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𝐗𝐕. 𝐅elipe 𝐎taño

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punto y aparte ; morat

𝐅𝐄𝐋𝐈𝐏𝐄 𝐎𝐓𝐀𝐍̃𝐎

«Las cenizas de nosotros no se han extinguido del todo»

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NO SE DEBEN JURAR COSAS que no sabes si vas a cumplir. No se deben decir cosas al aire, todo lo que sale de tus labios debe de ser sincero. Claro, es fácil decirlo, pero... Cumplirlo es otra cosa.

Voy a amarte para siempre es una frase que los amantes suelen decirse a menudo, puede ser honesto en ese momento, pero, ¿Cómo sabes que tu corazón nunca va a dejar de latir por esa persona?

¿Cómo es que se había terminado? ¿Cuándo había sucedido? Solo ayer eran dos niños que se juraban amor eterno mientras cantaban sus canciones favoritas, y ahora solo era él caminando por las aceras mal reparadas de su ciudad.

Felipe miró al cielo, esperanzado de que no lloviera, tenía muchas cosas que hacer esa tarde: Debía entregar su título a su universidad, recoger los documentos que le iban a dar en el otro departamento para tramitar su documento oficial, también quería recoger la copia de las llaves del departamento que había rentado, con un poco de suerte y si se apuraba, quizá alcanzaría también a recoger la liquidación de su puesto en su último trabajo y firmar el fin del contrato que le habrían dado... Pero la lluvia amenazaba con caer para acompañar sus deprimentes pensamientos sobre Mariana, su ex novia y la única persona en la que podía pensar. 

Sus pies se movían con rapidez, casi llegaba a su primera parada, la universidad donde había estudiado. Sentía que el estómago se le revolvía de los nervios por hacer sus trámites, no quería ser un adulto, mucho menos sin Mariana.

Intentó mantener la calma a medida que podía reconocer el edificio de Rectoría de su plantel, y mientras se acercaba, una canción llamó su atención. Punto y Aparte de Morat se escuchaba en el teléfono de una alumna del plantel, ella se movía con la canción mientras anotaba algo en su libreta y cantaba. Se veía feliz. No pudo evitar recordar sus años de felicidad.

La cocina iba quedando más limpia a medida que las canciones favoritas de Mariana sonaban en la bocina de la casa.

—¡Dale, Pipe, no seas un amargado! —chilló Mariana entre risas, lanzándole un trapo al pecho.

—¿Pero qué querés que haga, Maru?, si ni me gusta Morat —dijo Felipe mirándola desganado.

—Sos un mentiroso de primera, Felipe Gonzáles, el otro día te escuché cantando Como te Atreves en la ducha —respondió Mariana acercándose a él.

—Es que si me tenés escuchando sus canciones, es obvio que se me va a pegar, boluda, además es re pegajosa la tonadita —argumentó Felipe suavizando su mirada cuando ella estuvo lo suficientemente cerca para ponerlo nervioso.

—¿Entonces no te gusta ni poquito? —inquirió Mariana haciendo un ademán con la mano, y pegándose lo más posible al pecho de su novio. Felipe se puso nervioso, llevaban dos años de relación, pero sus ojos lo seguían poniendo lo suficientemente nervioso.

—Y, puede ser que un poco y ya, Como te Atreves no es tan mala canción —respondió alzando los hombros mientras pasaba sus brazos por la cintura de su novia para atraerla más hacia él.

—Mentiroso

De pronto un chorro de agua le cayó en la cara, Mariana había rociado agua con el spray que estaba preparando y aprovechó su distracción para alejarse corriendo de él.

—¡MARIANA! —chilló Felipe corriendo detrás de ella, solo escuchaba sus risas mientras subía escaleras arriba en un intento de atraparla. Finalmente se tiró sobre ella cuando estuvieron en su habitación, haciéndola caer en la cama. 

Mariana se reía del rostro mojado de su novio mientras intentaba secarlo con sus manos, Felipe recargaba su peso sobre uno de sus brazos mientras el otro rodeaba su cintura. La tenía ahí entre sus brazos a la persona que más había amado a sus veintiún años. 

—¿Me perdonas? —preguntó Mariana sonriéndole inocentemente. No podía decirle que no si ella lo miraba así. Asintió antes de besarla, ahí era donde encontraba las mejores sensaciones del mundo.

Sus manos comenzaron a recorrerla, insinuando que quería que algo más sucediera, cuando de pronto se escuchó que la puerta principal se abrió. —Mis viejos —dijo Mariana sentándose bruscamente sobre la cama y acomodándose en la orilla. Felipe soltó un suspiro acomodándose junto a ella para poner su cabeza sobre su hombro.

Mariana sabía lo que él quería, así que cuidadosamente comenzó a dejar caricias en su cabello dándole besos en la frente ocasionalmente. —Te amo —murmuró Felipe acomodándose en el hueco de su cuello. —No voy a cansarme de amarte, te lo juro...

—Vos no sos de jurar —dijo Mariana extrañada.

—No soy de jurar en vano —corrigió —, y si estoy jurando no soltar tus manos nunca, es porque no lo voy a hacer —argumentó Felipe jugando con las manos de su novia, a comparación de las suyas eran bastante grandes.

—¡Viste como sí sos un mentiroso! Eso es una canción de Morat, bobo —exclamó Mariana apretujando su mano.

—Lo sé, no quería que te sintieras mal porque te dije que no me gusta Morat —se defendió Felipe. —Pero Punto y Aparte es una buena canción

Sintió como Mariana dejó otro beso sobre su cabello mientras se reía. La amaba, eso era lo único que sabía.

Él había hecho una promesa, nunca cansarse de amarla, y lo había cumplido hasta ese día a pesar de que habían pasado casi ocho meses desde que habían terminado. Dos años y cuatro meses de relación no se olvidan de la noche a la mañana, no se olvidan tan fácil en ocho meses cuando habían quedado tantas conversaciones al aire. Y lo cierto era que no sabía si una vida iba a serle suficiente, si lograría arrancar de sus pensamientos a Mariana, que después de todo seguía siendo su primer pensamiento todas las mañanas.

La chica que estaba escuchando su música levantó su mirada para encontrarse con Felipe observándola detenidamente, Felipe solo recibió una mala mirada de parte de la chica que al parecer no le había gustado la intensidad con la que la miraba. Pero ella le recordaba a su Mariana.

Felipe regresó al mundo real, y siguió caminando hacia rectoría, donde debía entregar sus papeles. Hizo su trámite y salió del edificio dispuesto a seguir con sus pendientes, cuando de pronto el cielo que amenazaba con caerse, comenzó a dejar caer sus gotas con una precipitación increíble. Debía correr, sus papeles no podían mojarse porque sino se correría la tinta de su título, así que buscó donde esconderse. La cafetería del campus era la mejor opción que tenía con la tormenta que se había desatado en ese momento. 

Estaba un poco mojado cuando entró, su cabello escurría agua de las puntas y se había encrespado un poco de los lados, pero sus papeles estaban intactos.

Estaban intactos hasta que se le resbalaron de las manos cayendo directamente al piso en la marca de agua que su zapato había dejado al entrar a la cafetería.

—La concha de la lora —exclamó agachándose para recogerlos, pero una mano se le adelantó. Pequeña y delgada le dio la facilidad para sostener los papeles y acercárselos, y cuando Felipe levantó lo suficiente la vista, quiso haber preferido mojarse en la lluvia y volver a tramitar todo.

—¿Felipe? —su voz de nuevo, lo hizo temblar.

—Mariana —respondió intentando sonreírle, pero no podía ocultar tras una sonrisa la punzada que mallugó su corazón al verla de nuevo. Parecía que el mundo se había quedado congelado al rededor de él, ahí estaba ella sonriéndole y ya nada existía. Habían sido meses sin verla, meses en los que no había sabido nada de ella, y un año experimentando su ausencia cada vez que intentaba buscar su figura al lado de su cama.

—¿Cómo estás, Felipe? —preguntó la chica levantándose para abrazarlo.

Felipe intentó mantenerse tranquilo, pero su perfume embriagó sus sentidos, como si el tiempo no hubiera pasado y solo ayer la había tenido en sus brazos por última vez, le estaba costando un poco sostenerla entre estos pues ella era bastante más baja que él, ya no encajaba en sus brazos perfectamente como solía hacerlo.

—Bien, bien, ¿Y vos? ¿Ya terminó tu estancia en París o qué hacés acá, Mariana? —preguntó sonriéndole, intentando alejarse de ella lo más rápido que pudo antes de que su memoria muscular lo obligara a besarla como añoraba hacerlo.

—Bueno, parece que no te alegra verme, Felipe —dijo Mariana intentando sonreírle también.

—No es eso, es que me sorprende verte acá, viste, creí que ibas a quedarte en París —insistió Felipe intentando mantener su sonrisa.

—Iba a hacerlo, pero tenía que regresar a terminar los trámites de la facu —respondió mirándolo como si la incomodidad en el ambiente no pudiera ser cortada con un chuchillo. Felipe intentó no parecer incómodo cuando Mariana le dijo: —Sentáte y así platicamos un rato mientras baja la lluvia

—De la nada que cayó la tormenta, ¿No? —dijo Felipe haciendo caso a la chica, aún no podía negarse cuando ella lo miraba así.

—Re, como la vez que nos conocimos, ¿no? —respondió Mariana soltando una risita.

Y es que, ¿Cómo olvidarlo?

Esa tarde Felipe corría hacia su salón, su primer semestre en la universidad estaba siendo un desastre, no se acostumbraba aún a tener tantas responsabilidades ni tantas tareas. Solo tenía diecisiete años y debía pretender que sabía como ser un adulto.

Usualmente sabía hacerlo bien, pero ahora no parecía ser muy adulto cuando llegaba a su salón totalmente mojado porque había olvidado su paraguas en la casa. Esperaba que el profe no hubiera llegado aún, pero el universo parecía estar en su contra aquella tarde en específico, pues ni bien llegó, recibió uno de los mayores sermones de responsabilidad disfrazados de clase que había tenido en su vida. Intentaba prestar atención a la clase, cuando un golpeteo en la ventana lo hizo desconcentrar.

Se giró disimuladamente solo para encontrarse con un par de ojos enormes que lo miraban atentamente. —Che, ¿Podés hacerme un favor? —pidió la chica desconocida de fuera del salón. Nervioso, Felipe asintió sin siquiera saber con quién estaba hablando. —¿Podés distraer un toque al profe? Quiero pasar pero no quiero que me regañe, por favor —pidió. Su cabello rizado estaba empapado por completo igual que su piel, y su maquillaje estaba corrido. Felipe sintió un poco de lástima por la chica y asintió. 

No estaba muy seguro de qué hacer, así que mientras revisaba sus apuntes se le ocurrió una cosa. El profesor anotaba en la pizarra la tarea para la próxima semana, así que cuando iba a explicarla, Felipe aprovechó para levantar la mano. —¿No va a revisar la tarea que dejó el otro día? 

Todo el salón lo abucheó, pero sirvió lo suficiente para que el profesor se sentara y comenzara a revisar el pendiente. La chica aprovechó para entrar y sentarse junto a Felipe. —Gracias, pero no muchas gracias porque ni siquiera hice la tarea —dijo mirándolo con un rostro de pocos amigos. 

—Perdón —susurró Felipe. Pero justamente cuando la chica iba a hablar de nuevo, Felipe levantó la mirada. —¿Vos quién sos? Nunca te había visto en esta clase

La chica le sonrió amablemente. —Mariana Ocegueda, no me habías visto porque no había venido, me enfermé de la emoción, literalmente, cuando me enteré de que sí había quedado en la uni, y del estrés me dio una gripe terrible —dijo sonriéndole mientras le extendía la mano. —¿Y vos cómo te llamas?

—Felipe Gonzáles —respondió, pero sus pensamientos solo se detenían en una cosa: Lo bonita que era su sonrisa.

—Mucho gusto, Pipe...

No había podido olvidar como Mariana se sentaba exactamente en el mismo lugar todos los días, junto a la ventana, y cuando se aburría, solía dibujar cosas en el vidrio. 

—¿Querés pedir algo? Te mojaste, tenés que entrar en calor —dijo Mariana después de un rato evidentemente incómodo para ambos.

—Creo que voy a pedir un té de jazmín caliente —respondió Felipe intentando evadir su mirada, desviándola hacia las cosas que había en el menú.

Mariana hizo una cara de asco. —No, loco, para que después se te salga por la nariz —dijo comenzándose a reír.

Felipe la miró ofendido. —Calláte, boluda, que vos fuiste la que me hizo reír —respondió riéndose también de la vergonzosa situación. 

—¿Yo? Che, solo te dije que si te sabías el chiste del computador que fue al doctor, muy mal chiste por cierto

—"Porque tenía un virus", qué mal chiste... Qué vergüenza, por Dios, todo el mundo se me quedó viendo ese día  —se rio Felipe cubriéndose la cara con las manos. —Igual yo no te contrataría para que hagas tu servicio social conmigo, te la pasabas diciéndole chistes malos a todo mundo

Mariana se rio con el comentario de Felipe. —Bueno, te hice reír —dijo.

Lo había hecho reír y después le había dicho que tenía una sonrisa que podía iluminar la ciudad entera. Pero no se acordaban de eso.

—¿Te acordás de la vez que te conté un secreto acá y se lo gritaste a medio mundo? —preguntó Felipe entre risas. Mariana lo miró algo confundida y él no iba a desaprovechar el momento. —Te conté que solía ponerme la ropa interior al revés para tener suerte en los exámenes, te lo conté al oído y vos gritaste: ¡¿Te ponés los calzones al revés?! —imitó Felipe.

Mariana soltó una carcajada. —Y no pisaste la cafetería hasta que la señora que preparaba la comida se tuvo que retirar, era la única que sabía tu secreto —rio.

Su risa seguía siendo igual de contagiosa, Felipe también comenzó a reírse. Poco a poco sus respiraciones comenzaron a calmarse, igual que la lluvia fuera del lugar. Felipe ya ni siquiera recordaba que tenía más cosas que hacer, estaba cómodo en donde estaban. Miraron a su alrededor, muchas de las cosas habían cambiado, cosas tan simples como los azulejos en la barra de entrega, o los mostradores de comida, la pintura de las paredes era de otro color. Y sobre todo, ellos dos habían cambiado, ya no tenían diecisiete años ni estaban perdidos en el campus, eran dos adultos que estaban intentando encontrar su lugar en el mundo.

Sus miradas se cruzaron de nuevo, esta vez sonreían genuinamente. Felipe la quería a ella, ¿Qué tan difícil sería pedirle que regresaran? Es decir, siempre se había burlado de las personas que volvían con sus ex, pero... ¿Y si su lugar en el mundo era junto a ella? ¿Y si lo que debía hacer era buscar la manera de poder tenerla aún si los separaba un mundo de distancia?

—Este lugar tiene muchos recuerdos lindos, Pipe —dijo Mariana volviendo a dirigir su mirada hacia sus alrededores. Felipe sintió que el corazón le dio un vuelco en el pecho. Pipe era el apodo que ella solía decirle.

—¿Cómo la vez que celebramos cuando terminaron nuestros primeros parciales, Maru? —preguntó, atreviéndose a usar el apodo que él usaba con ella.

Ella lo miró de nuevo. —¿Te confieso algo? —preguntó, ganándose un asentimiento por parte de Felipe. —Nunca dejé que nadie me dijera "Maru" después de vos...

Felipe sintió que el corazón se le detuvo. ¿Podía ser que tenía una oportunidad? Acercó lentamente sus manos hacia las de ella. ¿Podía ser que ella era el amor de su vida, su alma gemela? La observó, sus rizos seguían siendo igual de marcados como él recordaba, el maquillaje que llevaba encima tapaba el lunar que él recordaba que adornaba su labio superior.

—¿Puedo preguntarte algo yo a vos? —inquirió acercándose aún más a ella. Mariana asintió lentamente. —¿Vas a quedarte en Argentina?

Pudo notar que Mariana contuvo el aire en sus pulmones. —No lo sé... No tengo una razón válida para hacerlo, mi vida está en París...

Felipe sintió que el corazón se le desmoronaba en las manos. —¿Y si te doy una razón para quedarte? —preguntó. 

—¿Cuál podría ser esa razón, Pipe?

—Que las cenizas de nosotros no se han extinguido del todo —respondió mirándola a los ojos detenidamente.

—¿Vos seguís manteniendo esa promesa que me hiciste? La de no cansarte de amarme... —murmuró Mariana bajando la mirada hacia sus manos que estaban a penas a unos centímetros de rozarse. 

—Aún hay cartas que no he puesto en juego, Maru, yo no juro en vano, si es por vos estoy dispuesto a quemarme en el infierno porque no creo que exista peor dolor que tenerte lejos de mí —respondió Felipe atreviéndose a tomar sus manos, esperando que la electricidad lo recorriera tal cuál lo hacía en sus años de noviazgo.

Pero no sucedió. No hubo electricidad, no hubo conexión. Creyó que habría sido un error, que las cosas no habían sucedido tan dramáticamente porque no estaban en una película. Y en una película las cosas salen bien para los protagonistas, pero esto era la vida real, y no siempre obtienes lo que quieres.

Esperó unos segundos mientras Mariana lo miraba a los ojos. —Sé que soy culpable de todo el tiempo que hemos perdido, Felipe, pero creo que me llevé tu promesa conmigo cuando me subí a ese avión, y quizá se perdió en París junto a mi deseo de amarte toda la vida... —dijo Mariana bajando la mirada. 

Lentamente todas las ilusiones de Felipe comenzaron a desvanecerse dentro de él con cada palabra que Mariana decía.

—Maru... —murmuró Felipe. Ella lo miró, pero sus ojos ya no tenían en mismo efecto sobre él. —¿Qué fue lo que nos pasó? —preguntó.

Mariana se detuvo un segundo antes de soltar por completo las manos del chico. —Mis ganas de ser alguien en la vida, Pipe, eso nos pasó, ¿No te acuerdas que fui yo la que te rompió el corazón cuando te dije que quería irme a estudiar a otro lugar sin estar obligada a volver a este lugar? Quería escapar de acá, Felipe, y tomé tu corazón y lo rompí en mil pedazos cuando me fui sin siquiera decirte nada... No sé cómo podés seguir diciendo que me amas...

—Porque vos sabés que yo no juro en vano, y juré nunca soltarte las manos, aquí estoy pidiéndote que vuelvas e intentando darte una razón para que te quedes... —explicó Felipe, pero la emoción ya no quebraba su voz, y aunque esperaba que las lágrimas pronto hicieran que su vista se pusiera borrosa, pero no sucedió.

—Y no me lo juraste en vano, vos me amaste mucho tiempo, pero, Pipe, no podías saber que un día eso terminaría —dijo Mariana buscando su mirada.

Felipe se quedó en silencio, intentando procesar lo que estaba sucediendo. Todos esos meses intentando buscar una cura para su corazón roto, todos esos días en los que no sentía las ganas de hacer nada, todas esas noches escondido en sus sábanas sin saber por qué carajos seguía despierto... Ahora ya no las sentía, no sentía el dolor en el pecho, podía respirar como si el humo se hubiera disipado y solo quedara el aire limpio. 

Su corazón ya no latía por ella, latía por sí solo. No había corrientes eléctricas en sus toques porque su cuerpo ya tenía la suficiente energía para moverse solo. No es que fuera magia, es que no lo había querido ver sino hasta que tuvo que sentirlo, ella ya no le hacía falta en su vida.

—Tenés razón, Maru... Perdón —dijo intentando sonreírle, pero su abrupto descubrimiento le había arrebatado todos sus pensamientos, su cerebro ya no tenía nada qué decir o hacer. Miró a la ventana y se dio cuenta de que había dejado de llover, le sonrió a Mariana antes de levantarse. —Maru, me alegra haber vuelto a verte, pero tengo muchas cosas que hacer hoy, perdona si no fue el reencuentro que esperabas pero el tiempo me come —dijo sonriéndole.

Mariana le sonrió y se levantó. —Podemos quedar como amigos, Pipe, después de todo siempre fuiste mi mejor amigo —dijo.

Felipe la abrazó y asintió, intentando dejar todos sus sentimientos aprisionados contra el pecho de la chica y que la cafetería que los había visto crecer fuera testigo del desvanecimiento de su dolor y angustia. Sus problemas habían terminado, había dejado de llover, se sentía un hombre renovado cuando salió de la cafetería.

Mientras caminaba, más feliz que nunca, su bolsillo vibró. Tenía una conferencia con los directores de cast de una película que Netflix estaba haciendo sobre la Tragedia de los Andes, decía que había una noticia muy importante que darle.

Regresó a su casa aún si había muchas cosas que no había hecho. Tenía un buen presentimiento, sentía que su vida iba a estar mejor si el dolor de no tener a Mariana ya había desaparecido junto a todos sus sentimientos. Y cuando decía todos, era todos.

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4 años después...

🗓️Domingo 17 de Agosto, 2025
📍Buenos Aires, Argentina
10:27 pm

JAMÁS HABRÍA IMAGINADO QUE tendría una vida tan buena. Su papel en La Sociedad de la Nieve lo había vuelto un actor reconocido, tenía un auto y una casa propia, tenía amigos que amaba con el alma, su vida estaba bien.

Y sentía que en parte era porque no tenía que pelearse con los asuntos del corazón, no se había enamorado, no tenía novia y sus energías eran para el trabajo en un cien por ciento.

No podía dejar de pensar en ello mientras conducía en su auto, Punto y Aparte de Morat se escuchaba en el estéreo de su auto, claro que había dejado concluso un punto de su vida, y ahora manejaba hacia su nuevo párrafo, un nuevo capítulo que ni siquiera sabía que estaba a punto de comenzar. Él solo iba a hacerle un favor a sus amigos.

Dio un par de vueltas por el campus de la universidad, pero no la veía, así que tomó su teléfono y la llamó. —Ali, estoy en el campus pero no te veo —dijo.

—Ah, es que estamos abajo de un salón, se nos olvidó el paraguas, pero ahorita bajo —respondió.

—¿Estamos? Sabes qué, Ali, esperáme ahí que voy por vos, decime en qué salón estás, traigo una paraguas, no puedo dejar que te mojes, me matan si te pasa algo —murmuró Felipe finalmente estacionando su auto y sacando el paraguas de la parte de atrás.

—Ok, estoy en el aula.. 22-F —dijo Alice al otro lado del teléfono. —Estoy con mi amiga, no se ha querido ir para no dejarme sola

—Ok, dame cinco que me quedé un poco lejos —dijo Felipe antes de colgar la llamada.

Se apresuró a caminar hacia el salón que ella le había indicado, con el paraguas en sus manos y rogando porque no le tomara tanto tiempo, lo matarían si algo le sucedía a Alice, ella era como la reina del castillo y en ese momento él era el guardaespaldas que debía cuidarla a toda costa... Y debía de admitir que extrañaba un poco la sensación de tener algo importante en tu vida, lo suficientemente importante para matar por ella, extrañaba tener la sensación de amar tanto a alguien que sientes que es tu mundo entero... 

Pronto distinguió entre los pocos estudiantes que aún se retiraban a dos chicas paradas en la puerta de un salón. Supuso que era Alice, pero... El corazón se le detuvo cuando vio a la chica más bonita que jamás pudo haber visto en su vida. Estaba despeinada, su cabello a penas se sostenía en una coleta con la pinza y varios cabellitos se le salían. Llevaba su bata de laboratorio, unos jeans y unos converse negros bastante sucios, se recargaba confiadamente en la pared del aula... Su piel era casi perfecta, se veía un poco cansada, pero, parecía que una luz la recubría y hacía brillar todo a su alrededor. De pronto la vio reírse con Alice, y pudo jurar que jamás había sentido que el corazón le latiera tan rápido. 

—¡Pipe! —la voz de Alice lo sacó de sus pensamientos. Felipe arrugó el paraguas y se acercó a ellas lentamente. —Ay, gracias al cielo que llegaste, me estoy muriendo de sueño, no es muy cómodo dormir en el piso —murmuró soltando un suspiro largo.

—Perdón, no quería tardarme tanto —dijo sonriéndole, y desviando ocasionalmente la mirada a la chica a su lado. De pronto la risueña chica que había visto hacía unos segundos desapareció, la mirada fría de la desconocida se desvió hacia su teléfono.

—No te preocupes, Fridha me estaba acompañando —respondió Alice haciendo un ademán para restarle importancia. —Fridha, él es Felipe, mi mejor amigo, el que te dije el otro día —presentó Alice cuando la chica volvió a prestar atención a su entorno.

Fridha lo miró, la frialdad en sus ojos no la había experimentado ni siquiera cuando grababa en la montaña. —Hola —saludó a penas. Parecía tan desinteresada en lo que Alice hacía que no se parecía en nada a la chica que había visto hacía unos momentos.

Le tomó la misma escasa cantidad de segundos verla como la persona más odiosa del mundo, que los segundos que le había tomado levantarla en un pedestal como la persona más hermosa del planeta.

Le sonrió incómodamente y se giró hacia Alice.

—Pará, ¿Es el chico que vomitó en la mesa el día del cumpleaños de tu novio? —preguntó Fridha dirigiéndose a su amiga.

—¡Pendeja, cállate! —le reprochó Alice dándole un golpecito en el brazo. —No es para que se lo recuerdes

Fridha comenzó a reírse mientras el rostro de Felipe se volvía rojo. —¿Le contaste sobre eso? Alice, era un secreto —riñó, intentando aparentar que no le había afectado.

—No pareció ser un secreto cuando me lo contó —dijo Fridha entre risas.

—Si me regañan, va a ser tu culpa, eh —le advirtió Alice.

Felipe no podía decir nada. La chica le había dejado de agradar, había algo en ella que no le terminaba de gustar. Era hermosa, sí, pero debía admitir que no estaba seguro de poder soportarla más de cinco minutos.

—Ali, tenemos que irnos, o tu novio va a matarme —dijo Felipe algo incómodo después de unos segundos. 

—Ah sí... Nos vemos mañana, Fridha, que no se te olvide la tarea de el doctor García —habló Alice acercándose a abrazar a su amiga. —¿Dejaste tu auto cerca? Está lloviendo horrible —dijo dirigiéndose a su amiga.

—No mucho, me quedó en el área de los de medicina, pero no importa, me voy a esperar a que se calme la lluvia, andá con el chico vómito que sino tu novio los mata a los dos —se burló Fridha mirándolos a ambos.

El auto de Felipe estaba mucho más cerca que el área de medicina, miró a la chica que se había abrazado a sí misma por el frío. 

—Mira, si quieres ten mi bata —dijo Alice intentando sacarse la tela blanca. 

—No, no, no vos te quedás tapadita que al rato yo soy el que la paga —habló Felipe volviendo a colocar la bata sobre los hombros de su amiga. Miró el paraguas que llevaba en la mano y se lo extendió a la chica. —Mirá, vos te quedás con mi paraguas, yo tapo a Ali con mi campera, y todos felices —dijo sacándose el chamarra gigante que llevaba puesta en los hombros en ese momento para ponérsela a su amiga. —Vámonos, Ali, no quiero tener problemas más tarde —aseguró tomándola del brazo para sacarla de ahí.

—¿Pero tú no te vas a enfermar? —preguntó Alice mientras se alejaba después de hacerle una seña con su mano a su amiga desde la distancia.

—Mejor enfermo que muerto por tu novio —le dijo Felipe riéndose.

—Ay, ni que te fuera a hacer nada, menso —se burló Alice dándole un golpecito en el hombro.

—Esperáme acá y traigo el auto para que no te mojes los zapatos —sugirió Felipe dejándola en una hilera de salones que le permitían a Alice resguardarse bajo su techo.

Felipe volvió a ponerse la chamarra y fue por su auto, no dejaba de pensar en Fridha, la grosera amiga de Alice que no le agradaba. Dejó que Alice se subiera, pero ni bien ella tocó el asiento, las ganas de Felipe de preguntar algo se hicieron presentes. —¿Es tu amiga?

—Ajá... ¿Por qué? —inquirió Alice mirándolo con curiosidad.

—No, nomás... Es que... Nada —dijo restándole importancia y volviendo a poner la música en su reproductor. A Donde Vamos era la siguiente canción en su lista de reproducción.

—Felipe Gonzáles Oñato —llamó Alice, haciendo reír al chico con el chiste de su apellido. —Te gustó mi amiga... —dijo Alice actuando como si fuera el descubrimiento más grande que había hecho el ser humano. —¿Al señor no me gusta nadie que no sea River le gustó mi amiga? ¡No mames! —exclamó agitando su brazo.

—¡Pelotuda, vas a hacerme chocar, pará! —gritó Felipe intentando que los movimientos no hicieran que perdiera el control de su auto.

—Perdón... Ya, dime, ¿Te gustó Fridha? —preguntó Alice volteándose a verlo.

—¿No es que venías muerta de cansancio? Dormíte, queda como media hora para que lleguemos a tu casa —dijo Felipe soltando una risita mientras empujaba el rostro de su amiga con una de sus manos libres.

—O sea sí, pero este chisme tengo que sabérmelo completo,  ¿Sí te gustó, verdad? —preguntó Alice aún más sonriente.

Felipe soltó un suspiro de frustración maldiciendo internamente el momento en el que había escogido a esa loca como mejor amiga.—Loca, me cayó para el orto, te preguntaba si era tu amiga porque me parece raro que vos seas amiga de alguien así con cara de que le chupa un huevo la demás gente —dijo finalmente alzándose de hombros.

Alice lo miró mal. —A ver, uno, también fui amiga de ya sabes quienes, y había chingos de red flags y no me di cuenta, segundo, Fridha no es así, a ella no le chupa un huevo la gente, es alguien muy linda, pero todos somos algo mamones cuando estamos cansados, oye, estuvimos dos días encerrados en ese laboratorio, durmiendo juntos en el piso con espacios de treinta centímetros por metro y medio, sin comer casi nada, ¿Tú crees que no vamos a tener cara de "puta vida"? —preguntó Alice señalando con los dedos sus puntos.

—No lo sé, Ali, no me cayó bien —dijo Felipe con simpleza.

—Ajá, ¿Y la cara de pendejo que pusiste cuando la viste qué, eh? —inquirió cruzándose de brazos.

—La cara de pelotudo enamorado es la que tiene tu novio cuando está con vos, y yo hace una banda que no pongo esa cara, Ali, vos lo sabés mejor que nadie —argumentó deteniéndose en el semáforo y mirándola por primera vez en su conversación. —Y mucho menos la voy a poner por alguien como tu amiga que ni pudo saludarme bien, con quien me expusiste sobre la joda que tuvimos el año pasado y encima se burló de mí —dijo señalando a su amiga.

Alice lo miró de vuelta. —¿Eso es todo lo que tienes? ¿Por eso no te agrada? ¿Por que no te saludó bonito y se rio de tus mensadas cuando estabas borracho? —preguntó Alice.

—Ajá, y ya no quiero hablar más de eso —sentenció Felipe volviendo a arrancar el auto.

—¿Te caería bien si te pide una disculpa? Capaz no midió hasta donde se estaba riendo y te puede pedir perdón —dijo Alice alzándose de hombros.

—Alice, ya no quiero hablar de eso

—Puedo pedirle que te pida una disculpa, y perdón por haberle contado, es que fue muy chistoso...

—Alice...

—Se rio mucho cuando se lo conté, de hecho

—Alice, pará...

—De hecho, fue porque le enseñé una foto de nosotros y...

—¡Alice! —exclamó no muy alto, pero lo suficiente para que ella saliera de su ensimismamiento. —Pará, porfa, no quiero hablar de la insoportable de tu amiga ni quiero saber cómo es que supo de mi vómito el día del cumpleaños, pará de hablar de ella por favor...

Alice asintió y se quedó callada en su lugar. —Perdón, ya tengo sueño y como que no funciona bien el filtro entre mi cabeza y mi boca —se justificó bajando la mirada.

—No quería hacerte sentir mal, Ali —murmuró Felipe mientras daba la última vuelta que los dirigiría hacia la casa de Alice. —En la guantera hay papitas, si querés podés agarrarlas... 

—Te las voy a aceptar nada más porque me muero de hambre... Y te perdono, Pipeta —dijo Alice soltando una risita mientras tomaba las papitas y las abría. —¿Quieres?

Felipe negó, no podía dejar de pensar en lo mal que se había comportado con Alice, y aún así se había quejado de su amiga momentos antes.

Dejó a Alice en su hogar y regresó a su casa. No podía dejar de pensar en Fridha, no había forma de que él pudiera soportar a alguien como ella, y agradecía no tener que volver a verla nunca más con un poco de suerte.

Pero como hemos visto, la suerte no siempre está de su lado.

Había logrado sacar a Mariana y a cualquier chica de sus pensamientos, había logrado poner un punto y aparte después de todo ese tiempo. Pero no era un punto final, sino uno que indicaba el inicio de una nueva historia. Un nuevo capítulo en su vida que lo volvería loco y furioso como la lluvia de medianoche que azotaba contra Buenos Aires aquella noche.

HOLAAAAA I'M BACK

Ok, sí extrañé mucho escribir One Shots. Pobrecito de mi Pipe, cuatro shots que escribo de él y en tres lo batean bien feo :"(
Pero anyway, ¿Qué les pareció? ¿Cómo les cayó Fridha?

Wey, a mí no me debes de dejar imaginar por cinco minutos porque no saben, NO SABEN en desmadre que traigo en borradores... Y si les dijera que tiene mucho que ver con este One shot... Btw, ¿Reconocieron de qué Alice hablo? 👀

Ando hiperactiva, es casi la  1 de la mañana, estoy enferma y mañana tengo clases, así que no encontré mejor opción que escribir un shot de 5,500 palabras :D
Pero bueeeeeno, ¿Qué les pareció el One shot? Uno de mis favoritos, la verdad, me encanta escribir shots largos, no he tenido tiempo de escribir porque ya regresé a clases (pero la niña estaba friegue y friegue que ya quería regresar), pero espero tenerles más Shots pronto ;)

Ennn  fin, espero que les haya gustado y vemos cuando les puedo tener otro shot :D

FÁTIMA FUERA 🤍✨

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