01.
El ruido fue el que se encargó de despertarlo, abrió los ojos lentamente, sin sorprenderse por encontrarse sentado en la mesa de aquel bar, con ambos brazos sirviéndole de apoyo para la cabeza. Demonios, dormir en cualquier lugar debía ser un don.
Se enderezó, sintiendo todo el cuerpo pesado. No negaba que le habían vuelto a dar ganas de volver a recostarse, pero ya tenía que irse de ese bar, donde había pasado toda la noche. Seguro su compañero de cuarto de la universidad estaría preocupado por él.
Su idiota compañero.
Sí, ya recordaba porque estaba ahí, porque había bebido con la esperanza de morir a causa de una congestión alcohólica, y nadie lo culparía. Pero al parecer ésta vez no lo había logrado, igual que las otras veces.
Meliodas, un chico que parecía mucho más pequeño de lo que era, un amante de la vida, siempre fue un ser despreocupado, firme, fuerte, alegre y con una gran paciencia, ese enorme corazón suyo no cabía en ese cuerpo de al menos medio metro.
Se masajeó las sienes. ¿Y así esperaba mejorar? ¿Recordando el cuerpo de su compañero?
Sí que tenía que estar mal de la cabeza, a pesar de que todos sus amigos, aquellos que sabían su terrible secreto, se lo habían dicho mil y un veces, lo aceptaba ahora.
Se levantó y salió, dejando que el sol le golpeara en la cara.
Empezó a caminar directo al campus, con un dolor en la cabeza de los mil demonios. Sólo quería llegar a su cama, enterrar su cabeza en el colchón, ponerse la almohada en la cara y pedirle a su mejor amigo que la presionara hasta que estuviera muerto.
Pero como eso no era posible, debía conformarse con sufrir en silencio y dormir.
Abrió la puerta de su dormitorio, encontrándose con la mirada enfadada del chiquitín.
― ¡Ban! ¿Dónde demonios estabas, tonto?
Le preguntó Meliodas, mirándolo hacia arriba pero siendo desafiante. Qué adorable.
― Capitán, no fastidies, tengo mucho sueño y la cabeza está a punto de explotarme.
Dijo, pasando de Meliodas y comenzando a quitarse el abrigo que llevaba para poder recostarse.
― Ja, eso fue lo que imaginaba, da gracias porque hoy no tenemos clases.
El rubio alzó un dedo y fue al baño, para regresar con un vaso de agua y unas pastillas para el dolor de cabeza de Ban, quién agradeció en silencio y las tragó con ayuda del agua, con la mirada perdida en su regazo. Al parecer Meliodas no iba a dejarle las cosas fáciles.
Escuchó como el otro carraspeaba, llamando su atención y volteando para mirar hacia esos ojos verdes.
― A la próxima... avísame que vas a dormir en otro lugar, ¿quieres? Digo, así no tengo que quedarme la mitad de la noche esperándote.
Fue cuando se dio cuenta de la pequeña sombra que dejaba la falta de dormir debajo de los ojos del rubio.
Asintió, recibiendo una cálida sonrisa de su amigo, quién se acostó en su propia cama y cerró los ojos. Se recostó también, cerrando los ojos para volver a dormir, con la imagen de Meliodas en su mente.
Después de dormir unas horas, escuchó a Meliodas decirle que iría a ver a Elizabeth, dejándole una punzada de dolor justo en el pecho, así que no respondió. Ese tonto era tan... bueno, tan tonto, que no se daba cuenta de la verdad, de que su mejor amigo estaba enamorado de él.
No recordaba ni una sola resaca que le hiciera pasar tan mal como lo había hecho el aceptar sus sentimientos hacia Meliodas. Gritó intentando acallar la verdad, pataleó buscando alejar esas emociones, se pellizcó intentando despertar de esa pesadilla, pateó los muebles deseando recibir esas patadas para ver si así regresaba la cordura a su cuerpo, bebió buscando olvidarlo.
Se habían conocido hace unos años, de pura casualidad en el transporte público que se había parado a causa de una tormenta, estaban sentados juntos, y comenzó todo. Desde ese momento, hubo una luz que iluminaba su vida, que hasta ese momento sólo había sido miserable.
Se hicieron mejores amigos, ambos se querían como tal, se protegían, peleaban entre ellos y con los demás, siempre fueron la mejor pareja de camaradas, hasta ese día en el que ambos regresaban de una fiesta.
Meliodas estaba tan ebrio que ni siquiera podía caminar, ese día Ban no había bebido tanto, así que le tocó llevar a su amigo sobre su espalda hasta el dormitorio. Meliodas no decía más que tonterías, con la lengua como trapo, así que mejor no le hizo mucho caso y siguió caminando.
Todo había sido normal por el momento, entró al cuarto y lo recostó en su cama, y lo miró. Su amigo dormido, con esas largas pestañas rubias, sus párpados cubriendo sus lindos ojos verdes que le gustaban tanto, sus labios delgados, esos cabellos rebeldes cubriéndole la frente.
El calor llegó hasta sus mejillas, su corazón empezó a palpitar más rápido que de costumbre. Decidió que ya había tenido suficiente y le dio la espalda.
De repente la puerta se abrió, dejando ver al monstruo en persona...
― ¡Ban! ¡Despierta!
Le gritó Diane. Sí, era el monstruo.
Soltó un quejido, fastidiado. ¿Por qué nadie le dejaba morirse en paz?
― ¡Vamos! Anda, Ban, tienes que levantarte, te estamos esperando para desayunar.
Dijo Diane, intentando sacarlo de la cama, y sí que lo logró. Ella era muy fuerte, aunque no lo pareciera.
― Pueden hacerlo sin mí, no quiero verle la cara al Capitán.
Diane hizo una mueca. Ban nunca le había caído muy bien, nunca supieron llevarse, aunque Ban siempre intentaba ser agradable con ella, pero Diane se volvía inaccesible pues creía que Ban era muy egoísta, pero cuando éste le dijo sobre sus sentimientos por el Capitán, comenzaron a ser amigos.
Y es que ver a Ban, sabiendo lo que sentía, mirando a Elizabeth y a Meliodas juntos, no era bonito.
Intentaba ocultar sus sentimientos, y lo hacía para Meliodas, pero no para los demás que sabían todo.
― No está con nosotros, lo vimos en la mañana con Elizabeth, pero después ya no los vimos, así que ven.
Comenzó a rebuscar entre la ropa del armario de Ban, quién seguía acostado en su cama. No era que Elizabeth le cayera mal, en realidad la quería, pero no podía evitar sentirse algo celoso.
―Mira, esto te quedará bien, sólo ve a ducharte y estaremos con ellos en un minuto, Elaine también está ahí.
Mencionó, cogiendo un conjunto de ropa para Ban. Tal vez no era algo muy alentador para la gente normal escuchar que desayunarás con tu ex, pero la verdad es que para Ban sí lo era, Elaine también sabía, por lo tanto siempre se empeñaba en hacerlo sentir mejor y distraerlo por si aparecían Elizabeth y Meliodas.
Aún recostado, miró a Diane acercarse hasta él, pero después vio como en cámara lenta se atoraba en el abrigo que había dejado en el suelo al regresar en la noche, hasta vio la ropa volando por el aire, lo que no vio fue a Diane cayéndole encima.
Ambos se quedaron como si nada... bueno, al menos hasta que escucharon un carraspeo desde la puerta. Antes de voltear a ver, rogó a todos los dioses porque no fuera su amigo King quién estuviera ahí parado, porque seguro él se encargaba de quitarle la vida con Chastiefol, su almohada verde... aunque eso no sonaba tan mal.
Pero no, sólo lograron ver a Meliodas, con una extraña sonrisa en los labios. Diane de inmediato se levantó, sintiéndose nerviosa de repente.
― ¡Ca-Capitán! ¡No malinterprete, sólo me caí! ¡Y ya me iba! ¡Ban, apúrate!
Salió del cuarto disparada. Ban suspiró, levantándose para coger la ropa e ir a ducharse, sintiendo la mirada de su amigo sobre su espalda.
Y estaba a punto de cerrar la puerta del baño, hasta que escuchó la palabra "imbécil" salir de la boca de Meliodas.
Se volteó a verlo, preparando sus puños. Ya era bastante común que esos dos se pelearan a golpes, así que no tardó en mentalizarse para la futura pelea. Pero la mirada de Meliodas era diferente a la que tenía cuando ambos peleaban, ahora estaba llena de enojo, nunca lo había visto así.
― Oye, fue un accidente lo de Diane, se resbaló con el abrigo que dejé en el piso y me cayó encima, estaba aquí porque es mi despertador con piernas para ir a desayunar.
Meliodas le miró fijamente, analizando sus expresiones, y decidió que Ban estaba siendo sincero, así que relajó sus facciones y le dedicó una bonita sonrisa. ¿Qué carajos con este bipolar?
― ¡Entonces apúrate! ¡Vamos!
Meliodas lo empujó hacia la ducha, empezando a quitarle los pantalones, ganando un puñetazo en la mejilla por parte de Ban, quién estaba rojo.
― ¡Yo puedo solo, tarado!
Le sacó a patadas y le cerró la puerta en la cara, ya más tranquilo se adentró en la ducha. No era conveniente para su salud emocional dejar que Meliodas lo desnudara.
Salió ya vestido, encontrando al rubio en frente con una bolsa de hielo sobre la mejilla. Bah, se lo tenía merecido.
Comenzaron a caminar hacia la cafetería, Ban mirándolo de reojo.
¿Cómo pudo enamorarse de él?
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