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𝐑𝐄𝐂𝐔𝐄𝐑𝐃𝐎𝐒

Adormecido, con los ojos fijos en el techo, me encontraba perdido en un mar de pensamientos. Mil formas de comenzar se agolpaban en mi cabeza, pero ninguna parecía tener la fuerza necesaria para romper el silencio de la fría noche. La oscuridad de la habitación era interrumpida solo por la luz de la luna que se filtraba a través de la ventana y se reflejaba en el vidrio.

Mis recuerdos se desvanecían rápidamente, como si alguien los estuviera arrastrando hacia un abismo insondable. Trataba de encontrar las palabras adecuadas, pero cada frase que intentaba formar se desvanecía en mi mente, como si estuviera escribiendo en arena.

La noche helada me hacía temblar, mis piernas estaban débiles y mi cuerpo parecía estar despojándose del calor que lo habitaba. Ya no sentía mis manos, y cada vez me costaba más respirar.

"¿Es así como voy a morir?" Me pregunté en silencio, yace en el suelo junto a ella. La sola idea de mi fin hacía que mi alma se apagara poco a poco.

Pero aún así, elijo el camino equivocado. El destino decidió por mí, y yo no podía hacer nada más.

Volteé a mirarla, para admirar una última vez su hermoso rostro. Recordé cómo sus labios rozaban los míos, cómo su respiración llenaba mis oídos, y cómo nuestros cuerpos se fundían en un abrazo interminable. Yo era su artista y ella mi obra maestra, juntos creábamos explosiones de colores y emociones.

Traté de levantar mi mano para acariciar su cabello, pero la pérdida de sangre me había dejado sin sensibilidad. Deseaba que abriera sus ojos y volviera a enamorarme de ellos, de sus pupilas azules, que me llevaban a un mar inmenso, donde podía sumergirme sin ahogarme.

Este era nuestro fin, pero recuerda, lo hice todo por amor. Por ti.

Mientras mi cuerpo agonizaba, trataba de recordar aquel día en que te conocí. Tu hermosa blusa rosa de tirantes, tu chaqueta de cuero negro y tu falda ajustada a tu cintura. Pero lo que más admiraba era tu pelo rojo, recogido con un listón del mismo.

En ese momento, supe que estaba perdido para siempre. El dolor físico había desaparecido, pero la angustia emocional seguía presente. Cerré los ojos, esperando el final.

Pero en lugar de la muerte, algo extraño empezó a suceder. De repente, sentí un frío que se extendía por todo mi cuerpo, como si estuviera siendo envuelto por una nube de hielo. Era una sensación desconocida, algo que nunca había experimentado antes.

Abrí los ojos de nuevo, y vi que todo había cambiado. La habitación había desaparecido, y en su lugar había un paisaje tenebroso, cubierto de niebla. Me levanté, tratando de encontrar alguna respuesta a lo que estaba sucediendo.

De repente, escuché un susurro en mi oído, una voz que me decía "Bienvenido al otro lado". Me di cuenta de que no estaba solo. Había algo o alguien conmigo en ese lugar extraño.

Empecé a caminar sin rumbo fijo, tratando de descubrir qué estaba sucediendo. La niebla se espesaba cada vez más, hasta que finalmente me encontré frente a una figura oscura, que parecía estar esperándome. Era un ser extraño, que parecía salido de una pesadilla.

"¿Quién eres tú?" —le pregunté, con una voz temblorosa. La figura se acercó a mí, y me miró con ojos fríos y sin alma.

"Soy el dueño de este lugar" —respondió con una voz gutural. "Y tú eres un prisionero aquí".

Me quedé sin palabras, sin saber cómo reaccionar. ¿Qué había sucedido? ¿Estaba muerto? ¿Era este un purgatorio? No tenía respuestas.

La figura oscura se acercó aún más, hasta que finalmente me tocó. En ese momento, todo se desvaneció. Desperté en la habitación fría, con el cuerpo aún agonizante, pero con una nueva comprensión de lo que había sucedido. La muerte no es el final, sino un nuevo comienzo en un lugar desconocido y aterrador....

—¿Señor?

Sentía como una voz me hablaba en lo más oscuro de mis sentidos.

—¿Se encuentra bien? ¿Quiere que llame a alguien?

Giré mi cabeza y volví a retomar mi conciencia, tenía al frente una chica de pelo crespo corto, traía consigo unos anteojos redondos con unos marcos que estaban desgastados.

Luego me fije en su ropa y traía una falda negra media corta que lograba tapar tus rodillas. Sus tacones apuntándome lograban verse sus puntas desgastadas y sucias.

—Recuérdame otra vez tu nombre que lo acabo de olvidar —le pregunté mientras prendía un cigarro.
—Lorena —me respondió con sutileza.
—¿Por qué tienes tanto interés en mí? —pregunté sin titubear.
—Estoy aquí para lograr ayudarte con tu tratamiento, poder que salgas de este lugar. ¿No estás cansado de estar encerrado aquí? —preguntó Lorena.

—He perdido la cuenta de cuantos días llevo encerrado, ya me siento una decoración del lugar —le respondí en tono burlesco.

—Tu expediente resalta tu forma de ser y la manera que logras manipular a la gente...

—Todos esos informes pueden manipularlos —le respondí.

—Sabes que no... Pero habla mucho de los asesinatos de cometiste —expresó Lorena.

Mantuve mi cigarrillo por un momento entre mis labios y mascullé —No hay ninguna prueba que afirmé que yo cometí esos asesinatos.

La habitación era fría, sombría y parecía estar llena de espectros del pasado. Me encontraba sentado frente a una mujer llamada Lorena, que parecía tener un propósito desconocido, un propósito que me hacía sentir incómodo.

—No pretendo acusarte ni juzgarte —dijo con un tono formal e inquietante—. Soy aquí para ayudarte con tu trastorno, pero para hacerlo necesito sinceridad absoluta de tu parte.

Mi mirada se deslizó hacia el cigarro que sostenía entre mis dedos, y luego la volví a ella. Tragué saliva con dificultad y respondí titubeante:

—Haré lo posible por ser sincero.

—Entonces, ¿podemos empezar hablando de Elizabeth? —preguntó con un dejo de misterio en su voz.

El simple nombre de Elizabeth provocó una carga en mí, una ira incontrolable que amenazaba con explotar. Me levanté de mi silla con brusquedad y arrojé el cigarro al suelo. Caminé hacia Lorena y golpeé el cristal que nos separaba, amenazándola con mis dedos.

—Tienes suerte de que este cristal esté aquí —dije con un tono furioso—, porque de lo contrario, tendrías mi mano aferrándote el cuello frágil.

—Por favor, cálmate —dijo con una voz temblorosa—. No quiero tener que llamar a los enfermeros y que te inyecten tranquilizantes. Podemos hablar como personas civilizadas.

Lorena me miró a los ojos con una expresión atemporal, no se movía ni un músculo de su cuerpo. Con un esfuerzo de autocontrol, me alejé lentamente de ella y regresé a mi silla, tratando de calmar mis pensamientos.

—¿Qué quieres saber? —pregunté con un tono frío y distante.

—¿Eres tú el causante de su muerte? —preguntó Lorena con un tono sin vacilar.

Permanecí en silencio por un momento, mi mente estaba nublada por recuerdos borrosos y confusos. Era como un rompecabezas que no quería resolver.

—¿Qué es para ti el amor? —pregunté, tratando de evadir su pregunta.

Lorena cruzó sus piernas y fijó su mirada en mí, entendiendo que no sería fácil hacerme hablar. Sin embargo, a pesar de mi reticencia, sentí una intensa necesidad de salir corriendo de esa habitación, pero algo en el fondo de mi ser me decía que debía quedarme y enfrentar mis demonios. Inspiré profundamente y respondí con voz temblorosa:

—No puedo asegurarlo con certeza... Hay momentos en los que las imágenes en mi mente se vuelven confusas y no logro distinguir lo real de lo inventado por mi propia cabeza. Pero, lo que sí sé con seguridad es que ella murió en mis brazos, su rostro estaba pálido y sus ojos se cerraron para siempre.

Lorena asintió con la cabeza y anotó algo en su bloc de notas antes de continuar.

—Me gustaría profundizar en esos momentos confusos, ¿Podría describirme uno de ellos?

Me esforcé por recordar, pero todo seguía siendo un borrón. Sin embargo, algo en lo profundo de mi memoria comenzó a despuntar. Una imagen, un sonido, un olor. Todo se fue juntando hasta formar una escena clara en mi mente.

—Sí... Hay un momento en particular que recuerdo con mucha claridad —comencé a relatar—. Fue la noche de su muerte. Yo la encontré tendida en el suelo, y antes de que pudiera llamar a emergencias, escuché un ruido detrás de mí. Me giré y vi a alguien corriendo hacia la puerta. Alcé la vista y vi que se trataba de un hombre con una capucha que cubría su rostro. Intenté perseguirlo, pero cuando regresé a la habitación, ella ya no respiraba.

Lorena asintió con interés mientras tomaba más notas.

—Eso es muy interesante, ¿Podría describirme al hombre con más detalles?

Cerré los ojos y traté de recordar, pero todo lo que logré ver fue una figura borrosa y vaga. Abrí los ojos y negué con la cabeza.

—Lo siento, pero no puedo hacerlo con certeza. Todo fue tan rápido...

—Está bien —dijo Lorena con una sonrisa comprensiva—. Tómese su tiempo y trate de recordar cualquier otro detalle que le pueda ayudar a resolver este misterio. Juntos, podemos descubrir la verdad.

Asentí con la cabeza, pero en el fondo de mi corazón sabía que la verdad podría ser algo que no quería enfrentar.

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