20
Cerca de la medianoche, por fin estuvo en la dirección correcta. Se trataba de uno de los barrios más pobres de Bangkok, y tuvo que calmarse un par de veces luego de asustarse ante varios sujetos ebrios saliendo de los bares de mala muerte que pasaron tambaleándose cerca de donde ella quedó aparcada. Había pequeños faroles de luz parpadeando y dándole un toque oscuro y lúgubre al lugar. Releyó la dirección repetidas veces para encontrar algún error, pero no fue así. Aquella era la dirección correcta. Se debatió cinco minutos en bajar a llamar a la puerta o esperar a mañana. No obstante, quería que todo se aclarara cuanto antes; además de que podía no ser su paradero correcto, tal como dijo su abuelo en la carta.
Suspirando, se armó de valor y descendió del vehículo, abrazándose a sí misma. Puso la alarma y se acercó con paso seguro a la puerta pequeña que estaba a unos diez pasos. La casa en sí, era muy estrecha y para nada hogareña.
Golpeó tres veces y esperó. A pesar de que los bares tenían música fuerte, Sammy solo escuchaba los latidos de su corazón en los oídos. Golpeó de nuevo y se encogió de hombros al no obtener respuesta. Estaba tranquila de que al menos lo había intentado. Giró sobre sus talones, dispuesta para marcharse, y, sin embargo, la puerta se abrió detrás de ella.
—¿Buscaba algo, señorita? —surgió una voz masculina del interior de la casa—porque sea lo que sea que esté buscando, no lo encontrará en este barrio.
La abogada sintió escalofríos porque era la voz de una persona mucho mayor de lo que esperaba y al darse la vuelta, se cercioró. Era un hombre de unos cincuenta años aproximadamente. Tenía un ojo parchado y pese a su aspecto demacrado, sucio y extraño, no parecía ser un depravado o un demente. El único ojo a la vista solo destilaba cansancio y tristeza. La fémina no pudo discernir con exactitud si se trataba de un viejo Alfa, Omega o Beta, pero de lo que, si estaba segura, es que vivía solo.
—Busco a Boat Tara—consiguió decir Sammy—¿Él vive aquí o sabe dónde encontrarlo? Es urgente localizarlo.
—¿Está aquí por asuntos legales? —cuestionó—porque de ser así, puede marcharse.
A la joven abogada no le quedó de otra más que mentir.
—No. Soy una vieja amiga de la infancia y tiene muchísimo tiempo que no sé de él. Y me es urgente hallarlo para unos asuntos relacionados a un proyecto de vida que decidimos hacer cuando aún nos frecuentábamos.
El hombre se rascó la barba que apenas se notaba y miró pensativo a la nada.
—Ese joven alquilaba esta casa antes de que yo llegara. Tiene alrededor de tres meses que se fue—respondió.
—¿Dejó alguna dirección o teléfono para poder comunicarse con él? —a Sammy se le cayó el alma a los pies.
—Me temo que no, pero si de verdad es urgente, puede preguntarle a la casera. Ella tal vez tenga información del joven.
—¿Dónde puedo encontrarla?
—Deme un segundo, señorita—dijo el sujeto. Cerró levemente la puerta y tardó cinco minutos en regresar. Le entregó un trozó de papel de alguna libreta vieja con una anotación poco clara, pero legible—vaya a este lugar y pregunte por la señora Nam. Dígale que va de parte mía, me dicen O.
—¿O?
—Sí, O, a secas.
—Está bien, muchas gracias, señor O—le agradeció y guardó el papel en su bolsillo antes de dirigirse a su coche.
De vuelta a casa, en un semáforo, revisó rápidamente su teléfono, que había puesto en vibrador y que tenían un sinfín de llamadas perdidas de sus padres. Cuando cambió a verde, avanzó para estacionarse en la orilla del boulevard para enviarle un mensaje a su madre para que no se preocupara; pero de pronto, un sonido estruendoso la asustó, proveniente de su coche y en un instante, se movió repentinamente hacia un costado, como si algo la hubiese embestido y un siseo extraño inundó el silencio abrupto, como si se estuviera escapando gas o aire.
Miró a su alrededor y se encontró sola. Ni un alma. Ya era casi la una de la madrugada.
No tenía a nadie a quien llamar, o bueno, alguien «razonable» de su familia. Y tenía a dos posibles personas a quien acudir, pero no estaba segura si la ayudarían.
Ohm Thitiwat y Boun Noppanut.
Ohm era un amigo de su infancia al que creyó que jamás volvería a ver desde que entraron a distintas universidades, y se dio cuenta que fue un error, puesto que él asistió al funeral de su abuelo sorpresivamente, reactivando su amistad y presentándole a su pareja, un adorable Omega de nombre Fluke Natouch.
Y Boun Noppanut, su fiel mejor amigo de la facultad de Derecho, quien no pudo asistir al funeral de su abuelo porque se hallaba fuera del país gracias a un viaje que tuvo su bufete de abogados, pero volvió de inmediato a verla y a acompañarla.
Sulfurada, eligió a Boun, con quien había hablado horas atrás y estaba al tanto de lo que estuvo haciendo en el día.
—¿Hola? —contestó el chico, ahogando un bostezo.
—¿Podrías venir por mí...? —Sammy cerró la boca al darse cuenta que no era la voz de Boun. Retiró la oreja del teléfono y entornó los ojos al leer el nombre. Ohm Thitiwat—...eh, disculpa, me equivoqué de amigo...
Iba a colgar, cuando Ohm se aclaró la garganta y se escuchó como se levantaba de la cama.
—No, espera—carraspeó— ¿Dónde estás? ¿Estás bien?
—Ay, ¡Se me cae la cara de vergüenza!
—Por algo llamaste a estas horas—se preocupó—¿necesitas ayuda? Tú dime y voy a buscarte.
Ella se avergonzó más.
—Es que estoy en el boulevard principal y creo que estalló un neumático y no quiero bajarme a revisar...—balbuceó.
—Haces bien. Por ningún motivo bajes, asegura las puertas, mándame tu ubicación real y estaré allá en diez o cinco minutos—ordenó.
Sammy obedeció y colgó.
Se quedó mirando a la nada, con vista en el parabrisas. Le entraron ganas de salir corriendo y darle los problemas que tenía a alguien más.
Al cabo de cinco minutos, un coche aparcó a la par de ella. La abogada novata pensó que se trataba de su amigo e hizo el ademán de bajar, pero palideció al darse cuenta que las personas de ese vehículo estaban lejos de ser conocidos.
Eran asaltantes, que solo se dignaron a usar cubre boca color negro y gorras del mismo color.
—¡Abre los cristales, hermosa! —le gritó uno de ellos, estampando sus puños a la ventana de ella, mientras los otros dos rodeaban el coche—te ayudaremos con tu neumático perfectamente ponchado.
Y dicho eso, deslizó una cadena metálica con pinchos afilados para mostrársela, señal de que ellos habían sido los responsables del accidente.
Sammy le sostuvo la mirada con desprecio y le enseñó el dedo corazón. La fémina logró notar que ese individuo tenía un pequeño tatuaje de clave de sol debajo de la ceja derecha y este, al darse cuenta del escrutinio, se bajó más la visera de la gorra, ocasionando que el sujeto se enfureciera y comenzara a golpear el vidrio con fuerza, junto a los demás.
—¡Llamaré a la policía! —gritó la chica, horrorizada.
—Si llamas a la policía, será lo último que hagas—replicó, alzándose la playera y mostrándole un arma entre el cinturón y el pantalón.
Ella alcanzaba a escuchar lo que él decía porque el cristal estaba cinco milímetros abajo.
Y sin miramientos, el hombre sacó la pistola y apuntó hacia ella a través de la ventana, con la intención de romperla y asesinarla al mismo tiempo.
Sammy cerró los ojos, pensando lo peor y despidiéndose mentalmente de toda su familia.
Pero, en menos de un segundo, se escuchó el claxon de otro vehículo que acababa de llegar, seguido de un rugido y un rechinido de neumáticos. Ella no quiso abrir los ojos por el terror y alcanzó a escuchar gritos y maldiciones por parte de sus atacantes.
No obstante, aunque su curiosidad era muchísima, el miedo la mantuvo inmóvil y con los ojos cerrados, ajena a lo que estaba sucediendo afuera. Probablemente habían llegado otros atracadores y estaban peleándose por ver quién de los dos grupitos le quitaba todo y la mataba.
— ¡Oye, eh, abre los ojos!
Era una voz masculina, suave, gentil y al mismo tiempo, desesperada. Obedeció a regañadientes y vio a la pareja de su amigo Ohm. El tierno Omega llamado Fluke. El chico tenía los ojos entornados y su rostro parecía tan blanco como la nieve.
— ¿Estás bien? —le preguntó. Y en eso, el coche de los atacantes arrancó a toda velocidad, tras los gritos iracundos de Ohm, quién sostenía en sus manos, nada más y nada menos que... Una escopeta. ¡Una fantástica escopeta!
Sammy abrió la puerta y casi se desmayó en brazos de Fluke, pero Ohm se acercó a tiempo y la sostuvo con firmeza, dándole el arma a su novio.
— ¿Te hicieron algo? —cuestionó Ohm con muchísima preocupación.
—No—logró decir ella, recargando su peso en la puerta, sintiendo sus piernas de gelatina, pero Ohm no la soltó—estaban a punto de dispararme, pero no pasó nada...
Fluke abrazó la escopeta con una sola mano y con la otra que tenía libre, la tomó de la barbilla y le verificó el rostro.
—Se le bajó la presión. Tenemos que llevarla al hospital y después a la estación de policías a rendir su declaración de los hechos—manifestó el Omega con severidad—se ve a leguas que todo lo tenían planeado.
—Sí, pusieron una cadena con pinchos a lo largo de la calle—acotó ella, con los nervios de punta—en serio, discúlpenme que los haya molestado, es muy tarde y no debí estar fuera de casa a estas horas. Y no quiero ir a un hospital, estaré bien...
—Súbete a nuestro coche y deja asegurado el tuyo para que podamos volver con una grúa mañana—dijo Ohm, palmeándole el hombro. Fluke se hizo cargo de dirigirla hacia el vehículo de ellos en lo que su novio bajaba las cosas de la chica y aseguraba el coche.
—Pasarás la noche con nosotros, ¿De acuerdo? —afirmó Fluke—llama a tus padres y diles que quedarás con amigos.
De camino al departamento de ellos, ella quedó profundamente dormida y aferrada al brazo de Fluke, quien decidió acompañarla en los asientos traseros.
—¿Se ha dormido? —preguntó Ohm, echándole un vistazo a Fluke desde el espejo retrovisor mientras conducía al departamento.
—Sí, está frita...—la voz de Fluke se fue apagando a medida que miraba como finas y delicadas lágrimas escurrían por las mejillas de la chica—y está llorando en sueños.
—Es normal y lógico que suceda eso con ella, teniendo en cuenta del luto de su abuelo y el trauma de un atraco—opinó Ohm—cuida que no se vaya a golpear la cabeza, por favor.
Fluke asintió, sabiendo que Ohm no lo miraba y agarró con suavidad la mejilla regordeta y adorable de la fémina para que no se golpeara con el movimiento del coche.
—Y pensar que esta chica es ahora la encargada de la situación legal de una familia multimillonaria—susurró Fluke, con pesar.
Prontamente llegaron al departamento y Ohm se hizo cargo de llevar cargando a Sammy al interior y Fluke estacionó bien el coche y guardó bien la escopeta antes de seguirlos, llevando consigo el portafolios y teléfono de la chica.
Ambos habían salido en pijama al encuentro con ella y cuando por fin la vieron continuar en aquel sumido sueño y recostada en el sofá más cómodo del departamento, la parejita se dejó caer sobre el sofá continuo.
Fluke echó un vistazo hacia el portafolios de ella y vio que había unos papeles sobresalientes, que podían ser importantes, por lo que optó por componerlos y para eso debía abrirlo completamente.
No obstante, por el rabillo del ojo, alcanzó a leer el nombre de su mejor amigo y no le quedó más opción que leer esa hoja.
Horas más tarde, Sammy despertó abruptamente. No estaba en su habitación, eso le quedaba claro y frente a ella había un hermoso balcón con la mejor vista de la ciudad. Estaba amaneciendo. Escudriñó a su alrededor y halló a Ohm y Fluke durmiendo en el sillón de al lado, los dos desparramados. Enseguida recordó los sucesos de horas atrás y le dieron escalofríos.
Pensó en marcharse sin despedirse de ellos, pero no podía. Eso sería hacerles una grosería, ya que le habían hecho un favor importante la noche anterior.
—Así que ya has despertado—murmuró Fluke, bostezando.
—No quería despertarlos...
—No te preocupes, ¿quieres desayunar hot cakes o waffles? —Fluke se levantó rápidamente y se estiró.
—Eh...
—No tengas pena, ¿sí? Puedes confiar en mí en lo que necesites. Ahora dime qué se te apetece para desayunar.
—Waffles—respondió, titubeante.
—Y café, ¿verdad? Yo amo el café—alardeó él, metiéndose a una habitación—puedes cepillarte los dientes, tenemos un cepillo extra, ven.
Con cierta rigidez, siguió al lindo Omega hasta el interior de la habitación principal. Trató no observar más allá de su camino y se posicionó junto a él, mirándolo a través del espejo retrovisor.
Le entregó el cepillo nuevo, dentro del empaque y Fluke no le despegó la mirada de encima todo el rato.
—¿Conoces a fondo a mi mejor amigo, Earth Katsamonnat? —le preguntó de pronto, haciendo que ella se ahogara con el dentífrico.
—¿Qué? —Sammy escupió y se enjuagó rápidamente.
—Sí, ¿lo conoces muy bien? O, mejor dicho, ¿tu familia lo conoce bien? —inquirió Fluke, con el cepillo de dientes dentro de su boca, con aire desafiante.
—¿Disculpa?
—Escucha—Fluke se enjuagó y se recargó en la puerta, enviándole una mirada fulminante—me encantaría muchísimo saber por qué mi mejor amigo figura en una carta hecha por tu abuelo, que tengo entendido fue el abogado de la familia Udompoch.
Los ojos de la abogada novata se abrieron como platos.
—¿A qué te refieres...?
—Por accidente leí la carta de tu abuelo porque vi que ahí estaba plasmado el nombre de mi mejor amigo, como si la familia de Santa Udompoch tuviera muchísima conexión con él desde antes de conocerse y ser pareja.
—¿Cómo que por "accidente" leíste mis documentos privados?
—No tiene importancia, solo respóndeme.
Ella inhaló y exhaló profundo antes de replicar. Tardó un poco en cavilar la situación, pero ya estaba preparada.
—Por supuesto que tiene importancia—siseó, colérica—¡Son mis cosas privadas en lo que, a ti, en absoluto, no te incumben!
—Pasa a ser de mi incumbencia si el nombre de mi mejor amigo figura allí—masculló Earth.
Sammy se llevó la palma de la mano a la frente.
—El hecho de que ayer me rescataron de un atraco, no quiere decir que Ohm o tú, tengan el derecho de husmear en mis documentos—le espetó de vuelta.
Y dicho eso, dio media vuelta y se encaminó a recoger su portafolio. Y para ese momento, Ohm ya había despertado.
—Muchas gracias por ayudarme ayer—le dijo, acomodándose la ropa y abrazando el portafolio—ahora me voy, hablamos luego, Ohm.
—¿Tan pronto? ¿No te quedarás a desayunar? —le preguntó, perplejo.
—No, iré por mi coche antes de que lo levante alguna grúa.
—Te acompaño...
—No, muchas gracias. Nos vemos luego.
La expresión huraña de su amiga desconcertó al Alfa y más cuando percibió la presencia de Fluke en la habitación, agazapado detrás de la puerta, escuchando a hurtadillas la conversación.
—Antes de que te marches, ¿Podrías darme un segundo? —musitó Ohm, dejándola sola en la sala.
Sammy lo que quería era largarse cuanto antes, pero ser grosera y malagradecida no estaba en su naturaleza, por lo que se sentó en el mismo sofá dónde durmió y esperó a su amigo.
Diez minutos después, el chico volvió con expresión extraña, acompañado de su pareja. La fémina comprendió que ahora Ohm estaba del lado de Fluke.
—Gracias por la ayuda y hospitalidad—agregó ella de forma mecánica, poniéndose en pie—hasta luego.
Abrazando su portafolio, buscó la puerta de salida y se quedó de piedra cuando sintió la enorme mano de Ohm cernirse alrededor de su muñeca, deteniéndola.
—Quédate a desayunar, por favor—le pidió Ohm con nerviosismo, rehusándose a soltarla.
—Mi coche está tirado en el boulevard y debo ir por él—insistió ella, mirando desafiante al Omega, que le devolvió la misma mirada lacerante—y yo no tengo otra razón para quedarme más tiempo, gracias.
—Si no quieres quedarte, acepta que te lleve—farfulló Ohm, dándose por vencido. La soltó y bajó la mirada—me gustaría hablar contigo en privado.
Enfurruñada, aceptó. No quería perder más tiempo y menos si se trataba de encontrar a esos chicos misteriosos que su abuelo le había encargado.
Esperó a Ohm fuera del departamento, en el pasillo, rumbo al ascensor.
Al cabo de diez minutos, su amigo salió con otra ropa, oliendo a menta y bien peinado. Le hizo señas con la cabeza y ella lo siguió hasta el estacionamiento. Abordaron el vehículo de él, en dirección al boulevard donde estaba el suyo. Temía que una grúa se lo hubiese llevado.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —Ohm cortó el silencio pasados dos minutos de ponerse en marcha.
—Si es algo referente a lo que te haya dicho tu noviecito, entonces la respuesta es un rotundo «no»—siseó, encolerizada.
—Es algo referente a lo que me dijo Fluke—arribó con suspicacia—él leyó una carta de tu abuelo por "accidente"—aclaró, haciendo énfasis en la última palabra—y ahí figuró el nombre de Earth Katsamonnat, que resulta que es el mejor amigo de mi novio.
—Te voy a decir algo, Ohm—sentenció ella—ni por accidente se leen las cosas privadas de los demás. ¡Mierda, soy una abogada! Manejo documentos legales importantes y no es para que cualquier se le ocurra leerlos sin mi consentimiento, ¿te das cuenta que tu adorado Fluke irrumpió mi privacidad?
—Lo sé y él está arrepentido, pero...
—No hay peros que valgan. Se puso altanero mientras nos cepillábamos los dientes y me exigió a que le diera fe y razón de lo que leyó por "accidente"—hizo comillas dramáticamente—ni el propio Earth reaccionaría de esa manera, puesto que él debe tener las respuestas que Fluke quiere y yo no tengo. Esta carta es la última que me dejó mi abuelo, la cual encontré por casualidad y no explica mucho la razón del por qué está ese chico allí.
—¿Y por qué no le dijiste esto a Fluke? Pudiste habértelo sacado de encima con esta respuesta.
—Porque actuó como imbécil.
—Sí, Fluke a veces es muy intenso y se cabrea muy fácilmente—reconoció Ohm—pero no es una mala persona, créeme. Él solo está preocupado por su mejor amigo.
Sammy se cruzó de brazos, muy irritada.
El resto del camino fue en silencio. Llegaron hasta su coche y se alivió al ver que estaba perfectamente bien, tal y como lo había dejado.
—Llamaré a mi aseguradora y a una grúa—dijo ella, sacando su teléfono—muchas gracias, Ohm. Aquí ya puedo sola.
—Tonterías, me quedaré contigo hasta que estés sana y salva en tu casa.
—¿No se enojará tu Omega colérico? —bromeó.
—Él se enoja siempre—se encogió de hombros, sonriendo. Su hoyuelo de la mejilla izquierda saltó a la vista, lo cual era poco inusual, ya que él rara vez sonreía de oreja a oreja—y te propongo algo como viejo amigo de la infancia: almorzar y comer juntos, ¿te parece?
—Pero estaré haciendo más cosas a lo largo del día—musitó ella—tengo bastantes pendientes y el no tener coche, no me detendrá.
—Bueno, yo te ayudaré.
—De acuerdo, pero te advierto que no estoy bromeando.
—Ni yo tampoco.
La joven abogada llamó a su aseguradora y enseguida estuvieron allí. Les relató lo sucedido y mandaron llamar una grúa para hacerse cargo.
Ohm fue de gran ayuda para llevar a Sammy a la fiscalía a rendir su declaración, aun cuando ella se rehusó al principio, pero los de la aseguradora afirmaron que era necesario levantar una denuncia al respecto porque fue un plan elaborado con dolo, creando perjuicios.
—¿Logró verles alguna seña en particular? —volvió a preguntarle la secretaria del Ministerio Público por quinta vez, pese a que Sammy le había respondido hasta el cansancio.
—Ya le dije que todo fue muy rápido. Parecía tener un tatuaje bajo la ceja derecha—espetó, irritada. Ohm le hizo señas de calmarse, pero eso produjo lo contrario.
—¿De qué era el tatuaje? Si no es honesta, no podremos identificar al atacante si lo hallamos.
—No sé, algo relacionado a la música, creo—se maldijo a sí misma por no recordarlo con exactitud—era... ¡La clave de sol! Sí, tenía un tatuaje de clave de sol.
La secretaria asintió, gustosa y continuó escribiendo en su computadora.
—¿Vio algo más?
Sammy negó con la cabeza.
Al mediodía, se retiraron de la fiscalía. No les resolvieron nada, pero al menos quedó la declaración.
Estuvieron un rato almorzando en un local de comida tradicional a una calle de allí para despejarse del papeleo con el Ministerio Público. Ohm habría preferido que ella hiciera alarde de su apellido y agilizar las cosas.
—Mi tarea es encontrar a dos individuos a la velocidad de la luz—masculló Sammy, abatida—y no tengo tiempo que perder, Ohm. Tenía una pista, pero se fue al carajo, afortunadamente, hallé otra más sólida.
—¿Quieres contarme? Sabes que yo soy muy discreto y hasta podría serte de ayuda—le propuso Ohm. La fémina lo observó por varios segundos. Él tenía razón. Siempre se había caracterizado por ser discreto, tranquilo y muy listo.
—Aparte del nombre de Earth Katsamonnat, figuran dos más en la carta de mi abuelo—resopló Sammy. Abrumada, abrió el portafolio y le entregó la carta a Ohm—léelo. También hay problemas con respecto a Santa Udompoch.
Ohm Thitiwat asintió, comenzando a leer la carta con seriedad.
—¿Tenon Teachapat? ¿Boat Tara? —arqueó una ceja, mirándola. Sammy se encogió de hombros.
Cinco minutos tardó en leerlo y releerlos.
—¿Problemas mentales? ¿Santa Udompoch? —inquirió Ohm con un sobresalto.
—También me tomó por sorpresa.
—¿Y dónde está Earth y Santa? Porque ellos son más importantes de localizar que los otros dos.
—No tengo la menor idea. La pista tangible del paradero de ese tal Boat Tara la conseguí tiempo ante de ser asaltada y todo se fue a la mierda.
—Te acompaño, ¿Dónde es?
Sammy le entregó el trozo de papel que el señor O le dio la noche anterior.
—Conozco el barrio. Te llevo justo ahora.
—¿En serio? —a ella se le iluminaron los ojos.
Él asintió, interesado.
El barrio al que fueron a buscar a ese chico, era mejor que el anterior al que ella había visitado. Había más decencia, pero la misma pobreza.
—Es esta, la casa gris—le indicó a Ohm y él se detuvo justo enfrente—vuelvo en un momento, ¿sí?
—¿Estás segura que no quieres que te acompañe?
—No, descuida. Será rápido.
Sammy descendió del coche con el portafolios, se alisó las arrugas de la ropa y se acomodó el cabello.
Se acercó a la vivienda y llamó a la puerta. Estaba a solo siete pasos del vehículo de Ohm y él no le despegó la mirada de encima, listo para salir a ayudarla si algo pasaba con el extraño al que buscaban.
Pero nadie salió a recibirla.
Ella lo intentó muchas veces, harta de la situación.
—¿Qué es lo que quiere? —gritó una mujer desde el interior.
—Quisiera hablar con usted acerca de un antiguo arrendatario.
Se escuchó un sinfín de ruidos hasta que por fin abrió la puerta.
—¿Qué quiere? —le espetó la mujer con cara de pocos amigos.
—Hablar sobre un sujeto llamado Boat Tara que le arrendó una vivienda, pero en este momento el nuevo arrendatario es el señor O.
—¿Y usted quién es, señorita? ¿Es su familiar?
—Vengo por un asunto privado, señora. Y me ayudaría muchísimo si me diera alguna pista de su nuevo paradero. Es urgente.
—No puedo ayudarle con exactitud.
—¿Por qué no?
—Porque él vive a la vuelta, es una casa que arrenda con más personas, es color marrón. Y si puede, dígale que me pague los tres meses que me quedó debiendo de la casa anterior. Necesito el dinero—siseó.
—¿Cuánto le debe?
— $10,296.60 bahts—carraspeó la mujer.
La abogada novata suspiró y sacó su chequera y un bolígrafo.
—¿Cómo se llama usted? Le haré un cheque con la cantidad de once mil bahts para saldar la deuda de Boat Tara.
— Nin Saetang...
—Bien, aquí tiene—le entregó el cheque—ahora, dígame con exactitud, ¿Dónde vive Boat Tara?
La mujer le arrebató el cheque de las manos y simplemente se limitó a indicarle que era la primera casa que estaba doblando la esquina.
Una vez terminando la pésima conversación, se dirigió hacia la ventana de Ohm para informarle lo sucedido.
—Espérame aquí, ¿de acuerdo? Está en la esquina.
—Preferiría acompañarte.
—No, pero puedes seguirme a una distancia apropiada.
Aquello le agradó a su amigo y bajó del coche.
Encaminándose a la casa estipulada, Ohm caminó detrás de ella unos cuatro metros lejos para no llamar la atención.
Encontró fácilmente la casa y se percató que la puerta era una verja de metal, la cual estaba abierta de par en par. Y la residencia era de dos pisos, pero a leguas se notaba que estaba en muy mal estado. La pintura marrón comenzaba a caerse, dándole paso a los ladrillos picados y decolorados por el sol de las paredes.
Entró con incertidumbre y se quedó perpleja al ver que había demasiadas personas ahí, distribuidas en todo el recinto y ninguno de ellos reparó en ella.
Y Sammy tampoco reparó en la persona que le arrebató el portafolio sin miramientos a un costado, echándose a correr al interior de la enorme casa.
—¡Mi portafolio! —gritó ella, alarmada, corriendo detrás de él. Era un sujeto un poco más alto que ella y delgado, de piel muy blanca, pero no le lograba ver el rostro porque en ningún momento volteó a verla—¡Detente!
Los demás residentes de ahí la ignoraron, como si eso fuese de lo más normal.
En un segundo de desesperación, ella se quitó uno de tus botines que tenía cinco centímetros de tacón y se lo lanzó directamente a la cabeza, dando en el blanco. Fue tan fuerte el golpe, que el individuo cayó de bruces al suelo, soltando el portafolio, pero no lo noqueó, sino más bien lo dejó atontado, momento que aprovechó para recuperar sus pertenencias.
Mantuvo su calzado en alto, listo para lanzárselo de nuevo si intentaba algo y palideció al percibir que se había metido en ese lugar y se hallaba en una habitación aislada, en donde él estaba cerca de la única puerta de escape.
Lo observó incorporarse con dificultad y la encaró.
Tanto él como ella, se quedaron boquiabiertos al verse y reconocerse.
La abogada novata jamás olvidaría esos ojos y ese tatuaje peculiar de clave de sol debajo de la ceja derecha.
—¡Tú! —lo señaló con odio y él se echó a correr, lejos de ella.
Si no lo alcanzaba, se daría a la fuga y ella quería justicia para su vehículo. Mientras lo perseguía, escuchó las vociferaciones de su amigo Ohm en la calle. Al parecer, le habían obstruido el paso. Maldita sea.
Y fue cuestión de un segundo en el que se distrajo por Ohm, cuando perdió de vista al idiota. Se encontró en una encrucijada. Aquella no era una casa como tal, era como un recinto espeluznante sin muebles, solo espacios vacíos con colchones sucios y mesas a punto de quebrarse. Ahí reinaba la inmundicia.
De pronto, se precipitó hacia adelante con una fuerza brutal, señal de que la habían empujado. Su portafolio salió volando al igual que su calzado. Y se dio la vuelta para ver a su atacante, que, por segunda vez, le haría daño. Gateó hacia atrás, asustada y chocando con la pared.
—¡Me trataste de atracar ayer! —chilló Sammy, horrorizada.
—Escucha, hermosa, el destino nos volvió a juntar para que termine lo que empecé—canturreó él, gustoso, recogiendo el portafolio.
—¡No! —ella se levantó y trató de arrebatárselo, pero él la empujó de una patada, haciéndola caer de sentón.
Pero Sammy no era de las que se daba por vencida. Se incorporó por completo y se le fue encima, atrapándolo como sanguijuela de la pierna.
—¡Aléjate! —le gritó el idiota.
—¡Ohm, auxilio! —gritó como loca—¡Llama a la policía!
—¡Cállate! ¡Suéltame! —él se la sacudió de encima, sin éxito. Y de repente, alzó la mano, dispuesto para abofetearla. Sammy cerró los ojos, en espera del golpe, pero nunca ocurrió.
—Si tocas a la chica, te devolveré el golpe multiplicado por diez, Yacht—siseó una voz masculina, ajena a ellos—así que cálmate.
Sammy abrió los ojos y vio como un chico sumamente atractivo, alto y fornido, con ropa deportiva encima, color oscuro, sostenía el brazo del atracador con fuerza, a pocos centímetros de su rostro.
—¿Está bien, señorita? —le preguntó el chico recién llegado, soltando lentamente el brazo del tal Yacht que casi le azotaba la mejilla.
—Sí... —se alejó lentamente del atracador, viendo que segundos atrás su vida había pasado por su mente.
El otro chico de ropa deportiva, se inclinó a ella gentilmente y la ayudó a levantarse con amabilidad.
—¿Me podría decir que hace usted aquí? —la miró de arriba abajo, escaneándola con desdén, frotándose la barbilla con curiosidad.
—Estoy buscando a alguien y da la casualidad que me encontré con una persona que ayer me asaltó, provocando que los neumáticos de mi vehículo estallaran gracias a una cadena con pinchos.
—¿Y cómo sabe que fue él?
El atracador se encogió junto al recién llegado.
—Tiene el mismo tatuaje de clave de sol en la ceja derecha—masculló ella con desprecio—y reconocería sus ojos incluso estando ebria.
—¿Y a quién estaba buscando? —inquirió, cambiando el tono de su voz amable a sombría.
—A alguien llamado Boat Tara. Me dijeron que reside aquí.
La expresión del chico de ropa deportiva se transformó.
—¿Cómo se llama usted? —gruñó.
—Mi nombre es Samantha Melanie Coates, soy la representante legal de Happy Fruits y me mandaron buscar a Boat Tara, ¿podría decirme si vive aquí o donde hallarlo? Es urgente.
—Señorita Melanie—pronunció su segundo nombre con voz trémula— ¿para qué lo necesita realmente? ¿la ley lo está persiguiendo o algo?
—No, para nada. Es para entregarle una cantidad de dinero.
Un brillo de interés surcó los ojos del chico y esbozó una sonrisa torcida.
—De acuerdo, aquí lo tiene, señorita Melanie.
—¿Disculpa...? —frunció el ceño.
—Yo soy a quien busca—se señaló—soy Boat Tara—hizo una reverencia dramática—estoy a sus órdenes.
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