𝐈𝐕. 𝐅rancisco 𝐑omero
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don ; miranda!
𝐅𝐑𝐀𝐍𝐂𝐈𝐒𝐂𝐎 𝐑𝐎𝐌𝐄𝐑𝐎
«Disculpame si he sido tan terrible, ahora estoy segura de que te quiero a vos en mi vida»
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TODO AQUEL que conociera un poco a Diana sabía que le era más que imposible establecer un vínculo afectivo que durara más de tres meses. Ya tenía un par de meses trabajando en ello en terapia, sin embargo, aún le era un poco complicado.
Al menos hasta que Francisco había llegado a su vida. Se habían conocido por casualidad, y se habían quedado por suerte.
La librería estaba casi vacía aquella noche de marzo, solo había dos siluetas que se movían a través de los pasillos y que sin premeditación comenzaban a acercarse cada vez más.
Él admiraba los libros con intención de comprar tal vez un par, o tres, o varios.
Ella los veía con deseos de poder comprar solo uno. Las probabilidades de que a ambos les interesara el mismo libro eran bajas. Las mismas que había para encontrarse justo esa tarde después de que ella, accidentalmente al intentar bajar el libro, lo tirara del estante, golpeando el pie del chico.
—¡Perdón, perdón! ¡Disculpa, en serio! —exclamó asustada.
Fran hacía una mueca llena de dolor, pues la edición de pasta dura contra sus dedos no era precisamente una sensación del todo placentera.
—No... No hay... —la voz se le fue en un hilo cuando se encontró con los ojos de la chica. Los dos libros que llevaba se cayeron de sus brazos, y el estruendo hizo eco, sacando al chico del pequeño trance —... Problema
—De verdad, disculpame, no fue mi intención —murmuró la chica, bajando para recoger los libros del joven.
Fran también se agachó para tomarlos.
—Tenés muy buenos gustos —habló el chico, regresando a sus manos el libro que cayó del estante.
Ella le sonrió levemente, y le entregó sus libros.
—Soy Fran... Bueno, Francisco, pero todo el mundo me llama Fran —se presentó el joven, mirándola con curiosidad mientras su sonrisa delataba lo nervioso que se encontraba. —¿Y vos?
—Ana, de... Diana, de hecho—explicó la chica.
Él observó cada uno de sus delicados movimientos.
—Justo estaba buscando ese mismo libro —dijo. Ella se alzó para alcanzarlo, pero él se estiró un poco más por detrás de ella. —Yo lo tomo, no vaya a ser que se vuelva a caer...
La voz del joven detrás de su nuca, hizo que los vellos de su cuerpo se erizaran. Su cálido aliento y la cercanía de su cuerpo se combinaron con su respiración entrecortada. La mano de Fran ya había tomado el libro, pero no parecía querer moverse de su lugar.
Tras pedirle su instagram, Francisco no perdió la oportunidad de mandarle un mensaje. Su humor era parecido, las eternas conversaciones lo demostraban, y la sonrisa que se plantaba en el rostro de Fran lo delataba.
Las cosas habían sido perfectas durante un par de años, al menos hasta que Francisco decidió dar el siguiente paso.
Ahora parecía que ninguno de los dos tenían la intención de hablarse, y de hecho, tampoco querían tenerse tan cerca.
Aquella noche debía ser perfecta, pues Francisco lo tenía todo perfectamente planeado. Conocía a Diana de pies a cabeza y sabía que lo que estaba haciendo podía traer respuestas no muy satisfactorias para él, pero debía intentarlo, ¿no?
La hadita dulce y que no rompía un solo plato que todo el mundo conocía de pronto desapareció. Daba ordenes (aunque claramente pedía las cosas por favor y daba las gracias), dirigía a todos los que estaban ayudando para que todo fuera más que perfecto. No se iba a arriesgar.
—Cielo, ya estoy en casa, te espero a cenar —dijo a su teléfono donde su novia lo escuchaba al otro lado.
—Sí, Fran, ahora voy para allá —asintió antes de dar un beso en el micrófono para que él lo escuchara— Te amo
—Yo más, gordis —respondió Fran imitando la acción de la chica antes de colgar.
—Fran —llamó Matías mientras acomodaba la mesa—, no quiero ser metido pero... ¿No crees que te hablo re cortante?
Francisco no entendió a qué se refería y lo demostró con el ceño fruncido mientras ladeaba la cabeza.
—Tipo... No te dijo ningún apodo como vos, te habló como si fueras un boludo más —insistió. Francisco hizo una mueca, y Matías se arrepintió al instante— Olvidalo, seguro es solo que estoy re nervioso por vos, pero también muy feliz
—Ella es así, no le gusta mucho eso de los apodos y así, tranqui, gordi —dijo Fran, restándole importancia con un ademán.
—Sí, sí, te digo que solo fueron los nervios —repitió Matías.
Diana y Francisco tenían muchas cosas en común, pero lo único que no compartían era tal vez el trabajo y la exigencia del mismo. Diana era bioquímica y pasaba todo el día haciendo pruebas de inocuidad en los alimentos, mientras Fran vivía felizmente de la actuación y de su talento. Si bien ambos trabajos eran desgastantes, Diana se exigía demasiado.
Entonces, mientras Francisco pensaba en lo que Matías le había dicho, la puerta se abrió y todos corrieron a su lugar en la cocina.
Fran se posicionó en el final del camino de pétalos mientras el corazón le latía con una fuerza descomunal.
—Fran... —murmuró la chica mirando su alrededor lleno de flores y velas— ¿Qué es esto? —preguntó señalando todo.
—Nada muy importante, cielo, solo quería sorprenderte un día —mintió, usando su habilidad como actor para ocultar los nervios que comenzaban a atacar su estómago. —Vení, Pipe nos hizo la cena
Se sentaron en la mesa llena de pétalos y un par de velas. Felipe salió de la cocina y les sirvió los platos.
—Dale, Fran, decíme a qué viene todo esto, Felipe nos hace la cena, todo está re lindo, ¿A caso olvidé una fecha importante? —preguntó algo asustada por la respuesta.
Francisco se rio de los nervios, y de la actitud de su novia un poco. —No... Pero pronto hoy va a ser una fecha importante— respondió acercando su mano a la de ella para envolverla con dulzura.
—¿De qué me hablas? —preguntó la chica mirándolo con cara de susto.
Fran soltó un suspiro y la miró. —Iba a esperar hasta que termináramos el postre pero... Vos sabes que te amo, que sos lo mejor que me ha pasado en la vida, y que me has hecho el hombre más feliz del planeta con el simple hecho de haber aceptado ser mi novia —comenzó su discurso sin dejar de mirarla. El rostro de Diana no cambiaba, y eso causaba que Francisco se pusiera más nervioso aún. —Y yo... Yo quiero pedirte que... —sus palabras se atoraban en su garganta, así que decidió sacar primero una cajita pequeña aterciopelada de color rojo — Que me dejes pasar mi vida junto a vos, que me permitas el honor de que vos seas mí esposa...
Diana lo miró estupefacta. Tal vez ella no fuera la persona más decisiva del mundo, pero si tenía dos cosas en mente eran que: Amaba a Fran y se negaba a casarse, le gustaba en cierta medida estar... Sola. Y el matrimonio le parecía algo asfixiante.
—Fran yo... —murmuró mirando la cajita cerrada, con un bellísimo anillo en su interior, pero que Diana no se atrevió a abrir antes de regresarla lentamente. Mientras la cajita se movía un centímetro, el corazón de Fran se rompía un poco. —Lo siento, no puedo, vos sabés que yo nunca me he querido casar... Disculpame... —Diana no pudo sostenerse a sí misma en aquel lugar, solo se levantó de su sitio, dispuesta a irse.
—¡VIVAN LOS NOVIOS! —gritaron los chicos saliendo de su lugar, abriendo una botella de champagne. Matías era el único que intentaba detenerlos mientras Fran sentía los ojos cristalizarse.
—Creo que no es el momento, chicos... —murmuró Juani que había dejado de grabar la situación. Todos asintieron al ver la tensa situación y se retiraron en silencio.
Diana miró a Fran, que sentado, aguantaba lo más que podía las lágrimas. —Vos y yo hablaremos de esto después...
Dicho esto, tomó su bolso y salió corriendo de la casa. No supo a donde ir, donde esconderse, o qué hacer, así que tomó el primer camino que le pareció conocido, terminando en un callejón escondido donde había sobrellevado su infancia.
Entonces ahí estaban, solo... Compartiendo una pequeña habitación de hospital.
Fran no dijo nada, solo la observaba dormir, pendiente de todos y cada uno de sus signos vitales, con la esperanza de que ninguno dejase de sonar.
Mientras tanto, Diana solo soñaba. Soñaba con todo lo que había vivido.
No recordaba mucho, solo los fuertes golpes en sus mejillas. Los gritos, los insultos, las constantes visitas de los autos que iluminaban su hogar de un rojo y azul bastante traumáticos para una niña de seis años.
Se escabullía por donde podía, intentando protegerse a sí misma de los maltratos de un alto hombre del que ni siquiera recordaba el rostro. Llegaba a una pequeña esquina en un callejón, donde los gatos que estaban ahí, se encargaban de hacerle compañía.
Una vez aquel hombre que hacía llamarse "su padre" intentó matarla de hambre, no le permitió ingerir bocado en todo el día, y desesperada, Diana salió al callejón en busca de algo. Solo fue capaz de encontrar un pedazo de queso mohoso, el cuál engulló con la esperanza de que aquello calmara su hambre.
Aquella fue la última vez que vio y vivió esos abusos, pues cansada, cayó frente a la puerta de una mujer bondadosa, que se encargó de llevar su caso, al final terminando por adoptarla.
Pero aquella noche, el callejón en donde se había resguardado tantas veces no estaba solo como antes lo estaba.
Unos chicos asustados por el consumo y portación de sustancias ilícitas se encargaron de golpearla casi hasta la muerte.
Entonces volvió a verlo todo, los golpes, los insultos y las traumáticas luces rojas y azules.
Ahora estaba ahí, postrada en una cama que limitaba sus movimientos y todo lo que quería hacer. Constantemente sentía un calor en su mano, a pesar de que no podía ver, estaba segura de que era Fran cuidando de ella.
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Los días habían pasado con rapidez, cada vez Fran perdía más la esperanza de que Diana despertara. Nunca había deseado tanto verla a los ojos, ni poder escuchar su risa una sola vez más... Solo quería verla despierta.
—Dale, Fran, nosotros la cuidamos, andate a dormir —suplicó Andy, comenzando un masaje en los tensos hombros del mayor.
—Estoy bien —respondió Francisco, moviendo los hombros para quitar las manos de Andy.
Todos soltaron un suspiro ante la necedad del mayor.
—Francisco Romero, si vos no levantas el culo de allí y te vas a dormir de una buena vez, juro que... —el tono amenazante de Juani intentó intimidar a Fran, sin embargo, la fría mirada que este les dio, fue suficiente para que el menor se callara.
—Escuchame, Fran —dijo Esteban, acercándose cuidadosamente a él —, vos y yo sabemos que a Diana no le gustaría verte cansado, dale, ve a dormir, solo un rato, por favor
Francisco lo miró detenidamente, era el único que se había dado la oportunidad de ser más delicado en el trato. Sus ojos se cristalizaron de inmediato. —¿Y qué si ella despierta?
Todos se miraron, sabiendo que tal vez eso no iba a suceder.
—Si lo que querés es estar aquí cuando ella lo haga, ¿Qué crees que te va a decir al verte tan cansado? —preguntó Esteban.
—Kuku, de verdad que yo...
—Necesitas dormir, Fran... —una voz ronca salió de detrás de los chicos, una voz que él reconocía perfectamente. Se levantó veloz y se acercó a ella.
—Estás despierta —murmuró, sus lágrimas cayeron sin poder ser retenidas más, mientras él apoyaba su frente contra la de la chica. —No sabes el susto que me diste...
—¿Creíste que moriría y dejaría que vos te quedases sin nadie que te mande a dormir? —preguntó dándole una sonrisa frágil —dame agua, porfa... Que sino, moriré deshidratada
Impactados por el repentino despertar de la chica, ninguno pudo ser más útil. Francisco se apresuró a darle el agua que ella pedía, y se encargó también de quedarse a su lado.
Un par de días después, los doctores les habían indicado que el reposo debía continuar en casa.
Finalmente solos, Fran se pudo dedicar a darle los cuidados que ella necesitaba. La bañó cuidadosamente y la vistió. Diana se sintió protegida por él, como nunca se había sentido durante todos sus años de vida. Su niña interior por fin estaba a salvo, pero Diana adulta no lo había valorado.
Y se sintió tonta.
—Fran —llamó una vez estuvo en su cama limpia y recién bañada. El nombrado se dio la vuelta hacia ella inmediatamente. —Quedate un segundo, por favor...
Francisco obedeció sin reprochar, acercándose a ella para tomar su mano.
—¿Puedo pedirte una disculpa? —inquirió la chica nerviosamente. Francisco la miró confundido. —Aquella noche, yo... Yo no pensaba dejarte así, lo lamento... Y vos has hecho tanto para cuidarme que yo... De verdad te pido que me perdones...
Francisco la miró, el amor en su mirada era tal vez una de las cosas más complicadas para él de ocultar. Se acercó lentamente hacia ella y dejó un beso sobre su frente.
—No necesitas pedirme ninguna disculpa... Ya me habías dicho que no querías casarte y yo... Ingenuamente creí que podía cambiar eso... —musitó haciendo una mueca mientras acomodaba el cabello de la chica.
—Disculpame si en su momento te di una señal errónea, entre mis sí y mis no, creo que llegué a confundirte un poco, perdón —insistió la chica sin poderlo mirar.
—Está bien, gordis, mejor descansa un poco, después hablaremos sobre esto —dijo Fran finalmente para dejar un último beso sobre la frente de la chica y retirarse.
—Fran... Yo... No quería decir tampoco que no me quiero casar con vos... —volvió a hablar, dejando un pequeño dejo de esperanza en el corazón del chico. Fran le sonrió y cerró la puerta antes de retirarse.
En compañía de los chicos y especialmente de Francisco, la recuperación de Diana fue veloz, pero aún tenía recetado seguir en casa y descansar.
Fran había salido a comprar cosas para las comidas de la semana mientras ella se quedaba en casa. Paseó por el lugar que había compartido con su novio tanto tiempo, y mientras acomodaba un jarrón que estaba mal puesto, tiró accidentalmente una libreta.
La levantó, pero no pudo evitar leer el contenido de esta. Se trataba de sus horarios, las pastillas que tomaba, la hora, sus signos vitales de cada hora y pequeñas anotaciones sobre las comidas que podía ingerir y las que no.
Fran lo había anotado todo. La había cuidado todo el tiempo, y siempre se había preocupado por ella... Entonces, como si el universo le hubiera hablado al oído, se dio cuenta de algo. Ella no estaba mejor "sola", no la pasaba bien "sola", no sabía cuidarse "sola"... Francisco se encargaba de darle el cariño y cuidados que necesitaba, la hacía reír con sus ocurrencias, y se quedaba despierto velando por ella, porque tuviera sus horas de sueño y nadie ni nada le impidiera descansar.
No se dio cuenta de cuanto tiempo invirtió observando el cuaderno, pero Francisco entonces entró por la puerta principal.
Ella lo miró, con los ojos cristalizados, y no dudó en levantarse de inmediato para abrazarlo. —Acompañame... —pidió.
—¿A donde, gordi? —preguntó Fran extrañado por la propuesta.
—No lo sé... Solo necesito que me acompañes —murmuró escondiendo su rostro en el pecho de Francisco.
Él se encargó de abrazarla de vuelta, envolviendo sus brazos por los hombros de la chica, intentando que todo el amor que sentía por ella saliera de su pecho para que Diana lo sintiera.
—No importa a donde, ni cuando, ni nada, si vos lo necesitas, yo voy contigo —murmuró Francisco, besando la cabeza de la chica constantemente.
—Fran, perdoname, por favor —pidió Diana, alzando la vista para conectar sus ojos.
—¿Por qué, cielo?
—No he sido la mejor persona... Y nunca le he contado a nadie todo lo que me ha sucedido ni el por qué soy así, solo a mi psicóloga pero... Vos mereces saberlo —murmuró la chica, tomando la mano de Fran para sentarse en el sillón.
De alguna manera, Francisco había logrado romper el cristal que guardaba todos sus secretos y miedos, había abierto la piel que estaba podrida, la que recubría su exterior, dejando expuesta su parte más sensible y curaba cada herida en ella.
Habló sobre todo lo que había guardado de su infancia, mientras Fran se encargaba de escucharla y abrazándola intentó comprender como es que alguien podía haber sido tan lastimada.
—Pero, Fran, yo... Sé que hay cosas que debo trabajar porque paso mi tiempo perdiéndome en mi misma, no sé cómo encontrarme, pero cuando estás vos... Es otra cosa muy distinta, me gustaría que si te quedas, quiero tratarte más decentemente, disculpame si he sido tan terrible, ahora estoy segura de que te quiero a vos en mi vida —culminó tomando la mano del chico, que con los ojos cristalizados no tuvo más opción que lanzarse a abrazarla e intentar juntar cada pedacito del alma de Diana—, vos me has hecho regresar a la vida, y sé que tenés una forma especial, sé que tenés el don de curar todos mis males...
Su desequilibrado corazón fue sostenido por los brazos de Francisco, que intentaba darle toda la estabilidad posible, así que por fin tenía la paz necesaria, podía estar tranquila bajo el abrigo de la piel de Fran. Así que podía tomar el control de su vida de una vez por todas y jugar al juego que él proponía.
—Fran —murmuró la chica recostandose en su pecho—, si vos me dejas, quiero aceptar la propuesta que me hiciste hace unos meses... Ahora sé que vos tenes el don de hacerme mejor persona, y quiero pasar mi vida con vos...
Él la miró detenidamente antes de acercarse a besar los labios, intentando demostrarle qué, a pesar de todo, la amaba con toda su alma, y aquella propuesta seguía en pie.
Al final, Francisco tenía el don para hacerlos funcionar a ambos.
Holiiiis 💕
¿Qué les pareció el shot de hoy? 👀
Francamente no es mi preferido, PERO, es que Don me recuerda mucho a Fran...
Pero bueno, los invito a votar y a comentar porque me gusta mucho responder sus comentarios! 💕
Veremos si puedo subir uno nuevo el martesss
Por lo pronto....
FÁTIMA FUERA 🤍
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