𝐈. 𝐅elipe 𝐎taño
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hoja en blanco ; monchy y alexandra
𝐅𝐄𝐋𝐈𝐏𝐄 𝐎𝐓𝐀𝐍̃𝐎
«Eso es mucho, el mundo es mucho... Vos sos mi mundo»
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PODÍA SER QUE su estómago se revolvía por el largo viaje. Aunque también podía ser, quizá, por el tener que regresar a aquel pueblito argentino olvidado incluso por Dios.
Sus palmas comenzaron a sudar inmediatamente reconoció el paisaje por la opaca ventana del tren, que era el único transporte que pasaba por aquel pequeño lugar.
Los cálidos recibimientos de la gente que lo había rodeado desde sus inicios y que se alegraba infinitamente de verlo después de tanto tiempo se encargaron de arreglar un poco la grieta que se había creado después de todos esos años sin ver a la gente de su pueblo.
—Creímos que ya te habías olvidado de nosotros, maldito forro —dijo uno de sus amigos de la infancia, sacudiendo su cabello.
—No, no, solo hubo... Mucho trabajo —murmuró sonriendo al verse rodeado de la gente que tanto había querido durante toda su vida.
Había una pregunta que se atascaba en su garganta, y que quería decir, pero se quedaba enredada entre sus cuerdas bucales.
Las caras conocidas y maduras del pueblo que había sido su infancia, hicieron que el estómago se le revolviera aún más.
Mientras tanto, sus ojos no paraban de buscar el rostro amigable de cierta chica, a la expectativa de un emotivo reencuentro.
Sin embargo eso no sucedió, y a pesar de que moría de ganas de volver a verla, se resignó a ir a dormir sin noticias de aquel amor infantil que había significado tanto a pesar de ser tan inocente.
Sus ojos se cerraron sin parar de recordar.
—¡Elena! —gritó el pequeño niño, saltando las rocas que se interponían en su rumbo.
La niña se dio la vuelta aún de la mano de su madre. —Hola, Pipe
—Hijo, ¿Qué hacés aquí solo? ¿Y tu madre? —preguntó la madre de la niña.
—Está en la casa —respondió señalando a su casa con la mano descubierta, la otra se escondía temblorosa en su espalda. —Yo... Solo... Eh...
—¿Te sentís bien, Pipe? —preguntó la niña al ver el pronunciado sonrojo del niño.
Él asintió velozmente, intentando obligar a su voz a salir un poco más coherente.
—Sí, yo... De hecho solo venía a entregarte esto —murmuró levemente, extendiendo su mano temblorosa que sostenía una pequeña flor algo marchita y aplastada. El pequeño niño hizo una mueca de disgusto.
—¡Gracias, Pipe! Sos un lindo —exclamó la niña tomando la flor antes de soltar la mano de su madre y lanzarse a abrazarlo.
—Debía estar más bonita —murmuró apenado, correspondiendo el abrazo de la niña.
—Es perfecta, gracias —agradeció la niña, dejando un pequeño beso sobre la mejilla del ojiazul.
Las mejillas del pequeño se encendieron de inmediato al igual que las de la niña.
—Cariño, debemos irnos —interrumpió su madre
—Ah sip, ¡Adiós, Pipe! —exclamó sacudiendo su mano mientras se alejaba.
Un pequeño Felipe le regresó el gesto, sonriendo bobamente con las mejillas sonrosadas.
¿Qué habría sido de aquel amor infantil que él recordaba con tanto cariño? ¿Qué habría sido de aquella chica que había amado desde niño?
Dispuesto a conocer la respuesta, se despertó temprano para ir a visitar a viejas amistades, pero en casa de sus padres le pidieron ir a conseguir un par de cosas para el desayuno a la tienda más cercana.
—¡Felipe! —exclamó la tendera, mirando con amor a aquel niño que con el tiempo se había convertido en un hombre. Salió de detrás del mostrador para ir a abrazarlo con todo el amor del mundo que podían cargar sus ya ancianos brazos.
—Hola, señora Lila —saludó alegremente, correspondiendo a aquel abrazo.
—¡Pero miráte, que grande que estás! —exclamó sorprendida la anciana —Pero si fue ayer que yo te regalaba las cosas para que compartieras con Elena...
El nombre de aquel amor infantil hizo que su cuerpo se estremeciera un poco aún bajo las manos arrugadas de la anciana.
La pregunta que había estado atascada en su garganta desde el día anterior se esforzó aún más en salir. Y lo logró aún en contra de la voluntad de Felipe.
—Y, ¿Qué fue de Elena? —preguntó el chico cruzando sus brazos sobre el pecho, e intentando disimular el pequeño temblor nervioso que aún tenía.
La cara de la mujer cambió inmediatamente. —Ay, hijo, no tenés idea, ¿no?
—¿Qué pasó? —preguntó imaginando lo peor.
Ella lo miró con sus cansados ojos y negó. —Se casó con un muchacho que llegó al pueblo de maestro un año después de que vos te fuiste —las palabras de la anciana le cayeron como un balde de agua helada en la espalda. —Viven allá en la casa de la madre de Elena, la señora falleció hace unos cuantos años...
El chico asintió levemente ante la confesión tan dolorosa de la mujer. —Bueno, esas cosas pasan, ¿no?, me fui mucho tiempo y es justo que Elena sea feliz...
—Ay, mi niño... Pero si se veían re felices juntos —dijo la señora, tomando su mejilla cariñosamente.
—No importa... ¿Podría darme por favor unos tomates? —interrumpió el emotivo reencuentro, forzando su voz a no sonar rota.
El amor de su vida se había casado con alguien. Y él no pudo hacer nada para evitarlo.
Regresó a casa con el corazón echo polvo.
—¿Pero qué hacés? —preguntó Elena desde el marco de la puerta.
—¡Amor! No te he contado... ¡Me ofrecieron un puesto en la universidad de Buenos Aires! —exclamó emocionado, mientras guardaba las cosas en una maleta de forma apresurada.
La chica se alegró por él, soltando un fuerte grito de emoción. Se lanzó hacia él para abrazarlo con fuerza y repartir suaves besos en su rostro.
—¿Y cuando inician tus clases? —preguntó separándose de él ligeramente.
—El próximo mes, pero mamá quiere que vaya con mi tía para que conozca un poco más la ciudad —dijo el chico emocionado.
El rostro de su novia cambió inmediatamente. —Eso significa que... ¿Cuánto te vas? —preguntó por lo bajo, temerosa ante la respuesta.
Felipe hizo una mueca de disgusto. —Mañana...
La dolorosa separación se hizo presente.
—¿Desde cuando sabés eso? —preguntó la chica.
—Hace una semana —murmuró por lo bajo.
—¿¡Y cuando pensabas decirme, boludo!? ¿¡Mañana cuando estuvieras en el tren!? —gritó exasperada —¡Si yo no hubiera entrado por esa puerta, ¿Cuándo me lo hubieras dicho?!
Felipe se quedó callado entre los gritos de su novia. Ella tenía razón. Pues él en realidad no tenía planeado contárselo hasta la mañana de su partida.
—¡Contestáme, pelotudo! —chilló furiosa. Pero la respuesta se quedó atorada en sus pensamientos. —No ibas a contarme, ¿no? ¡AH, SI SOS UN PENDEJO DE MIERDA! ¡ANDATE A LA CONCHA DE TU MADRE, BOLUDO!
Salió echa una furia de aquella casa.
No era que Felipe no la amara. Al contrario, había estado enamorado de ella desde que la vio en el jardín de niños y ella le había prestado su crayón verde. Sino que sabía que si se lo contaba, él no tendría el valor de marcharse a la ciudad.
—¿Qué te pasa, Pipe? —preguntó su madre mirándolo preocupada.
Él se debatió internarmente en si responder o no. Pero lo hizo: —¿Es verdad que Elena se casó con un maestro? —preguntó, rogando qué la mujer de la tienda le hubiera mentido.
Sus padres compartieron una mirada nerviosa, y aquello se lo confirmó. Se levantó de la mesa dirigiéndose directamente a su habitación.
No pudo evitar que las lágrimas salieran dolorosas de sus ojos y se escondieran en la almohada. El amor de su vida se había casado con otro hombre, y ahora él estaba solo. Pero aquel había sido el trato que habían acordado.
—¡Elena, por favor! —gritó desde abajo de la casa, lanzando la última piedrita de la que disponía para llamar la atención de la joven.
Al notar que ella apagaba las luces y se recostaba en su cama, decidió usar su último truco. Comenzó a trepar la enredadera que colgaba de uno de los pilares de la casa y que pasaba justamente por la ventana de la chica. Ya había hecho eso muchas veces antes, pues durante sus peleas y sus visitas nocturnas no tenía otra opción.
Abrió cuidadosamente la ventana y se escurrió por el marco.
—Vamos a hablar por favor, Ele —murmuró sentándose en la cama.
Ella le daba la espalda pero escuchaba su respiración irregular e interrumpida por los constantes sollozos.
Acarició su hombro intentando demostrar su amor infinito con solo aquel toque.
—¿De qué querés hablar, idiota? Si no pensabas decírmelo antes, ¿Qué es lo que te orilla a decírmelo ahora? ¿A caso te arrepentís? —murmuró con la voz rota.
Él sintió la culpa caer sobre su espalda como una pesada carga. Se quedó en silencio antes de meterse entre las sábanas y abrazarla cuidadosamente.
—Cuando tenía cuatro años, me enamoré por primera y única vez —comenzó su historia en murmurios que, él rogaba, funcionaran para disculparse por su actitud. —Solo me prestaste un crayón, pero... Te he amado desde que eras una niña, desde que éramos unos niños... De verdad perdonáme, pero es que sabía que si te lo decía, no podría darme la vuelta e irme, me detendrías igual que siempre lo has hecho todas aquellas ocasiones en las que he atentado contra mi salud... Pero esto es algo que yo quiero, y que será bueno para los dos...
—¿Bueno para los dos, Felipe? —preguntó ella dándose la vuelta para mirarlo a los ojos en la tenue luz de la luna. —¿Cómo va a ser esto algo bueno para los dos? Vos te vas, yo me quedo, no tengo nada que hacer a la ciudad, y tampoco estamos para una relación a distancia, vos lo sabés —dijo mirándolo a los ojos, aquellos ojos que él adoraba y que estaban totalmente cristalizados.
Ahí estaba, aquella mirada que lo detendría cuando él se lo contara.
—Vos sabes que quiero lo mejor para los dos, pero lo que me molesta es que me lo hayas ocultado como... Como si fuera lo peor del mundo... Si me lo hubieras dicho antes, tal vez podríamos acordar algo para estar bien a distancia... —murmuró entre sollozos, y Felipe solo pudo sentirse culpable —No te hacés una idea de la falta que me vas a hacer...
El joven la tomó aún más fuerte entre sus brazos, esperando así reunir un poco los pedazos del corazón roto de su novia.
—Perdoname, por favor, perdoname —murmuró, y él mismo comenzó a soltar pequeñas lágrimas que sus ojos luchaban por retener. —No quería hacerte tanto daño...
—Sos lo mejor de mi vida, bobo... Y quiero que te quedes —dijo la chica separándose de él.
—Me quedaré —interrumpió inmediatamente, decidido a quedarse.
—No, te amo y quiero que te quedes, pero tal vez sí es lo mejor para ambos, o al menos para vos... Insisto en que mi bronca es porque no me lo dijiste antes pero vos siempre has tenido la ambición y el apoyo de tus padres, es lo mejor para vos —insistió la chica, tomando las mejillas sonrojadas de su novio por el llanto, y las seco cuidadosamente. —Así que debés volar, e irte a otro rumbo, yo me quedaré aquí para cuidar de mi madre, y si algún día volvés... Buscáme en el mismo lugar de siempre, que si es posible, allí te estaré esperando...
Felipe la miró una vez más. Todo el amor y el dolor que sus ojos reflejaban era inverosímil, ¿Cómo un par de ojos podían reflejar tantas emociones en la misma mirada?
—Escucháme, es injusto para vos y para mí seguir a la deriva esperando un amor que tal vez no vuelva —comenzó —, no es que ni quiera regresar, es que no sé cuándo vaya a volver... Así que continúa con tu vida, yo seguiré con la mía... Y si para dentro de tres años no he vuelto, haremos nuestra vida como si nada hubiera pasado —murmuró el joven, mirándola a los ojos. Ella cerró con fuerza sus párpados y sus labios fueron sellados con dureza, pero asintió débilmente.
Tomó su rostro cuidadosamente entre sus manos, y la besó. —Te amo...
Habían pasado seis años desde la vez que él salió del pueblo, y no había vuelto a pisar la tierra de aquel lugar en mucho tiempo, así que era justo.
Caminó por el pueblo con sus amigos durante un buen rato, visitando lugares que creía olvidados, pero en donde había vivido tantos buenos recuerdos que ahora guardaba con amor en un espacio de su corazón.
El mismo donde el recuerdo de Elena residía.
—¡Disculpa! —exclamó cuando accidentalmente su cuerpo se estrelló contra uno mucho más pequeño.
Cuando la joven levantó la vista, pudo reconocer los ojos de Elena. Su rostro era más maduro, sus facciones habían cambiado desde los 17 años y se veía cansada.
—Felipe...
—Elena...
Sus nombres salieron disparados ante la necesidad de no haberlos pronunciado durante años.
La sorpresa en el semi adulto rostro de Elena se hizo presente, y como Felipe la recordaba.
—Lo siento, debo irme —murmuró la joven, y comenzó a caminar.
—¡Elena! —gritó Felipe inconscientemente, la chica se volvió para verlo, y si pensarlo, el joven habló: —¿Podemos hablar? Hace una banda que no te veo...
La chica miró sus pies con el corazón acelerado. Felipe había cambiado, era más alto, su cabello había crecido y su cuerpo era más ancho. Pero seguía teniendo la cara inocente que ella recordaba, la misma cara de niño que un día la dejó en el andén mientras el tren se lo llevaba lejos de ella.
Era el mismo rostro que había adorado durante mucho tiempo, y que la había dejado con el corazón roto.
Pero no se pudo negar a aquellos ojos que la miraban suplicantes, sosteniendo cuidadosamente su muñeca. Como si el tiempo no hubiera pasado, ella accedió ante su mirada.
—Si querés podemos ir a mi casa —murmuró moviendo sus pies en círculos, intentando calmar su ansiedad.
—¿Por qué mejor no vamos a la cancha de basquetbol? —preguntó Felipe, anonadado por la respuesta de la chica pues firmemente creía que se lo iba a negar.
Ella asintió y comenzó a caminar a su lado.
—Así que... ¿Cómo te va? —preguntó la joven mirando al piso.
—Bueno... Yo me gradué de la universidad, y he estado trabajando en unos proyectos después de eso, justo me aceptaron en uno de Netflix, y pronto nos iremos a España para grabarlo, pero... Vine porque no sé cuánto tiempo nos va a llevar el filme —respondió Felipe.
Una punzada en el corazón le hizo doblegarse un poco. —Costumbre tuya, al parecer —dijo riéndose.
Él la miró de reojo. No podía creer lo bella que se había vuelto. Ya lo era, pero su rostro maduro y golpeado por las acciones de la vida, parecían haberle dado un aire distinto.
—¿Y vos? ¿Qué ha sido de tu vida? —preguntó el joven, mirándola a los ojos.
—Desde que te marchaste yo te esperé, cuidé de mi mamá que estaba enferma y... Mi mamá murió hace dos años, así que terminé enseñando en la primaria de la plaza —explicó la chica poniendo sus manos dentro de los bolsillos de su suéter, como ella acostumbraba hacerlo.
Felipe se quedó observando el piso, con la idea de preguntar aquello que se aguantaba desde hacía ya un rato, pero no se atrevió. Durante unos minutos hablaron sobre sus vidas tras unos años sin verse. Finalmente se sentaron en el árbol que había sido testigo de muchos de los momentos claves de su relación, un árbol que emanaba una fresca sombra y en donde se sentaban solo a... Hablar de la vida, del futuro, de todo lo que ellos pudieron haber querido.
—Cuando seamos mayores, voy a comprar una casa y vamos a vivir juntos, así como mis papás —dijo un Felipe de diez años, tomando con firmeza la mano de una pequeña Elena.
—Sí, bobo, ¿Y con qué dinero pensás que la vas a comprar? Has de estudiar primero —dijo la niña, sonriéndole burlonamente.
—Bien, entonces estudiaré mucho —habló decididamente, levantándose de su lugar para mirar a la niña desde arriba —, voy a tener mucho dinero y voy a comprarte una... ¡No! Mejor dos casas, y vas a ser mi esposa, vamos a vivir juntos y muy muy muy felices —concluyó haciendo ademanes con las manos antes de volver a sentarse junto a su novia.
—¿Con dos perros y un gato? —preguntó la niña con la voz cargada de ilusión.
—Con dos perros y un gato —afirmó Felipe. Elena sonrió inmensamente y soltó una carcajada de pronto —¿De qué te reís? Es en serio
Ella lo miró con sus profundos ojos y entrelazó sus brazos antes de recostar su cabeza en el hombro del niño. —Me gusta cuando imaginas esas cosas, es como si voláramos al futuro, como si el mundo fuera nuestro...
—Eso es mucho, el mundo es mucho... Vos sos mi mundo —murmuró el niño mirando al horizonte anaranjado que la puesta del sol permitía ver.
—¿Me prometés algo? —inquirió la niña separándose de Felipe y extendió su meñique.
—Sí, sí te doy mis papitas en el recreo —afirmó el niño entrelazando sus deditos.
—No, tonto —rio Elena —, quiero que me prometas que... Vamos a volar juntos, que haremos una bonita bonita vida, y saldremos de este pueblo
Felipe la miró una vez más. Solo tenían diez años, pero él estaba dispuesto a hacer lo que fuera para hacerla feliz. Al menos lo que estuviera a su alcance con diez años.
Asintió sin soltar los deditos que permanecieron así durante unos segundos.
—¿Puedo preguntarte algo? —inquirió Felipe después de que llevaban tal vez hora y media hablando. Ya no podía retener más tiempo la pregunta que se había enredado entre sus cuerdas bucales.
Elena asintió, y algo dentro de ella se removió al imaginar lo que iba a preguntar, pues a pesar de todo, seguía conociéndolo mejor que a la palma de su mano.
—¿Es cierto que te casaste? —preguntó antes de poder siquiera arrepentirse.
La joven suspiró y sacó de su bolsillo un anillo de oro. —¿Cómo lo supiste? —preguntó.
—Hoy fui a la tienda, y la señora Lila me lo dijo —murmuró con dificultad. Era cierto, ella se había casado.
No había querido creerlo de la anciana, ni mucho menos de sus padres, pero ahora ella se colocaba aquel anillo y todo se volvía tremendamente real, ahora era cierto, el rumor se había desvanecido, y con él, sus esperanzas de volver a conquistarla.
Después de todo, él no la había olvidado.
—Me casé con Bruno... Es un maestro que vino a dar clases a la primaria y... Lo conocí ahí un año después de que vos te fuiste, es un lindo total... —confesó con una sonrisa —Felipe, vos no volviste en seis años, te esperé todos los días aquí en el árbol, creyendo que alguno de esos días solitarios ibas a volver, íbamos a tener todas las cosas que un día llegamos a prometernos aquí... Pero nunca llegaste... —la joven lo miró con nostalgia inundando sus ojos, pero él no podía pretender lo mismo. Él estaba jodidamente triste. —Decime una cosa, ¿Rehiciste tu vida con alguien más? ¿Vos pudiste antes de los tres años?
El silencio los gobernó durante el siguiente eterno minuto, mientras dentro de Felipe se desataba una batalla entre la moral, y lo que él quería. Era injusto para ella, pues había hecho su vida tal y como lo habían acordado, era feliz y eso él no quería evitarlo. Sin embargo... Quería decírselo, que él no la había olvidado, que él jamás pudo hacerlo, y que en sus manos no estuvo haber tardado tanto en regresar.
—No —murmuró sin mirarla directamente, y dirigió su vista a sus manos. —Nunca pude hacerlo, salí con muchas chicas durante mi tiempo en la universidad, pero... No pude olvidarme de vos, fue imposible sacarte de mi mente, te quise por tanto tiempo que... Simplemente no pude, nadie era lo suficiente para cubrir el hueco que dejaste vos...
Ella lo miró, parecía que Felipe sostenía su propio corazón entre las manos, pues podía distinguir el dolor correr de sus palabras. Aún así, no pudo evitar notar un dejo de... ¿Coraje?
Elena mordió sus labios con fuerza, intentando retener lo que había guardado, pero al parecer su pecho era como una caja de pandora que esperó la llave del recuerdo de Felipe para liberar todo.
—Ha pasado mucho tiempo desde que te fuiste, Felipe, dijiste que solo iban a ser tres años pero... Nunca volviste. El día que vos te subiste a ese tren entendí lo doloroso de las despedidas, pues nunca creí que un tren podía llevarse en un arranque todas aquellas cosas que nos habíamos jurado de forma tan infantil... —explicó la chica intentando mantener su voz lo más normal posible, pero el nudo en su garganta le impedía hablar correctamente.
Las palabras de Elena le habían caído frías, como un duro golpe en su mejilla. Pero la duda lo carcomía desde dentro. —¿Vos me seguís amando? Es decir... Me pregunto si dentro de vos aún hay un dejo de mi vida pasada, en la que ambos nos juramos amor eterno con un pequeño anillo de una hoja de este árbol... ¿Dentro de tus memorias no están todos esos momentos de nuestra vida? Miráme, decímelo, ¿Me seguís amando? ¿Ya me olvidaste?
Los ojos de Felipe comenzaban a cristalizarse, y su corazón no podía dejar de latir con fuerza ante la esperanza de que ella le dijera que lo seguía amando con locura.
—Pipe, yo... —la expectativa se hizo más grande ante la titubeante respuesta de la joven. —Es muy triste ver un tren alejarse, pero aún más cuando ese tren se lleva lo mejor que has tenido en tu vida, decíme vos, ¿En algún momento pensaste en volver? ¿En algún momento pensaste en lo doloroso que fue para mi pasar esos tres años con la idea de que ibas a volver y darme cuenta de que no era así? Soy yo quien debería preguntarte, ¿Me amaste lo suficiente para volver? Porque creo que no, y también creo que... Debo pedirte que me olvides. Amo a Bruno, llegó justo en el momento en el que más lo necesitaba y estoy enamorada de él, y es triste tener que decirte a vos que debes olvidarme porque... — su mirada se desvió inmediatamente, evitando hacer contacto visual —Yo ya no te quiero más
Él la conocía, y para este punto, ambos estaban de pie, como si esperaran huir de la situación.
Sus ojos estaban fijos en los del otro, y él no pudo resistir la necesidad del contacto físico, aún si solo pudo tomar sus hombros.
—Miráme y decímelo a los ojos, solo así voy a creer en lo que decís, porque yo creo que aún, y tal vez, dentro de ti Elena sigue enamorada de mí y de la vida que tuvimos. Perdoname si suena narcisista o ególatra, pero... Hasta que no me lo digas a los ojos, no puedo creer...
Ella lo miró fijamente y juntó el dolor, la rabia, y las penas que había pasado, solo para formular las palabras que salieron como un escupitajo de su garganta. —Yo ya no te amo, será mejor que comiences a volar en otra dirección y sin mí, porque yo ya no puedo acompañarte más... El mundo es tuyo, Pipe, vos tenés a alguien allá afuera que podrá darte todo lo que yo no pude...
El contacto visual no se rompió, pero las manos de Felipe resbalaron de los hombros de Elena inmediatamente. Su corazón había quedado destrozado.
—Yo no quería tardarme seis años en volver —murmuró Felipe, como último intento desesperado de recuperarla. —Mi tía enfermó, era soltera, estaba prácticamente sola y nada más éramos ella y yo... Un día su corazón se detuvo mientras lavaba la ropa, entonces me tocó seguir solo. Durante esos dos años estuve intentando ahorrar lo suficiente para volver, pero el boleto, la comida, y los estudios tenía que pagarlos de un pequeño sueldo como mesero, y en dos años no pude conseguir lo suficiente para volver... Hace poco que me dieron el papel en la serie que te conté, recibí un enorme pago, entonces tuve que pagar la deuda estudiantil, y una tumba decente para mi tía, me dieron el papel para Netflix y... Por eso tardé seis años en regresar, no quería tardar tanto...
Elena lo miró a los ojos una vez más, su dolor se reflejaba en sus azules pupilas que eran rodeadas por un intenso rojo producido por las lágrimas. Acercó su mano a su mejilla y acunó el rostro del chico en su palma.
—Lo siento mucho, Pipe... No lo sabía —murmuró arrepentida, mientras bajaba la mirada. —Es solo que... Desde ese día no supe más nada de tu vida, los chicos me preguntaban si ibas a volver y solo podía darles la espalda mientras lloraba, porque no lo sabía, no podía decirles nada, y después llegó Bruno, él me consoló y todo pareció ir bien, hasta que mamá murió y... Las cosas se pusieron un poco extrañas, yo seguía yendo al árbol, pero nunca supe de ti, era como si tratara de leer una hoja en blanco, no tenía información de vos, así que... Lo único que no logro entender es, ¿Cómo es que aún después de todo seguís preguntando si te amo?
—No lo sé, tal vez aún tenía la esperanza... Pero está bien, creo que lo mejor será que me marche —musitó aguantando aún las ganas de llorar —Vos debés volar más tranquila, sin la esperanza de que yo vuelva, el mundo es tuyo, y aunque ya no pueda volar junto a vos... Te llevas mis sueños...
Comenzó a alejarse de ella con el corazón echo trizas, sangrando como si hubiera recibido mil puñaladas. Había deseado tanto no volver.
Quiso volver a guardar sus sentimientos dentro de su equipaje e irse de allí una vez más, solo poder huir. Ahora que conocía la respuesta a todas sus preguntas no le quedaba más que callarse las palabras que le rogaban a la Elena de diez años volver a ser ella, volver a estar soltera, volver a enamorarse de él y poder vivir aquella fantasía que se habían jurado con tanto amor infantil e inocente.
Soñaría con ella cada vez que cerrara los ojos, sus desesperados y melancólicos cantos serían para ella, y lloraría cada vez que recordara que esta vez, estaba por su cuenta y no habría nadie esperándolo jamás. Esa persona que él amaba, ya dormía en los brazos de otro hombre, uno que seguramente la trataba como lo merecía, como una reina, pues el puro corazón de Elena era algo que debía cuidarse con los más delicados tratos.
Pero ahora él solo podía llorar, recordando con dolor las imágenes de un dulce amor de niños que se había borrado de la historia y solo había dejado un rastro. Una hoja en blanco.
¡HOLAA!
Estoy muy feliz de poder compartirles este libro y estas ideas que he tenido desde hace mucho tiempo 💕
Espero que les haya gustado este one shot, si gustan dejarme un pedido pueden hacerlo en la parte de aclaraciones que está abierto!
En fin, los quiero mucho, y...
FÁTIMA FUERA 🤍
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