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06

Fase de celo.

¡Fase de celo!

¿Qué le pasaba a ese arrogante y tonto joven Alfa?

De ninguna manera había pasado por ello y, por ende, eso le daba la respuesta de ser un insignificante Gamma. El casi último de la jerarquía.

Él no podía ser un Omega. Debía haber un error con eso de oler al manjar favorito de ese idiota.

Al otro día del incidente en el árbol, Earth se la pasó encerrado y acostado en la cama sin querer plantarle cara a Santa.

El joven Alfa llamó a la puerta varias veces y dejó de fastidiarlo luego del mediodía.

Con anterioridad había pasado días sin comer y ese momento no sería la excepción. Había logrado controlar el hambre desde que era pequeño y no irritar a sus padres.

Lo único que podía salvarlo del aburrimiento y el hambre, era jugar Minecraft en su teléfono, que no necesitaba internet. Era una lástima que el libro que había estado leyendo quedara tirado afuera y para recuperarlo tendría que salir de esas cuatro paredes y no estaba dispuesto a hacerlo.

El solo hecho de pensar que había una gran posibilidad que la respuesta al olor que sentía Santa en él, era simplemente y sencillamente porque podía ser su pareja, le daba escalofríos. O a menos que fuese un vil engaño y quería manipularlo para que jamás se fuera de ahí y mantener a salvo su patrimonio.

No lo culpaba. En su lugar, quizá habría hecho lo mismo...

No, la verdad no. Él sería incapaz de someter a una persona y obligarla a vivir bajo el mismo techo sin conocerlo y solo para su beneficio.

Tal vez Kao Noppakao pertenecía a un linaje mafioso, por parte de su padre, pero ya sabía qué clase de porquería era, no obstante, Santa era una incógnita. Solo sabía que tenía veintidós años y que estudiaba medicina, ah, y que ahora lideraba la empresa familiar más grande de Bangkok.

Nada más.

¿Y si era un psicópata o sociópata disfrazado?

No, sociópata no. Sería muy notorio.

Psicópata sí. Los psicópatas eran unos perfectos mentirosos y lograban fingir tan bien, que nadie nunca sospecharía de ellos. Todo lo tenían fríamente calculado e inclusive tener una cabaña de la que nadie más que él tenía conocimiento, lo hacía más aterrador.

A eso de las cinco de la tarde, su protesta de ayuno ya no pudo más. Abandonó su temple y tuvo que tragarse la poca dignidad que le quedaba. Se calzó las pantuflas de conejo y salió al baño a hacer sus necesidades, las cuales también se las aguantó por mucho tiempo. Se lavó la cara y se cepilló.

No olía mal pese estar sin ducharse en todo el día.

A hurtadillas, bajó a la cocina y echó un vistazo rápido a su alrededor. Santa no estaba cerca, de seguro se hallaba en su alcoba porque la Hummer estaba afuera, junto al Audi plateado.

El gruñido de su estómago le hizo ir a buscar comida en la nevera y halló milanesas congeladas y puré de papa. Vaya.

Volvió a mirar su entorno y calentó su ración en el microondas, aprovechando a prepararse café. Si lo iba a mantener prisionero, mínimo que le dejara usar todo y comer lo que hubiese a su alcance.

Quince minutos más tarde, degustaba alegremente en el comedor, meciendo los pies por debajo de la mesa. Las orejas de los conejos en sus pantuflas se movían de un lado a otro.

—El puré de papa es mi especialidad, ¿Te ha gustado?

Earth dejó de moverse y tragó con dificultad.

—Sigue comiendo, solo vine por un poco de jugo—Santa pasó a su lado, rozando para nada disimulado, su hombro, provocando que a Earth se le erizara esa área de su piel.

—No me sentía bien en todo el día, lo siento—se disculpó Earth, de hito en hito.

—Comer solo es normal para mí, descuida—replicó el joven Alfa, sacando una pequeña botella de jugo de su propia empresa. Era de manzana.

Acto seguido, rodeó el comedor y se dirigió a la escalera sin decir nada más.

Le mortificó levemente ese comportamiento a Earth. ¿Qué le pasaba?

Se encogió de hombros y terminó de comer. Lavó los trastes y los colocó en su sitio, dejando todo en orden.

Estaba oscureciendo y se acercó a la silla en dónde estuvo el día anterior leyendo antes de casi romperse el cuello en el árbol.

Sonrió al ver el libro sobre la silla. Santa lo dejó allí por si tenía ganas de retomar la lectura. O al menos, eso quería creer.

Tenía muchísimas preguntas en la cabeza y si quería respuestas, la única opción que le quedaba era esperar a que ese joven Alfa le tuviera más confianza, y dudaba que eso ocurriera porque era recíproca la desconfianza.

Cuando inició el mes de abril, Earth era consciente que faltaba nada para volverse completamente loco.

Había perdido la cuenta de las veces en las que le insistió y suplicó a Santa dejarle hablar con su mejor amigo Fluke porque no aguantaba el aburrimiento. Ya se había leído la mayoría de libros que tenía el joven Alfa y no hallaba sosiego. Quería salir corriendo.

El único lado bueno y positivo era que su brazo estaba mucho mejor, ya podía moverlo más y era leve el dolor de vez en cuando. Continuaba vendado, empero sin los cuidados excesivos de antes.

—Malas noticias—le soltó una noche Santa. Era la primera vez que se sentaban a ver la TV juntos mientras comían pizza. El joven Alfa había sucumbido a las exigencias del chico Gamma—la próxima semana el abogado abrirá los testamentos de mis abuelos. Habrá una junta familiar para saber las últimas voluntades de ellos.

De pronto a Earth la pizza le supo insípida y dejó de comerla para prestarle toda su atención a él.

—Ya sabes que en cuanto se enteren de tu existencia, van a buscarte por cielo, mar y tierra—siguió diciendo Santa—así que quiero que te mantengas más cauteloso que de costumbre. Voy a irme unos días a la ciudad para no levantar sospechas de nada. He estado ausente de toda mi familia con la excusa de mis vacaciones universitarias, pero soborné al rector para que me diera un par de meses porque tenía que cuidar de un familiar herido, o sea, tú. Y el plazo ya está por terminar también.

— ¿Me dejarás acá solo? —Earth palideció.

—No, en cuanto se sepa por fin todo, estaré solo algunos días con ellos, desviando su atención a otra parte, más sabiendo que Kao me echará la culpa de que te conozco y que lo planeamos juntos—musitó, azorado.

— ¿Por qué estás ayudándome? ¿No sería mejor que me entregaras a ellos? —le reprochó, temblando—yo no soy nada tuyo y tienes el mismo interés de ellos: quitarme esa herencia que ni si quiera deseo tener.

—Mi familia te hará pedazos, ¿Eso quieres? Recuerda que el padre de mi primo es mafioso y esos imbéciles son expertos en desaparecer personas.

—Estás manipulando todo a tu conveniencia.

—Cree lo que quieras. Yo solamente quiero que estés a salvo de lo que te pueda hacer mi familia—carraspeó.

—Tus intenciones aún no me convencen. No puedo confiar en ti—lo miró con los ojos estrechados—debe haber algo que te incite a querer protegerme, aunque seamos completos desconocidos unidos por la desgracia.

—Hay dos razones poderosas—le informó con incertidumbre.

— ¿Cuáles? —se cruzó de brazos, desafiándolo.

—La primera—enumeró con sus dedos—está en tus manos mi patrimonio y segundo, hueles malditamente exquisito.

Earth parpadeó, perplejo ante lo último y más porque lo dijo muy serio. No había nada de humor.

—No puedes ir protegiendo personas que huelan bien—masculló Earth—es de pésimo gusto.

—No protejo personas—siseó el joven Alfa—te protejo a ti, conejo.

— ¡No me digas conejo!

— ¿Prefieres conejito? Porque realmente pareces uno. Tu apariencia es adorable, pero eres todo un demonio. Idéntico al conejo llamado Snowball de la película animada "La vida secreta de tus mascotas".

— ¡Eres un caso perdido! —le riñó—estamos hablando de algo importante, ¡No te vayas por una tangente!

—No sabía que pudieras hablar con tanta propiedad—se burló Santa.

—Santa, por favor, basta—espetó el chico Gamma.

—Dime Po—le corrigió—tú mismo dijiste que me quedaba ese diminutivo.

—Bien, por favor, Po, deja de ser ridículo y céntrate en lo importante—vaciló Earth, provocándolo.

Santa arqueó la ceja derecha donde estaba su cicatriz y Earth tuvo que apartar la mirada, ya que, por algún motivo desconocido, sintió las mejillas arder.

— ¿Qué ocurre? —preguntó el joven Alfa, ladeando la cabeza con curiosidad.

—No estás poniéndole atención a lo que de verdad deberías.

— ¿Crees que tú eres menos importante? Porque sí lo eres, de lo contrario, no estarías viviendo en mi cabaña.

— ¡No me refiero a eso! —Earth no podía con tanto calor en sus mejillas.

Earth abandonó la sala y se dirigió a su recámara. Le dolió un poco el brazo, pero lo ignoró. Tal vez se debía al tipo de hilo que usó Santa para suturarlo, que se desintegraba por si solo en la piel sin necesidad de retirárselo.

Se puso el pijama y se alistó para dormir, cepillándose los dientes en el sanitario. Cuando estaba por entrar a la habitación, escuchó la voz de Santa hablando y a juzgar por el tono desdeñoso y hostil, descartó que se trataba de una charla con la señora de la limpieza. Probablemente alguien de su familia le había marcado por teléfono.

—Él no te ha contado todavía la razón por la que aquella vez lo dejé hecho mierda en el hotel, papá—el veneno en su voz asustó a Earth cuando gritó de repente—¡No me haré responsable de algo que no tengo la culpa! Además, ya tiene varias semanas que ocurrió—hubo una pausa en la que rio burlonamente, señal de que se avecinaba más problemas—la próxima semana hablaremos cuando esté el abogado presente... ¡Ya te he dicho que, si el problema es que yo haya quedado como dueño de la empresa, entonces no lo quiero! Mi sueño es ser cirujano plástico, no dirigir una compañía. Por eso mismo elegí medicina y no administrador de empresas o algo parecido.

Earth se puso lívido al darse cuenta que el joven Alfa había comenzado a subir la escalera.

Echó a correr dando traspiés y se encerró justo a tiempo. Agudizó los oídos y el silencio reinó. ¿Acaso había sido su imaginación? Como todo chico cotillo, aventuró a asomarse al pasillo, abriendo poco a poco la puerta.

—¡Bu!

El chico de pantuflas de conejo cayó sentado en la alfombra por el susto, mientras Santa entraba a sus aposentos con una sonrisa torcida y el teléfono pegado a la oreja. Sus ojos oscuros destilaban diversión al verlo ahí, con la boca abierta y la cara rojísima.

—Espiar no es correcto—le dijo con malicia y a continuación, tomó el pomo de la puerta y lo dejó solo, cerrando tras de sí.

Estúpido. ¡Eres un estúpido, Earth!, se reprendió a él mismo, poniéndose en pie.

Claramente se había dado cuenta que lo estuvo espiando en su llamada misteriosa, pero, ¿Qué importaba? Le intrigaba más saber el tipo de problemas que compartía esa familia para estar preparado.

Era curioso que quisiera ser cirujano plástico y no ser el jefe de una monstruosa empresa que estaba valuada en dólares. Supuso que era un simple acto de rebeldía contra sus familiares y al menos no sucumbió a formar parte de la mafia de Bangkok.

Todos podía portar armas sin ser mafiosos, ¿no? Porque cuando ocurrió el accidente en el bar, y se enfrentaron, no solo el Alfa, Kao Noppakao sostenía un arma, sino también Santa y los otros dos.

Y se preguntó... ¿Tendría en esa cabaña, guardada una pistola?

Si la encontraba, podía usarla para amenazarlo y poder huir.

¿En qué estaba pensando? Él no era un lunático, pero necesitaba salir de allí, antes de que toda esa manada de Alfas se le fuera encima y lo despedazaran vivo.

Malditos multimillonarios.

Se recostó y se durmió hasta muy tarde, pensando en cómo acabaría todo ese problema de la herencia.

—¡Earth! ¡Oye, levántate!

—¿Eh? —el chico Gamma abrió los ojos bruscamente y pegó un grito al ver a Santa casi sobre él, sujetándolo de los hombros— ¡Aléjate!

—El abogado familiar enfermó y su nieta se hará cargo a partir de ahora de representarnos—le informó, apartándose. Earth apenas estaba procesando que era de mañana y alcanzó a verlo recién duchado y vestido de manera formal. El color azul rey le sentaba muy bien y olía exquisito—se adelantó la lectura del testamento. En menos de tres horas se abrirá.

—¿Qué? —Earth se sentó de inmediato y frunció el ceño.

—Estamos en problemas—Santa apretó los labios con incertidumbre—ya no hay tiempo para planear lo que se viene—le advirtió con severidad. De alguna parte de su ropa, extrajo una caja y se la entregó. Se trataba de un teléfono, el iPhone más reciente y a Earth se le quitó el sueño al ver que le estaba obsequiando ese aparato—vas a usar a partir de ahora este dispositivo. No le darás el número a nadie, ¿Entiendes? Solo yo lo tendré y vas a responderme en cuanto te llame. Ya tiene ingresada la contraseña del wifi y está monitoreado, así que no intentes contactar con tus amigos.

—Ya tengo un teléfono—masculló Earth, ofendido.

—No me importa. Vas a usar este porque lo ordeno yo—espetó—puede que no venga en los siguientes dos o tres días—apretó las mandíbulas y suspiró—hay mucha comida en la nevera y Kate va a quedarse contigo, tiene mis indicaciones. Me llevaré las llaves del Audi y volveré pronto.

— ¿En serio vas a abandonarme? —Earth se precipitó a levantarse al verlo acercarse a la puerta.

—Estoy cuidando de ti.

—No quiero quedarme aquí solo.

—Ya tienes con qué divertirte—le señaló el iPhone que quedó en la cama.

No pudo encontrar algo ingenioso que decirle, así que corrió al balcón de la habitación y lo observó abordar su deslumbrante vehículo. Se había puesto lentes de sol estilo aviador y un saco oscuro. Earth se mordió el labio inferior y se le erizó la piel cuando el joven Alfa alzó la vista a él antes de meter reversa y marcharse.

Fue al sanitario a lavarse la cara y los dientes. No tenía hambre y cómo iba a estar solo por algunos días, se encerró totalmente. Quizá no tenía internet en su teléfono, pero en el nuevo sí, así que lo encendió y vio que ya estaba cargado y tenía guardado el número de Santa. En la caja estaba anotado también el número del iPhone.

Las aplicaciones como Line, Facebook, WhatsApp, Instagram, Weibo y Twitter estaban bloqueadas y se necesitaba un código y no tenía datos. Solo podía entrar a YouTube, Netflix, HBO, Disney+ y más aplicaciones para ver películas o series, las cuales también ya tenían abiertas las cuentas, listas para usarse.

Tenía todo y al mismo tiempo nada.

Probó la magnífica cámara y se tomó muchas fotos. Luego se le ocurrió la idea de echarse una ducha y maquillarse para sacar mejores.

Estuvo alrededor de dos horas posando y verificó lo hermosas que habían salido las tomas con ese teléfono.

Poco después, le pasó el gusto al teléfono y tuvo hambre. Cómo todo estaba silencioso, se cambió con ropa cómoda y fue a atacar la cocina, pero Santa le había dejado el desayuno preparado en el comedor, acompañado con una nota.

Sentándose, agarró la nota y empezó a leerla.

"Te veo en unos días, conejito. No intentes escapar o me enfadaré.

Po."

Era un engreído. Dobló la hoja e inconscientemente sonrió. Ya estaba acostumbrándose a sus tonterías.

— ¿Necesita algo, joven Earth? —la señora de la limpieza salió del cuarto de lavado, limpiándose el agua de las manos en un pañuelo.

—No, Kate, estoy bien—mantuvo su sonrisa—estaré en mi habitación, si te necesito, te buscaré.

—Estaré al pendiente, usted solo grite mi nombre y acudiré de inmediato—prometió amablemente.

Eligió ver la TV para matar el enorme aburrimiento que se le estaba almacenando. ¿Cómo era posible que se sintiera más aburrido cuando ese idiota no estaba en la cabaña?

A decir verdad, no es que le molestara del todo vivir allí, sino la prohibición de hablar con sus amigos.

Quería agradarle a Santa.

Algo dentro de él ansiaba ser su tipo y ser de verdad especial, pero no solo por el asunto de la herencia, ya que, desde que lo conoció en el estacionamiento del Bar, le atrajo demasiado y esa atracción se vio afectada por los demás sucesos.

Le consternaba cuando le escuchaba decir que él olía a su manjar favorito e incluso llegó a cruzar el límite de labia al afirmar que era un Omega y que en su fase de celo se daría cuenta. Ridículo.

Transcurrieron dos largos y tediosos días. Y en vez de estar pensando en sus amigos y en su libertad, lo único que tenía en la mente era la cara de ese patético joven Alfa con su tonta sonrisa maliciosa.

Lo extrañaba.

Odiaba decirlo, pero ese era el problema. Más que querer salir de ahí, quería verlo, sentir que estaba ahí, deambulando por la cabaña, listo para molestarlo.

Ni si quiera había llamado el maldito niñato. El iPhone era inservible sin que él lo llamara.

No obstante, parecía que la ley de la atracción funcionaba, puesto que dos minutos después de haber deseado que lo llamase, llamó.

El nombre y número de Santa aparecía en la pantalla del móvil nuevo y Earth se odió por contestarle en menos de dos segundos.

— ¿Hola? —su voz sonó muy emocionada, por lo que intentó guardar la calma.

—Voy para allá—fue al grano—mantente resguardado porque alguien me va a acompañar a la cabaña justo ahora. No hagas ruido cuando me veas llegar, adiós.

Sus palabras le hicieron contener la respiración.

¿No se suponía que nadie más que él tenía conocimiento de ese lugar? ¿Por qué habría de traer a alguien más? ¿O quizá la idea de dejarlo solo era para atacarlo con toda su familia, como una maldita manada de lobos hambrientos, era más fácil?

Instintivamente, empezó a empacar sus cosas rápidamente. Él no iba a ser una presa fácil. Esos Alfas tendrían que sufrir y llorar sangre antes de tocarle un solo cabello.

Se sintió idiota al solo detenerse a pensar en llevarse o no, las pantuflas de conejo que Santa le había dado y optó por llevárselas, después de todo, eran suyas. Lo que sí dejó y a propósito, sobre la cama, fue el iPhone. Pese a sentir una punzada de dolor en el brazo al cargar la pesada mochila y la maleta con llantitas hasta la escalera, continúo su camino. Iba en pijama, pero, ¿Qué más daba?

No estaba Kate a la vista, por lo que tenía una sola oportunidad. Y para su mala suerte, recordó que el oso de peluche de Zion había quedado sobre la cama.

Y como si el destino quisiera burlarse todavía más de él, escuchó el motor de la Hummer de Santa aparcar justo afuera. Sus piernas quedaron ancladas al suelo y se obligó a echar a correr escaleras arriba, llevándose nuevamente todo consigo. Tropezó en el último escalón y cayó de bruces al piso. La maleta se precipitó hacia abajo y pensó en ir por ella, pero era demasiado tarde. La voz de Santa entrando lo horrorizó. Gateó hasta su recámara y sin hacer ruido, se encerró fugazmente, abrazando su mochila con la espalda recargada en la puerta.

Escuchaba los latidos erráticos de su corazón en los oídos por tanta adrenalina y su respiración agitada.

¿Qué tan cerca estuvo cuando lo llamó? No pasaron ni quince minutos.

Esperaba escuchar la voz mezquina de Kao Noppakao u otro miembro masculino de su familia, pero jamás el de una chica.

La voz era suave, cantarina y simpática. Inclusive alcanzó a escuchar que bromeaban entre los dos. ¿Una amiga? ¿Una ex novia? ¿O era una chica para saciar sus apetitos sexuales?

Sacudió la cabeza, ahuyentando el último pensamiento con cólera.

—Mi abuelo decía que la única persona en que yo debía confiar de toda la familia Udompoch eras tú—le oyó decir a la fémina, la cual, seguramente, se había acercado un poco a la escalera, en donde quedó su maleta abandonada—¿planeabas salir de viaje?

—No, ¿por qué? —se mostró confundido y sus pasos se fueron acercando.

—Hay una maleta justo al inicio de la escalera—rio ella.

—Ah, sí...—el nerviosismo en Santa fue palpable—debe ser de la señora de la limpieza; mejor acompáñame a la cocina para que bebamos algo mientras hablamos de ese asunto.

Earth ya no pudo escuchar más y se desesperó.

¡¿Quién diablos era ella?!

Y se detuvo cuando el impulso de querer abrir la puerta y bajar a presentarse ante esa chica se apoderó de él.

¿Por qué le importaba tanto quién era esa chica?

El balcón de la recámara estaba cerca de la cocina, por lo que se le ocurrió una brillante y suicida idea. Se lanzó de inmediato a rectificar la distancia que había hasta el suelo y sintió vértigo.

Tal vez si ponía varias sábanas y almohadas, la caída no sería dura. Sacó todo de la cama y lo arrojó al suelo, por debajo del balcón.

Trepó el barandal y quedó sentado sobre él, con los pies oscilando a la nada.

Cuadró los hombros y cerrando los ojos, consiguió reunir el valor suficiente para saltar.

—Este lugar es muy hermoso, ¿vives aquí solo?

Pero la voz de la fémina muy cerca de él le hizo abrir los ojos y se desconcertó.

—Sí, mi familia no sabe de esta cabaña—respondió Santa con dulzura, algo que nunca había hecho con Earth.

—¿Son sábanas y almohadas? —inquirió la chica, acercándose.

Earth deseo desaparecer y cayó de espaldas hacia adentro de la habitación, golpeándose la espalda.

—Debe ser la señora de la limpieza—las palabras de Santa salieron dulces, pero cargadas de veneno—vamos dentro, de seguro está haciendo aseo.

Se escuchó el sonido de la puerta trasera de la cocina cerrarse.

Por alrededor de dos largas y extenuantes horas, Earth estuvo muy ansioso, en espera de que por fin terminaran de hablar Santa y esa misteriosa chica.

Cuando le estaba agarrando el sueño, escuchó el motor rugir y se golpeó el dedo pequeño del pie con un mueble al tratar de salir al pasillo y poder ver a la chica de lejos. Cojeando, logró verla por detrás por un segundo y se percató que era levemente regordeta, de cabello largo y castaño, y vestía un estupendo vestido negro tallado que le quedaba muy bien, solo que, en vez de zapatillas, portaba tenis negros.

Maldito Santa. Y todavía la llevó de regreso el muy desgraciado, dejándolo solo otra vez.

Decepcionado sin saber por qué, recogió sus desastres: la maleta y las sábanas de su cama junto con almohadas, las cuales ya estaban sucias. Esa noche dormiría con frío.

De tal modo en el que se marchó muy rápido con ella, regresó y a juzgar por la manera en la que se estacionó, brusca, violenta y tosca, supuso que Santa se hallaba completamente irascible.

Tardíamente se dio cuenta que la puerta de su recámara no tenía seguro y se escondió en el ropero al escucharlo subir como un loco y abrir la habitación con coraje.

—¡Earth! —vociferó, buscándolo en cada rincón—¡Earth! Si no sales del ropero en dos segundos, juro que te sacaré de ahí del cabello—lo amenazó.

—¡Me tocas un solo cabello y será lo último que harás en tu vida! —le gritó Earth tras salir de su escondite, pero corriendo hacia la puerta para tener mínimo un camino de escape.

Pero por lógica, Santa se adelantó y le cerró la puerta, obstruyéndole el paso con el cuerpo.

—¡No te atrevas a tocarme! —le advirtió Earth al momento que Santa dio un paso a él.

Y hasta ese instante, Earth le vio la cara y se asustó.

Si no fuese tan malditamente atractivo, habría salido corriendo al ver su semblante ensombrecido, rojo e iracundo, pero por desgracia, se quedó anclado al suelo, perdido en su mirada ardiente y oscura.

Para el infortunio del chico Gamma, Santa volvió a avanzar hacia él, acorralándolo entre su cuerpo y la puerta. Tenía la mirada en llamas, como si quisiera aniquilarlo ahí mismo. Cuando Santa alzó la mano, Earth se encogió, resguardando su cabeza bajo los brazos, muerto de miedo y esperando el golpe, pero en vez de eso, la mano del joven Alfa golpeó la puerta, cerca de su oreja, inmovilizándolo todavía más.

—No pienso golpearte—siseó, a escasos centímetros de su mejilla—sin embargo, estoy muy cabreado por las estupideces que hiciste estando presente... ¡la nueva abogada de la familia! —arrastró las palabras con furia—¿querías huir? Porque tu maldita maleta quedó al inicio de la escalera, ¿querías escucharnos en la cocina? Porque tus cosas estaban tiradas debajo del balcón, ¿querías irritarme? ¡PUES LO CONSEGUISTE!

Lo agarró del brazo sano y lo empujó fuera de su camino. Dio un portazo al salir y Earth se quedó parado, conteniendo el llanto. Santa tenía razón. En ningún momento él le había hecho daño, sino todo lo contrario.

Semanas atrás habría estado feliz de haberlo hecho enfadar, pero en ese momento... se quería morir.

Y una manía que había logrado dejar atrás resurgió. Comenzó a mordisquearse el dedo pulgar y caminar de un lado a otro, pensando en cómo solucionar su desastre y contentar a Santa.

De haber sabido que traería a la nueva abogada familiar, su ansiedad e inseguridad no habría surgido. Pero, ¿por qué inseguridad? Casi se rio por pensar en tonterías.

A ese joven Alfa era obvio que le gustaban los chicos o a menos que fuese bisexual o pansexual.

¿Por qué ahora te importa tanto su orientación sexual?, se preguntó a sí mismo con fastidio; Te tiene secuestrado, no lo olvides...

Después de sopesar la fatídica idea de ir a pedirle disculpas, decidió hacerlo. Probablemente la presencia de la abogada era para mantenerla de su lado, así como el abuelo de ella. Era obvio que eligieran a Santa como alguien de fiar entre toda esa familiar podrida de avaricia.

Al salir al pasillo, tropezó con su maleta y fue a buscarlo, pero no halló al joven Alfa por ningún lado. Verificó si su vehículo estaba afuera y sí, la Hummer continuaba allí, al igual que el Audi plateado.

El silencio era tormentoso y más porque esa cabaña no tenía aires de ser habitada con amor, era acogedora y hogareña, pero fría y hostil al mismo tiempo porque tal vez Santa la había comprado para alejarse de los problemas y estar con una soledad asfixiante.

En todo el tiempo que llevaba ahí, no se atrevió a acercarse a la habitación de él. Y quizá ese era el momento indicado.

A pasos inseguros, se plantó frente a la puerta y llamó varias veces, pero no hubo respuesta alguna. Pensó en no molestarlo, empero la aguja de la curiosidad lo consumió. Probó el pomo de la puerta y esta cedió fácilmente. Asomó la cabeza y lo primero que vio en su campo visual fueron las paredes de cedro color vino y una enorme TV adherida a esta en lo alto; abajo había una consola de videojuegos con dos mandos y lentes de realidad virtual. Y resumiendo, era todo un adicto a los videojuegos. Abrió un poco más la puerta para pasar a hurtadillas y vislumbró una gran repisa con libros, aparte de los de su biblioteca de abajo, tenía una privadísima. Y se preguntó qué clase de libros eran.

Recorrió la estancia más allá del librero y halló un escritorio metálico color negro, en donde descansaba una computadora gamer muy sofisticada que emitía luces aun estando apagada la pantalla, al igual que una silla gamer del mismo tono. Sonrió involuntariamente al imaginarlo jugando allí, como un niño pequeño. También los audífonos eran de gamer, pero estos eran color blanco y tenían orejitas de gato.

Giró en redondo para seguir husmeando, cuando se quedó de piedra al encontrarse a Santa en su enorme cama similar a la suya, pero con sábanas oscuras, completamente dormido con AirPods. Y eso no le sorprendió, sino la manera en la que se hallaba.

Dormía boca arriba con los brazos a cada costado, tenía únicamente su pants negro y nada más. No tenía camiseta ni nada en su torso, a excepción de una cadena de oro con un dije que no lograba ver bien porque era muy pequeño.

Y de pronto sintió una oleada de calor, que pensó que se debía a la calefacción, y de pronto se vio agarrándose las mejillas sonrojadas y obligándose a apartar la vista de él.

La cicatriz que atravesaba su abdomen parecía haber sido muy dolorosa cuando recién se la hizo con el anzuelo, pero los músculos de esa área hacían que la herida se viera menos grotesca.

Su mirada fue subiendo hasta su rostro y verlo sin ningún ceño fruncido le resultó muy tierno. Rodeó la cama y se acercó para verlo con más detenimiento. Las cicatrices de la cara lo hacían ver más atractivo. Demonios. Earth se dio cuenta que, si él tuviera esas heridas en el mismo lugar, se vería horrible.

Parpadeó, acercándose peligrosamente un poco más y notó que tenía una pelusa diminuta en la ceja normal. Estiró la mano y se la retiró con suavidad. Le acomodó un mechón de cabello que obstruía parte de esa ceja y luego suspiró.

Comenzó a retirar la mano, cuando de pronto, la mano del joven Alfa se cernió rápidamente alrededor de su muñeca con fuerza y Earth entornó los ojos al ver que él estaba mirándolo con el ceño fruncido y una mueca en los labios que no parecía ser una sonrisa.

Apartó bruscamente la cara, pero no pudo alejarse del todo porque Santa no le liberó la muñeca.

—¡Suéltame! —gritó Earth, alterad y más porque Santa comenzó a tirar de su brazo hacia él—pensé que estabas dormido, no pretendía molestarte.

—No me molestas—arqueó la ceja con la cicatriz con el fantasma de una sonrisa—es la primera vez que entras y sin mi permiso, lo cual hace que sea más grave la situación, ¿no crees?

La insinuación en su voz y su lenguaje corporal alertó a Earth.

Santa tenía las orejas levemente enrojecidas y Earth toda la cara.

—¿Cómo despertaste si no estabas dormido? Incluso tenías los AirPods puestos con música.

—Música clásica—aclaró, quitándose uno y poniéndoselo a Earth. El chico Gamma escuchó una melodía de piano muy suave y quiso morirse de la vergüenza—además...—lo tomó del hombro sano y ágilmente lo recostó sobre su pecho, quedando cara a cara, pero eso no fue todo, lo movió hacia un costado y se colocó sobre él, con ambos brazos a cada lado de la cabeza de Earth, haciéndolo sentir más cohibido. El dije de la cadena de oro de Santa era el símbolo Alfa "α", que quedó oscilando sobre la boca de Earth. La textura fría le erizó la piel—... ¿Cómo no iba a percibir la presencia de alguien que huele a mis manjares favoritos?

—Es imposible—balbuceó Earth.

—Cuando entraste, fue leve el aroma que despediste y no le tomé importancia porque pensé que habías pasado por mi habitación en el pasillo, pero de pronto, soltaste tus feromonas con intensidad y supe que habías entrado. Te observé cada movimiento y expresión de tu rostro, conejito—humedeció sus perfectos labios y Earth enloqueció con ese gesto—sé que te atraigo demasiado, no puedes negarlo.

—No es verdad. Eres un idiota, ¿Cómo podrías gustarme? —siseó, recuperando un segundo el control, pero los ojos del joven Alfa lo hipnotizaron nuevamente, sin mencionar que la mirada de Santa viajaba de sus ojos a su boca con picardía.

—Tú eres más idiota que yo y me traes loco—gruñó Santa al tiempo que se inclinaba a él y tomaba posesión de sus labios con aire demandante.


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