambiaste de opinión de un momento a otro.
– Cambiaste de tema.
La menor solo dio media vuelta y comenzó a caminar para salir del callejón en donde estaban.
– Le pedí matrimonio a Sumire, me dijo que aceptaba – habló desde atrás.
Ya no podía seguir escuchando sus quejas, tenía motivo para decirlas pero no soportaba ser regañada por su pasado.
Cuando estuvo lo suficientemente alejada, se recargó en una pared y respiró con dificultad, trataba de controlarse, pero lo único que deseaba era volver a salir del país.
Al parecer sus súplicas fueron escuchadas, ya que su celular vibró por una llamada entrante y pudo distinguir el número.
– Uzumaki, ¿diga? – respondió al teléfono.
– ¿Código?
– 27101210 – recitó de par en par.
– Código confirmado – aseguró desde la otra línea – Subasta en Berlín, Alemania. Objetivo Ludwing Hummels, inversionista, serás su acompañante al evento. Tendrás que partir esta misma tarde, dejamos el paquete con tu pasaporte en la entrada de tu habitación, Sarada te dará las instrucciones en cuanto llegues a Alemania.
– Bien.
– Suerte, vas por buen camino.
– Gracias, ¿alguna novedad?
– Ninguna, en cuanto tengamos alguna dirección, nombre o foto te las haremos llegar. Por el momento solo enfócate en superarlo en víctimas.
– Créame. Esto apenas va empezando.
ℂ𝕙𝕪𝕚𝕠67🌻
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