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<<𝐒𝐈𝐍 𝐑𝐄𝐅𝐔𝐄𝐑𝐙𝐎𝐒>>
Eran las cinco menos veinte de la tarde cuando el vehículo patrullero de Chase Schülze, pastor alemán de siete años de edad y segundo al mando del equipo Paw Patrol, dejó la concurrida calle 23 y tomó a continuación la desértica Savannah Avenue, adentrándose ahora en el área industrial de Western: un espacio de treinta y nueve hectáreas cuadradas situado en el área noreste de Bahía Aventura y que ahora el hogar de una increíble cantidad de infraestructuras muertas. Todas sedes de negocios que no lograron prosperar debido a una dura y encarnizada pelea con la competencia; que quebraron luego de que los directores inexperimentados realizaran malas jugadas con respecto a la toma de decisiones; y que cerraron tan pronto como abrieron por diversos escándalos o por verse afectados por el golpe del huracán Annabelle, ocurrido hacía más de un mes y medio.
Al tiempo que silenciaba la estruendosa sirena de su vehículo patrullero y aumentaba la velocidad, miró a sus alrededores y estudió, por una milésima de segundo, los colosales de yeso y concreto que se cernían sobre él. Del lado derecho, visualizó tres edificios idénticos —de cuatro plantas, cada uno—, a las que les caería bien una nueva capa de pintura y cuyas fachadas de ladrillos rojizos les daban un toque humilde. Solían ser propiedad de una familia italiana cuya matriarca de cincuenta y dos años, Rosemary Montolo, tenía el sueño de diseñar y distribuir vestimentas y calzados por toda Norteamérica. Un negocio admirable que, y debido a una serie de factores, principalmente la falta de experiencia por parte de Rosemary en lo que se refería a buscar buenos proveedores que brindasen buen materia prima por el precio justo, había quebrado hacía tan solo dos semanas. Treinta y siete días después de haberse celebrado la inauguración de apertura. <<Pobres inmigrantes>>, pensó Chase. Del lado izquierdo, observó ahora una descuidada edificación de dos pisos, de color grisáceo, apegado a un gran parking atiborrado de montañas de vehículos destartalados y oxidados, y cuya entrada principal (dos rejas cerradas con una simple cadena y un candado de titanio) mostraba un gran letrero que rezaba: <<DEPÓSITO DE CHATARRA>>. Con base en la cantidad de polvo en los ventanales, aquel lugar ya debía tener años cerrado. <<Tal vez diez o quince años>>. Chase volvió la vista al frente, frunciendo aún más el entrecejo. Para cuando hubo recorrido dos cuadras más, torció a la derecha y aumentó peso en el pedal. El vehículo transcurría ahora a una velocidad de 120k/m.
<<No me falta mucho —se dijo—. Ya estoy cerca del punto de encuentro>>.
Una ligera ventisca le golpeó la cara y unos insectos, todas moscas azules, quedaron hechos papilla tras impactar contra el parabrisas. Chase no se molestó en activar los limpiaparabrisas y se limitó a seguir manejando. Tres cuadras más, llegó al final y torció a la izquierda. Cinco cuadras más y se desvió a la derecha.
<<Ya falta poco>>
En aquel instante, dio un rápido vistazo al reloj digital, situado al lado izquierdo del radio. Octubre 14/2021. Eran las cuatro con cuarenta y siete minutos y veintiséis segundos. Trece minutos para las cinco de la tarde. Ahora dio un rápido vistazo a su propio reloj, el negro y moderno, que le fue obsequiado en su séptimo cumpleaños, el pasado 4 de Septiembre, y que desde entonces llevaba siempre en la pata derecha. Y constató la sincronización perfecta. Y que encima tenía mucho tiempo.
Sí, iba llegar a tiempo. Probablemente en un minuto y medio, calculó. Cinco cuadras más, se percató de su error. Tardó menos de medio minuto.
Al ver que ya estaba demasiado cerca de su destino, a tan solo dos metros de la acera, disminuyó la velocidad. Pisó el freno y, a la par, giró el volante hacia la izquierda, dando un rápido giro en <<U>> como resultado, permitiéndole así aparcar exitosa y asombrosamente entre dos camiones de reparto descuidados. Apagó el motor. Pero sin soltar el volante, aguardó unos segundos antes de hacer cualquier otro movimiento. Inhaló y suspiró, con mayor profundidad. Un claro intento de eliminar tensión y estrés, tal como le habían enseñado en la Academia. Repitió el proceso dos veces más hasta que se hubo sentido listo y sereno. Estaba preparado para lo que se avecinaba, estaba listo para la confrontación. <<No voy a fracasar esta vez>>, se juró. Apresuró en moverse. Se volvió, lentamente, hacia su derecha, hacia el enorme gigante cuya apariencia era similar al del edificio MetLife de Nueva York. Lo estudió de pies a cabeza una sola vez. Y al finalizar, meneó la cabeza en señal de reprobación.
<<Menudo desperdicio>>, pensó Chase, y con razón.
Resulta que para levantar aquella infraestructura, ahora ya abandonada y dejada a merced de los elementos —y cuya altura la hacía la más prominente en toda el área industrial de Western—, resultó en un total de 20.5 millones de dólares. Una jugosa suma de dinero que no muchos pueden darse el lujo de tener y derrochar. ¡Un auténtico desperdicio! De eso no cabía duda.
Aquel edificio tuvo un rol sumamente importante hacía dos años y medio. Había sido la sede central de Buy and Large, o simplemente conocido cómo <<BnL>>; una próspera compañía en ascenso fundada por un joven veinteañero, un provinciano salido de un pueblucho desconocido de Pennsylvania, que respondía al nombre de Shelby Fortright. Y el objetivo principal de BnL estaba enfocado única y exclusivamente en la producción y comercialización de aparatos tecnológicos destinados a facilitar los deberes cotidianos del hogar a nivel nacional. Los primeros cinco meses, todo iba fenomenal. Los números de ventas seguían y seguían ascendiendo, y se planeaba llevar el negocio hacia otras fronteras. Pero en cuanto la prensa amarillista desveló un fuerte escándalo que indicaba a Shelby Fortright como un monstruo sin escrúpulos que se había aprovechado de dos becarias —ambas menores de dieciocho años—, la imagen de la empresa se ensució casi al instante. La noticia se hizo eco en todos los rincones del país. Y los pocos inversionistas optaron por alejarse y cortar sus lazos con BnL. Dos semanas después, y aunque se aclaró que lo de Fortright fue tan solo una acusación falsa, fue demasiado tarde. Las ventas decayeron y BnL se declaró en bancarrota.
Chase volvió a la realidad. Se bajó de un salto y, a paso de trote, se encaminó hacia al edificio. Durante el trayecto, su instinto —una vocecilla que, curiosamente, era similar a la de Marshall— le dijo que algo no iba bien, que iba a ocurrir algo... y fue entonces cuando la vio. Una sombra. Estaba a unos escasos centímetros a su derecha y por poco la pasaba de largo. Pequeña al inicio, después aumentó su volumen. Al tiempo que la miraba, su sentido de la audición se puso en alerta y advirtió lo que parecía ser un par de hélices en movimiento.
Preocupado, alzó la cabeza. Escrutó el cielo por unos cinco segundos y, tras constatar que el helicóptero de Skye no estaba ni cerca del lugar, bajó la vista y dejó escapar un profundo suspiro de alivio.
<<Debí habérmelo imaginado —dijo para sí—. Es imposible que me haya seguido hasta aquí>>
Retomó el trayecto y arribó a la entrada principal. Trató de empujar la puerta giratoria, más no lo logró. Al inicio, pensó que solo estaba atorada. Pero luego comprendió que estaba cerrada con llave. ¡Joder! Guiado por la frustración, golpeó el cristal blindado con sus patas delanteras.
<<¿Y ahora qué?>>.
Maldijo por lo bajo y propinó otro golpe sordo contra el vidrio. La vocecilla volvió a resonar en su mente y le recordó que todo edificio suele tener otro acceso. Por ejemplo, alguna puerta trasera.
<<¡Puerta trasera, claro!>>.
Con esto en mente, apresuró en rodear el edificio. No tardó ni treinta segundos. Para cuando hubo arribado a su destino, casi sonrió de alegría al visualizar un acceso. Una puerta roja, entreabierta. Se acercó, rodeando un par de cajas que se hallaban en su camino y/o saltando por encima de ellas. Llegó y se plantó ante la puerta. Pero antes de que pudiese empujarla, advirtió la presencia de dos curiosos objetos en el suelo: Una cadena ya casi completamente oxidada y un candado, roto.
Era evidente que alguien más había forzado esa puerta, un hecho reciente. Y Chase ya tenía una clara idea de quién había sido el responsable.
<<El Ghost Sniper>>.
Recordar el nombre de su adversario, aquel que había sembrado pánico en toda la ciudadanía a la que él y sus compañeros rescatistas juraron proteger y servir, hizo que la mezcla de temor y furia, sobre todo furia, que le tenía invadido desde hacía media hora, aumentara. Recordó la llamada telefónica y la petición. Una de las reglas impuestas por el asesino de voz grave resonó en su cabeza:
<<Te quiero aquí a las cinco en punto. Ni un minuto tarde>>
Dio un rápido vistazo a su reloj. Faltaban siete minutos para que se acabase el plazo. Otra frase se hizo escuchar.
<<Este inocente no debe morir por tu culpa. Cae en tus patas salvarle la vida>>
<<Y eso es lo que pienso hacer>>. Luego, ya solo recordó el resto de las indicaciones... y la amenaza impuesta en caso tratar de venir acompañado:
<<No quiero a nadie más aquí, tan solo a ti. Esto es entre tú y yo. De caso contrario...>>
Agitó la cabeza y optó por mantenerse centrado y objetivo. No podía dejar que sus emociones tomasen el control, no ahora. Eso ya vendría después, por supuesto, cuando le colocase las esposas a ese vil desgraciado y lo enviase a pudrirse en una celda. Ya dentro del edificio, constató con sorpresa que, el lugar en donde se encontraba, estaba bañado en una oscuridad pura. Por fortuna, siempre estaba preparado. Metió una pata dentro de su bolsillo derecho y sacó unos lentes de cristales anaranjados. Se los puso y ahora fue capaz de mirar en la oscuridad. Tuvo la esperanza de encontrar algún ascensor todavía funcional. Una esperanza que murió de repente cuando, en lugar de encontrar algún ascensor, se topó con unas escaleras de emergencia que ascendían y que parecían ser interminables.
<<Un trayecto difícil —dijo para sí—, pero no imposible>>
Luego de mirarlas por unos cuantos segundos más, cerró los ojos. Tomó una gran cantidad de aire, soltó un prolongado suspiro y, al tiempo que volvía a abrir los ojos, echó a correr. Y subió los escalones, a grandes zancadas.
Cualquier otro cachorro en su situación se hubiese agotado tras haber recorrido los primeros veinte escalones. Sin embargo, ese no fue el caso de Chase Schülze, cuyo entrenamiento matutino diario, que consistía en darle cincuenta vueltas a todo el Cuartel Cachorro y superar completamente la pista de obstáculos construida por Ryder y Rocky, le había convertido en una máquina imparable capaz de recorrer largas distancias sin agotarse y mucho menos sudar durante el proceso. <<¡Muchas gracias entrenamiento!>>. Al cabo de rato, llegó a la planta 08. Dio un rápido vistazo a su reloj. Eran las cuatro con cincuenta y siete minutos. Había tardado dos minutos.
Dedicó los siguientes seis segundos en recuperar algo de energía al tiempo que alzaba la vista, observando la puerta que tenía delante. Grisácea y ancha. Si era verdad lo que le había dicho la voz grave, detrás de la puerta encontraría un pasillo atiborrado de oficinas. Y recordó entonces el número que tendría que buscar.
Giró el picaporte y abrió lentamente la puerta, con la finalidad de no hacer mucho ruido. Pero antes de que cruzara el umbral, metió una pata en su bolsillo izquierdo y sacó el objeto que le había robado a esa detective poco después de que recibió la llamada del secuestrador. Era negro. Medía unos treinta centímetros de largo, pero no pesaba mucho. Y en las patas correctas podía ser letal. Se trataba de una Paw-Sig Sauer 206, pero no era como cualquier otra, no. Esa arma, en particular, y hasta donde sabía Chase, había sido diseñada para que pudiese ser manipulada fácilmente por cualquier miembro de la ley que anduviese en cuatro patas. Para ello, tenía dos correas especiales que mantenía sujeto el arma a la pata del usuario mientras este lo único que tenía de qué preocuparse era en mantener una pata sobre el gatillo, centrar el blanco y disparar. Sin problemas, Chase se la colocó en la pata derecha, la pata dominante. La pata del reloj. La pata que había vencido a incontables canes en las fuercitas, y con cuyos dedos había cerrado los ojos azules sin vida del ser que había perdido la vida dos días atrás. El recuerdo le vino a la mente. Y tal como la leña al fuego, aquello acrecentó únicamente su furia.
<<Murió protegiéndome. ¡Él era inocente!>>.
Y entonces ingresó. A paso cauteloso pero rápido, avanzó con dirección norte al tiempo que observaba las puertas que tenía a los laterales. Muchas puertas por revisar, muchos escondites. A Chase una frase resonó otra vez en su mente.
<<Me hallarás tras la puerta 04>>
Divisó dicha puerta más adelante, a unos dos metros. Ahora disminuyó el paso, y se apegó contra la pared que tenía a su izquierda.
Quince segundos después, llegó. Con la pata derecha ocupada, estiró la izquierda hasta tocar el picaporte. El ligero tacto generó un bajo ruido, apenas discernible. Pero debió ser lo suficientemente audible como para el que se encontraba adentro se pusiera en alerta. Chase también hizo lo mismo. Oyó el chasquido metálico, que reconoció como el de un arma siendo cargada. Regresó su pata hacia la seguridad de la pared de concreto, y medio segundo después el estruendo resonó. Se oyeron dos disparos, y en la puerta aparecieron ahora dos agujeros diminutos por los que se filtraban tenues rayos de luz. Las balas, que se habían incrustado en la pared de concreto adyacente, levantaron una ligera nube de polvo. Chase no pudo evitar respirarla. Y al tiempo que maldecía con el pensamiento, su alergia le hizo estornudar.
—Creí que no vendrías —aulló una voz grave—. ¡Entra de una vez para poder matarte!
Chase se pasó una pata por la nariz y, tras ver los rayos de luz, se quitó las gafas. Usarlas en un espacio iluminado le dejaría ciego. Controló su respiración y el pulso. Despejó la mente, volvió a levantarse y se puso derecho ante la pueta. Luego, y con ayuda del hombro derecho, empujó la puerta e ingresó rápidamente a la habitación muy mal iluminada por dos focos fluorescentes. No había gran cosa. Tan solo escasos muebles: una mesa de aluminio, que estaba echada y ahora servía de barricada improvisada para el can armado, y un sillón desvencijado, cercano a la entrada. Chase corrió y se colocó detrás del sillón. A su vez, había evitado tres disparos más.
Contempló el arma reglamentaria que tenía en su poder, y se recordó que lo que fuese que pasara a continuación tan solo dependía del destino. Pero que el hecho de salir victorioso dependía únicamente de él. Estaba listo para atacar, pero primero recurrió a la palabra:
—¡Arroje su arma y entréguese!
—¡Eso nunca! —vociferó casi de inmediato el otro can de voz grave—. ¡Debes pagar por lo que hiciste!
Y entonces, volvió a disparar. Un solo tiro esta vez.
Chase llegó a una sola conclusión, misma que lo llevó a tomar la siguiente decisión:
<<Tendré que enfrentarlo pero incapacitarlo de alguna forma. Debo llevarlo vivo a la estación, eso es lo importante>>
Ahora visualizó en su mente la habitación en la que se encontraba. Cuatro muros. Ninguna ventana. Dos focos fluorescentes, y uno de ellos apenas si iluminaba. Y dos muebles que, y hasta donde pudo calcular al momento de ingresar a la habitación, estaban separados por una distancia de cuatro metros y medio. ¡Perfecto! Se preguntó donde estaría el rehén. Apartó ese pensamiento y ahora se dedicó a sopesar sus opciones. Una, la más factible, le hizo sonreír. No habría necesidad de devolver el fuego y de intentar de incapacitar al can de la voz grave, tan solo debía provocarlo para que éste, movido por la furia, siguiese disparando hasta que se le acabasen las municiones y, ya así, podría encararlo con su propia arma robada, pedirle que se recueste al suelo hocico abajo y ponerle las esposas tras el lomo.
Sí, tan solo tenía que...
—¡Ayúdame, Chase, por favor! ¡Me hace daño!
La petición de auxilio arrancó abruptamente a Chase de sus pensamientos. Otro golpe sordo, de cuando alguien le propina una fuerte patada al estómago de otro, le hizo reaccionar y hacer lo que justo no iba a hacer: salir y devolver el fuego.
El can de la voz grave ya se le había adelantado, y ya estaba en posición. Estaba apoyado por encima del tablero de la mesa volcada, que ahora solo le cubría la mitad inferior de su cuerpo grisáceo. Primero ladeó la cabeza hacia la izquierda, esquivando los tres disparos frenéticos de Chase. Luego, ejecutó su propio disparo. La bala calibre 44., bañada en latón, salió disparada a una velocidad de 20k/h y emitió un brillo tras recibir la luz intensa del foco que todavía estaba cien por ciento funcional, e impactó en la arma reglamentaria de Chase, causando que ésta, en un giro sorprendente, se desprendiera de las correas y saliera volando. Chase se quedó asombrado y estupefacto. <<Buena puntería>>, reconoció él. El can mayor advirtió su asombro y se limitó a regalarle el atisbo de una sonrisa fría. Volvió a levantar el arma, que mantenía sujeta con unas correas similares, y centró la mira en su objetivo. Pero unos escasos segundos antes de que pudiese empezar a disparar nuevamente, el pastor alemán se le adelantó y ejecutó su jugada.
Cogió su gorra de policía y la arrojó hacia su contrincante. Éste perdió el enfoque, desvió el arma hacia arriba y un disparo se le escapó. Uno de los focos fluorescentes estalló. Una llamarada blanca se hizo notar y miles de partículas de cristal empezaron a llover.
Chase aprovechó esto y corrió hacia el can mayor, brincó por encima de la mesa y le empujó. Ambos cayeron al suelo, a escasos centímetros de una tercera figura, que estaba amarrada. Le sujetó con fuerza la pata derecha, la pata que sujetaba el arma. Forcejearon y, en cierto punto, las correas se soltaron y el revolver magnum 44. cayó al suelo. Se oyeron gruñidos y juramentos. El can mayor logró soltarse, ambos se pusieron de pie y el primero procedió a tratar de propinar puñetazos al rostro de Chase. Éste los esquivó y trató de devolverle los golpes. Para desgracia suya, aquel viejo pudo evitarlos también. A pesar de verse viejo, también era bastante ágil.
—¡Chase, sálvame! —gritó la tercera voz.
Al oírle, y por instinto, desvió la vista hacia la derecha. Solo fue por un nanosegundo. Pero fue tiempo suficiente para que el otro pudiera propinarle un puñetazo en el rostro, en la gran nariz. Cayó al suelo, y tras sentir que un fino hilo de sangre comenzaba a escapársele por las fosas nasales, se levantó. Dio un paso al frente y, por consiguiente, se quedó hecho piedra y maldijo para sus adentros.
Quería la revancha. Pero siquiera antes de poder haber retomado la pelea, siquiera antes de poder haber dicho nada, a Chase se le paró el corazón y se le desencajó la mandíbula por la sorpresa cuando vio al can mayor, ya de pie y totalmente erguido, y al cañón del arma. El revolver magnum 44. se veía más aterrador de cerca. Y su cañón le apuntaba entre los ojos. Además de ser ágil y fuerte, fue pensando Chase, su contrincante también demostró ser bastante rápido.
—Joder... —fue lo único que se limitó a decir, furibundo.
Y entonces, en aquel preciso instante, el tiempo pareció detenerse y el silencio, se apoderó del lugar. Ambos canes se mantuvieron la mirada. Primero por escasos segundos, luego casi medio minuto. Los ojos ámbar del can mayor, ya algo blanqueados por las cataratas, emitieron un brillo extraño y, con mucha lentitud, los músculos faciales empezaron a moverse, y el rostro arrugado, antes inexpresivo, exhibía ahora una sonrisa maliciosa. Unos colmillos amarillados por el tabaco quedaron parcialmente a la vista. Chase desvió la mirada ligeramente hacia el revólver. Y advirtió algo casi imperceptible; ligero movimiento. El dedo sobre el gatillo parecía querer hacer presión. Levantó la vista de inmediato, y esos ojos volvieron a brillar. Supo lo que vendría, pero no estuvo preparado para lo que ocurriría.
Hubo nuevo movimiento. Y el blanco cambió. El disparo resonó en la habitación por unos escasos nanosegundos antes de ser reemplazados por unos alaridos de dolor. La bala solitaria, en lugar de haber impactado en el centro de la cabeza de Chase, había perforado su pata delantera izquierda y quedó incrustada en el piso. Se levantó una ligera nube de polvo.
El pastor alemán cayó al suelo al tiempo que se agarraba la pata herida. Gritó y gritó. Y maldijo cuanto pudo. Hubiera estornudado también, pero parecía que las alergias de Chase parecían haberse apaciguado. Otro grito se oyó, pero este pertenecía a la tercera presencia que se encontraba amarrada.
—¡Mach dir keine Sorge! —le dijo Chase en alemán—. ¡Descuida! E-Estoy bien.
—No por mucho, cachorro —sentenció el criminal con frialdad. Dio un paso al frente—. Por fin... —añadió—. He esperado esto por mucho tiempo. —Volvió a apuntar la cabeza de Chase—. Vas a pagar por lo que hiciste.
El pulso de Chase se aceleró al oír su sentencia de muerte. Así iba a concluir todo, se dijo. Y un nuevo pensamiento emergió. Siempre pensó cómo iba a terminar su vida. Y a decir verdad, había muchas formas en las que hubiera preferido perderla: por medio de la ingesta accidental de comida envenenada, por un conductor imprudente, o por infectarse con la enfermedad de la Rabia solo para ser anestesiado y sacrificado días después. Incluso, en algunas cuantas ocasiones, había pensado que, tal vez, durante la realización de alguna misión en el extranjero, concretamente en Ladriburgo, algo acabaría saliendo mal y que sería él quien acabase perdiendo la vida con tal de proteger al resto de sus compañeros, a Ryder y a la futura lideresa de la ciudad londinense. Pero jamás se le pasó por la cabeza que su vida terminaría de esa forma: ejecutado en una habitación, en un edificio en ruinas.
—Este es tu fin, cachorro —volvió a decir el can mayor
<<Todo parece indicar eso —pensó Chase al tiempo que se resignaba. Otra idea pasó por su mente—. Y si este es el fin, solo me queda una última cosa por hacer>>.
Con lentitud y dificultad, Chase hizo un esfuerzo por incorporarse hasta volver a ponerse en pie. Apoyar la pata afectada contra el suelo le lastimaba bastante, pero se tragó el dolor y, al tiempo que volvía a clavar la mirada en los ojos ámbar del tirador, frunció el entrecejo y, simultáneamente, hizo un esfuerzo por no cambiar esa expresión.
No podía revelar su temor, no podía hacerlo. No iba a darle esa satisfacción por saber que logró asustarle.
[3.651 PALABRAS]
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