Me abrí paso por mi habitación, caminando de un lado para otro tratando de tranquilizar las voces de mi cabeza. Me acerqué a mi pared y me recosté contra ella deslizándote lentamente.

Estire las piernas y levante la cabeza mirando hacia arriba, por un momento apreciaba la ventana de barrotes que lograba mostrarme la cálida noche. Las estrellas parpadeaban, pero la luna no se veía.

Tome la cajetilla de cigarrillos de mi bolsillo izquierdo y saque un cigarrillo para ponérmelo en la boca, saque mi encendedor de mi otro bolsillo y lo fui prendiendo.

El cálido calor entre mis dedos se sentía más fresco de lo normal, por mi cuerpo recorría un escalofrió y el humo que soltaba cada vez era más tenue. Se sentía un frio por toda la habitación, era como estar dentro de una nevera.

Revise mi cigarrillo por si el filtro traía "LSD" pero no había ningún cambio, era el mismo que he fumado toda mi vida. Mis ojos se cerraban de a poco, mis parpados se sentían pesados que el sueño no se hizo esperar.

No sabía si estaba soñando o simplemente tenía los ojos cerrados, pero poco a poco mis recuerdos venían de golpe tratando de hacerme de recordar lo que había echo. Sentía debajo de mi como mi pantalón se iba mojando. No me disgustaba del todo, se sentía caliente, como si estuviera en unas cálidas aguas termales.

Lentamente me iba hundiendo hasta lograr zambullirme en lo que pensaba que era agua. Abrí los ojos y veía como toda mi habitación se había llenado, pero el tono de color era de un rojo intenso, un color que conocía y que venía de mis venas cortadas. Lentamente me ahogue entre mi propia sangre.

—Cariño...

Lograba escucha una voz lejana que intentaba llamarme.

—Cariño despierta, tienes que ir al colegio.

Lentamente fui despertando de mi placido sueño y me encontraba recostado en una cama desconocida y una habitación que no reconocía.

—¿Estas bien? —preguntaba la mujer desconocida.

Al tener los ojos abiertos por completo, tenía al frente una señora de pelo largo oscuro, sus ojos estaban algo difuminados y su rostro no era tan agradable.

—¿Quién...Quién eres? ¿Qué hago aquí? —Pregunte balbuceando.

—¿Cómo que quien soy? soy tu madre, tienes que dejar de acostarte tan tarde leyendo esos cómics.

—¿Mamá? Tuve un sueño raro —le dije con voz soñolienta.

—¿Qué soñaste? —preguntó ella.

—Estaba en un lugar donde los días ni pasaban y las noches cada vez eran más largas.

—Pobre. Tuviste un mal sueño, de pronto con esto te recompongas.

De repente comenzó a ahogarse, como tratando de expulsar algo. Fue metiendo poco a poco su mano entera a su boca, veía ante mis ojos como se metía todo el brazo, cada vez se ponía más pálida, se estaba auto asfixiando. De inmediato vuelve a sacar su brazo y de ella sale sosteniendo un revolver con su mano.

—¡Qué diablos estás haciendo! —le exclamé.

—Lo que debí hacer mucho tiempo, debí matarte cuando pude. No mereces vivir.

Apunto su arma a mi cabeza y jalo del gatillo. Me disparo 3 veces. Sentí como las balas atravesaban mi cabeza, era como sentir un taladro que lograban entrar fácil mente en mi cráneo.

Mi cabeza se tumbó hacia atrás, mis ojos quedaron abiertos viendo el reflejo de esa persona desconocida que decía ser mi madre.

Me sentía en un limbo, todo estaba totalmente oscuro. Mi cuerpo no se movía, solo podía escuchar como las voces de mi cabeza no callaban. Solo gritaban retumbándome la cabeza, no podía aguantarlos.

Abrí los ojos de la desesperación y la ansiedad que me habían causado. El rayo del sol salía de la ventana cegándome la vista.

Puse mi mano para lograr taparlo y traté de acomodarme. Me encontraba de nuevo en mi habitación, sentía como si no hubiera dormido nada.

¿acaso logre dormir? Cada vez los sueños son peores y mis traumas seguirán ahí torturándome. Parecía tan real que pensé que realmente morí. Quizás solo tuve una distorsión cognitiva.

De repente la puerta sonó y unos pazos fuertes sonaban en medio del pasillo, era la misma psicóloga de ayer. Lorena.