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«Innsbruck, Austria»
«Años atrás...»
"Narrativa desde la perspectiva de Kwan Jun"
La última llamada de mi esposo me dejó muy asustada. La línea simplemente se cortó a la hora del plazo. Estuve incomunicada con él durante varios días. Aarón intentaba tranquilizarme, pero no era normal que yo no recibiera noticias de Tao. Tailandeses de la mafia querían llevarse a nuestro hijo y por eso tuvimos que venir a refugiarnos hasta Austria, dejando atrás al amor de mi vida.
—¿Por qué no ha llamado papá? —me preguntó Zian al cuarto día de ausencia telefónica de su padre.
—Debe estar ocupado, cariño. Él llamará—le prometí. En el fondo, yo también deseaba que fuera cierto.
Al quinto día sin rastros de Tao, comencé a sospechar de Aarón, su asistente, quien se comportó de lo más extraño. Compró un teléfono móvil y estuvo haciendo llamadas a hurtadillas de mí. Salía a hablar a mitad de la noche a la calle y en la mañana, actuaba con "normalidad", pero sin ser disimulado de su nerviosismo.
—¿Alguna noticia de mi esposo? —le pregunté, como quien no quiere la cosa, mientras preparaba Omelette para el desayuno—lleva casi una semana sin llamar
—Señora Kwan, debe tener paciencia—resopló, incluso llegué a sentir su respuesta llena de fastidio.
—¿Que yo me quede a esperar noticias suyas, cuando claramente puede que esté en peligro? —parafraseé, furiosa.
Solo hasta entonces, Aarón, el estúpido asistente de mi esposo, alzó la mirada a mí. Sus ojos oscuros, que antes me parecieron inocentes, tenían un aura siniestra y salvaje, como un depredador silencioso, que había esperado el momento justo para matar a su presa, luego de darle confianza.
—Tengo órdenes de mantener a salvo al joven Zian y a usted—espetó el insolente latino—si quiere romper las reglas y hacer que vengan por su hijo, llame a su esposo y en menos de veinticuatro horas estarán aquí los tailandeses.
Procedí a quedarme callada. No podía acusarlo de traición sin tener pruebas, pero tampoco iba a quedarme de brazos cruzados, esperando el instante en el que este idiota nos traicionara. Jamás pensé que sería capaz de hacerlo. No obstante, el dinero podía cambiar a cualquiera, incluso al ser humano más honesto y leal.
Desayunamos en silencio. Zian se negó a comer más que solo un par de bocados y se fue a jugar al dormitorio con su peluche, dejándome sola nuevamente con ese cretino, quien no paraba de enviarme miradas desdeñosas y desafiantes.
—Te veo con mucha seguridad y ego, ¿se debe a algo en concreto, Aarón? ¿mi esposo te ascendió de asistente personal a guardaespaldas? —inquirí con veneno, después de darle un sorbo a mi café y sin dejar de mirarlo con amargura. Vislumbré un músculo palpitar en su mejilla y supe que había logrado irritarlo. Perfecto.
—La veo con muchísima arrogancia desde hace días, señora Kwan—replicó, esbozando una sonrisa forzada— ¿acaso piensa que me traigo algo entre manos? Porque le recuerdo que yo también corro peligro si los tailandeses descubren que estoy con ustedes. En esta cacería, cualquier persona que esté involucrada con su hijo, será ejecutada.
—La intuición de una mujer jamás se equivoca—mascullé—además, te recuerdo que aquí el que obedece eres tú, no yo. Has hecho lo posible para que no me comunique con mi esposo y eso se me hace muy extraño...
Aarón suspiró con agobio. Se limpió la boca con una servilleta y sacó su teléfono.
—El señor Kwan quería que fuese una sorpresa—añadió, derrotado—pero se ve que usted todo averigua y es mejor que se lo diga o si no, querrá asesinarme si me mantengo más tiempo callado.
—¿De qué estás hablando? —el corazón comenzó a palpitarme de forma errática y sentí que me faltaba el aire.
El asistente de mi esposo deslizó sobre la mesa, su teléfono móvil, con la intención de que yo leyera un mensaje corto.
«Llegaré en unos días. No le digas nada a mi esposa. Quiero que sea sorpresa. Logré manipular a los tailandeses y llegamos a un acuerdo. Kwan Tao.»
La manera de escribir el mensaje se me hizo raro, pero el remitente era de Tao. Era su número, así que no podía dudar de que fuese verdad. Mis latidos volvieron a la normalidad y casi me sentí mal por comenzar a tratar mal a Aarón, pero él había tenido la culpa por haberme ocultado que mi esposo se hallaba a salvo.
Levanté los trastes y los dejé en el fregadero. Ese día planeaba salir a pasear con mi hijo y volver en la noche, pero Aarón no lo sabía.
—Saldré con Zian a dar un paseo—le avisé, lavándome las manos—probablemente regresemos entrando la noche.
—De acuerdo, los acompañaré.
—No es necesario. Quiero pasar tiempo de calidad con mi hijo.
—Insisto en acompañarlos.
—Necesito despejarme a solas con Zian, pero agradezco la preocupación—repuse, lo más tranquila posible. No quería que notara mi nerviosismo. Tenía planeado, aparte de pasear con mi hijo, llamar a Pekín, al teléfono de la secretaria de mi esposo y a nuestra casa, para que alguno de nuestros empleados me diera alguna noticia suya.
Aarón asintió. Y yo no bajé la guardia. Abandoné la cocina y fui a prepararme para salir con Zian, bajo el escrutinio del asistente. Tuve que cerrar la puerta de la recámara porque alcancé a sentir su mirada desde el comedor.
—¿Saldremos, mami? —cuestionó mi pequeño, con una sonrisa tan preciosa.
—Sí, mi vida. Daremos un paseo por toda la ciudad, ¿te parece bien? —respondí, sacando ropa abrigadora para ambos.
El clima estaba delicioso y hacía bastante frío, pese a ser las diez de la mañana. Había sido una noche lluviosa y las calles estaban húmedas. Le calcé las botas de nieve a Zian y yo me puse las mías. Elegí los abrigos que usamos las vacaciones de invierno pasadas en Quebec y así soportar la helada de este país.
A las once en punto salimos del edificio. No me despedí de Aarón para evitar problemas. Me cercioré de que llevaba las llaves, mi bolso y la mochila de Zian antes de poner un pie fuera de la comodidad de adentro.
—¡Nieve! —gritó Zian, saltando a la capa blanca que cubría la calle entera, por debajo de los dos escalones que daban a la puerta. La nieve le cubrió hasta más arriba de la rodilla y rio— ¡Amo la nieve, mamá!
—Te vas a resfriar—reí y me tomó de la mano al momento que también me sumergí en la nieve, que me llegó más arriba del tobillo— ¿quieres que te cargue o puedes caminar?
—Probaré si puedo—dijo, inseguro, ya que la nieve comenzaba a congelarle los pies, pese a tener botas especiales.
De pronto, cuando ya llevábamos varias calles andando, me di cuenta que Aarón nos seguía. Podía percibirlo. Su presencia era muy notoria; pero traté de guardar la calma. Él tramaba algo.
—Mejor cárgame—pidió Zian, dándose por vencido—me queman los pies.
Lo cargué en mis brazos y apresuré el paso.
—Mami—le oí decir, mirándome con sus hermosos ojos oscuros, los cuales estaban muy abiertos. Le devolví la mirada con una sonrisa—cuando sea mayor, ¿me casaré con una chica o con un chico Alfa?
—Para estar seguro de casarte, primero debes amar a esa persona—dije, cruzando una calle y mirando a todos lados—sea una chica o un chico Alfa, o incluso con Omegas, Betas, Gamma o Deltas. El punto es que ames con locura para pensar en casarte y querer compartir tu vida con él o ella.
—En el kínder me dijeron que un Omega debe casarse con un Alfa, sea chica o chico. Y que, si me caso con alguien que sea igual que yo, no va a funcionar y peor si me quedo con un Beta, Gamma o Delta. Ellos son la peor clase—arribó mi hijo con preocupación—de hecho, se han burlado de mi porque no nací Alfa como papá y tú.
Llegamos a una cafetería y senté a Zian en la silla, dando la espalda a la calle. La estancia era al aire libre, pero con un techo de lona muy hogareño, donde la nieve no traspasaba ni las gotas derritiéndose. Ordené un café capuchino y le pedí una taza de chocolate a mi hijo.
—Mi amor—suspiré, agarrándolo de las manos—lo que has dicho son solo tonterías. Tus compañeros de clase estaban molestándote. El hecho de que tu padre y yo seamos Alfas, no quiere decir que obligatoriamente tú tendrías que serlo. La naturaleza sabe lo que hace. Y también si te enamoras de personas Omegas, Betas, Gamma o Deltas, no está mal. Son seres humanos, como todos. Ignora los comentarios negativos. Tú elige ser feliz. Lo demás no importa—le acaricié sus mejillas regordetas—aquel individuo que pueda acceder a tu corazón y proclamarlo como suyo, habrá ganado al chico más especial en el universo. Tú.
—¿En verdad lo crees? —mis palabras lo entusiasmaron.
—Lo creo y lo sé, mi amor. Eres perfecto y no hay nada de malo en ser y pensar diferente—suspiré—no le debes explicaciones de tus actos a nadie y mucho menos en temas del amor.
—¡Ya quiero ser mayor y enamorarme de alguien! —canturreó.
—Ese alguien habrá ganado la lotería—afirmé.
—¿Y si me caso con un chico Alfa? —preguntó tímidamente.
—¿Te gusta algún compañero tuyo?
—Eh, eso creo. Es muy lindo y siempre me defiende de los demás—se ruborizó levemente.
Nos llevaron nuestras órdenes de café y le di un sorbo a mi taza, mientras que Zian se mantuvo quieto, mirándome y con las mejillas muy enrojecidas y las pupilas dilatadas.
—¿Cómo se llama? ¿Lo conozco? —sonreí.
—Es menor que yo, es de primer grado, es de Japón y no conoces, mamá—bajó la mirada y sus largas pestañas barrieron sus mejillas con rubor—nos hicimos amigos hace poco y comemos juntos en el recreo.
—¿Cómo se llama? —repetí, asombrada por la fluidez en sus palabras pese a tener cinco años. Zian hablaba muy poco, pero pensé que porque aún le costaba pronunciar algunas palabras.
—Kamio Fuju... —su voz fue apenas un susurro.
—¿Kamio Fuju? No me suena.
—Es porque es más pequeño que yo... —de pronto, sorbió por la nariz y me di cuenta que estaba a punto de llorar—me gustan los niños, mamá, estoy seguro que sí.
—De acuerdo, pero, ¿por qué lo mencionas con preocupación o miedo, cariño? —ladeé la cabeza, perpleja.
—¿No vas a rechazarme? —titubeó, haciendo pucheros.
—Oh, mi querido hijo—me incliné a abrazarlo— ¡Es totalmente normal que te gusten los chicos! Tus abuelos paternos fueron dos agradables hombres, Alfa y Omega, de ese amor nació tu papá.
—Pero, ¿no te avergüenzas de mí?
—No, mi amor, de ninguna manera—besé su frente, sintiéndolo relajarse. Era la primera vez que hablábamos más de cinco minutos, y nunca pensé que pasaría y mucho menos que sería una charla de romance, puesto que siempre es sabido que ocurre en la adolescencia. Mi hijo era muy maduro para su edad.
Más tarde, luego de degustar nuestros cafés, pagué la cuenta. Un señor muy amable me ayudó a cambiar mis yuanes en euros para poder movilizarme en Innsbruck.
Dejé de sentir la presencia amenazadora de Aarón cuando entramos a una tienda de ropa.
A cada sitio que íbamos, Zian causaba sensación. Las personas se detenían a admirarlo y a acariciarlo. En otras circunstancias habría evitado el contacto, pero en aquel país la gente no lo hacía de mala fe o por algún fin morboso. Era simple admiración por niño asiático con su madre vacacionando en Europa.
Entramos a una tienda de telefonía en el que compré un teléfono móvil, con todo lo necesario para hacer llamadas internacionales y estar a salvo del asistente de mi esposo. Una vez teniendo el aparato, llevé a mi hijo a comer hamburguesas a un McDonald's en donde había juegos infantiles en donde podía divertirse en lo que yo llamaba a la oficina de Tao y a nuestra casa en Pekín.
—No te vayas muy lejos—le advertí a Zian cuando fue a jugar con más niños. Él era el lunar entre esos infantes, puesto que ellos eran rubios en exceso y de ojos azules, grises y verdes.
Marqué el número personal de Tao que tenía en mi libreta y no obtuve respuesta. La grabadora me informó que estaba fuera del área de servicio, por lo que intenté por la oficina y ni si quiera llamó, de una vez se colgó, señal de que el teléfono de la secretaria no estaba en funcionamiento. Comencé a inquietarme. La única esperanza oscilaba en la servidumbre de la casa. Me mordí el pulgar con ansiedad mientras marcaba los dígitos con muchísimo miedo.
—¿H-Hola?
Era la voz de Yue, la ama de llaves. Mi corazón dio un vuelco.
—Yue, soy yo, Jun—susurré, temerosa.
—¡Señora Kwan! —se echó a llorar amargamente y palidecí.
—¿Qué ocurre?
—¡Es un milagro que esté viva, pensé que también habían sido asesinados...!
Entorné los ojos.
—¿Qué? ¿de qué hablas? —me exalté, llamando la atención de los presentes.
De pronto, se escuchó el portazo de una puerta del otro lado de la línea y ella jadeó.
—¡No vuelva más a Pekín, señora Kwan! ¡Manténganse a salvo con el joven Zian!
—¿Dónde está mi esposo? ¿Tao está bien? —inquirí, con los nervios de punta.
—¡El señor Kwan Tao ha sido asesinado! ¡Alguien lo traicionó! ¡Huya...!
Y antes de que la línea quedara muda, la mujer gritó horrorizada y un disparo la hizo callar; y a continuación, todo quedó en silencio. La llamada finalizó.
Sentí que mi alma abandonaba mi cuerpo y el terror se apoderó de mí, impidiéndome respirar con normalidad.
—¡Zian! —grité, aterrorizada. Me faltaba el aire y sentí desfallecer. Tuve que agarrarme de la mesa para no colapsar. Inmediatamente, las personas corrieron a auxiliarme—estoy bien, solo necesito a mi hijo que está en los juegos infantiles—murmuré en inglés. Algunos me entendieron y se dedicaron a hablar conmigo para calmarme.
—¿Quién es su hijo? ¿Cómo está vestido? —preguntó una mujer Beta. Su inglés era muy sofisticado para ser de ahí y de norteamericana. Era británica.
—Lleva un abrigo similar al mío, solo que en amarillo y botas de nieve color rosas—titubeé y la mujer fue a buscar a Zian en el área de juegos.
Los dependientes del McDonald's me regalaron un vaso con agua para que mis sentidos volvieran y me sirvió de mucho. La mujer regresó con mi hijo y abracé a Zian con fuerza, obligándome a no llorar ni a asustarlo más de lo que ya estaba. Tao, mi esposo y amor de mi vida había muerto y todo gracias a un maldito traidor. Un maldito gusano que se hizo pasar por alguien de confianza durante tanto tiempo y al final, terminó vendiéndolo por dinero.
Aarón Daniel Lobo Hidalgo, alías su asistente personal desde hacía ocho años, era el traidor y no me equivoqué en sospechar de él. Incluso su estúpido primer apellido era «Lobo», un desagradable animal devorador de presas débiles; pero yo no era ninguna liebre indefensa y tampoco mi hijo.
—Nos vamos de aquí—objeté, aclarándome la garganta y Zian asintió, perplejo.
Salí lo más rápido que pude, llevando afianzado a mi hijo de la mano. No tenía a donde ir. El poco dinero en efectivo que logré conseguir gracias a un señor, era mínimo. El resto de mis pertenencias estaban en el edificio, a merced del asesino de mi esposo. No podía tampoco permitirme llorar desconsolada frente a Zian ni nadie. Tenía que ser fuerte, aunque el nudo en la garganta me quemara y me ardieran los ojos por las lágrimas contenidas.
—¿A dónde vamos? —me preguntó Zian con muchísima preocupación en sus preciosos ojos.
No le respondí. Estaba demasiado ocupada mirando a todas partes, en busca de Aarón y escondernos de él, porque sabía que continuaba al acecho. Vislumbré un café internet en el que muchas personas estaban usando las computadoras y decidí que sería buena idea estar rodeada de gente y así evitar ser acosada por ese bastardo en lo que yo pensaba hacer. Mi mente estaba en blanco. En shock.
¿Cómo podía detenerme a pensar en la vida de mi hijo y mía, cuándo minutos atrás me había enterado que mi esposo fue asesinado por culpa de su asistente, en quien confió para estar a salvo?
Elegí un sitio donde alojarme detrás de una computadora y mantuve a Zian entretenido con su cubo de Rubik que saqué del bolso.
Tenía el número de mis padres, pero no quería que ellos se vieran involucrados; sin embargo, la vida de mi hijo corría muchísimo más peligro estando ahora yo nada más para protegerlo.
Saqué mi agenda y busqué el número de mi padre. Comencé a teclearlo con nerviosismo.
—Hola, Aarón, ¿nos seguiste? —escuché la voz de Zian, lejos de donde yo estaba. Tiré el teléfono por el susto y lo recogí rápidamente, levantando la mirada y buscando a mi hijo, quien yacía sonriéndole al asesino de su papá en la entrada del café internet.
—Zian, ven acá—lo llamé y le envié una mirada de desprecio al latino. Este, a su vez, miró a los presentes que no notaban nada extraño y agarró a mi hijo de la mano con mucha confianza.
—¿Quieres ir por un helado, Zian? Encontré una heladería deliciosa a unas calles de aquí—dijo Aarón con suavidad. De no saber la realidad de la situación, habría creído que de verdad estimaba a mi niño.
—Él no va a ir a ningún lado. Se queda conmigo—repuse.
—No querrás armar un escándalo, ¿o sí? —susurró Aarón, abriendo levemente el cierre de su abrigo y mostrándome la culata de un arma con discreción. Palidecí. Negué con la cabeza y guardé la calma—bien, ahora, vengan conmigo. Les invitaré un helado—esbozó una sonrisa y me instó a seguirlo, sin soltar a Zian.
Menos mal no encendí la computadora y pude retirarme sin gastar ni un solo euro.
—Quiero helado de menta, mamá nunca me ha comprado uno de ese sabor—canturreó Zian, meciendo su pequeña mano con la de Aarón. El cubo de Rubik lo guardé enseguida que agarré la otra mano de mi hijo.
De repente, el idiota se detuvo y se acercó a una tienda de ropa abrigadora, llevándonos consigo. Nos obligó a entrar y se negó rotundamente a soltar a Zian.
Se puso a hablar con la encargada, señalando a Zian y ella asintió. Segundos después, volvió con tres orejeras de diferente color y con figuras.
—¿Cuál quieres? —preguntó Aarón a Zian.
—¡Este! —exclamó, eligiendo el color amarillo con conejitos blancos y girasoles.
Con el ceño fruncido, observé a Aarón deambular por la tienda, de la mano de mi hijo, comprándole más ropa para el frío e incluso guantes, gorro y bufanda. Todos elegidos por Zian.
—¿Por qué estás haciendo todo esto? —increpé, irritada. Él me miró enfurruñado.
—Porque puedo hacerlo—respondió, tajante e inmediatamente le sonrió a Zian cuando volteó a verlo. Su semblante amigable, con el que nos había engañado.
Tardamos aproximadamente media hora en salir y fuimos a la heladería. Había más frío, pero Zian estaba completamente abrigado, que comió gustoso su helado de menta y yo me mantuve a la defensiva, por si acaso los tailandeses entraban por la puerta.
Nos llevó a comer a un restaurante chino y la comida apenas pude tragarla por la agonía. ¡Me odiaba por estar comiendo en la misma mesa del asesino de mi esposo y no poder hacer nada! Me dispuse a mantenerme serena por Zian. Él no necesitaba tener el corazón roto como yo.
—Deberías comer—me aconsejó él, degustando felizmente su plato de Chow Mein con tenedor, ya que jamás había podido usar correctamente los palillos. Incluso Zian ya sabía utilizarlos, tenía un año o más, que dejó de usar los palillos de ayuda para bebés.
Pedí un plato de fideos simples porque si comía algo más pesado, vomitaría. La comida parecía ser alambres de púas deslizándose por mi garganta.
El regreso al edificio fue espeluznante. No quería pasar la noche bajo el mismo techo que ese imbécil. Y si quería escapar, debía hacerlo en cuanto él se durmiera. En contra de mi voluntad, también tenía que hablar con Zian sobre lo que estaba pasando. Me dolía el corazón porque era tan solo un bebé de cinco años, ¡Inocente de todo! Pero si lo mantenía en la ignorancia, no podríamos escapar.
Al anochecer, preparé café americano y me sorprendí al encontrar pan recién comprado en la alacena. ¿Qué estaba pasándole a ese idiota? ¿Acaso ya sabía que yo lo había descubierto? No. De ser así, los tailandeses ya tendrían a Zian y yo estaría muerta.
—Señora Kwan...
Di un respingo al escuchar su voz y dejé caer la taza vacía al suelo, quebrándose.
—Tenemos que hablar—espeté, recogiendo los pedazos con la mano. Distraídamente, agarré un trozo mal y me corté el dedo índice. La sangre enseguida hizo acto de presencia y resoplé.
—Déjeme ver la herida—dijo.
—No, estoy bien—me negué a que tocara mi mano, pero se las ingenió para sujetármela sin permiso.
—Tengo lo necesario para curarlo, siéntese y deje de actuar como loca—sentenció. Fruncí el ceño, obedeciendo a sus palabras. Él fue a su recámara por el botiquín, mientras Zian se acercaba saltando y con una gran sonrisa; cuyo gesto se congeló al ver la sangre.
—¡Mamá! —chilló.
—Estoy bien, solo fue una cortada—sonreí.
—Zian, ve a jugar a tu habitación. Tu mamá y yo, tenemos que hablar—susurró Aarón, sentándose frente a mí con el botiquín.
—Mi mamá me necesita—le contradijo, haciendo pucheros.
—Hazle caso a Aarón, mi amor. Iré en cuanto me cure, pero tenemos que hablar de cosa de mayores.
—¿Es sobre papá?
Miré al tipo y este desvió la mirada a otra parte.
—Sí—afirmé con voz trémula—es sobre él, ¿verdad, Aarón?
Él asintió y Zian estuvo conforme por su respuesta. Lo vi alejarse a la habitación y se encerró, sabiendo que la conversación con ese hombre iba a ser importante. Por lo que en mí concierne, mantuve la mirada en el comedor mientras Aarón curaba mi diminuta herida con sumo cuidado.
—Tenemos una charla pendiente—carraspeé, dispuesta a enfrentarlo.
—Claro, dígame—buscó mi mirada y parpadeé ante sus ojos oscuros tan peculiares. Eran más grandes y expresivos que los de mi tierra, y parecían querer verme hasta el alma.
—¿Dónde está mi esposo?
Mi pregunta no lo inmutó. Ladeó la cabeza y guardó las cosas dentro del botiquín con lentitud.
—Pronto vendrá, ya se lo he dicho, señor Kwan. No sea paranoica...
Cerré los ojos, tragándome la bilis que amenazaba en salir de mis labios en forma de insultos. Quería gritarle, golpearlo, hacerlo pedazos por mentiroso y vil. Y en lugar de eso, simplemente dije:
—Perfecto. Voy a acostarme.
Sentí sus azabaches ojos quemarme la espalda hasta que llegué a mi alcoba que compartía con mi hijo. Esa misma noche me largaría de allí. No podía quedarme un minuto más con él.
Aseguré la puerta y las ventanas antes de cambiar de ropa a Zian para que estuviera preparado; pero antes de hacerlo, me recosté unos minutos con él para contemplarlo. Una extraña tristeza y melancolía inundó mi pecho al ver a mi pequeño hijo a los ojos. Él me devolvió la mirada con total inocencia.
—¿Estás bien, mamá?
Las palabras no iban a salir sin lágrimas de por medio, por lo que asentí con una sonrisa apretada, sin mostrar los dientes. Alargué mis brazos a él y lo estreché en mi pecho. Lo sentí estremecerse cuando me devolvió el gesto.
—¿Te sientes mal por algo que dije? —volvió a preguntar.
—No, cariño. Tú no has hecho nada—sorbí por la nariz. Era inevitable contener más el llanto.
Su delicada mano atrapó la primera lágrima y me limpió la mejilla con cariño. En sus tiernos ojos había preocupación y tristeza por mí.
—Papá pronto volverá, mamá, no te preocupes, yo te cuidaré mientras él no esté...
Lo estrujé más en mi pecho y él besó mi hombro en donde recargó su cabecita.
—Nos tenemos que ir esta noche, mi vida—susurré entre sollozos—Aarón es un hombre malo y peligroso.
—¿Aarón...?
—No hables muy fuerte o podría escucharnos.
Él asintió.
—Confía en mí, ¿sí? —besé su frente. Zian volvió a asentir, y ahora en sus ojos había miedo—todo saldrá bien, pero quiero que me prometas que no harás ruido y tampoco vas a cuestionarme. Escaparemos a un sitio muy seguro más tarde, ¿de acuerdo?
—Sí... —habló muy bajito— ¿puedo llevar los guantes, gorro, bufanda y orejeras que me regaló Aarón?
—Claro que sí, mi pequeño conejito—sonreí, acariciándole los mofletes de bebé.
Dormimos una siesta de alrededor de cinco horas. Desperté a eso de las dos de la mañana. Había absoluto silencio y di inicio a nuestra huida. Guardé lo más indispensable en mi bolso, me puse varias prendas de ropa y sin despertar a Zian, también lo cambié y guardé lo más importante en su mochila, incluyendo su peluche de felpa y el cubo de Rubik.
—Pequeño, levántate, es hora de irnos—le susurré en la oreja antes de ponerle su orejera amarilla de conejito con girasoles que Aarón le había comprado. Le calcé sus botas de nieve y lo ayudé a espabilarse.
El frío calaba más a esas horas, así que me eché al hombro el bolso y cargué delicadamente a Zian en mis brazos. Me cercioré de que Aarón estuviera en su habitación durmiendo antes de salir al pasillo que colindaba con la cocina.
La oscuridad era mi mejor aliada para alcanzar la libertad. Era extraño que hubiera demasiado silencio. No quería volverme loca por los nervios a flor de piel. La estancia estaba tranquila, muchísima a mi parecer. A hurtadillas me acerqué a la escalera y descendí al primer piso, siendo cuidadosa de no hacer ruido. Zian gimoteó en sueños y le palmeé la espalda. La puerta principal se hallaba ante mí, solo escasos pasos nos separaban y alcancé a olfatear humo de cigarrillos muy cerca ante de si quiera tocar el pomo...
—Señora Kwan, ¿va a alguna parte? —el estúpido Beta le dio una calada a su cigarrillo antes de lanzarlo al suelo y pisarlo. Se me erizaron los vellos del cuello cuando vi a Aarón aparecer en mi campo visual, detrás de una columna. Apenas logré distinguir su silueta en la penumbra, pero la luz de la calle que se colaba por la ventana, proyecto su presencia de una manera espeluznante. Aferré a Zian en mis brazos.
—Mi esposo murió por tu culpa. Lo traicionaste—espeté—te aliaste con los tailandeses para darles a mi hijo. ¡Eso no lo voy a permitir! Primero tendrás que matarme.
Entonces, esbozó una sonrisa desdeñosa y su mirada neutral se transformó a severidad.
—Ninguno de los dos saldrá por esa puerta—me informó fríamente—tengo órdenes de mantenerlos a salvo aquí adentro.
—No me hagas reír—solté una risa burlona—sé perfectamente que no tramas nada bueno.
—No sé de qué me está hablando, el señor Kwan...
Perdí los estribos y le di una bofetada en la cara. Si hubiera sido más lista, habría empuñado la mano para un puñetazo lo suficientemente fuerte para derribarlo, pero con Zian en brazos, no podía hacerlo. Aarón quedó unos segundos con el rostro virado hacia la izquierda y luego volteó a verme, desconcertado.
—No hables de Tao como si no lo hubieras traicionado, infeliz—el nudo en mi garganta volvió a surgir, incapacitándome de hablar por segundos. Zian despertó y miró al Beta y a mí, muy asustado—duérmete, cariño...
Solo transcurrió un minuto, cuando la puerta principal fue golpeada y posteriormente derribada. Aarón corrió a abrazarnos, lanzándonos a la escalera y protegiéndonos con su cuerpo. ¿Qué estaba pasando? ¿Eran los tailandeses? Zian gritó y yo lo único que pude hacer fue abrazarlo muy fuerte. Dos hombres entraron y se dirigieron a Aarón, a quien lo alejaron de mí bruscamente. Volví el rostro hacia el par de hostiles Alfas tailandeses que me bloquearon el paso a la calle. Zian se echó a temblar y retrocedí, escalera arriba. Sin previo aviso, el Beta se interpuso entre ellos y nosotros. Un débil escudo en comparación a esos tipos corpulentos y mal encarados. ¿Por qué Aarón nos protegía? ¿Que no era acaso su cometido vendernos a esos mafiosos?
—No es necesaria la violencia—alcancé a entender cuando el antiguo asistente de mi esposo habló. Mi inglés no era muy bueno, pero podía comprender la mayor parte—ella irá con nosotros sin que recurran a la fuerza bruta.
—No—sentencié en un pésimo inglés—no iremos a ningún sitio. Mi hijo y yo nos quedamos aquí.
Percibí la tensión de Aarón y el temblor del cuerpo de Zian en mis brazos. Mi pobre hijo estaba inmóvil sobre mi pecho, pero muy atento a lo que sucedía.
Ninguno de los hombretones objetó algo, simplemente se encogieron de hombros, se enviaron miradas cómplices y tranquilamente, desfundaron una pistola con silenciador, cada uno.
—Wolf, recordar que solo niño es importante—dijo el que tenía una cicatriz en la frente, mezclando el inglés con tailandés, sin dejar de ver a Aarón—mujer muerta vale más que viva...
Le di la espalda, horrorizada para proteger a Zian en cuanto supe que mi vida había llegado a su fin. Se iban a llevar a mi hijo y yo iba a morir en escasos segundos. Abracé a mi pequeño con todo el amor del mundo.
—Kwan Zian, nunca olvides que mamá te ama con todo su corazón, ¿sí? —besé su frente y él me miró, aterrorizado. Cerré los ojos sin dejar de abrazarlo—moriría miles de veces más con tal de verte a salvo, perdóname, hijo...
No escuché detonación alguna, pero el impacto de la bala alojándose en mi pulmón derecho me dejó sin aire, seguido por un grito feroz salir de la garganta de Aarón Daniel Lobo Hidalgo y muchas detonaciones de un arma que no pertenecía a los agresores tailandeses y no me importó. Todo estaba borroso, y se escuchaban muchos golpes y empujones de por medio. Caí arrodillada sobre el tercer escalón y coloqué a Zian sobre el quinto. Me dejé caer de bruces, tosiendo sangre.
—¡Mamá! —chilló Zian, intentando sostenerme con su cuerpo tan pequeño.
—Corre al último piso, abre las ventanas y llama a la policía—saqué dificultosamente mi teléfono del bolsillo—luego llámales a tus abuelos, y grita por auxilio mientras lo haces para que los vecinos te ayuden...
Dios. Mi vida se estaba escapando a cada palabra.
—¿Vas a estar bien? —titubeó. Asentí.
—¡Hazlo ya! —reuní todas las fuerzas para gritarle y él subió corriendo torpemente, tanto como sus pequeños pies se lo permitieron.
En cuanto lo vi a salvo, me dejé caer totalmente. Sentía la sangre caliente deslizarse por toda mi espalda y salir de mis labios. Vaya manera de morir. Esperaba de todo corazón que Zian se salvara y no cayera en manos de esos degenerados. Comencé a sentir los párpados pesados y quise abandonarme a los brazos de la muerte, pero fui interrumpida por alguien que me levantó con facilidad y corrió escalera arriba conmigo en brazos. En mi nebulosa, vi el rostro afligido del Beta. Aarón era el que me estaba llevando.
—Déjame morir en paz y no toques a Zian—balbuceé, sin fuerzas.
—Señora Kwan, se ha equivocado de traidor—masculló, ofendido.
—¿De qué hablas? —tosí y volví a sentir sangre en la lengua. Me tumbó en mi cama boca abajo y encendió la luz para poder verificar mi herida. Yo estaba a nada de morir y todavía se atrevía a guardar silencio en mi lecho de muerte— ¡Habla, maldita sea!
—¡Yo no traicioné al señor Kwan! —me gritó, con los ojos llenos de lágrimas y sorbió por la nariz— ¡El señor Kwan Tao fue quién los traicionó a ustedes! Él sí aceptó entregar al joven Zian a los tailandeses y en cuanto lo descubrí, comencé a idear un plan para irnos los tres, pero de alguna manera lo intuyó, así como la paranoia de usted, que me dificultó el trabajo.
—¿Qué estás diciendo...? —jadeé y antes de si quiera poder comprobar que fuese cierto, perdí el conocimiento.
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