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25

—Tienes que calmarte o te ingresarán también al sanatorio—Prem se lo quitó de encima y lo zarandeó de vuelta, haciendo que Santa trastabillara hacia atrás, pero sin tranquilizarse ni un poco—mi padre está hoy en turno y es probable que lo atienda él.

—Necesito un maldito trago o voy a enloquecer más—gimoteó Santa, dejándose caer sobre un escalón de la escalera de la entrada.

—Eres un imbécil—espetó Prem, sentándose a su lado—mejor cuéntame que ocurrió. Es de madrugada y no por nada salí corriendo de casa hasta acá.

—Ha pasado tantas cosas en un solo maldito día—siseó Santa—pero lo que le provocó el aborto, fueron los medicamentos que le suministré para el dolor de sus golpes y...

—Aguarda, ¿Qué? No entiendo nada, tienes que explicarme desde el principio.

Al joven Alfa jamás se le dio bien contar sus penas amorosas con su mejor amigo, puesto que no era necesario, ya que siempre Prem lo sabía todo; pero en ese instante, era algo de vida o muerte, literal.

Prem lo llevó a serenarse a un sitio cercano y le invitó una gaseosa.

Mientras lo ponía al tanto, en el sanatorio, el chico Omega continuaba inconsciente, a merced de los conocimientos médicos de los doctores y enfermeras, que hacían lo posible por estabilizarlo ante tanta pérdida de sangre a causa del aborto fulminante.

Había dos causas para ese incidente: golpes y medicamentos no aptos para personas embarazadas. Ambos muy peligrosos.

En la nebulosa de la mente de Earth, soñó que estaba en un lugar oscuro y se respiraba un ambiente hostil. No podía ver más allá de sus pies y quería echarse a correr a un lugar seguro; pero no sabía qué camino tomar. No había salida alguna, salvo un estrecho camino poco iluminado y cuando se disponía a caminar hacia allí; vislumbró una silueta en medio del sendero, la cual le resultó muy familiar y le llenó de confianza y seguridad, pero cuando pensó que todo estaba bien, alcanzó a ver otro camino y muy iluminado, en donde se podía distinguir hasta la roca más pequeña, y para su sorpresa, percibió otra silueta en aquella nueva vía de escape; no obstante, no sintió la misma seguridad y confianza. Era extraño. El camino iluminado era perfecto para huir, pero la silueta de ese sujeto era sospechosa, en cambio, el otro tipo del sendero macabro, era todo lo contrario. Deseaba seguirlo pese a la oscuridad.

La oscuridad de repente cesó y fue sustituida por una luz cegadora. La silueta que le inspiró confianza se fue alejando de él y quiso alcanzarlo, pero fue inútil.

—¡Sangre tipo B! —alcanzó a escuchar el chico Omega en sueños—¡Sangre tipo B!

¿Qué estaba pasando?

«¡Santa!» su voz interior gritó.

Quería a ese maldito Alfa a su lado. Solo él lo hacía sentir seguro y en aquel momento de desasosiego, lo único que anhelaba era poder sostener su mano y abrazar su firme cuerpo y ser rodeado por sus brazos, con total seguridad de que todo estaría bien.

Desde que abandonó su hogar y a su círculo familiar tóxico, a excepción de su pequeña hermana, Zion, logró liberarse de las cadenas que lo ataban al fracaso, pero al mismo tiempo, consiguió sentir dolor físicamente con frecuencia, más de lo que recibía en su antigua casa, no obstante, la diferencia oscilaba en que antes nunca sintió felicidad ni nada que lo entusiasmara hasta que se cruzó en su camino Santa Udompoch.

No sabía lo que realmente le había sucedido en aquel momento. Lo único que recordaba era haber ingerido medicamentos para el dolor y recostarse, para luego levantarse por un dolor insoportable en el abdomen y ver muchísima sangre a su alrededor. Tenía vagos recuerdos de ser trasladado por el joven Alfa hasta el sanatorio, y de ahí todo era negro. Escuchaba voces desconocidas que no eran recuerdos, pero que podía oír incluso estando inconsciente. ¿Acaso eran los médicos atendiéndolo?

De todas las personas a quien podía haber pensado para estar a salvo, su mente eligió el recuerdo del rostro de ese joven Alfa. Lo eligió a él.

Estaba a manos de médicos experimentados, pero se moría de miedo. ¿Iba a morir? No lo sabía, pero no estaba asustado de esa posibilidad, sino de ya no volver a ver a Santa. Su Alfa. Su compañero.

Y entre la deriva de la inconsciencia, se dispuso a sí mismo, la promesa de casarse con él en cuanto abriera los ojos. Le importaba una mierda el pasado y lagunas mentales de ese chico. No le interesaba en lo absoluto saber más de él, puesto que ya sabía lo necesario y era feliz con ello.

Se abandonó a la negrura de sus pensamientos, tranquilo de ya no encontrarse entre dos caminos extraños en la oscuridad con siluetas siniestras y decidió que, a partir de ese momento, tomaría los sucesos de su vida con más calma.

—Muchacho, eh, ¿Puedes escucharme?

Una voz preocupante, desconocida y femenina taladró sus sentidos y se estremeció. De pronto, sintió unos dedos manipular sus párpados y una luz cegadora lo hizo bizquear cuando lo abrieron un ojo sin su consentimiento. Se apartó enseguida de forma irascible y cerró los ojos, sintiendo como le saltaban las lágrimas por la irritación de la luz.

—Lo peor ya ha pasado—escuchó nuevamente la voz femenina, ahora sin ningún rastro de preocupación—¿Cómo te sientes, muchacho? Sé que puedes hablar perfectamente, todo está bien ahora mismo.

—La verdad es que me arde el ojo en el que fijó una luz lacerante hace unos segundos—le soltó de la forma más dulce posible, pero realmente quería estrangularla, aunque bien, se arrepintió de tener ese pensamiento, ya que había decidido ser más calmado en cuanto despertara.

—Era para evaluar tu estado y también despertarte—le explicó.

—¿Qué me sucedió? —preguntó con voz temblorosa, sin atreverse a abrir los ojos.

Hubo un silencio incómodo de por medio. La mujer no respondió rápidamente.

—Traeré al doctor, espera.

La escuchó salir de la habitación y dedujo que se trataba de una enfermera.

No tuvo necesidad de palparse el cuerpo para sentir un vendaje en su abdomen bajo y ropa interior especial, parecido a un pañal de adulto. Tenía una aguja en el brazo, conectada a suero y de sus fosas nasales entraba oxígeno desde un tanque pequeño.

—La última vez que te vi, pensé que tendrías más cuidado en todos los aspectos, muchacho y me da tristeza verte nuevamente en circunstancias graves—Earth abrió los ojos de golpe y frunció el ceño al reconocer esa voz masculina y elegante del doctor.

Cuando el reconocimiento llegó a su cabeza, entornó los ojos, estupefacto y después quiso desaparecer a causa de la vergüenza.

—Ni si quiera yo sé que me sucedió realmente—murmuró el chico Omega y el padre de Prem suspiró con agobio—usted puede decírmelo, ¿no? Por eso la enfermera mandó llamarlo para hablar conmigo.

El padre de Prem tomó asiento en la silla próxima y se frotó las sienes con desdén. Agarró una carpeta del buró y leyó detenidamente su contenido con sus lentes de aumento. Se miraba más cansado que la vez pasada y solo habían pasado unos cuantos meses.

—¿Estás seguro que no sabes absolutamente nada de lo que te sucedió? —el doctor evaluó su rostro en busca de algún indicio de mentira ante su respuesta, pero, infortunadamente no. El pobre chico no tenía ni la menor idea de que había sufrido un aborto espontáneo cerca del primer mes de gestación.

—No, doctor.

—¿Y qué hay de esos golpes en el rostro y en otras partes de tu cuerpo?

—Ayer fui víctima de un asalto. Salí vivo, pero no ileso—titubeó Earth, estremeciéndose de solo recordarlo. Sabía que ya era otro día porque las cortinas blancas dejaban ver un pequeño trozo de cielo mañanero—y Santa anoche me dio medicamentos para el dolor. Me dormí y desperté gracias a unas espeluznantes punzadas dolorosas en el abdomen y noté que debajo de mí, las sábanas estaban manchadas de sangre.

El ambiente se tensó y Earth frunció el ceño al ver la expresión sombría del médico.

—Escucha muchacho—repuso el padre de Prem con severidad—tenías cerca de un mes de embarazo y has sufrido un aborto espontáneo. Es difícil deducir a que se debió, puesto que fuiste golpeado y después ingeriste medicamentos letales para una persona que está esperando un hijo y...

Earth dejó de escucharlo luego de la palabra aborto.

«Aborto»

¿Qué demonios?

¿Cómo que un aborto?

No era posible. En esas semanas jamás tuvo ningún síntoma de nada, a excepción del día anterior que se sintió mareado, pero supuso que se debía a los golpes, no un embarazo y mucho menos que tendría un aborto.

—...por lo que es recomendable que continúes el resto del día aquí para reposar y recuperar fuerzas—concluyó el doctor. Pero Earth estaba lejos de escucharlo—¿Me estás escuchando, muchacho?

El chico Omega parpadeó y volteó a verlo. Su rostro no destilaba tristeza, sino confusión, y sus ojos miraron nuevamente al vacío.

—¿Earth? —el doctor se animó a palmearle el hombro y el chico dio un respingo.

—No estoy afectado por lo que pasó, sino más bien impactado porque no tenía idea de que estaba esperando un hijo de Santa—titubeó—y me siento molesto porque pude morir sin saber por qué.

—Al parecer también estás aliviado porque, a juzgar por el miedo a morir tú y no tu hijo, es porque nunca has deseado uno.

Las mejillas de Earth se ruborizaron porque era cierto.

—Escuche, no es que no desee tener uno, más bien porque no me siento listo todavía y...

—¿Y a Santa no le importó? —interrogó el médico, pero Earth no respondió—¿Acaso él te ha obligado a tener a su hijo?

—No, desde luego que no—eludió Earth—Santa solo es culpable de no darme las pastillas anticoncepción cuando se las pedí.

—Si sabes que no solo él tiene la obligación de buscar métodos anticonceptivos, ¿verdad?

—Lo sé, pero...

—Ambos tienen la obligación—repitió el doctor con desdén.

Earth asintió y bajó la cabeza.

—Y como no sabías nada del embarazo, asumo que Santa tampoco—dijo el doctor—y tengo entendido que él está enloquecido allá fuera, tratando de entrar a verte, ¿quieres que lo deje pasar?

—¡No, por favor! —exclamó Earth de repente—prefiero estar solo un rato más, si no le molesta...

—Le diré que en dos horas podrá venir a verte—se levantó de la silla—ahora descansa.

En cuanto quedó a solas, Earth se derrumbó en llanto.

Un bebé. Un aborto. Una vida perdida por su ignorancia.

De antemano siempre supo que no quería tener hijos, siendo tan joven, pero tampoco es que deseara abortar si en caso sucedía. De haber sabido que estaba embarazado, jamás habría sido tan descuidado de salir solo a la calle, a sabiendas de los peligros.

Inconscientemente, se llevó las manos al abdomen, el cual estaba vacío y que horas atrás residía un pequeño ser en su interior. Nunca iba a saber si le había dado vida a una niña o un niño, un o una Alfa, Omega, Beta, Gamma o Delta. Y se odió por ello.

Cerró los ojos con las manos aun situadas en su abdomen y varias lágrimas más rodaron por sus mejillas.

Cuando era pequeño, veía películas y series fantásticas e irreales, soñando con vivir su propia historia de cuentos de hadas, y recordó una frase de una serie llamada "Once Upon A Time" del género de fantasía, que decía: «Ese muro tuyo, evita que pase el dolor, pero nunca va a dejar que entre el amor.»

Y desde que la escuchó, se identificó de inmediato y deseó poder algún día derribar ese muro con la persona correcta y pensó haber encontrado a ese alguien especial. O, quizá sí lo era Santa, pero no estaba completamente seguro. Por él decidió derribar más de la mitad de aquel muro y ahora se encontraba otra vez internado por gravedad. Creía que saliendo de casa de sus padres hallaría paz, y fue todo lo contrario. Ahora ingresaba al sanatorio con frecuencia y no le estaba gustando en lo absoluto.

Permaneció sumido en sus pensamientos y sintiéndose miserable por exactamente dos horas, el tiempo límite.

La puerta se abrió lentamente y para ese instante, ya no tenía más lágrimas que derramar ni lamentarse. Ese lapso le sirvió muchísimo para reflexionar de ciertas cuestiones de su nueva vida al lado de Santa Udompoch.

—¿Puedo pasar?

La voz de Santa sonó temblorosa y extraña, y asomó la cabeza con timidez.

—Adelante—respondió Earth, acomodándose mejor en la camilla que más bien era una cama.

—¿Cómo estás? ¿Cómo te sientes? —titubeó el joven Alfa con incertidumbre, debatiéndose en sentarse o no en la silla. Olía bastante a alcohol. Al parecer, había bebido varios tragos de licor muy fuerte, porque la estancia quedó impregnada de ese fétido olor.

—He estado mejor antes, créeme—replicó, con indiferencia el chico Omega.

—Perdóname—balbuceó, temblando y en vez de sentarse en la silla o cama, cayó arrodillado frente a él—debí hacerte caso en darte la pastilla anticoncepción, pero de verdad no pensé que quedarías embarazado y mucho menos que tendrías un encuentro violento con unos asquerosos tipos en la calle y que yo te administrara esos medicamentos letales para tu condición y hacerte perder a nuestro hijo...

—No es tu culpa, Santa—agregó Earth, mirándolo a los ojos.

—Sí lo es... —balbuceó y soltó un hipido.

—No, no lo es. Tal como me dijo el padre de Prem, te di toda la responsabilidad y obligación a ti, pero no hice nada de mi parte. Si tú no me diste ninguna pastilla, yo debí buscar otra alternativa para no quedar embarazado.

Santa sacudió la cabeza en negación. Tenía la frente perlada en sudor y se sentía mareado, con fiebre y con ganas de vomitar.

—Debes odiarme mucho y con toda la razón—comenzó a berrear, desolado y ocultó la cabeza entre sus manos.

A Earth se le estrujó el corazón y se sintió consternado. Con la fuerza que logró reunir, se sentó al borde y agarró acarició el cabello de Santa, sintiendo como su cuerpo temblaba al sollozar y lamentarse.

—Por favor, detente, Po—susurró, sintiendo las lágrimas acumularse en sus ojos, cuando pensó que ya había llorado suficiente—no llores, cariño...

—Es que no puedo tolerar lo que ha sucedido—gimoteó—daría todo mi dinero por regresar el tiempo y evitarlo...

El chico Omega suspiró y se inclinó hacia adelante para abrazar la parte superior de su cabeza y recargar su barbilla sobre su cabello. Enseguida Santa estiró los brazos y los envolvió alrededor de la cintura de Earth.

—Espero me perdones algún día.

—No tengo nada qué perdonarte. Solo tranquilízate, por favor, Po. Todo está bien—le besó el cabello.

—Me habría gustado tanto protegerte mejor, no soy bueno para ti—alzó el rostro hacia Earth y sus ojos estaban enrojecidos y llorosos, suplicantes—creo que estarás mejor sin mí, Earth Katsamonnat. Cada persona que quiero de verdad, le suceden cosas terribles y no quiero que formes parte de ellos.

Earth entornó los ojos.

—Estamos destinados a estar juntos. Mis feromonas encajan contigo, me marcaste y yo te acepté como mi compañero. No puedes abandonarme—le recordó con ansiedad— ¿Qué haré si me dejas? Hemos pasado por mucho juntos, ¿por qué eliges terminarlo, así como así? Si es por el bebé, lo entiendo, pero tendremos otra oportunidad, de verdad, te lo juro, vamos a intentarlo nuevamente y esta vez resultará...

Y ni si quiera se dio cuenta que ahora era él el que yacía berreando para que Santa no lo dejara, recordando su cruel infancia y parte de su juventud antes de conocer a ese joven Alfa, que, fue su salvación.

—¿De qué hablas? No es por el bebé que dije eso—Santa se limpió la cara con el dorso de la mano y limpió con ternura el rostro de su Omega—podemos tener descendencia en cualquier momento y me duele la pérdida de nuestro hijo, pero no es por ese motivo.

—¿Entonces por qué? —sorbió por la nariz.

Santa incluso reflejó que el efecto del alcohol, estaba esfumándose de su organismo al momento de sentarse junto a él.

—Tengo muchos enemigos, y no solo de forma externa, sino también en mi familia. Mi primo es el claro ejemplo, él y sus padres. Además, ya tienes suficiente con que mis abuelos te hayan nombrado a ti, dueño de sus acciones y eso aún no lo sabe nadie de ellos.

—Eso jamás te importó antes, ¿por qué ahora sí?

—Porque en estos momentos, fantasmas del pasado están volviendo—siseó, abrumado—Boat es uno de los principales fantasmas que creí olvidado y ha vuelto y lo peor es que se acercó a ti y no entiendo la razón.

—Te he dicho que quería saber más de ti y...

—No me has dicho como supiste que era un viejo amigo y me encantaría que me lo dijeras.

Earth tragó saliva y desvió la mirada. No podía echar de cabeza a Fluke.

—Te lo contaré cuando me des los detalles que prometiste darme el día que vuelvas a citarte con Boat y la persona por quien te pones mal con solo recordar su nombre—musitó el chico Omega.

—Por supuesto—asintió Santa.

—Eso quiere decir que no vas a dejarme, ¿verdad? —Earth se sintió esperanzado.

Y el semblante de Santa se dulcificó.

—El día que yo te abandone, será cuando me muera, Earth Katsamonnat—cogió una de sus pequeñas y blancas manos entre las suyas, para posteriormente, darle un beso—mientras siga vivo, jamás te librarás de mí.

El resto del día, Santa se hizo cargo de cuidar a Earth en todo lo necesario. Le dio un baño de esponja y lo recostó cómodamente en la camilla.

—No tendré problema alguno si quiero embarazarme más adelante, ¿verdad? —le preguntó Earth al joven Alfa cuando se disponían a dormir. Él, desde luego, en la camilla, y Santa en el sofá al otro extremo de la estancia y se sentó de inmediato, puesto que ya se había acomodado.

—Ninguno, cariño—le respondió con una sonrisa cansada—no sufriste desgarres o alguna complicación porque no hubo un factor sólido que te lo provocara, así como hay personas que ellos mismos abortan usando métodos sanguinarios, tal es el caso de introducirse ganchos metálicos dentro u otros objetos que tiren del producto hacia afuera por la fuerza y genere daños internos.

—A mí me dieron una paliza.

—Estoy cien por ciento seguro que sufriste el aborto por los malditos medicamentos que te suministré, porque de haber sido por la paliza, habrías abortado en ese momento—explicó y Earth frunció el ceño—te pondré un ejemplo: cuando te caes, el dolor y la herida es al instante—el chico Omega asintió con atención—entonces no puedes esperar a que, pasando un tiempo de la caída, comience a dolerte y a abrirte una herida, ¿o sí? —esbozó una tenue sonrisa al ver como Earth lo miraba con los ojos estrechados.

—Gracias por aclarar las dudas, dejándome como un tonto—le sacó la lengua de manera juguetona.

—Me agrada que verte animado—le envió una mirada tierna—es más de lo que podría desear.

—No puedo sumirme en tristeza porque ninguno de los dos sabía que estábamos esperando un bebé y que, gracias a la paliza o medicinas, lo perdí. Sé que sonará cruel, pero a veces la vida así lo quiere. Probablemente no era el momento adecuado para traer a un nuevo ser, teniendo en cuenta los cientos de problemas que tenemos encima. ¡Imagínate! ¿Qué tal si tu primo o ese loco del tal James aparece de repente y quiere hacerle daño a nuestro hijo? ¡De ninguna manera lo toleraría!

—Yo no dejaría si quiera que se acercaran en un radio de diez kilómetros a ti ni a nuestro hijo—prometió Santa con amargura.

—Lo sé—sonrió Earth, adormilado.

Santa lo observó durante dos minutos completos. Earth cerró los ojos, abandonándose casi al sueño, pero el joven Alfa no podía dejar pasar el momento. La angustia por saber su respuesta lo estaba matando.

—¿Sigues despierto?

—¿Uhmm? —murmuró Earth, abriendo levemente los ojos.

—¿Puedo hacerte una última pregunta antes de dormir?

—Sí, claro—el chico Omega se espabiló y bostezó, postrando su mirada cansada en Santa.

—¿Te dolió, no físicamente, sino emocionalmente, perderlo, es decir, a nuestro hijo o hija?

—Sigo todavía asimilándolo, pero francamente me siento mal porque, de haberlo sabido, me habría cuidado en muchos aspectos y jamás habría salido solo a la calle.

Santa asintió, apretando los labios y nada satisfecho con su respuesta.

—Sin embargo, siento un nudo en la garganta de solo recordar que había un mini tú creciendo dentro de mí y no pude protegerlo—añadió Earth en un hilo de voz—sé que te dije que no estaba listo para ser padre, pero es que realmente nadie lo está hasta que le toca serlo. Y por supuesto que me dolió, mucho, a decir verdad. Era mi hijo. Una parte mía y tuya, ¿Cómo no me dolería? ¿Acaso a ti no te dolió?

—Me duele y me seguirá doliendo toda la vida—repuso Santa con desasosiego.

Earth se movió hacia un lado de la cama y llamó a Santa con el dedo, señalándole el pequeño espacio junto a él.

—No quiero incomodarte.

—Quiero dormir contigo, ¿acaso es un crimen? Somos pareja.

—Nos echarán del sanatorio si me ven contigo ahí—rio Santa, levantándose como quien no quiere la cosa.

—Es un precio que estoy dispuesto a pagar, ven—Earth le guiñó el ojo.

Santa se deslizó entre las sábanas blancas de la camilla, pasándole un brazo por debajo de la cabeza de Earth y con el brazo libre, abrazándolo de la cintura. Ambos dándole la espalda a la puerta. Era más que obvio que si alguna enfermera o médico los sorprendía, los echarían a patadas de ahí, a menos que el joven Alfa pusiera en alto su apellido.

«Udompoch»

Ese apellido era el boleto VIP en todas partes y Earth se sentía tranquilo por ello.

Tuvieron la buena suerte que nadie los pillara, por lo que simplemente, cuando amaneció, esperaron a que llegara el padre de Prem u otro médico a que le diera de alta a Earth y las indicaciones necesarias.

—¿A quién le contaste sobre esto? —quiso saber Earth mientras se alistaba con ropa limpia que Santa le había llevado en algún momento de la madrugada y él no se dio cuenta.

—Prem. Lo llamé para que viniera cuando te traje de emergencia.

—De acuerdo, dile a él que no le cuente a nadie, y recomiéndole que también su padre guarde el secreto—sentenció el chico Omega—no quiero que nadie más lo sepa.

—¿No se lo vas a contar a tu amigo Fluke?

—No. Ni si quiera él.

—¿Por qué? —Santa frunció el ceño.

—Porque lo que sucedió es algo que nos concierne únicamente a ti y a mí—carraspeó—es doloroso y no quiero convertirlo en un tema de conversación frecuente.

En el pasillo, se encontraron con Prem, esperándolos en la sala de espera. Estaba muy concentrado en su teléfono, que no se dio cuenta que Santa le había hablado en un susurro.

—¡Oye! —exclamó Earth, asustando al susodicho y a algunas personas más.

Prem dio un respingo y se levantó como un resorte, avergonzado. Guardó su teléfono y se acercó a ellos.

—¿Cómo estás? —se aclaró la garganta y miró a Earth y a Santa.

—Deberían darnos membresía aquí por venir con mucha frecuencia—añadió Earth con sarcasmo.

—Tenemos membresía... —dijo Santa y Earth volteó a verlo con los ojos en llamadas, haciéndolo callar.

El chico Omega había amanecido de pésimo humor.

—Tengo muchísima hambre—resopló Earth al cabo de un segundo de silencio y de estar de pie a mitad de la sala de espera y empezó a caminar a la salida, seguido de los otros dos jóvenes con semblante perplejo.

—Hay una cafetería cercana y también un restaurante mexicano en la misma distancia—propuso Prem.

—¿Te parece bien? —terció Santa.

—Se me antojó una hamburguesa con mucho queso.

—No puedes comer eso todavía. Estás delicado—lo reprendió Santa—recuerda que tienes que comer saludable durante dos semanas aproximadamente y volver a revisión y tomar analgésicos por si tienes dolor o calambres en el abdomen.

—En la cafetería puede pedir carne asada con vegetales al vapor—dijo Prem, tratando de apaciguar una posible pelea—ahí venden de todos los gustos y necesidades.

—Y también alcohol, ¿verdad? —Earth se volvió hacia a Prem y este volteó a ver a Santa en busca de ayuda—sé perfectamente que ayer llegó a verme ebrio porque estuvo primero contigo.

—Necesitaba hablar conmigo y lo vi muy desesperado, y beber fue lo único que lo calmó—le explicó Prem a Earth bajo sus ojos fulminantes.

El chico Omega asintió y se quedó en silencio. Echó a andar por la acera y lo siguieron.

—¿Dónde está esa cafetería? Solo quiero una taza de café.

Lo dirigieron hasta el establecimiento y pidieron lo mismo los tres. El silencio era filoso. Prem no sabía cómo lidiar en ese instante con el mal genio del novio de su mejor amigo y sabía que tampoco Santa.

El chico Beta se despidió de ellos después de beber su café y dejó el dinero en la mesa, el cual Santa se lo regresó y dijo que pagaría él la cuenta.

—Amaneciste un poco enfadado—observó Santa, mirándolo de hito en hito, sabiendo que, probablemente, aquella simple observación, podría haber sido su sentencia a muerte.

—Irritable—lo corrigió Earth.

—Pensé que todo estaba bien...

—Lo está, es solo que no quería que Prem estuviera con nosotros. Me siento débil y vulnerable. Quiero estar contigo nada más, a solas.

A Santa le cambió la expresión y se suavizó. Se deslizó por el sillón hasta acortar la distancia entre los dos.

—¿Quieres ir a la cabaña saliendo de aquí?

—Ciertamente deseo ir a nuestra nueva casa, ¿Cuándo nos mudaremos?

—Haré unas llamadas y mañana mismo podremos habitarla, ¿te parece?

Earth asintió, recargando su cabeza en el hombro de él.

Al regresar a la cabaña, Santa cumplió con su palabra. Hizo bastantes llamadas y tiempo después, empezaron a llegar coches de mudanza. Claramente no se llevarían todos los muebles, solo la cama enorme de Santa, los dos armarios, los sillones, la nevera, y toda la ropa; ya que querían conservar los muebles rústicos del señor Enzo en la nueva casa arrendada.

Earth se quedó contemplando el movimiento de los hombres encargados de sacar las cosas de la cabaña hacia su nuevo hogar desde una cómoda mecedora en el patio trasero con una taza humeante de té de valeriana para calmar los nervios, debajo de varias frazadas calientes que lo protegían del frío del atardecer.

Santa de vez en cuando se acercaba a darle un beso en la cabeza y después corría a repetir indicaciones a los encargados.

A eso de las diez de la noche, los coches de mudanza ya iban rumbo a Kanchanaburi.

—¿Quieres que nos vayamos también o irnos al amanecer? —le preguntó Santa, sentándose sobre una manta en el césped.

—Mañana vámonos al amanecer, ahora siéntate aquí y yo sobre ti—Earth se levantó para darle lugar.

El joven Alfa se sentó en medio de frazadas y acunó a Earth en sus brazos, cubriéndolo.

Earth escuchaba perfectamente el corazón de Santa al tener su oreja pegada a su pecho y se sintió adormilado.

—Definitivamente mi lugar favorito se encuentra entre tus brazos—dijo el chico Omega, regocijándose en su calidez.

—Mi lugar favorito se encuentra entre tus piernas y mi momento favorito es cuando te poseo en la cama—le ronroneó sobre el cabello, ruborizando a Earth.

—¡Po! —le dio un golpecito juguetón, riéndose. Santa le depositó un beso en la cabeza, gustoso de hacerlo ruborizar.

—Y lo único deprimente es que no puedo ir a mi lugar y momento favorito hasta dentro de dos semanas—el joven Alfa hizo pucheros—pero es por tu bienestar.

—Por eso es bueno elegir el lugar y momento favorito con cautela—rio Earth—porque yo ya estoy ahí sin peligro alguno.

Continuaron un rato más abrazándose y dándose caricias y besos hasta que el frío fue insoportable y se recostaron en el único sofá que quedaba para dormir.

Al día siguiente, cuando Earth despertó antes del alba, se dio cuenta que ya no se encontraba en la cabaña en las afueras de Bangkok, sino en su nuevo hogar, en Kanchanaburi. Lo supo de inmediato cuando sintió el aroma delicioso del campo y el sonido de los animales en libertad, algo que en Bangkok era difícil de escuchar.

Escudriñó la habitación que tenía los armarios de ambos, la cama gigantesca de Santa en donde yacían acostados. El joven Alfa dormía plácidamente entre las sábanas.

¿En qué momento llegaron ahí? No se dio cuenta en lo absoluto.

Buscó su abrigo en el armario y fue al baño a asearse. A pesar de haber sufrido el aborto, no se sentía con nada de malestar; por lo que decidió preparar café y el desayuno para darle la respuesta a la propuesta de ese joven Alfa.

Como la nevera llegó sana y salva, al igual que su interior, tuvo los ingredientes necesarios para preparar hot cakes con miel. Le habría gustado mucho conseguir arándanos y fresas; y se preguntó si tal vez podría conseguirlos a por ahí más tarde.

Treinta minutos después, al ver que, el sol mañanero estaba totalmente afuera, colocó los hot cakes en un plato y el café en una taza, sobre una bandeja metálica. Se asomó al jardín y cortó dos florecillas blancas para adornarlo. Fue hasta la recámara principal y despertó cariñosamente a su novio.

Pero lejos de que Santa despertara, continuó «dormido». Earth dejó la bandeja sobre la cama y le acarició las mejillas, y tampoco. Lo zarandeó y no obtuvo respuesta alguna.

—¡Santa, despierta! —lo zarandeó con más fuerza y desesperación; pero fue en vano. Algo no estaba bien— ¡Despierta!

En medio de su histeria, alcanzó a percibir el aroma de un perfume masculino diferente al de Santa y giró sobre sus talones.

—Vaya, pensé que me darías más tiempo para sorprenderte—se burló Kao Noppakao, saliendo de su patético escondite en el armario de Santa—pero veo que sigues siendo muy listo.

—¿Qué diablos haces aquí y qué le hiciste a Santa? ¡Has cometido dos delitos más en mi contra! —Earth dio un paso atrás cuando Kao se acercó—¡Acoso y allanamiento de morada!

—Eres un cabo suelto en mi vida—repuso Kao con frialdad, pero sin borrar su mezquina sonrisa de los labios—y no me bastó solamente con tomarte por la fuerza para hacerte pagar por haberte echado hacia atrás en aquel maldito motel—le recordó—sino que deseo exterminarte del universo, ¿estoy siendo claro?

—¿Por qué? —titubeó—abusaste de mí de todas las maneras, ¿por qué quieres asesinarme?

—Porque no tolero que a mi primo sí lo aceptaste y a mí no—espetó el Alfa con odio—y me acabo de enterar también que mis estúpidos abuelos te dejaron las acciones más importantes de la empresa a ti, un don nadie de la calle y eso me da más razones para eliminarte.

—No puedes hacer eso, a mí no me importan esas acciones, te las cedo, pero por favor, déjame en paz—suplicó Earth, y se mantuvo entre Kao y Santa, como un débil escudo.

—Tienes dos opciones—sentenció Kao con suficiencia.

—¿Cuáles? —inquirió Earth, con desesperación.

—La primera: morir—esbozó una sonrisa maliciosa.

—¿Y la segunda...?

—Romperle el corazón a mi primo, abandonarlo y quedarte conmigo.

—Mátame—replicó el chico Omega sin miramientos—prefiero morir que estar contigo.

—No tienes otra salida: morir o venir conmigo; de lo contrario—del interior de su elegante saco oscuro, sacó una pistola con silenciador—le meteré un tiro en la cabeza a mi primo y haré que te culpen a ti, para que te pudras en la cárcel como la basura que eres.


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