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27


Pekín, China.

«Años atrás...»

En el Longtan Lake Park, en un frío sábado de noviembre, se hallaba la familia Kwan, empresarios de la mejor élite china, tomándose un respiro por primera vez desde que su primogénito nació, hacía cinco años. Decidieron desechar todos los pendientes de sus agendas con tal de pasar el quinto cumpleaños con su pequeño hijo, Kwan Zian, un hermoso Omega de mejillas regordetas que amaba muchísimo jugar con sus peluches, en compañía de sus amigos de la guardería. Los padres del niño, Kwan Tao y Kwan Jun, eran una pareja de Alfas dominantes e increíblemente atractivos.

—¡Señor Kwan, tiene una llamada urgente desde Bangkok! —el asistente de Tao atravesó el juego de los payasos hasta llegar a él.

—Aarón, te he dicho que, por lo menos, este día, cancelaras todas mis citas—lo reprendió.

—¡Es urgente, señor Kwan, de vida o muerte! Amenazaron con...

Kwan Tao se levantó bruscamente, intercambió miradas con su esposa y optó por ir corriendo detrás de su asistente, quien lo dirigió hacia el vehículo privado que lo aguardaba afuera de Longtan Lake Park para atender la llamada.

«Nunca debí hacer trato alguno con los tailandeses», pensó Kwan Tao al segundo de coger el teléfono del coche.

—Señor Udompoch, buen día—saludó con alta amabilidad. Los Udompoch, que eran una familia muy poderosa de Bangkok, eran de cuidado, en especial porque estaban ligados a la mafia tailandesa.

—Señor Kwan, le hemos estado llamando toda la mañana.

El idioma en el que se comunicaban era inglés.

—Una disculpa, señor Udompoch, mi esposa y yo, cancelamos todas nuestras citas pendientes porque es el cumpleaños número cinco de nuestro hijo y rara vez podemos verlo más de un par de horas—le explicó, un tanto nervioso.

—Una felicitación a su hijo por parte de los Udompoch y de Happy Fruits—agregó el otro sujeto, aclarándose la voz—pero lamento informarle que es necesaria su colaboración a la firma del último pagaré y así saldar la cuenta con nosotros, de lo contrario nos veremos obligados a viajar nosotros a Pekín a embargar su empresa.

—Había una prórroga, hace un par de días llegamos a ese acuerdo—Kwan se desconcertó.

—Lo sé, pero ocurrieron ciertos problemas con la mercancía.

—¿Qué sucedió? —Kwan tragó saliva. Se suponía que todo estaba de acuerdo al plan.

—Los camiones que transportaban la mercancía fueron detenidos en la frontera y confiscados por la aduana—le informó. El matiz de su voz se volvió más filoso—y nos negamos a perder ese dinero invertido y teniendo en cuenta que su empresa nos debe muchísimo más, es preferible hacer ciertos arreglos, ¿no cree, señor Kwan?

La nueva información sobre la confiscación de las diez toneladas de cocaína que tanto le había costado conseguir, lo dejó desarmado. Kwan sabía de antemano que los tailandeses no descansarían hasta obtener algo igual de valioso en compensación, sumándole a la deuda que tenía también con ellos.

—¿Qué clase de arreglos? —el empresario chino hizo todo lo posible por mantenerse sereno y no caer en el juego mental.

—Usted nos debe una fortuna, señor Kwan y como no está en la disposición de otórganoslo, tiene que darnos algo a cambio para saldar la deuda—canturreó el hombre.

—Dígame qué es lo que quiere y haré lo posible por enviárselo. Puedo darle más de mis acciones y poner mi empresa a su nombre...

—Nosotros tenemos «todo», ¿Qué le hace pensar que necesitamos algo que podemos obtener sin problemas?

—Usted lo acaba de decir—inquirió, a la defensiva—que debo darle a cambio de la deuda y de la mercancía, algo.

—Lo siento por no expresarme bien, señor Kwan—rio el sujeto del otro lado de la línea y un sudor frío se alojó en la frente del empresario chino—lo que quise decir es que tiene que darnos a alguien para compensar la pérdida de la mercancía y eliminar la deuda con Happy Fruits.

—No está hablando en serio, ¿verdad? —Kwan Tao rio nerviosamente, esperando que fuese una broma de mal gusto.

—Por supuesto que estoy hablando en serio, denos a su hijo Kwan Zian y olvidaremos este asunto tan deprimente.

—¿Qué? ¿Mi hijo? ¿Por qué? —se precipitó— ¿Acaso se han vuelto locos?

—No nos malinterprete, señor Kwan—carraspeó—pero la vida de su familia está en juego. Usted decide: darnos a su hijo y terminar el asunto, o bien, enfrentar las consecuencias de sus actos. Tiene una semana para pensarlo—suspiró—estaremos esperando al joven Kwan Zian en el acuario el próximo domingo a las diez de la mañana, en el área de las belugas.

La llamada se cortó y él se quedó inmóvil sobre el asiento de su vehículo, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir. Querían a su hijo. ¡Iban a quitarle a su pequeño!

—¿Señor Kwan? —era su asistente, que lo miraba muy angustiado desde afuera— ¿se encuentra bien?

—Comunícame inmediatamente con mis abogados—espetó Kwan, saliendo bruscamente del coche.

A grandes zancadas, volvió a reunirse con su esposa e hijo.

—¿Qué pasó? Estás muy pálido—observó ella, extrañada. La madre de su primogénito solo sabía sobre la deuda con Happy Fruits, más no de la mercancía ilegal.

—Zian y tú, se irán de viaje a Austria, ¿de acuerdo? Tomarán el primer vuelo a Innsbruck lo antes posible—le susurró con preocupación. Su esposa frunció el ceño.

—¿De qué estás hablando...?

Pero Kwan Tao yacía dando indicaciones a todos los presentes acerca de la finalización de la fiesta. No tardó más de veinte minutos en despedir a los invitados y después centrarse en su familia otra vez. Su asistente se mantuvo muy ocupado llamando a los diez abogados que trabajaban para él y su empresa.

—¡Tao! —exclamó Jun, muy irritada. Zian no dejaba de hacer berrinche porque le habían arruinado su fiesta y estaba a nada de tener una rabieta mientras ella evitaba que se fuera corriendo.

—Te contaré en el camino, vámonos ya—repuso su esposo.

Aarón, su joven y leal asistente, un tímido Beta, cuyas raíces eran latinas, los siguió hasta el vehículo sin dejar de ver a todas partes, temeroso. No era la primera vez que la familia Kwan sufría ese tipo de problema, pero al parecer, esto era más grave porque el chico de treinta años, jamás había visto a su jefe tan nervioso, huraño y asustado en todos los ocho años que llevaba trabajando para él.

Como era un asunto demasiado privado, Tao le dio el día libre a su chófer y Aarón fue el que se encargó de llevarlos a su residencia.

—¿Qué respondieron los abogados? —le preguntó su jefe en cuanto aparcó en el garaje de su casa. Jun se negó a bajar porque quería estar al tanto de todo y abrazó a Zian.

—El lunes a primera hora estarán en la empresa, señor Kwan, ¿les doy la hora exacta para que hablen con usted?

—Avísales que a las doce del día en punto será la junta—sentenció Tao—y ahora, Aarón, vete a casa. Nos vemos el lunes a las once y media de la mañana, ¿de acuerdo? Para que me ayudes a prepararme.

Esa misma tarde, Tao le confesó a Jun el aprieto en el que se había metido con los accionistas tailandeses y la mujer rompió a llorar, sintiéndose desdichada. Ella jamás pensó que su esposo llegaría a ser tan idiota como para sucumbir al narcotráfico. Él tenía la culpa de que esos mafiosos quisieran quitarle a su pequeño, a su hijo único, al que adoraba con todo su corazón. El matrimonio de ambos fue planeado por los padres millonarios de los dos desde niños para forjar un buen patrimonio y unir empresas hasta convertirlas en una sola y en la más poderosa; y con el paso del tiempo, ellos se enamoraron. No quisieron tener descendencia muy rápido hasta que varios años después, les llegó la sorpresa de que Zian venía en camino.

—No van a quitarme a mi hijo—espetó ella, limpiándose las lágrimas con furia y mirando a su esposo con desprecio— ¡Es tu culpa, Tao, por tu maldita ambición! Si no hubieras metido tus acciones en ese negocio, nada de esto habría ocurrido. Teníamos dinero hasta para que nuestros tataranietos murieran de ancianos sin ninguna incomodidad económica y ahora apenas y Zion tendrá una vida perfecta hasta los cuarenta años o menos.

—No me lo recalques, Jun, ¡Sé que cometí muchos errores! —se lamentó el Alfa con mucha incertidumbre—Zian y tú, se irán el lunes por la mañana Innsbruck, no queda de otra. Hoy no dio tiempo porque necesitabas estar enterada de todo.

Jun asintió, y llamó a su pequeño hijo que estaba jugando con su peluche nuevo de oso.

—Ven, cariño, ven con mamá.

El niño volteó a verla y sin pensarlo, corrió a sus brazos. A Tao se le llenaron de lágrimas los ojos otra vez y se arrodilló ante su esposa, en busca de su perdón. El arrepentimiento de él era enorme porque su cabeza estaba en el suelo, cerca de los pies de ella.

—Levántate, Tao—le pidió ella con suavidad—estaremos bien si nos mantenemos unidos...

—Sé que no merezco tu perdón, pero quiero que sepas que haré lo que esté en mis manos para que Zian y tú estén a salvo—se sentó al borde de la cama y Jun lo abrazó. Zian no entendía que estaba pasando, pero también abrazó a su padre. A pesar de tener cinco años, rara vez hablaba.

—Papá, ¿por qué lloras? Hoy es mi cumpleaños, pero para que no estés triste porque ya he crecido, te regalo mi oso de peluche nuevo—le entregó el juguete con una leve sonrisa.

Kwan Tao sonrió, sorbiendo por la nariz ante la inocencia de su hijo.

Estuvieron acostados en la cama un largo rato, hablando sobre banalidades, riendo, atesorando momentos y felicidad al lado de Zian, puesto que él era el motivo por el cual eran una verdadera familia. A la hora de la cena, a petición del chiquillo, pidieron comida americana para degustar, además de que era sábado y la servidumbre tenía el día libre y ellos no sabían cocinar más que fideos instantáneos. Jamás habían permitido que el niño comiera esa clase de comida chatarra para no enviciarlo, pero ahora ellos no podían darse el lujo de continuar prohibiéndole nada, ya que él corría peligro y querían mantenerlo feliz el mayor tiempo posible.

Esa noche, optaron por dormir los tres juntos en la recámara. Temían que en la madrugada llegaran los tailandeses por su hijo y no se darían cuenta porque la alcoba de Zian estaba del otro lado de la enorme casa. El domingo tampoco se levantaron de la cama, solo para comer, ya que estuvieron viendo películas muy felices. Y el lunes a primera hora, ya tenían listos los boletos gracias a Aarón. Al parecer, Tao se comunicó con él a altas horas de la madrugada porque el chico llegó a las seis en punto a la residencia, llevando consigo una maleta y un tercer boleto.

—Aarón irá con ustedes a Austria, él está abajo, esperándolos. Antes de hacer trato con esos imbéciles de Bangkok, compré una casa en la ciudad de Innsbruck junto al río Inn, y planeaba regalártela en nuestro próximo aniversario, pero ahora servirá para ocultarlos—le informó a su esposa mientras ella apenas despertaba y él se secaba el cabello con la secadora. Se había duchado y ya estaba preparándose para ir a la empresa.

La despedida fue totalmente triste y emotiva. Él no quería separarse de su familia, pero para mantenerlos a salvo, tenía que hacerlo. Había tomado la decisión y no tenía otra alternativa. Todo aquello simplemente eran las consecuencias de sus actos.

El vuelo a Innsbruck estaba programado para las nueve de la mañana, que tardaría aproximadamente doce horas de camino, así que Aarón, el fiel asistente, llamó un taxi y ayudó a meter las pertenencias de la esposa e hijo de su jefe.

—Por favor, muchacho, cuídalos bien y no des información a nadie—le pidió Kwan Tao con un nudo en la garganta—ellos son mi vida y no quiero que les pase nada, ¿prometes protegerlos?

—Con mi vida si es necesario, señor Kwan—prometió el asistente con sinceridad.

En cuanto su familia partió, Tao se dejó caer al suelo, implorando piedad a Buda. Deseando con todas sus fuerzas poder soportar la ausencia de su esposa e hijo, a cambio de su protección. La casa, que eran inmensa, estaba totalmente vacía. La servidumbre ya había llegado, pero sin Jun y Zian, no era su hogar.

Antes de ir a la empresa, se tomó un té de valeriana con pastillas antidepresivas que semanas atrás comenzó a ingerir por los nervios. Ese día decidió cambiar su traje de ejecutivo, por ropa casual; ya que, al fin y al cabo, él era su propio jefe. Usó su coche favorito, un Lamborghini dorado y se encaminó a su destino, sabiendo que las probabilidades de llegar vivo al otro lunes era menos del veinte por ciento.

Por otra parte, las casi doce horas de camino fueron brutales. Aterrizaron en Innsbruck cerca de las diez de la noche. El clima era deliciosamente helado y Zian no quería despegarse de los brazos de su madre porque tenía muchísimo frío. Aarón se hizo cargo de llevarlos a la nueva casa, a bordo de un taxi. El asistente sabía muchos idiomas. Era un poliglota, autodidacta y prodigio, y por eso fue que Kwan Tao lo eligió siendo tan joven porque confiaba en sus capacidades.

—Es el edificio celeste—le indicó a Jun, empujando las valijas fuera del taxi.

—¿Qué piso compró mi esposo?

—Compró el edificio completo, señora Kwan—respondió Aarón de forma distraída mientras le pagaba al taxista en euros.

Jun sonrió. Típico de su esposo: comprar todo para evitar problemas y ser el único dueño. No podía esperar menos. Él era maravilloso e inteligente.

—Mi amor, levántate, mira nuestro nuevo hogar—le susurró a Zian en la oreja para que abriera los ojos. El niño gruñó y obedeció, sin soltar su peluche de felpa nuevo. Escrutó con curiosidad y Jun le besó su mejilla sonrosada por el frío—es el edificio color celeste, ¿te gusta?

—Me gusta más nuestra casa de Pekín, ¿cuándo vendrá papá con nosotros? —bostezó, volviendo a cerrar los ojos.

—Muy pronto—le prometió, insegura.

El edificio tenía cuatro pisos y en cada uno dos habitaciones espaciosas con baños incluidos, una sala, cocina y hasta arriba, un ático muy curioso. Se instalaron en el tercer piso para mayor seguridad. Estaba amueblada y limpia. Seguramente Tao dejó pagándole a alguien de Innsbruck que encargara del aseo, e incluso de abastecer de comida la nevera y la alacena.

—¿Tú sabías de esta casa, Aarón? —le preguntó Jun a Aarón, siguiéndolo por la casa, llevando a Zian consigo todavía dormido en sus brazos. El chico se dio a la tarea de inspeccionar cada rincón.

—Sí, de hecho, le ayudé a elegir el sitio perfecto.

—Muchas gracias—sonrió, poniendo nervioso al chico—prepararé la cena con lo que encuentre—avisó ella, retirándose a la recámara que eligió y dejó a su hijo sobre la suave cama, cubriéndolo con el cobertor. Se quitó el abrigo y fue a la cocina.

Jun preparó ravioles con salsa de tomate y café americano. La cena fue de lo más deprimente, puesto que no se escuchaba ni un solo ruido en el exterior. Había demasiado silencio, comparado a Pekín. Se respiraba tranquilidad y paz, pero ella sentía de todo, menos eso. Deseaba estar con su esposo. Anhelaba haber estado en ese hermoso sitio los tres y no sola con su hijo y en compañía de Aarón, el asistente de su pareja, que era solamente cinco años menor que ella y diez de Tao. Su hijo ni si quiera cenó porque se negó rotundamente a sacrificar su sueño.

Transcurrieron los días en total calma. Kwan Tao llamaba cada cinco horas y mayormente el que respondía era Aarón y Jun solo escuchaba a través del altavoz. Zian se enfadó mucho cuando se dio cuenta que su padre no planeaba acompañarlos pronto y le aplicó la ley del hielo. Y cuando llegó el sábado siguiente, casi el último día de la prórroga para que Tao les entregara a los tailandeses a su único hijo, él estaba en llamada con su esposa y asistente. La diferencia de horario era de siete horas, así que en Pekín ya era domingo en la madrugada.

—Quiero que sepan que pase lo que pase, los amo, ¿bien?

—No te presentes a la cita, por favor, ven con nosotros. Aquí nadie nos conoce—suplicó Jun, llorando. Zian no comprendía nada, pero odiaba ver a su mamá sufrir por culpa de su papá.

Cuando dieron las dos de la mañana en Innsbruck, en Pekín ya era casi hora de la citación y Kwan Tao estaba listo para enfrentar lo que la vida le había puesto en su camino. 

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He vuelto :3 ¿me extrañaron? *-* La vida adulta me está exprimiendo demasiado y para rematar, estuve varios días sin poder usar la PC porque se me descompusieron el teclado y mouse, pero mi abuelita querida me regaló un paquete de teclado y mouse nuevos <3 porque sabe que amo escribir nwn 

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