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01

Pasar de recepcionista de un motel de paso a recolector de frutas en la zona rural más cercana de Bangkok, fue lo mejor que le pudo haber ocurrido.

Pensó que encontraría su muerte segura en cuanto subió a aquel taxi en aquella noche solitaria con sus amigos para nada convencidos. Pidió al chofer que lo llevara a la zona rural que no estuviera tan lejos y lo hizo. Sin embargo, en cuanto llegaron, lo dejó a su suerte en medio de la nada, donde solo había oscuridad y árboles por todas partes. Afianzó las correas de su mochila sobre los hombros y echó a andar por un sendero rumbo a una pequeña colina en donde divisó a la distancia una tenue luz. Tal vez si mostraba una inofensiva actitud, las personas que residían allí, le dejarían pasar la noche allí, aunque sea en el porche, pero bajo la luz.

Cuando estuvo frente a la luz, que resultó ser un poste con grandes muros con alambres de púas, sintió que moría lentamente. En el trayecto a esa fuente de luz, tropezó y cayó en las enredaderas, haciéndose arañazos en las manos, justo donde tenía frescas las heridas de sus palmas tras haberse cortado en la cocina de la casa de sus padres días atrás.

Pensó en trepar los muros, pero era demasiado riesgoso por las púas y probablemente se hallaba electrificado.

Echó un vistazo a su alrededor y no le quedó otra opción más que colocar su mochila en el suelo y usarla de almohada. Tenía demasiado sueño como para pensar en otra cosa. Si iba a morir, entonces que fuera durmiendo y siendo libre.

A la mañana siguiente, despertó en una acogedora habitación de madera, muy rústica, pero con ambiente cálido. Y se preguntó si ya había muerto y ese lugar era el cielo, porque incluso su ropa fue sustituida por un pijama de algodón muy suave. Bostezó y se deslizó fuera de la pequeña cama individual.

No obstante, dio un respingo al encontrarse cara a cara con una linda anciana en el umbral de la puerta. En sus temblorosas manos sostenía una bandeja con lo que parecía ser su desayuno: huevos estrellados, tocino, taza con café, jugo natural de naranja y una mandarina sin cáscara.

—Pensé que estabas dormido aun, ven a desayunar a la mesa—le dijo ella, esbozando una dulce sonrisa y se dio media vuelta, comenzando a caminar.

Earth la siguió y quiso ayudarla, pero la anciana se negó rotundamente y acomodó el desayuno de él en el comedor y solo hasta ese instante, Earth pudo contemplar lo bella que era esa vivienda. Se respiraba amor, paz y tranquilidad.

—Perdón por la molestia—murmuró, avergonzado—juro que pagaré todo esto...

La anciana no respondió nada al respecto y tomó asiento. Aparte del sitio de ella y el de Earth, había otro plato servido, por lo que ninguno de los dos tocó el suyo.

—Mi esposo está recolectando mandarinas—le explicó ella—hay muchas esta temporada, pero ambos somos demasiado viejos para vaciar los árboles por completo y no queremos que se pudran, además, tenemos más árboles frutales como uvas y manzanas.

Y a Earth se le ocurrió una fantástica idea.

—Si ustedes quieren, yo podría ayudarles a recolectar las frutas e ir a venderlas—planteó, mirando con entusiasmo a la anciana—y así será mi forma de pagarles esto que hicieron por mí. Salvaron mi vida.

Y en ese preciso momento, el esposo de la anciana hizo acto de presencia. Llevaba dos pesadas canastas recolectoras afianzadas a su cuerpo, una en el pecho y la otra en la espalda, y las dos muy cargadas de frutas.

Earth se aproximó a ayudarlo y el anciano jadeó al sentarse en la silla mientras el chico acomodaba las canastas en el suelo con facilidad.

La pareja de esposos se sonrió ante aquel gesto.

—Me estaba comentando el muchacho de que podría ayudarnos a recolectar frutas y venderlas, como pago a las atenciones que le dimos anoche—arribó la anciana, muy emocionada.

Al anciano le brillaron los ojos y se secó el sudor de su frente con una servilleta de la mesa.

—¿Harías eso por nosotros, hijo? —le preguntó con dulzura y Earth se sintió extraño. Jamás en su vida alguien le había hablado con tanto cariño y amabilidad.

—Por supuesto que sí, incluso, si ustedes me dejan...—titubeó, nervioso—podría trabajar con ustedes unas semanas y después...

—¿Unas semanas? —la anciana ladeó la cabeza hacia él y su esposo optó por beber un poco de jugo.

—Sí, o unos días—la ilusión de Earth se redujo a casi cero—no quiero ser una molestia.

—¿Tienes a dónde ir? —quiso saber ella, preocupada.

Pero Earth no respondió. Se mordió el labio inferior y miró al suelo. Se había quedado de pie junto al anciano y las canastas.

Tras intercambiar miradas, voltearon a verlo con una sonrisa conciliadora.

—No preguntaremos de dónde vienes y a dónde buscar ir, así que no te sientas en la necesidad de darnos una explicación. Nosotros estamos gustosos de haberte ayudado ayer, y tu manera de agradecernos nos hará mucho bien—comenzó a decir la anciana con alegría—como te habrás dado cuenta, somos una pareja de ancianos que ya no pueden seguir haciendo trabajos que requieran esfuerzo corporal.

—Te pagaremos con techo y comida, muchacho—añadió el anciano—y si tenemos buenas ganancias, cuando te marches, te daremos el dinero que te corresponde, ¿Qué dices? ¿Quieres quedarte a trabajar con nosotros? El tiempo que tú desees. Sin condiciones.

—Además, nos hará bien tener compañía—sonrió la anciana—nuestros hijos y nietos viven en la ciudad y no vienen a visitarnos. Cada seis meses, cuando suele haber buena cosecha, mi hijo mayor viene para distribuir las frutas en diferentes presentaciones como mermelada, sodas, etc., y la última vez ni si quiera estuvo aquí de manera presente, mandó a su asistente porque supuestamente hubo un contratiempo...

Su esposo le envió una mirada conciliadora y Earth percibió tristeza y nostalgia en el ambiente. Vaya. Eran unos abuelitos olvidados. Sus hijos y nietos eran unos malditos. Él hubiera dado todo por conocer a sus abuelos.

—Ayudaré hasta la próxima visita de su hijo—sentenció Earth—y ya verán que vendrá él y no su asistente.

—Esperemos que sí, pero suele estar ocupado—dijo el anciano con tristeza.

—Y dime, cariño, ¿Cómo te llamas y cuántos años tienes? —la anciana cambió de tema exitosamente para no seguir deprimida.

—Me llamo Earth Katsamonnat y acabo de cumplir veinticinco años hace poco—respondió.

—Bien, Earth, yo soy Amy, a secas—rio y luego señaló a su esposo con la barbilla—él es Robert. Y te preguntarás, ¿por qué poseemos nombres extranjeros? Pues nuestros nietos encontraban nuestros nombres reales muy largos, así que nos bautizaron de esa manera y nos gustó.

—Señora Amy, Señor Robert—esbozó una sonrisa y caminó a su silla—será un placer trabajar para ustedes.

A partir de ese día, Earth se convirtió, no solo en un trabajador de esos lindos abuelitos, sino en un nieto más de ellos. Comenzaron a entablar un vínculo fuerte y muy esperanzador. El cariño que recibía de esa pareja era maravilloso. Se sentía como en casa. Ni si quiera le importaba cargar varios kilos de frutas en la espalda y caminar dos kilómetros para venderlas en los pueblos cercanos. Emprendía el trayecto feliz y volvía al anochecer más feliz porque eso significaba una agradable cena al aire libre, con una fogata, sillas alrededor y una bella vista a las estrellas, acompañado de una charla amena que duraba horas.

Trabajar nunca se sintió tan placentero.

Earth llegó en enero al pequeño rancho de ellos, por lo que la fecha estipulada para la llegada del hijo por las frutas estaba en algún día del mes de julio.

Como a la señora Amy le quedaba muchísimo tiempo libre ahora con él trabajando en la recolección, le empezó a tejer un suéter color amarillo muy precioso con la inicial "E" en las muñecas y se lo obsequió cuando él ya llevaba tres meses laburando. Earth atesoró el obsequio como algo delicado y muy preciado. ¿Por qué su familia no fue así con él? Solo su hermana menor, Zion, pero ella era un ser de luz que debía salvar cuanto antes de las garras de sus padres. Y juró que pronto iría por ella, en cuanto todo estuviera mejor.

Ciertamente, a Earth no le importaba mucho saber si esos ancianos eran Alfas, Omegas o Betas, puesto que vivían muy felices y no quería ser grosero al preguntar, pero él sospechaba que eran Omegas. En todo el tiempo que llevaba allí, Amy le cortó el cabello y le otorgó todos los utensilios necesarios de higiene y jamás le cuestionaron su categoría y estaba seguro de que tampoco les iba a importar si era un Gamma.

En todo ese tiempo, estuvo en contacto con Fluke, contándole de su día a día y que ahí era el mejor lugar del mundo para pasar el resto de su vida. Lo invitó a ir cuando él quisiera para que se diera una idea de cuan perfecto era todo allí.

Y una noche, en los primeros días de julio, sucedió una desgracia. ¡Algo atroz! O al menos, eso era lo que parecía, puesto que, a la medianoche, la pareja de ancianos recibió una llamada y Earth no habría despertado de no ser porque la señora Amy se hallaba berreando a más no poder y su esposo trataba de sostenerla, aun con el teléfono pegado a su oreja. Y sin pensarlo dos veces, corrió a sujetarla para que el señor Robert continuara en la llamada, la cual parecía algo urgente.

Tomó con delicadeza los hombros de ella y la condujo hasta la sala.

—Tranquila, señora Amy, todo está bien—susurró, arrodillándose frente a aquella anciana que no paraba de gimotear y temblar—le prepararé un té para relajarse...

—¿Cómo quieres que me calme? ¡Nada está bien! —berreó y Earth no le soltó las manos—mi hija y mis nietos han sufrido un terrible accidente automovilístico y están gravemente heridos.

—¿Ellos están bien? —se preocupó, no por ellos, sino por la señora Amy.

—¡No tengo idea! Fue hace un par de días, ¡Y nadie nos avisó hasta ahora!

—Escuche—dijo él con severidad, y ella parpadeó, dejando de llorar abruptamente—sé que está muy preocupada, pero si usted no mantiene la calma y se enferma, ¿no cree que sería muy egoísta de su parte? Es decir, suficiente es lo que pasó como para que usted también vaya a parar al hospital y hacer una doble preocupación.

Usar la psicología en niños y ancianos era muy efectivo.

Pronto la señora Amy guardó la calma y Earth le preparó un té. El señor Robert continuó hablando por teléfono y salió al campo para que nadie escuchara nada.

Al otro día, a las siete de la mañana, cuando Earth despertó, se encontró solo en la casa. Buscó a los ancianos y no los halló por ningún lado. Temiendo lo peor, sacó su teléfono y verificó la señal para llamarles, pero sus ojos tropezaron con una nota en la mesa.

"Querido, Earth. Fuimos a la capital, esperamos no tardar más de un par de días. Te dejamos a cargo el rancho y no olvides recolectar frutas. Hay comida en el refrigerador y si quieres huevos muy frescos, ve al gallinero y róbale a las gallinas los que gustes.

Con amor, Amy y Robert."

Le tomó la palabra a la parejita y sacó alrededor de una docena de huevos del gallinero para que cuando ellos volvieran, les preparara un exquisito manjar con las verduras que estaban madurando en la huerta. Aquel rancho tenía todo lo que los ancianos necesitaban para vivir hasta el último día. Earth no deseaba marcharse de allí jamás, pero en algún momento tenía que hacerlo.

Y en el tiempo que quedó solo en el rancho, se dedicó a recolectar lo más que pudo e ir a los pueblos cercanos a venderlos.

La ausencia de los abuelitos fue de dos semanas aproximadamente. Ni una llamada ni nada de por medio.

Earth estaba muy preocupado por la señora Amy, porque si alguno de sus familiares moría, ella se iría tras ellos y él no estaba dispuesto a perder a una gran mujer a causa de la tristeza; por lo que todas las mañanas sin falta, lanzaba plegarias a Buda para que este ayudase a esa extraña familia. Sí, extraña, porque no entendía la razón por la que los viejitos vivían muy lejos de la supuesta empresa que dominaban sus hijos y nietos.

La noche que volvieron al rancho, Earth se hallaba sentado en un columpio que el señor Robert hizo especialmente para él, hecho de palos de madera, soga gruesa y un tronco para sentarse, con una vista espectacular a todo el campo, entre dos árboles de mandarina, mirando las estrellas y bebiendo una taza con café, muy deprimido.

Alcanzó a divisar unas luces en la carretera y se levantó de un salto, muy feliz. Sabía que eran ellos, por lo que fue a recibirlos para ayudarlos a subir la pequeña colina. El semblante de ellos no parecía triste, pero tampoco alegres, sino más bien aliviados y muy cansados.

Les preparó una cena deliciosa, acompañada de mermelada de uva y mandarina con pan caliente—calentado en el fuego—ya que había comprado varias cosas para comer en uno de los pueblos a los que fue a vender las frutas.

Y para relajarlos, les hizo un masaje de pies a cada uno para que durmieran a gusto, gesto que le agradecieron infinitamente.

Transcurrieron tres días exactamente para que la señora Amy le contara lo sucedido en Bangkok con el accidente de su hija y sus nietos.

—Mi hija perdió el control del coche cuando se dirigían al aeropuerto con mis nietos—le informó—afortunadamente no colisionaron con un muro de contención, pero si en un árbol y salieron de la autopista, volcándose el vehículo; y lo que no comprendo es por qué estaban todos juntos.

—No entiendo—Earth ladeó la cabeza sin entender.

—Sucede que mis nietos no se llevan entre sí, ellos son primos. Uno de ellos solamente es hijo de mi hija, y tampoco tía y sobrino se agradan por las diferencias que hay, y que no entraré en detalles—suspiró—por eso me sorprende que hayan ido juntos dentro de un mismo coche.

—Oh, pero, ¿sospecha que algo extraño puedo haber ocurrido?

Ella asintió y cerró un momento los ojos. Él esperó.

—No conseguirás que te cuente nada, chico—arribó el señor Robert desde su mecedora junto a la calefacción—mi esposa es una mujer muy discreta y prefiere no contar los secretos familiares.

La verdad es que Earth no quería convertirse en una molestia, lo único que deseaba era que esas personas estuvieran bien, pero no lo lograría de esa manera. Palmeó las manos de ella con cariño y se despidió de ambos para ir a dormir.

Los días pasaron con total normalidad. Pese a que ya había terminado la temporada de todas las frutas, aún quedaba otro producto natural que vender: huevos.

Poco a poco, nuevamente los árboles fueron dando frutos y comenzó la recolección para la venta en los pueblos. El tiempo pasó tan rápido, que pasaron seis meses más y había demasiadas frutas, listas para ser llevadas a la empresa familiar de ellos, aunque desconocían si esta vez podría venir alguien de la capital a llevarse la carga, ya que justo seis meses atrás, los dos nietos y la hija de los señores dueños del rancho, sufrieron un accidente y se olvidaron de la cosecha semestral.

Y dos meses antes de la esperada visita por uno de sus hijos o nietos, Earth cumplió veintiséis años.

—¡Feliz cumpleaños!

La mañana de su cumpleaños abrió los ojos y se encontró con un delicioso pastel casero sobre sus piernas, sostenido por Amy y Robert. Los dos estaban manchados de harina, señal de que había preparado ellos mismos aquella delicia. A Earth se le llenaron los ojos de lágrimas. Nunca tuvo un pastel de cumpleaños en su vida, jamás.

—Estoy muy agradecido con ustedes—juntó las palmas de sus manos en posición de oración e inclinó la cabeza hacia los viejitos—es lo mejor que he recibido cuenta de mi cumpleaños.

—Hay más obsequios—aventuró a decir el señor Robert y se agachó a recoger una cajita amarilla de regalo y se la entregó—espero que te guste, muchacho. Mi esposa y yo pensamos que tal vez lo necesitarías cuando te vayas de aquí.

Earth frunció el ceño y recibió la cajita. La abrió con timidez y entornó los ojos.

—¿Qué es esto? —del interior, extrajo unas llaves de auto, de la marca AUDI.

—Las llaves de tu nuevo coche—sonrió la señora Amy—ven a echarle un vistazo.

El señor Robert se llevó el pastel y tanto Earth como la señora, fueron detrás de él, dirigiéndose a la puerta de salida con las llaves. Perplejo, los siguió hasta la carretera en donde vislumbró un AUDI color plata completamente nuevo, que reflejaba los rayos del sol, cegándolo un poco. Tenía placas ya incluidas.

—Esto es una broma, ¿verdad? —balbuceó, estupefacto.

—Desde luego que no, es tu regalo de cumpleaños—canturreó el señor Robert—vamos, tienes que probarlo.

—Pero es sumamente costoso—titubeó Earth—no puedo aceptarlo, y más porque de seguro gastaron una fortuna y yo no lo merezco.

Los ancianos sacudieron la cabeza en negación.

—Acéptalo—insistió la señora Amy—es tuyo. Está a tu nombre. Es por la gran ayuda que has sido todo este tiempo, hijo. Y por la compañía y alegría que nos estás dando desde que viniste.

Tardó un par de semanas en aceptar por fin el regalo y fue hasta que tuvieron una leve emergencia—cortaron la luz y peligraban estando allí sin ninguna iluminación por los animales salvajes, en especial las serpientes—se le ocurrió usarlo por primera vez.

Earth no sabía conducir para nada, pero gracias al señor Robert, que lo condujo en vez de él, es que pudieron ir al pueblo más cercano a pasar la noche. Y al siguiente día, reclamaron sobre el corte de luz.

Y una semana después, Earth yacía aprendiendo a conducir con el anciano, lo cual no le fue tan mal y días antes de la visita de la familia, le entregaron su licencia de manejo. Ahora ya era todo un conductor.

A principios de enero, siendo ignorantes de la hora y día exacto en el que irían por la cosecha, Earth se levantó como de costumbre y empezó la jornada de recolección luego del desayuno. La mañana era fresca, por lo que decidió usar una camisa manga larga, un chaleco bordado beige con bordes de líneas negras, un short corto de cuadros blancos y negros, calcetas blancas con líneas azules y celeste, y zapatos negros.

—Hoy recolecta solo mandarinas—le recomendó la señora Amy—y trata de no ensuciar tu ropa, te ves muy lindo. Y ya vi que estás estrenando el chaleco que te hice.

—Sí, es muy bello. Planeaba guardarlo para una ocasión especial, pero siento que todos los días son ocasiones especiales—sonrió.

Se afianzó la canasta en su espalda y se encaminó a los árboles de mandarina con mucho entusiasmo. Estuvo allí media hora, absorto. Se comió tres deliciosas frutas, e incluso cortó algunas uvas para variar el sabor. Y se puso a cantar una canción muy popular en Bangkok.

Sin embargo, sintió una sensación extraña. Se le erizó la piel y miró a todas partes, en busca de alguien que estuviera acechándolo, pero todo estaba tranquilo, hasta que de pronto, escuchó el sonido de un vehículo al echar reversa. A la defensiva, corrió a ver qué pasaba y se quedó detrás de un árbol de mandarina al ver que se trataba, tal vez, de la familia de los señores. Quiso acercarse, pero le dio vértigo. Después de todo, él era ajeno a ellos.

Buscó entre todos los hombres que llegaron al posible hijo o nieto de ellos y vio que uno de ellos destacaba. Estaba de espaldas, pero pudo notar que era alto, quizá medía 1.80 mts., su complexión era delgada, pero atlética, ya que se le notaba a través de su camisa azul marino con estampado psicodélico, su ancha espalda; llevaba pantalón negro formal y... tenis blancos. Vaya combinación. Y en su oreja izquierda colgaba un arete con dije de cruz, muy jovial. Destilaba mucha juventud. Y su cabello un poco largo, pero bien ordenado, se le despeinaba levemente por el aire.

Sin lugar a dudas, era un Alfa. Se notaba a leguas que imponía su presencia sin si quiera proponérselo y dudaba mucho que se diera cuenta de que él estaba allí, un patético Gamma sin nada que ofrecer.

Quería verle el rostro, pero parecía que el joven hombre estaba muy ocupado dando órdenes como para voltear a verlo y en cuanto vio a los señores acercarse a él, los abrazó con mucho cariño.

La señora Amy le revisó la cara con preocupación y se le llenaron los ojos de lágrimas. Y Earth se preguntó si él era uno de los nietos implicados en aquel accidente de seis meses atrás.

Por consiguiente, el chico volvió a abrazar a los ancianos, despidiéndose. Y luego se aproximó a un hombre que parecía ser el líder del camión, intercambiaron palabras y finalmente, se marchó sin mirar atrás. Escuchó el rugir de un motor y acto seguido, los neumáticos derrapando a toda velocidad por la carretera.

¿Será que vio el AUDI plateado que le habían obsequiado en su cumpleaños? Se preguntó a sí mismo.

Se abrió paso a la casa y dejó la canasta llena de mandarinas sobre la mesa.

—Mi nieto se acaba de marchar, debiste estar aquí—dijo la señora Amy al verlo. Ella se hallaba preparando una colación para los trabajadores que estaban subiendo las frutas al camión—quería presentártelo.

—No se preocupe, en la próxima cosecha lo conoceré—la tranquilizó Earth y ella sonrió.

—Me alegra que pienses en quedarte más tiempo aquí, hijo—dijo—me encantaría que para siempre.

—Entonces así será—tomó asiento y ella se acercó a darle un cariñoso beso en la frente. Era la primera vez que había un contacto como ese entre ellos, pero ahora había muchísima confianza. Ella era como su abuelita.

—Y quiero que firmes algunos papeles por la noche, ¿sí? Son sobre algunas ventas que haremos la próxima cosecha y con una firma, te convertirás en nuestro... —se quedó pensativa—gerente, algo así.

—¿Se refiere a que me quiere poner como su mano derecha en el negocio? —se impactó.

—Por supuesto. Haces muy bien todo y mereces formar parte de nuestro equipo, ¿Qué dices?

—Haré lo que usted me pida—aceptó, muy contento.

El camión se llevó dos toneladas de frutas y se marchó al anochecer. Después de la cena, Earth firmó varios papeles bajo el escrutinio de los ancianos. Quiso leer lo que decía, pero el señor Robert lo apuró, con la excusa de que quería ayuda con el foco del gallinero que se había fundido.

—Dejaremos los papeles aquí—la señora Amy abrió el cajón de un viejo mueble y metió la carpeta con los documentos—por si sucede alguna emergencia, en el que nosotros no estemos aquí, sácalo y dirígete a una dirección que está anotada en la carpeta, ¿de acuerdo? Y lleva contigo tu identificación.

—Seguro que sí, pero, ¿A dónde quiere que yo vaya?

—Lo sabrás cuando llegue el momento, ahora ve a ayudar a Robert antes de que se rompa un hueso.

Earth dudó, pero finalmente, fue a auxiliar al esposo de la señora Amy, pero en su mente rondaba las palabras de ella "Cuando llegue el momento". ¿Momento de qué? No quería imaginarse que lo que había querido decir la anciana era sobre la muerte de ambos. De solo pensarlo se le erizó la piel y le dio náuseas. Se volvería loco si le llegase a ocurrir a algo a ese par de ancianos a los que quería muchísimo. Eran su familia ahora y no iba a permitir que nada les sucediera.

Y como si el destino amase burlarse de él, ocurrió lo que tanto deseó evitar.

Había una tormenta eléctrica, la cual provocó que la luz se fuera, y al mismo tiempo, por el miedo, varias gallinas escaparon de su corral sin rumbo alguno, aterradas por los truenos y relámpagos. El señor Robert y Earth corrieron a perseguirlas en plena oscuridad, pero cuando pensaron que todo estaba bien tras atrapar a la mayoría de ellas, un rayo impactó contra un árbol de mandarina, rompiéndolo en dos e incendiándolo. Tal vez no habría habido problema, de no ser porque el anciano había estado cerca del árbol y le llegó a él el lengüetazo de fuego, haciéndolo caer al suelo, inerte. Earth gritó y soltó a las gallinas para ir a ayudarlo. Llovía horriblemente y el lodo le impedía moverse libremente.

De la espalda del viejito emanaba humo y en cuanto le dio la vuelta, ahogó un grito de horror. El rostro del abuelo estaba completamente calcinado, al igual que el resto de su cuerpo.

—¡Señor Robert! —gritó Earth, comenzando a llorar.

—¡Qué pasó...! —la señora Amy salió de la casa con un paraguas, pero al ver la escena, el paraguas se lo llevó el aire y la lluvia— ¡Robert, no!

Corrió como pudo y cayó de rodillas ante su esposo, desesperada.

—¡Le cayó un rayo! —exclamó Earth, tiritando de frío. Ni si quiera podía llorar, estaba paralizado.

—¡Ve por ayuda! —gimoteó ella.

—Pero debe ir adentro, puede caerle un rayo también—trató de guardar la calma, pero se asombró que ella, pese a estar llorando, estaba tranquila.

—¡No! Vete en tu auto al pueblo más cercano y trae un médico—le espetó, molesta—¡Apresúrate!

Resbalándose por el lodo, asintió y echó a correr a la casa que estaba en penumbras. Tomó las llaves que estaban sobre un clavo en la pared y salió nuevamente. La señora Amy estaba abrazada a su esposo, llorando y él se aguantó las ganas de llorar. El señor Robert estaba muerto, era obvio, pero necesitaba de todas maneras un doctor para el papeleo de defunción y calmar a la esposa.

La maldita tormenta le impidió ver bien el camino por carretera, pero eso bastaba para que él redujera la velocidad. Llegó al pueblo cercano en veinte minutos y se alivió de ver que había luz eléctrica. Aparcó bruscamente afuera de una clínica y se lanzó a interior, siendo presa de las personas de allí, que lo vieron entrar lleno de lodo y con cara de lunático.

—¡Necesito un doctor! —vociferó, mirando a las enfermeras—¡Es una emergencia!

—¿Qué sucede? —inquirió una de ellas y lo miró de pies a cabeza y después el recorrido de lodo en el suelo—¡Acabamos de hacer el aseo...!

Entonces Earth perdió los estribos. Dio un paso adelante y sujetó a la estúpida mujer por los hombros, manchándola de lodo y la zarandeó.

—¡Entiende, idiota, es una emergencia! —le gritó a la cara—¡Necesito un doctor! ¡Le cayó un rayo a un anciano y su esposa está a punto de colapsar por el pánico! ¡Yo me haré cargo de traerlo de vuelta!

Parpadeando, la enfermera se encogió y se soltó de él.

—Llamen al doctor Pat—sentenció, mirando con miedo a Earth.

Las demás enfermeras se pusieron en marcha y fueron en su búsqueda.

De camino al rancho de los ancianos, Earth apenas y se fijaba a qué velocidad iba. El doctor, que era un Beta, por su parte, se había puesto el cinturón de seguridad y no dejaba de aferrarse al asiento y a su maletín, mirando el camino y al chico, que parecía un demente conduciendo un coche carísimo.

Tardaron otros veinte minutos en llegar y cuando lo hicieron, Earth abrió rápidamente la puerta y le instó al médico a bajar. Ya no llovía tan fuerte y la luz había vuelto. Subieron la colina y en cuanto estuvieron en el sitio donde había dejado a la pareja, Earth cayó arrodillado en el lodo, rodeado de gallinas y del árbol quemado.

Observó al doctor acercarse a los dos cuerpos inertes y verificar su pulso.

La señora Amy también... había muerto.

Y de la misma manera que su esposo.

Por un maldito rayo.

—Lo siento, chico. Tus abuelos fueron impactados por dos rayos y...

—¡No puede ser! ¡No puede ser! —gritó Earth, desolado y se agarró la cabeza con desesperación—¡Ellos no pueden estar muertos! ¡No pueden! ¡Ellos son mi única familia! ¡No!

Gritó al cielo y golpeó el lodo con sus puños bajo su cuerpo, maldijo a Buda y a todos los dioses que existieran por haber sido tan crueles con él. ¿Por qué lo habían hecho sufrir toda su vida y luego, cuando todo parecía ir muy bien, le arrebataban su felicidad de tajo?

¡Eran unos viejitos adorables! Personas inocentes, que no le hacían mal a nadie.

De pronto, escuchó todo como si estuviera a través de un cristal grueso y asintió, con la mirada perdida. El doctor lo metió a la casa y lo sentó en el sofá. De su maletín extrajo una jeringa y un medicamento que le suministró. Earth comenzó a sentirse muy liviano y cansado. Cerró los ojos mientras sollozaba y se sumió a un sueño en blanco. Y al despertar, se cruzó con varias personas extrañas allí, que dieron un respingo al verlo levantarse de golpe.

—¿Quiénes son ustedes? ¿Qué hacen aquí? —se puso a la defensiva.

—Soy el licenciado Kho, Ministerio Público—se presentó un hombre con amabilidad. A juzgar por su rostro simpático, dedujo que se trataba de un Omega—Estamos aquí por el fallecimiento de los señores Udompoch. ¿Quién eres tú? ¿Eres nieto de ellos?

Earth negó con la cabeza.

—Yo trabajaba con ellos...—murmuró.

—Tienes que acompañarnos a rendir tu declaración—añadió una mujer Alfa, no había duda. Su egocentrismo la delataba y más porque mantenía elevada la barbilla con mucho orgullo—cualquier información que puedas brindarnos será de mucha ayudar.

—¿Qué más quieren saber? Trabajaba con ellos desde hace poco más de un año. Les cayó un maldito rayo, ¿Qué no lo ven? —espetó, de malhumor.

Entonces la mujer lo miró con desprecio.

—Es parte del protocolo—el licenciado Kho trató de enfriar el asunto.

—Pues hablen con el doctor que traje—gruñó Earth—yo no iré a ninguna parte.

El doctor se hizo cargo de hablar con los agentes de la Fiscalía de Bangkok y les explicó que Earth no tenía nada que ver con cualquier sospecha sobre un posible homicidio, ya que las pruebas eran más que obvias. A ambos ancianos les cayó un rayo y los asesinó en el acto. No había más de donde buscar.

Earth se encerró en su recámara para alistar su maleta. Las lágrimas le nublaban la visión y hasta ese instante se permitió llorar. Se hizo un ovillo sobre la cama y abrazó su suéter y chaleco que la señora Amy le había hecho, echándola muchísimo de menos. También apretujó las llaves del coche y el llanto se intensificó.

De la nada, recordó los papeles que había firmado y salió a la sala donde continuaba el tumulto de gente desconocida. Fue hasta el mueble y sacó la carpeta con discreción; y se quedó estático cuando alcanzó a escuchar a uno de los agentes decir que uno de los nietos venía en camino.

Aquello le inspiró desconfianza, por lo que se metió a su recámara a seguir guardando sus cosas para marcharse lo antes posible. Pero fue inútil. No pasaron ni diez minutos cuando se escuchó una voz gutural afuera, exigiendo poder ver a sus «abuelos».

—¿Cuál es tu nombre? —lo interrogó la mujer Alfa que pertenecía a la Fiscalía.

—Soy Kao Noppakao, idiota, el nieto de Amy y Robert Udompoch.

Earth palideció.

Ese nombre. Esa voz.

Abrió unos centímetros la puerta para poder cerciorarse y se quedó enmudecido y de piedra al ver a ese maldito Alfa. A ese desgraciado que casi quiso violarlo cuando ya no quería tener sexo con él.

Maldita sea.

¿Cómo era posible que ese Alfa tenía que ser nieto de esos ancianos?

Tenía que huir de allí cuanto antes. Su vida corría peligro si ese hombre se daba cuenta de su presencia en ese lugar.  

.

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NO OLVIDEN VOTAR, COMENTAR Y COMPATIR:3

ESPERO ESTÉN LISTAS PARA EL COMIENZO DE ESTA NUEVA TRAVESÍA ¬uu¬

Así se miraba Earth el día en el que llegó el camión de la cosecha:

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