PET (me)
Relato por: WangNini_
Canción: BAD SAD AND MAD – BIBI
https://youtu.be/8Got1LZy2DQ
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—¡¿Alguna vez dejarás de ser tan estúpida?! —Reclamó Jungkook a su hermana menor.
La chica bajó la cabeza y no respondió nada. Dejó que su hermano recogiera los trozos de vasos que se le habían caído al perder el equilibrio por culpa del piso húmedo. La mujer encargada de trapear se disculpaba repetidas veces, haciendo reverencias, pero Jungkook le había respondido que no era culpa suya y que sólo estaba haciendo su trabajo.
—Jungbin, ¿cuándo llegará el día en el que ya no tenga que arreglar tus cagadas?
—Lo siento —musitó, todavía con la cabeza gacha.
No se sentía capaz de mirar a su hermano a los ojos, pues sentía que lentamente estaba acabando con los límites de su paciencia. Aquella había sido también la razón por la que sus padres se habían desecho de ella.
—Búscate una universidad en Seúl y ve a vivir con tu hermano. No estoy segura de poderte seguir aguantando —le había dicho su madre cuando ya estaba por terminar el último año de escuela.
El corazón de la chica se había roto en mil pedazos, pero había logrado ocultarlo con un asentimiento de cabeza y escapando lo más rápido posible de la sala en la que su madre se encontraba. No entendía cómo era que su propia madre la apartaba con tanta facilidad, la misma mujer que la había llevado nueve meses dentro de su vientre y que la había criado durante toda su corta vida.
Entonces se había autoconvencido de que era un estorbo.
Y también era un estorbo para Jungkook. Su hermano mayor, la estrella de la familia y la luz de los ojos de sus padres. Se había largado de casa apenas había terminado la escuela porque estaba dispuesto a cumplir su sueño, sin importarle que su madre se pusiera de rodillas en el suelo, rogando que se quedara, diciéndole que podría cumplir sus sueños en Busan. Fue egoísta y se marchó, pero Jungbin no podía sentir nada más que admiración por él, pues aparte de haber sido capaz de dejar todo atrás, había sido un chico muy organizado en su época de adolescente, por lo que logró juntar el dinero suficiente como para irse a donde se le diera la gana.
Y lo hizo.
Primero, llegó a los Estados Unidos, donde estuvo un par de meses. Luego, recorrió cada uno de los países de Europa. Y, finalmente, había decidido volver a su querido continente asiático, llegando a Arabia Saudita. De cada país había salido sabiendo cosas nuevas, cosas que jamás habría llegado a imaginar saber quedándose en Busan, pero lo que le había encantado habían sido las artes culinarias. Por lo que cuando estuvo de vuelta en Corea del Sur, abrió un restaurante fino en el que servía comida árabe y que, claramente, había sido un éxito, como todo lo que hacía Jungkook.
—¡Ya basta de eso! —La regañó él, poniéndose de pie con los vidrios entre las manos—. Ve a atender la mesa doce que todos están ocupados, menos tú que te la andas jalando.
Jungbin acató la orden en seguida. Alisó su delantal negro y salió de la cocina con la tableta que utilizaban los garzones para anotar los pedidos y dos pares de libros empastados en cuero negro entre sus manos. Intentó respirar con calma mientras caminaba hacia la mesa doce, repasando mentalmente lo que debía decir para recibir a los clientes. Aquella frase que todos decían y que ella también había dicho cientos de veces, pero que todavía tenía miedo de olvidar.
—Buenas noches, bienvenidos a Al'iksir. Soy Jeon Jungbin y seré su camarera esta noche... —Susurró para sí misma durante todo el camino.
Había llegado hacía un año al apartamento de Jungkook, sin avisar y con una pequeña maleta que albergaba sus posesiones más preciadas junto con un poco de ropa. Y a su hermano no le había provocado ni un poco de gracia, por lo que había llamado a su madre inmediatamente mientras ella lo esperaba sentada en el gran sofá de la gran sala que había en su gran apartamento.
No podía culparlo, también se convertiría en una carga para él, y había contemplado seriamente la opción de marcharse mientras él todavía estaba en la llamada. Sin embargo, lo único que lograría con eso sería convertirse en una indigente. Sólo quedaba esperar a que su hermano le diese el dinero para volver a Busan en tren y así deshacerse de ella también.
—Bien —le había dicho cuando terminó la llamada con su madre—, puedes quedarte, pero no puedes pasarte toda tu vida viviendo aquí conmigo. Te daré empleo en el restaurante, te pagaré bien, y debes buscar una universidad en la que estudiar. Apenas tengas la estabilidad necesaria, te quiero fuera de aquí.
Y todo había resultado mejor de lo que esperaba. Había logrado entrar a la universidad y trabajaba de mesera en sus tiempos libres, pues Jungkook se había dado cuenta de que realmente no servía para hacer nada dentro de una cocina. Sin embargo, todavía no conseguía la estabilidad para alquilar un apartamento por sí misma.
—Buenas noches —saludó a los clientes de la mesa doce, encendiendo la pantalla de su tableta—, bienvenidos a Al'iksir. Soy... —Dejó la frase a medio terminar cuando levantó la vista hacia los clientes.
Tres hombres vestidos de traje la miraban fijamente. El corazón de Jungbin comenzó a latir con violencia al sentirse observada de esa manera y sobretodo por hombres. Ese tipo de hombres. Tragó saliva y se dio cuenta de que debía terminar de presentarse y ofrecer el menú.
—Soy... —Comenzó, balbuceando—. Soy...
—Jeon Jungbin, ¿no? —La interrumpió uno.
La chica posó sus ojos sobre él y entonces se dio cuenta. Lo conocía y él la conocía a ella. Afirmó la tableta contra su cuerpo y estiró el otro brazo para poner los menús sobre la mesa. Su cuerpo había comenzado a temblar, por lo que las manos le fallaron y los cuatro libros que llevaba cayeron al suelo justo al lado de la mesa.
—¡Lo siento mucho! —Se disculpó, poniéndose de rodillas de inmediato para recogerlos.
—No sabía que trabajas aquí —prosiguió el mismo hombre que la había reconocido.
Ella se puso de pie rápidamente y casi perdió el equilibrio, pero pudo dejar tres de los libros negros sobre la mesa con éxito. Apretó la mandíbula con fuerza al sentir que el rostro se le comenzaba a poner colorado y bajó la cabeza.
—Trabajo aquí desde hace un año, profesor Kim —respondió apenas.
El profesor Kim era un hombre bastante joven como para ser un profesor universitario y a Jungbin no le cabía duda de que era un genio, pues un trabajo como aquel ameritaba al menos haber terminado una carrera universitaria, haber hecho una maestría y luego un doctorado. Sin duda, era el profesor que más le había gustado, y no solo visualmente, sino que por la pasión con la que enseñaba.
Jungbin tomaba materias con él cada vez que se podía.
Levantó ligeramente la vista y se encontró con los ojos penetrantes del profesor. Le encantaba cuando se peinaba el cabello hacia atrás porque sentía que le daba un aire de superioridad, aunque también provocaba que la pusiera más nerviosa de lo normal.
—Es la mejor alumna que he tenido —le dijo al que estaba sentado a su izquierda, que parecía verse más joven, y luego volvió a mirarla—. Pensé que vivías con tu cabeza metida en los libros, pero veo que eres una caja de sorpresas.
—Si me permiten, consultaré le menú —interrumpió el tercero, que estaba a la derecha del profesor.
Los ojos de la chica se posaron instintivamente sobre él, encontrándose con un hombre de rostro serio. Su cabello también estaba peinado hacia atrás, dejando ver con claridad un rostro que se diferenciaba fácilmente de los de todo el resto, sobretodo por la peculiar forma de sus ojos que a Jungbin le recordó un dragón. Y su postura se veía igual de majestuosa que el de uno. Un hombre como él no podía ser real.
De pronto cayó en la cuenta de que los tres estaban viéndola de nuevo y aplanó los labios antes de hacer una reverencia.
—Les daré un tiempo para que decidan con tranquilidad —y escapó de ahí lo más rápido que pudo.
Volvió casi corriendo a la cocina para esconderse. El corazón le martilleaba contra el pecho y le zumbaba en los oídos, tanto que por un momento pensó que estaba teniendo un ataque de nervios. Se pasó las manos por el rostro repetidas veces y apoyó su cuerpo contra la pared.
No lograba calmarse.
—¡Jungbin, déjate de holgazanear! —Le gritó su hermano desde el otro lado de la cocina.
La chica escapó hacia el baño de empleados antes de que él pudiese volver a regañarla. Se miró al espejo y se mojó el rostro y la nuca. Tenía que aceptarlo: debía volver a aquella mesa llena de hombres atractivos y tomar su orden. Los minutos corrían y Jungkook seguramente la regañaría más por ofrecer una atención que no llegaba al estándar del restaurante.
Se miró una vez más en el espejo, concentrándose en su rostro. Notó sus ojos redondos, iguales a los de su hermano mayor, cansados; su cabello negro y liso atado en una coleta de la que escapaban algunos mechones; y su boca pequeña, que la mayoría del tiempo permanecía cerrada. En vez de tranquilizarse, se sintió mal consigo misma. Se veía desaliñada, sin maquillaje y con un peinado desordenado.
Tomó una respiración profunda y salió del baño para caminar directo a la mesa doce.
—¿Puedo tomar su orden? —Preguntó, enfocando su concentración en la pantalla de la tableta y no en los rostros de los hombres.
Presionó los botones en la pantalla de la tableta según le iban diciendo y nuevamente hizo una reverencia a modo de despedida, evitando a toda costa las miradas que se concentraban sobre ella. Mientras esperaba que el pedido estuviera listo, se encargó de atender otras mesas con clientes recién llegados, pero no podía dejar de sentir una sensación pesada sobre su espalda. En cierto momento se giró, encontrándose con los ojos del profesor Kim y con los que parecían de un dragón. El tercer chico, peinado de manera más casual, dejando caer el cabello rizado por sobre la frente, parecía estar en otro mundo mientras tecleaba en su celular.
Siguió evitando las miradas al momento de entregar los platillos en la mesa doce, pero seguía sintiéndose observada y en una ocasión en la que decidió mirar nuevamente, se encontró al profesor y al otro hombre cuchicheando mientras la seguían observando.
—Jungkook —le dijo cuando volvió a la cocina—, no quiero seguir en la mesa doce.
Él la miró con una ceja alzada y se secó las manos con un paño de cocina antes de acercarse a ella.
—Mira, Jungbin, te he tenido paciencia todo este tiempo. Te mantengo en mi casa, te dejo trabajar menos horas que el resto y te pago más, aguanto tus mierdas todos los días —se acerco lo suficiente a su rostro como para que solo ella le escuchase—. ¿Podrías, al menos, hacer una puta cosa bien y terminar tu trabajo?
La menor apretó la mandíbula. Jungkook no la entendía y jamás iba a hacerlo, él tenía aquel encanto natural que hacía que todo el mundo lo amara. Ella no, no hablaba para nada más que para responder preguntas con monosílabos y eso al resto le parecía raro.
Era un bicho raro.
Terminó por asentir con la cabeza, pues tampoco quería colmar la paciencia de su hermano y provocar cosas que luego lamentaría. Se dedicó a seguir atendiendo las mesas de las que se había hecho cargo, evitando especialmente la número doce, pero hubo un momento en el que ya no pudo, pues los tres hombres habían terminado de cenar hacía un par de minutos.
—¿Puedo retirar? —Preguntó en un hilo de voz, interrumpiendo la conversación de ellos.
Los tres la miraron nuevamente. El profesor Kim le dedicó una bella sonrisa de dientes relucientes y asintió con la cabeza. Parecía ser el mayor de los tres, pues era el que tomaba todas la decisiones en la mesa. Jungbin se acercó y cuidadosamente tomó los platos vacíos, intentando no cometer ningún error.
—¡Oh, Jungbin! —La llamó el profesor justo cuando comenzaba a darse la vuelta para marcharse—. ¿Podrías traerle un postre a mi hermano? —Preguntó, señalando al de su derecha.
Ella asintió con la cabeza lentamente.
—¿Qué postre gustaría pedir? —Le preguntó al recién nombrado.
El hombre de ojos de dragón la miró de reojo por una fracción de segundo y luego miró a su hermano mayor.
—Elige tú, confío en tus gustos —contestó por él el profesor.
Ella se alejó lo más rápido que pudo, aguantando la respiración, y casi tiró los platos sucios al suelo por precipitarse en dejarlos sobre el lavaplatos.
—¡Ten cuidado! —Le regañó Jungkook.
—Lo siento —murmuró.
Siguió atendiendo las mesas restantes y cuando estuvo listo el dichoso postre, volvió a la mesa doce, encontrándose con la grata sorpresa de que el profesor y el chico de cabello rizado se habían marchado. Se acercó a paso lento, dudando en si debía ir o simplemente pedirle a alguien más que le hiciera el favor, pero cuando estuvo a punto de escapar, el hombre se giró hacia ella.
No tuvo más opción que seguir su camino.
Se plantó al lado del hermano del profesor Kim y con la mano temblorosa dejó el postre sobre la mesa. Había algo en él que le inspiraba terror, y no era su rostro severamente hermoso, sino que algo en la presencia que tenía, la manera en la que se veía. Él levantó la vista hacia ella, mirándola a los ojos por primera vez, y Jungbin sintió que las piernas le tiritaban como gelatina.
—Gracias —pronunció en una voz tan grave y varonil que a la chica le provocó un estremecimiento.
Hizo una pequeña reverencia y antes de marcharse dio el mensaje que su hermano le había pedido antes de salir de la cocina.
—La... —Musitó, llamando nuevamente la atención del hombre— La... La cocina ya cerró, por lo que ya no puede pedir nada más. El restaurante cierra a las once en punto.
Él respondió con un asentimiento de cabeza y se inclinó hacia el lado para sacar la billetera de su bolsillo. Jungbin vio cómo la abrió y eligió entre al menos cinco tarjetas de crédito negras, dejándola sobre la mesa.
—Tráeme la cuenta.
Aquella simple orden la había hecho estremecer una vez más y salió despavorida a buscar la máquina de pagos. Se quedó de pie, a una distancia prudente, mientras el hombre pagaba y cuando la transacción había sido aprobada, él levantó la cabeza hacia ella y preguntó:
—Te apellidas Jeon, ¿no es así? —Y Jungbin asintió con la cabeza, provocando un atisbo de sonrisa en los labios del hombre—. ¿Eres familiar de Jeon Jungkook, el dueño del restaurante?
La chica abrió la boca para responder y luego la cerró, sin saber exactamente qué decir.
—Es sólo una coincidencia de apellidos, señor —terminó por responder.
Los ojos de dragón parecieron brillar emocionados por un segundo y finalmente asintió con la cabeza.
—¿Alguna vez has sentido que te hace falta algo en la vida, Jungbin?
Aquella pregunta la tomó por sorpresa, dejándola con los ojos bien abiertos. No sabía hacia dónde pretendía llegar él, pero lo cierto era que a Jungbin le hacían falta muchas cosas en su vida. Cosas que iban más allá de lo material, pues sus padres siempre habían tenido una buena situación económica y el dinero que le proporcionaba su hermano le alcanzaba para darse ciertos lujos de vez en cuando.
—¿Qué quiere decir con eso? —Se atrevió a preguntar.
El ladeó la cabeza y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro, formándose unos hermosos hoyuelos en cada una de sus mejillas que le dieron un aspecto más juvenil.
—A todo y a nada en específico a la vez.
Ella soltó el aire que sin querer había estado acumulando y se remojó los labios.
—Creo que a todos nos hace falta algo. Nadie puede tenerlo absolutamente todo y quien lo afirme, estaría mintiendo.
La sonrisa se acrecentó en el rostro del hombre y su mano derecha viajó al pequeño bolsillo que había en su camisa blanca. Sacó una tarjeta negra y se la tendió a Jungbin, quien la recibió con las manos temblorosas.
—Ha sido un placer, Jeon Jungbin —dijo antes de ponerse de pie y marcharse.
Había dejado el postre intacto sobre la mesa, casi en una invitación a que ella misma se lo comiera. La chica sacudió su cabeza ligeramente cuando lo perdió de vista y levantó la tarjeta que tenía en la mano para leerla.
«Kim Namjoon
CEO K&A»
Y un número de teléfono.
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Jungbin notó que estaba ejerciendo demasiada presión sobre el bolígrafo cuando quiso escribir y rompió la hoja de la libreta. Pestañeó un par de veces, dándose cuenta de que había estado así durante toda la mañana, pues en su cabeza seguía dando vueltas aquel hombre: Kim Namjoon, el hermano del profesor Kim.
Sentía que si seguía así terminaría por volverse completamente loca, parecía una obsesionada, pues no podía dejar de pensar en sus fascinantes ojos oscuros y en su manera de hablar. La pequeña conversación que habían tenido seguía resonando en su cabeza, una y otra vez, robándole toda la atención que debía ponerle al mundo real.
—Señorita Jeon, ¿se encuentra bien? —Una voz masculina la hizo sobresaltar.
Levantó la cabeza lentamente, bajo la mirada inquisidora de sus compañeros de clase, y se encontró con el profesor Kim viéndola con la cabeza ladeada y una pequeña sonrisa en los labios.
Aquellos días, después de haberlo visto en el restaurante con sus hermanos, él había fijado su atención especialmente en ella. La saludaba cuando se la encontraba en los pasillos de la facultad, le daba la bienvenida cuando ella ingresaba al salón donde daría la clase y se despedía de ella cuando veía que se marchaba. Incluso se había ofrecido en llevarla a casa en su auto después de la jornada, pero Jungbin se había negado en todas las ocasiones.
Asintió con la cabeza rápidamente, sintiendo que la cara completa se le comenzaba a poner roja, y bajó la vista rápidamente hacia su libreta. Jeon Jungbin nunca llamaba la atención, en ningún lugar y en ninguna circunstancia, pero el hecho de que el profesor Kim la hubiese notado cambiaba todo.
—Oye —escuchó un pequeño susurro a su lado.
La chica giró la cabeza discretamente y se encontró con la única persona de la clase que alguna vez le había hablado: Lee Minhyuk. El muchacho la miraba con una ceja alzada y sólo moviendo los labios le preguntó:
—¿Todo bien?
Quizás era el hecho de que Minhyuk sabía que ella siempre estaba completamente pendiente a la clase del profesor Kim o que odiaba que todo la atención se centrara en ella, pero parecía un poco preocupado. Jungbin intentó sonreír y asintió con la cabeza.
—Bien, chicos, eso es todo por hoy —anunció Kim cuando se acercó la hora de finalizar la clase—. Haré entrega del parcial, así que hagan una fila para entregarlo.
Jungbin rápidamente se levantó de su asiento y caminó hacia el escritorio del profesor, obteniendo un buen puesto dentro de la fila. Quizás había cuatro o cinco personas delante, por lo que podría irse luego al trabajo, llegar más temprano y hacer feliz a Jungkook. Escuchó cómo el profesor preguntaba el apellido del estudiante para buscar el parcial dentro del montón de hojas que tenía sobre el escritorio. Parecía un trabajo difícil, pero él era increíblemente rápido, por lo que rápidamente llegó al primer puesto.
Él levantó la vista por un momento y luego movió la cabeza hacia el lado, mirando hacia atrás del cuerpo no muy alto de Jungbin.
—¿Apellido? —Preguntó.
—Jeon... —Murmuró.
Pero no buscó nada, simplemente se quedó mirando por detrás de la chica, esperando la respuesta de la persona que estaba detrás de ella, que precisamente era Minhyuk.
—Lee —le escuchó responder.
Y entonces el profesor buscó el parcial entre el montón de papeles. Jungbin se quedó mirando la escena, sin entender absolutamente nada y hasta tuvo que correrse hacia el lado cuando Kim tendió la hoja a su compañero, que también la miró extrañado. Así, siguió atendiendo a la larga fila de estudiantes que restaban y cuando finalmente el último se había marchado, le pasó a Jungbin la última hoja que le quedaba.
—Gracias —pudo decir apenas y se dio media vuelta para marcharse.
—¡Jungbin! —La llamó y ella se detuvo a medio camino.
Se giró lentamente y se encontró con un Kim sonriente.
—¿Estás evitándome? —Le preguntó.
Y ella casi se atragantó con saliva.
—No, profesor Kim.
No era precisamente evitarlo, pues nunca habían cruzado más de dos palabras antes de que se vieran en el restaurante de Jungkook.
Él soltó una risa suave y negó levemente con la cabeza.
—Tienes razón, deben ser cosas mías.
Se formó un momento de silencio en el que la chica no hallaba la manera de despedirse. Le urgía tremendamente llegar temprano al trabajo, pero se sentiría descortés si es que se marchaba de esa manera.
—Conociste a mi hermano Namjoon —dijo él de pronto.
—Sí.
—Me preguntó por ti anoche, en una pequeña cena entre hermanos como la de la otra noche.
El corazón de Jungbin subió por su garganta, luego bajó, se detuvo por una fracción de segundo y terminó por acelerarse violentamente. No supo qué responder y de haberlo hecho, estaba segura de que no podría haber pronunciado ninguna palabra de corrido.
—Creyó que ibas a llamarlo.
La boca de la chica se abrió, tanto que provocó una carcajada en su profesor.
—Mi hermano es un poco impaciente. Créeme, lo conozco desde que nació y como su hermano mayor he intentado enseñarle a ser perseverante, pero me escucha sólo cuando quiere.
Nuevamente se formó el silencio. El cuerpo de Jungbin se había petrificado, parecía no responder a ningún estímulo después de haber escuchado aquellas confesiones por parte del profesor Kim.
—Hazle el favor de llamarlo, por favor.
—Sí, profesor Kim —logró responder.
Kim, que había comenzado a recoger su abrigo y su maletín, se dio un segundo para observar el rostro de la chica, y luego sonrió.
—Llámame Seokjin. Tengo la sensación de que nos veremos más seguido.
Y se fue del salón, dejándola sola, plantada en el suelo.
No entendía qué acababa de pasar. No sabía por qué Kim Namjoon había estado esperando su llamada y por qué era tan urgente. ¿Qué podía tener ella que él quisiera? Se notaba que era un hombre influyente, podría tener a cualquier mujer que quisiera para lo que quisiera. No necesitaba a cría buena para nada.
Terminó por pasarse las manos por el rostro, arrugando la hoja del parcial en el proceso, y salió corriendo por el pasillo para poder alcanzar el autobús que justamente la dejaba a dos minutos del restaurante de su hermano.
La acotada jornada laboral se le hizo más lenta de lo normal, pero al menos no cometió ninguna estupidez como las que acostumbraba a hacer. Cuando llegó a casa, corrió a encerrarse en su habitación y sacó una pequeña cajita metálica que escondía debajo de su cama.
La tarjeta negra con los datos de Kim Namjoon saltó a su vista. La había guardado como una especie de tesoro, sin saber exactamente por qué. La tomó entre sus manos con extremo cuidado y pasó la yema de los dedos sobre los dígitos que conformaban su número telefónico.
El profesor Kim le había pedido que llamara a su hermano porque era impaciente, pero él jamás mostró algún indicio de querer recibir una llamada por parte suya, simplemente le había dado una tarjeta. Para Jungbin resultaba un acto confuso. ¿Qué debería hacer ella con aquella información? Pero después de haber estado pensando días entero en aquello, había resuelto que le había dado sus dato en un símbolo de educación.
Miró la hora en su celular: las doce en punto. Probablemente era demasiado tarde para hacer una llamada, sobretodo teniendo en cuenta que se trataba del CEO de una empresa. Aunque si llamaba y no recibía respuesta, podía quedarse con aquella excusa y dejar el tema pasar.
Se llevó el celular al oído después de haber tecleado aquellos benditos números. El teléfono sonó tres veces y alguien descolgó.
—¿Hola? —Escuchó al otro lado de la línea.
A la chica se le cerró la garganta de pronto, por lo que no respondió nada, pero se sorprendió al escucharlo hablar nuevamente:
—Jeon Jungbin, ¿eres tú?
Cerró los ojos con fuerza y asintió con la cabeza. Luego se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se sintió estúpida.
—Sí... Soy yo —respondió en un hilo de voz.
—Creí que nunca llamarías.
—No sabía que quería que le llamara, señor.
Escuchó un suspiro al otro lado de la línea, como si Kim Namjoon estuviese disfrutando de su inocencia.
—¿Has vuelto a pensar en la pregunta que te hice aquella noche?
Jungbin sabía a la perfección a qué se refería, pues la conversación entre ellos no había dejado de dar vueltas en su cabeza. Pero no sabía cuál era la respuesta que él esperaba.
—Sigo sosteniendo lo mismo: a todos nos hace falta algo.
—¿Y qué es lo que te hace falta?
—¿Qué le hace falta a usted? —Soltó sin pensar.
E inmediatamente se arrepintió. Hubo un momento de silencio en el que Jungbin tuvo que revisar si es que la llamada seguía en curso, pues no escuchaba absolutamente nada por el auricular.
—Creo saber de algo que te hace falta —dijo, ignorando la pregunta de la chica—. Si quieres, puedo mostrártelo. ¿Tienes libre mañana a partir de las siete de la tarde?
Jungbin pensó en el trabajo, pues a esa hora debería estar en el restaurante, y luego pensó en que al llegar a casa debería comenzar a estudiar para los siguientes parciales. Aunque no podía negarlo, lo que el señor Kim quería mostrarle le causó mucha curiosidad.
¿Qué podría tener él que ella necesitara?
—Si se trata de tu trabajo, puedo resolverlo y enviar a alguien que te cubra. ¿Qué dices?
La chica tragó saliva. Sentía que estaba a un paso de cambiar algo importante en su vida, aunque era una simple corazonada.
—Estaré saliendo de la universidad a esa hora, por si gusta pasar a recogerme.
No hubo una respuesta y la llamada simplemente se cortó.
Jungbin dejó el celular sobre la cama y se dejó caer de espalda. Se sentía aturdida y en cierto momento su corazón se había acelerado como si hubiese corrido una maratón. Se tapó el rostro con las manos y tuvo que aguantarse las ganas de soltar un chillido, pues aparecería Jungkook en la puerta de su habitación para regañarla.
Rápidamente decidió que sería mejor dormir. Las horas pasaban más rápido mientras se dormía y no podía negar que estaba ansiosa por saber qué era lo que tramaba el señor Kim Namjoon.
Cuando estuvo entre las cobijas de su cama, acurrucada con el cuerpo recogido, se dio cuenta de que el profesor Kim tenía razón: su hermano era un poco impaciente.
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La casa del señor Kim Namjoon era mucho más grande de lo que Jungbin se hubiese imaginado y parecía más bien una especie de mansión. O eso creyó cuando se bajó del auto que la había ido a recoger a la universidad. Porque él no había ido personalmente, sino que había enviado a su chofer.
Cuando estuvo frente a la puerta de entrada, otro hombre la recibió y la guio hacia adentro, conduciéndola por unos pasillos amplios de suelos de porcelana clara y paredes color perla llenas de cuadros que parecían bastante caros.
—El señor Kim la espera en la sala de estar —le dijo el hombre y se detuvo frente a una puerta abierta.
Ella dio un paso hacia adentro y su zapato resonó en toda la sala. Se encogió de vergüenza y miró hacia atrás, pero el hombre ya se había marchado. Tomó aire profundo y siguió su camino.
Dentro le esperaban varios pares de sofás, de distintos tamaños y todos del mismo tapiz negro de cuero. El señor Kim estaba sentado en un sillón de un cuerpo, con las piernas bien abiertas y un vaso en la maño. Jungbin sintió que su corazón se aceleraba de un momento a otro sólo de verlo. Caminó hacia el sofá contrario al de Kim y se sentó, poniendo el bolso que llevaba todos los días a la universidad sobre sus piernas, aun sosteniendo las asas con fuerza.
—Jeon Jungbin —la saludó él.
Y la manera en la que pronunció su nombre le pareció deliciosa. Se remojó los labios y tuvo la intención de sonreír, pero se encontraba demasiado nerviosa y en su lugar hizo una mueca extraña con los labios.
Los ojos de Kim Namjoon la observaban insistentemente y tuvo que bajar la mirada hacia el suelo para evitar que el nerviosismo siguiera acrecentándose.
—¿Por qué viniste?
Ella levantó la vista y pestañeó un par de veces, un poco impresionada.
—Yo... —Murmuró—. Usted me invitó a venir.
Él se rascó la nariz con la mano libre, intentando ocultar la sonrisa que se estaba formando en sus labios. Jungbin se sintió pequeña e inmediatamente se arrepintió de estar ahí, pues realmente no tenía ningún motivo más que la curiosidad. No conocía a Kim Namjoon y si se ponía a pensarlo bien, haber accedido a ir a su casa sólo porque él le había ofrecido algo que ni siquiera tenía la certeza de que existiera había sido algo estúpido. Era cierto que era el hermano del profesor Kim, pero eso no aseguraba su seguridad.
—Creo que debería irme —dijo.
—¿No sabes por qué viniste, Jungbin? —Preguntó, sin darle importancia a lo que ella acababa de decir—. Ayer dije algo que te llamó la atención, ¿no? ¿Quieres saber a qué me refería?
Ella tragó saliva y fue incapaz de levantarse de su asiento para marcharse como acababa de decir. Se abrazó a su bolso, encorvando la espalda y recogiendo ligeramente las piernas, y no se atrevió a responder nada.
Algo que pareció molestar ligeramente al señor Kim.
—Responde.
Su corazón dio un salto y rápidamente asintió con la cabeza.
Por supuesto que quería saber a lo que se había referido con aquella pregunta la vez anterior que se vieron, y que también había sido la primera vez que lo había visto.
"¿Alguna vez has sentido que te hace falta algo en la vida, Jungbin?". Sus palabras habían quedando vueltas dentro de su cabeza por horas, por días. No sabía por qué él le había hecho una pregunta tan extraña sin siquiera conocerla, pero le había dado curiosidad cuando también le había ofrecido aquella cosa que le faltaba.
—La verdad es que me dio curiosidad —musitó.
Él le dio un trago a su vaso y lo dejó sobre la mesa de café que los separaba, justo sobre un posavasos de cristal.
A Jungbin le faltaban demasiadas cosas en su vida y quería saber qué era lo que Kim Namjoon podía ofrecerle con tanta facilidad. También le intrigaba el cómo él se había dado cuenta de sus carencias y por un momento se sintió transparente porque Kim parecía poder ver a través de ella.
—Yo igual tengo un poco de curiosidad —confesó él, relamiéndose los labios—. Desde el momento que te vi por primera vez me di cuenta de algo, ¿sabes?
—¿De qué?
Kim se echó hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas. Su mirada en ningún momento se había apartado del rostro de Jungbin y en aquel momento sus ojos parecieron oscurecerse de una extraña pasión.
—Te gusta que te digan qué hacer, ¿no es así? Te gusta acatar órdenes, y lo haces sin pensarlo dos veces. Prefieres que el resto decida por ti, incluso si aquellas cosas te afectan directamente.
Ella se quedó muda. ¿Realmente era tan fácil de leer o Kim Namjoon era una especie de mentalista? No había manera de saber algo como eso sobre una persona a simple vista. Sin embargo, aquello le hizo cuestionarse a sí misma, dándose cuenta de que tenía razón. Siempre había acatado las órdenes que le daban, nunca se había atrevido a llevar la contraria a nadie.
Había obedecido a su madre cuando le había dicho que se mudara a Seúl porque la tenía harta. Obedeció a Jungkook cuando le puso las condiciones para quedarse con él en su casa. Acataba todas las órdenes que su hermano le daba cuando se encontraba trabajando en el restaurante. Y acató la disfrazada orden del señor Kim cuando le propuso ir a su casa.
—Cuando te vi llamaste mi atención y Seokjin lo notó, por lo que me sugirió que me acercara a ti y que te conociera, pero me di la libertad de adelantarme unos pasos mientras esperaba a que me llamaras.
Se puso de pie y caminó con elegante gracia hacia un gran estante que cubría toda la pared de la sala de estar. Estiró el brazo y tomó una carpeta de color negro que se mezclaba entre las tapas duras de los que parecían ser libros extremadamente caros. Se giró hacia ella mientras y puso sus ojos sobre la primera página.
Aquella tarde estaba vestido con una pura camisa blanca y un pantalón negro. Unos anteojos redondos adornaban sus ojos de dragón y le daban un aire más intelectual. También tenía el cabello negro nuevamente peinado hacia atrás. Todo eso le hacía verse impecable, prolijo.
—Jeon Jungbin —comenzó a leer—. Nacida en Busan el diez de octubre del año dos mil dos. Padres: Jeon Seohyun y Lee Yejin —levantó la vista por un momento para mirarla—. Calificaciones del preescolar sobre la media y no se detectaron problemas. Calificaciones en la primaria sobre la media, pero...
—Deténgase —lo interrumpió Jungbin.
Vio cómo Kim apretó la mandíbula irritado, pero no le importó. Había cosas de su pasado que no necesitaba que le recordaran, pues ya era suficiente con tener todavía aquellas heridas abiertas.
Kim Namjoon cerró la carpeta de golpe y la dejó sobre un mueble de por ahí antes de acercarse lentamente hacia ella, con una mirada que a cualquiera hubiese asustado.
Jungbin estaba asustada.
—Mira, Jungbin, me encantaría dejarte claras un montón de cosas sobre mí de maneras que quizás no te agradarían, pero primero necesito tu aprobación.
—¿Aprobación? —Preguntó antes de darse cuenta.
Él sonrió, pero esa sonrisa era diferente a las otras que le había dado anteriormente. Escondía algo macabro que a la chica hizo que se le erizara la piel de la nuca.
—Eso nos lleva a lo que quiero ofrecerte, eso que tanto te falta.
El señor Kim apoyó cada mano en los brazos del sofá en el que Jungbin estaba sentada e inclinó su cuerpo hacia adelante, dejando sus rostros a unos pocos centímetros de distancia. La chica pestañeó un par de veces, sorprendida, pero no se alejó, pues el calor que desprendía el cuerpo de Kim le encantó.
—Te gusta obedecer, ¿cierto? —Le susurró.
Su aliento olía a whisky y Jungbin se sintió embriagada de pronto. Sus ojos se posaron sobre los seductores labios del hombre y por un momento se preguntó cómo se sentiría besarlo, luego levantó la vista y lo miró por entre sus pestañas.
—Sí.
—¿Qué opinas sobre obedecerme? Yo sería tu amo, te ordenaría qué hacer en todo momento y, claro, me encargaría de castigarte cuando no obedezcas.
Jungbin soltó un suspiro y algo dentro de ella se removió. No estaba muy segura de lo que quería decir el señor Kim, pero la oferta le sonaba tentadora.
—Esa sería la única decisión que tendrás que tomar, luego yo haré todo por ti —siguió él mientras le quitaba un mechón de cabello del rostro—. Además, te ofrezco compensación económica, transporte y vivienda.
La boca de la chica se entreabrió.
—¿Vivienda? —Preguntó—. ¿Dónde?
—Aquí.
Jungbin se imaginó por un momento llevando una vida lujosa, viviendo en aquella mansión y siendo atendida por los trabajadores del señor Kim. Todo eso por obedecerlo en lo que a él se le ocurriera, aunque aquello podría abarcar muchas cosas y Jungbin no conocía de cerca a Kim Namjoon como para saber qué límites podría o no sobrepasar.
De pronto recordó a su hermano, irritado por tener que mantenerla y soportarla todos los días en su casa, una casa a la que ni siquiera había sido invitada. La oportunidad que se le estaba presentando le ayudaría a salir de ahí y no seguir molestándolo. Tampoco tendría que seguir trabajando en el restaurante, por lo que no volvería a regañar a nadie por ser tan torpe.
—¿Qué dices? —La voz de Kim la sacó de sus pensamientos.
La chica tomó aire profundo antes de hablar.
—Está bien.
El cuerpo de Kim Namjoon se incorporó, quitándole a Jungbin aquella deliciosa sensación de sentirlo cerca, y caminó nuevamente hacia la carpeta negra para sacar un montón de papeles unidos por un corchete. Lo puso sobre la mesita de café frente a la chica y cuando ella estaba a punto de tomarlo, su celular comenzó a sonar, haciéndola sobresaltar.
Buscó el aparato dentro de su bolso y notó que era una llamada de Jungkook, por lo que levantó la mirada con timidez hacia Kim, que le hizo una seña para que contestara.
—¿Hola? —Respondió, hablando lo más bajo que su voz le permitía, pues el señor Kim todavía estaba de pie frente a ella.
—¡¿Dónde mierda estás?! ¡¿Qué es eso de que una chica ha llegado a reemplazarte?!
Jungbin cerró los ojos por un segundo, sin saber qué responder exactamente.
—Tenía que hacer unos pendientes y le he pedido a una amiga que me cubra por esta tarde.
—¿Con el permiso de quién, Jungbin? ¿Crees que te mandas sola? Te recuerdo que trabajas para mí, no puedes llegar y hacer lo que te da la gana.
Mientras su hermano hablaba furioso, Jungbin levantó la mirada hacia Kim Namjoon, que la observaba con curiosidad, y se llenó de valentía para responder:
—No te preocupes, a partir de hoy ya no trabajaré más allí.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Lo que acabo de decir. Renuncio.
No esperó a que Jungkook respondiera y cortó la llamada. Volvió a poner su mirada sobre la de Kim Namjoon y le preguntó:
—¿Qué es lo que tengo que hacer?
El señor Kim dibujó una sonrisa macabra en sus labios, marcando sus preciosos hoyuelos. De pronto, todo el valor que Jungbin había juntado, se había esfumado.
El hombre señaló el montón de papeles sobre la mesa frente a ella y dijo:
—Todo está estipulado en este contrato.
—¿Contrato? —Musitó la chica mientras estiraba el brazo para tomarlo.
—Es necesario para una relación como la que tendremos —respondió mientras caminaba hacia la puerta—. Te daré tu espacio para que lo leas y decidas si quieres firmar, si no lo haces, ya sabes dónde está la salida —miró la hora en su reloj de pulsera—. Tienes una hora.
Y la dejó sola junto con el montón de papeles por leer. La chica no entendía por qué eran necesarias tantas formalidades, pero de todas formas comenzó a leer el documento que tenía entre las manos.
Después de leer un par de páginas se dio cuenta hacia donde iba el asunto. Le quedó claro que, de firmar aquel documento, ella pasaría a ser completamente propiedad del señor Kim, que debería acatar todas las órdenes que le diera, que podría castigarla físicamente si es que se le antojaba y que debía vestir y comportarse como él le ordenara. Todo eso a cambio de protección completa por su parte, él siempre velaría por su salud, le proporcionaría una habitación privada dentro de su residencia, un auto para uso personal y una cantidad considerable de dinero para que ella lo utilizara para mantenerse a sí misma en caso de que el señor Kim no estuviera disponible.
Todo lo siguiente le había quedado absolutamente claro. Y realmente estaba contemplando echarse atrás más que nada porque le aterraba ser castigada de la manera en la que detallaba el contrato.
Se llevó un mechón de cabello rebelde detrás de la oreja y se dio cuenta de que su cuerpo temblaba. Sabía que detrás de todo sucederían cosas que ni siquiera podía llegar a imaginar y eso le asustaba.
Pero ¿qué otras opciones tenía?
Acababa de renunciar a su trabajo en el restaurante de Jungkook porque se había convencido de que, si aceptaba la propuesta del señor Kim, dejaría de ser una carga.
Rápidamente buscó un bolígrafo entre sus cosas y se apresuró a firmar el documento, y a llenar con todos sus datos personales necesarios. Así, cuando Kim volvió a entrar a la habitación, sosteniendo una caja de color blanco, sonrió de medio lado por encontrarse con todo listo. Entonces firmó lo que a él le correspondía y dio la primera orden:
—Desnúdate.
Jungbin lo observó con los ojos bien abiertos desde su lugar en el sofá. Aquella era una orden inesperada, aunque en realidad no sabía qué era lo que estaba esperando. Cuando notó que habían pasado un par de segundos, y que Kim había cambiado su semblante, se puso rápidamente de pie y con las manos temblorosas se quitó la sudadera, la camiseta, los tenis y los pantalones.
Kim Namjoon recibió toda la ropa y la dejó doblada sobre otro de los sofás mientras Jungbin bajaba la cabeza avergonzada porque su ropa interior parecía más bien la de una niña y no la de una mujer de veinte años.
—La ropa interior también.
Ella tomó aire profundo y asintió con la cabeza. Cerró los ojos con fuerza mientras se bajaba las bragas y se quitaba el sujetador.
No había mucha gente que la hubiese visto desnuda a lo largo de su vida, por lo que el hecho de sentir los ojos penetrantes del señor Kim sobre su cuerpo le hacía sentirse inquieta, pero no incómoda.
—Abre los ojos —ordenó él de golpe, sobresaltándola.
Se tardó dos segundos en obedecer y se mantuvo mirando hacia el piso mientras Kim la rodeaba, mirándola de arriba hacia abajo. Luego, caminó hacia dónde había dejado la caja y sacó un vestido de color negro de cintura alta que provocaba que el resto de la tela cayera con gracia, como si de un vestido de princesa de tratase, solo que este probablemente le llegaría hasta las rodillas a Jungbin. El escote redondo lo hacía ver bastante simple, pero a la vez elegante.
—Tendrás, al menos, siete vestidos como este y los utilizarás para andar dentro de la casa —le explicó mientras veía cómo ella se lo ponía—. Debajo no puedes llevar absolutamente nada, ni siquiera bragas.
Ella se terminó de acomodar la prenda y se sintió desnuda igualmente, pues sabía que era lo único que vestía. No sabía si iba a lograr acostumbrarse a aquella sensación tan extraña.
—Mañana enviaré a comprar más ropa para ti y esa será la que utilizarás para salir, así que olvida todo lo que utilizabas antes, ¿entendido?
—Sí, señor —respondió con la cabeza gacha.
El señor Kim dio un paso hacia ella y puso los dedos delicadamente sobre el mentón de la chica.
—Mírame —le ordenó.
Y ella obedeció, encontrándose con unos ojos brillantes detrás de las gafas redondas. Se sentía acechada por un depredador. Ella era la presa. Una presa que rápidamente debía obedecer ante lo que el depredador le pidiera, incluso si aquello significaba que tenía que ponerse dentro de su hocico voluntariamente para que él pudiese probarla.
—No sabes cuánto me pones —le susurró—, desde que te vi, y hay tantas cosas que quiero hacerte, pero tengo miedo de que te espantes. Así que primero voy a darte una pequeña introducción de veinticuatro horas, luego llegaremos a lo más importante.
Algo se removió en el interior de Jungbin, algo parecido a fuego que la quemaba a la altura del vientre, y la sensación le pareció exquisita. No se llegaba a imaginar ni la mitad de las cosas que el señor Kim quería hacerle, pero, aunque le diese un poco de miedo, quería averiguarlo.
Se imaginó a él acariciándole la piel desnuda con las yemas de los dedos y ahogó un suspiro.
—Puedo hacerlo, señor. Puedo soportar todo lo que usted quiera, no necesito esa introducción.
Kim Namjoon sonrió, mostrando sus hoyuelos.
—La introducción no está a discusión, Jungbin.
Se dio media vuelta y se sentó sobre uno de los sofás de dos cuerpos, con las piernas bien abiertas, y se palmeó los muslos.
—Pon tu estómago aquí y levántate el vestido hasta la cintura.
El corazón de la chica se disparó y tuvo que armarse de valor para obedecer. Se levantó el vestido mientras la cara se le comenzaba a poner roja y apoyó su abdomen sobre los fibrosos muslos del señor Kim.
Pegó un salto cuando sintió los dedos largos del señor recorrerle la parte trasera de los muslos, llegando hasta el inicio de sus glúteos. Un estremecimiento le recorrió la columna y viajó hacia su entrepierna, erizándole la piel.
Cerró los ojos, disfrutando del tacto, cuando el señor Kim volvió a hablar:
—Voy a castigarte por dar tu opinión cuando no te la he pedido.
Su voz sonó tan grave que retumbó dentro del cuerpo de Jungbin. Rápidamente el ambiente había cambiado, pues el señor Kim se escuchaba extremadamente serio, pero en su voz había un pequeño tinte de gozo escondido, algo que la chica no pudo detectar y simplemente tuvo miedo por lo que él iba a hacerle.
—Voy a nalguearte quince veces y tendrás que contarlas en voz alta. No puedes moverte, no intentes escapar o te ataré y tu castigo será duplicado —murmuraba mientras seguía acariciando su trasero con los dedos—. Puedes gritar y llorar todo lo que quieras, pero no voy a detenerme.
Antes de que la chica tuviera la oportunidad de responder el primer golpe ya había llegado, causando un estrepitoso chasquido que resonó en toda la sala de estar y un ardor instantáneo en la piel de su trasero. Jungbin soltó un pequeño grito en una mezcla de sorpresa y dolor.
Se formó un momento de silencio antes de que el señor Kim volviese a hablar:
—Cuenta.
—Uno —dijo inmediatamente, con la voz temblorosa.
El segundo golpe llegó enseguida, en otro sector de su trasero, haciéndole nuevamente escocer la piel. Jungbin apretó los puños y arrugó el rostro al notar que aquella nalgada había sido más fuerte que la primera.
—Dos.
La tercera fue dada muy cerca de la primera, pero no exactamente en el mismo lugar. En esa ocasión un grito escapó de sus labios, pues el señor Kim iba agregando más fuerza con cada nalgada de daba.
—Tres —murmuró entre dientes.
—No escucho.
—¡Tres! —Gritó.
El señor Kim la agarró del cabello con su mano libre y tiró de él hacia atrás. La cabeza de Jungbin se levantó forzosamente y pudo ver el rostro del hombre que la observaba severamente. El cuarto golpe fue dado con rabia, con tanta fuerza que a la chica se le formaron lágrimas en los ojos y tuvo que ahogar un jadeo.
—No te atrevas a levantarme la voz otra vez —dijo él entre dientes—. Ahora te lo voy a perdonar, pero sólo por ser la primera vez.
El labio inferior de la chica tembló y por un momento quiso ponerse de pie para escapar. Ya no quería seguir con aquel castigo, pero Kim le había dejado claro que sí intentaba aquello, su castigo se duplicaría.
—Sigue contando —le soltó la cabeza de golpe.
—Cuatro.
Los golpes siguieron llegando y Jungbin siguió contando. Tuvo que cerrar los ojos y morderse los labios para evitar echarse a llorar como una niña pequeña. Le dolía tanto el trasero que pensó que al siguiente día probablemente se pusiera morado, pues nunca había recibido tantos golpes como en ese momento.
—Quince —soltó en medio de un sollozo.
Las lágrimas caían por sus ojos sin poder impedirlo y su mandíbula temblaba por haberla tenido tanto rato tensa. El señor Kim la dejó reposar en la misma posición sobre su regazo, dándole un pequeño momento para que terminara de vaciar sus lágrimas, y luego le acarició la cabeza suavemente.
—Buena chica.
Jungbin cerró los ojos ante las caricias del señor y un confortable fuego se apoderó de su interior. Se remojó los labios con la lengua, quitando también las lágrimas que habían llegado hasta allí y le respondió:
—Gracias, señor.
El hombre la tomó por la cintura y la puso de pie frente a él. La tela del vestido cayó con el movimiento y a Jungbin le escoció la piel del trasero debido al roce. Kim se sacó un pañuelo blanco del bolsillo del pantalón para limpiarle las lágrimas que habían caído incesantemente durante el castigo.
La chica se quedó congelada mientras él la limpiaba con delicadeza. Jamás nadie había hecho algo así por ella, nadie se había preocupado de esa manera porque era más fácil tenderle el pañuelo para que ella misma se limpiara, pero el señor Kim se estaba tomando la molestia.
Al cabo de unos minutos, él también se puso de pie y le pidió que lo siguiera. Salieron de la sala de estar y subieron por las grandes escaleras blancas y brillantes. La condujo por un par de pasillos, todos de puertas blancas iguales. Jungbin seguía impresiona por lo grande que era la residencia y se dedicó a seguir admirando la decoración de las paredes, cuadros pintados delicadamente a mano que cada vez iban poniéndose más y más extraños. Detuvo su caminar cuando se topó con uno en que salía una mujer completamente desnuda, atada de manos y pies a una plataforma metálica, y con los ojos vendados. Su piel se veía magullada, oscurecida por diferentes hematomas de diferentes tamaños.
—Ese fue el regalo de una amiga —Jungbin se sobresaltó al escuchar la voz del señor Kim a su espalda—, ¿te gusta?
Ella se giró hacia él y lo miró directamente a los ojos. Por un momento se preguntó qué tipo de amiga era aquella, probablemente una muy cercana si es que sabía de los gustos del señor Kim.
—No me mires directo a los ojos, Jungbin —murmuró él, poniendo su mano sobre la cabeza de la chica para hacerle bajar la vista—. Está en el contrato.
—Lo siento, señor.
Él puso la mano gigante sobre su hombro pequeño y delgado en señal de confort.
—Lo dejaré pasar por esta vez.
—Gracias, señor —respondió, haciendo una pequeña reverencia.
El señor Kim dio un par de pasos más y abrió una de las tantas puertas, dando a conocer una amplia habitación de baño. El suelo y las paredes eran de mármol blanco, al igual que todos los muebles. Había una ducha y una tina tan grande que podrían caber fácilmente dos o tres personas. Kim avanzó hasta la tina y comenzó a llenarla con agua.
El corazón de Jungbin saltó. ¿Sería que iban a darse un baño juntos? ¿Sería momento de tener sexo?
Jungbin lo había hecho antes, aunque no le había resultado placentero, pero el señor Kim tenía aires de saber lo que hacía dentro de la cama.
—Desnúdate y métete.
Ella obedeció. Primero el agua caliente le hizo arder la piel enrojecida, pero finalmente su cuerpo se acostumbró a la temperatura. El señor Kim se quedó afuera, de rodillas a un lado de la tina con las mangas de la camisa arremangadas, y tomó una esponja con la que esparció un jabón con aroma floral por el cuerpo de la chica.
Jungbin abrió los ojos más de lo normal, en una mezcla de sorpresa y vergüenza. Tenía claro que el señor Kim acababa de verle el culo y darle las nalgadas más fuertes de su vida, pero se sentía extraña siendo la única que estaba completamente desnuda dentro de la habitación. El agua de la tina le cubría el cuerpo hasta debajo de los pechos, pero de todas formas podía verse todo abajo. Por otro lado, nadie nunca le había dado ese tipo de atención como la que el señor Kim le estaba dando.
—Este es un pequeño premio por haber obedecido —murmuró él y su voz sonó mucho más relajada y juvenil que antes—. Sé que probablemente este mundo es nuevo para ti, pero si me obedeces en todo lo que te diga las cosas saldrán bien.
Jungbin tuvo el impulso de mirarlo a los ojos nuevamente. Quería ver su rostro, pues se le hacía un hombre extremadamente guapo, y se dio cuenta de que no tenía idea de nada sobre él, aparte de que era el CEO de una empresa y el hermano del profesor Kim.
Quiso preguntar, pero algo le dijo que si lo hacía en aquel preciso momento, arruinaría todo el ambiente de tranquilidad que se había formado entre ellos. Así que simplemente cerró los ojos y se dejó mimar por los masajes que le daba el señor Kim con la esponja y aquel exquisito jabón.
—El sábado iremos a tu casa y sacarás lo que más necesites. Cancelarás el contrato de alquiler porque desde hoy vives aquí. Mírame, Jungbin —la chica abrió los ojos con aquellas últimas palabras y le obedeció—. Algo me dice que disfrutaremos demasiado de este contrato. Si todo sale bien, podría durar mucho tiempo.
Luego de varios minutos en los que se habían quedado en absoluto silencio, el señor Kim la ayudó a salir, le secó el cuerpo con una toalla y luego le puso una bata de color blanco. Le indicó nuevamente que lo siguiera y la condujo a la que sería su habitación, que era mucho más grande que la que tenía en casa de Jungkook, con una cama gigante en medio y muebles de madera clara.
—Ponte cómoda. En el armario hay varios tipos de pijamas para que elijas el que más te guste —le dijo, señalando el gran mueble pegado a la pared—. En un momento traerán las cosas que dejaste en la sala.
Le dio una última mirada mientras la chica observaba con curiosidad la habitación y ahogó una sonrisa.
—Buenas noches.
Ella se giró hacia él, manteniendo la vista baja.
—Buenas noches, señor.
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El celular de Jungbin no había dejado de sonar debido a las llamadas de su hermano y la muchacha había decidido dejarlo apagado porque no sabía cómo explicarle que se había vuelto la sumisa de un hombre millonario que acababa de conocer.
Por la mañana del día siguiente, Kim Namjoon la había llevado hacia la cochera y le había señalado uno de los tantos coches que estaban estacionados. Un Audi A5 del año de color blanco.
—Este será tu auto mientras dure nuestro contrato.
Jungbin había agachado la cabeza con vergüenza para decirle que no sabía conducir y entonces él, con una expresión un poco irritada, le había dicho que durante aquellos días la iría a dejar y a buscar personalmente a la universidad mientras ella aprendía a conducir.
Cuando estaba en clase, igual de desconcentrada que los días anteriores, prendió su celular sólo para encontrarse con cientos de llamadas perdidas y mensajes de su hermano.
Tuvo una mezcla extraña de sentimientos. Él estaba preocupado por ella y pidiéndole que volviese, cuando Jungbin siempre creyó que lo único que quería era que desapareciera de su vida.
Y si al fin lo estaba dejando tranquilo, ¿por qué no solo la dejaba ir?
Tenía que afrontarlo, pero lo haría el mismo día que fuese a buscar sus pertenencias. Entonces aquella sería la despedida de ambos porque Jungbin no volvería a molestarlo.
Guardó su celular en el bolso, ignorando todos los mensajes de Jungkook, y se dispuso a tomar sus cosas para salir del salón porque la clase acababa de terminar. Se sobresaltó cuando una figura se plantó frente a ella.
—Hola —la radiante sonrisa de Minhyuk brilló frente a sus ojos.
Ella respondió con un pequeño asentimiento de cabeza y se puso de pie, colgándose el bolso sobre el hombro.
—¿Cómo has estado? —Insistió él, comenzando a caminar a su lado.
—Bastante ocupada por los parciales —respondió ella en voz baja.
Aunque no era del todo cierto, pues apenas había logrado estudiar por culpa de tener al señor Kim rondando en su cabeza.
—¡Dios! —Exclamó Minhyuk—. Si no me dices eso, los olvido.
Una sonrisa se asomó en los labios de la chica. Lee Minhyuk le agradaba, pero era demasiado torpe como para mostrarle simpatía. Cada vez que el chico se le acercaba, los nervios de Jungbin se disparaban.
—¿Tienes algo que hacer ahora?
Ella bajó la vista hacia el piso mientras seguía caminando, ambos iban en dirección a la salida de la facultad.
—Ir a casa a estudiar, supongo.
—¿Ya no trabajas en el restaurante?
Jungbin se detuvo frente a la puerta. Minhyuk sabía que ella trabajaba allí, pero no sabía del parentesco que tenía con el dueño. Negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—Estoy intentando enfocarme en mis estudios. Mamá consiguió un empleo mejor y puede permitirse enviarme dinero.
Las mentiras brotaban de su boca como las margaritas florecen en primavera. Jamás había sido una buena mentirosa, pero la excusa había llegado a su mente sin siquiera darle una vuelta, pues no podía andarle contando al mundo lo que iba a hacer con el señor Kim.
Jungbin siguió su camino y caminó por la pequeña acera que bordeaba la universidad, dando espacio a los estacionamientos. A lo lejos pudo divisar un auto negro y supo inmediatamente que se trataba del señor Kim. Quiso salir corriendo hacia él, necesitaba escuchar su voz y sentir su aroma, pero no podía dejar a Minhyuk hablando solo.
—Entonces podríamos ir a tomar un café antes de ir a casa. ¿Qué te parece?
La chica dio una última mirada al auto negro de vidrios polarizados y se giró hacia Minhyuk con los labios aplanados. Quería decirle que no tenía tiempo para esas tonterías, pero no podía ser tan descortés con la única persona de la universidad que la trataba como un ser humano normal.
—Creo que será en otra ocasión, ahora me urge llegar a casa.
Él soltó una risa nerviosa y asintió con la cabeza. Jungbin inmediatamente se despidió de él, haciendo una pequeña reverencia y se alejó rápidamente en dirección al auto negro.
—Llegas diez minutos tarde, Jungbin —fue lo único que dijo el señor Kim cuando la chica estuvo a su lado.
Ella se encogió en el asiento del copiloto y agachó la cabeza.
—Lo siento, señor.
Él encendió el auto y se puso en marcha.
—Un "lo siento" no me devolverá el tiempo que perdí esperándote. El tiempo es valioso, Jungbin, y él mío lo es aún más.
Ella no respondió nada y se quedó en silencio hasta que llegaron a la residencia. Kim se bajó rápidamente del auto y ella le imitó, todavía manteniéndose callada. De todas maneras, no estaba dispuesta a hablar sin que el señor se lo pidiera, pues no quería arriesgarse a un castigo.
—Ve a tu habitación, toma una ducha y ponte el vestido negro —le ordenó mientras entraban a la casa—. Te esperaré en la sala. Tienes diez minutos.
Jungbin subió corriendo las escaleras y se apresuró a hacer lo que había pedido, por lo que antes del tiempo límite ya se encontraba en la sala. La misma sala donde el señor Kim le había nalgueado.
El rostro del hombre se mostraba severo, diferente al del día anterior que simplemente había sido serio. Sin decir nada, la tomó por la muñeca y la arrastró hacia unas escaleras que bajaban a una especie de sótano que estaba protegido con una puerta metálica.
La chica tragó saliva en seco cuando el señor Kim prendió la luz de la habitación. No era tan amplia como el promedio de las habitaciones de la mansión, pero lo suficientemente espaciosa como para albergar varios muebles diferentes. Nunca había visto algo como aquello, pero a lo que más lo podía asociar era a un quirófano debido a la camilla de cuero que había en el centro. La puerta se cerró detrás de Jungbin, en un estruendo que le caló hasta los huesos del miedo.
—Quítate el vestido y ponte de rodillas.
La voz del señor Kim fue tan seca que le hizo sentir miedo. Miedo de lo que podría pasarle, tanto si obedecía como si no lo hacía.
En menos de diez segundos se encontraba desnuda y de rodillas en el suelo. Vio los pies de Kim avanzar por la habitación y detenerse frente a uno de los tantos muebles.
—Las veinticuatro horas ya acabaron, Jungbin. ¿Sabes lo que significa eso?
Ella cerró los ojos con fuerza mientras sus manos se apretaban en dos puños.
—Sí, señor —respondió en voz baja.
Los pies del hombre volvieron a caminar y se plantaron frente a ella, se quedó un momento sin hacer nada para finalmente arrodillarse también. El cuello de Jungbin se vio abrazado por un collar de cuero lo suficientemente grueso como para cubrirle toda la piel de la zona. En la parte frontal tenía una argolla metálica que parecía bastante resistente. Luego, puso unos brazaletes exactamente iguales en sus muñecas.
—Aquí dentro serás mi mascota —murmuró él, con un tinte de maldad—. Harás lo que yo diga, sin cuestionar.
—Sí, señor.
Una sonrisa macabra se extendió por sus labios antes de ponerse de pie.
—Recuéstate sobre la camilla.
Jungbin obedeció y notó que sobre esta colgaba una cadena metálica que finalizaba en un gancho. Kim llegó a su lado y pasó el gancho por las argollas del cuello y las muñecas, dejándola con las manos completamente inmovilizadas y pegadas a su cuello.
Era una posición incómoda. La chica intentó tironear, pero el collar le apretó el cuello.
—No tiene sentido tirar, no te librarás —dijo él.
Le separó las piernas y por instinto ella intentó cerrarlas, recibiendo entonces un golpe fuerte en el mulso. El señor Kim le había golpeado con la palma abierta con tanta fuerza que la piel le escoció. Sus tobillos fueron atados a cada extremo de la camilla con algo que Jungbin no pudo ver.
Y se encontraba completamente inmovilizada.
Escuchó al señor Kim caminar nuevamente hacia uno de los muebles y cuando volvió tenía un látigo de cuero negro en sus manos, cuyas tiras delgadas terminaban en nudos.
El corazón de la chica pegó un salto y nuevamente tiró de las amarras, causándose un poco de dolor.
—Estoy un poco cabreado, Jungbin —la voz del señor Kim sonaba profunda y a la vez fría mientras acariciaba los flecos del látigo—, y cuando estoy cabreado no soy muy gentil.
La chica cerró los ojos por un momento, sabiendo que era culpa suya que Kim estuviese enojado. Se había demorado más de lo que debía al salir de la universidad, haciéndole perder tiempo.
—Voy a azotarte —siguió hablando—, pero no puedo decirte dónde ni cuántas veces lo haré porque voy a golpearte hasta que me harte.
Jungbin sintió un nudo en la garganta. Las ganas de llorar estaban apareciendo, aunque no tenía claro el por qué. Tenía miedo, pero sabía que Kim no iba a hacerle nada que dañara su integridad. Sin embargo, no quería sentir dolor.
Abrió la boca para decir algo, pero el señor Kim se adelantó:
—Ni una palabra. Puedes gritar, llorar y suplicar todo lo que quieras, pero no me detendré hasta que se me dé la gana.
El labio inferior de la chica tembló levemente cuando lo vio levantar el látigo en el aire y decidió que era mejor cerrar los ojos. Escuchó el sonido del cuero cortando el aire y su cuerpo pegó un salto al sentir un ardor que se extendió por su muslo. No había terminado de soltar el grito de dolor, cuando el látigo impactó en su otro muslo.
Por reflejo tironeó nuevamente de sus amarras. Estaba incómoda, con las manos inmovilizadas y las piernas abiertas, dejando su entrepierna al aire. Quería llorar, en parte por el dolor incesante que estaba infligiéndole el señor Kim, y también por lo humillada que se sentía.
Los latigazos se iban intercalando entre sus dos muslos y cada uno le dolía más que el anterior. Jungbin había decidido que era mejor quedarse con los ojos cerrados porque el solo hecho de ver el látigo le aterraba. Las lágrimas corrían por los lados de su cara y se depositaban sobre el cuero de la camilla.
De pronto Kim se detuvo, movió su cabeza en forma circular para destensar los músculos de su cuello y dijo:
—¿Sabes por qué estoy enojado, Jungbin?
Ella apretó los párpados y asintió con la cabeza.
—Sí, señor —respondió con la voz temblorosa por culpa de las lágrimas—. Me tardé más de lo que debía y le hice perder tiempo.
Kim chasqueó la lengua.
—Incorrecto.
La chica abrió los ojos, sin entender, y entre las lágrimas que se sostenían en sus pestañas, pudo ver el cuerpo del señor Kim, a los pies de la camilla todavía con el látigo en las manos.
En un movimiento brusco que Jungbin no pudo prever, volvió a golpearla, esta vez en la cintura. Había golpeado más fuerte que todas las veces anteriores porque la chica sintió cómo la piel se le abrió debido al impacto de los flecos del látigo.
Soltó un sollozo mientras Kim se le acercaba por el costado.
—Mírame —demandó y ella obedeció al instante—. Creí que eras de esas chicas que les gusta pasar desapercibidas, pero me di cuenta de que te gusta la atención masculina, ¿no?
Ella abrió la boca, sin entender de lo que le estaba hablando.
—No me pongas esa cara, Jungbin. El chico que te acompañaba en el estacionamiento de la universidad babeaba por ti y, debo aceptar, que eres bastante buena para hacerte la tonta.
—¡No, señor! —Exclamó mientras negaba con la cabeza frenéticamente—. Yo no...
Su frase se vio interrumpida por un nuevo latigazo.
—No te pedí que hablaras.
Ella apretó la mandíbula. Todo era un malentendido. Minhyuk jamás la miraría de esa forma y podía apostar a que solo le hablaba por pena. Ni siquiera llegaban a ser amigos.
—Tenemos un contrato, Jungbin, ¿cierto? —Siguió él mientras acariciaba el vientre de la chica con las yemas de los dedos de manera desinteresada—. Ahí dice que eres mía, literalmente. Comenzaste a pertenecerme al momento en que lo firmaste.
El cuerpo de Jungbin se estremeció bajo su toque y tuvo el impulso de cerrar los ojos para disfrutarlo, pero temió no predecir un nuevo latigazo.
—Eres mía —enfatizó mientras sus dedos subían por su abdomen, llegando a la altura de las costillas—. Y no quiero que nadie mire, huela, toque o pruebe mis cosas.
Un jadeo salió inesperadamente de sus labios. Las caricias sutiles que Kim le estaba dando estaban provocando ciertos efectos en ella que le parecían un poco peculiares, debido al contexto en el que se encontraban.
—¿Te gusta? —Preguntó, mirándola estremecerse mientras se mordía discretamente el labio inferior.
Jungbin asintió con la cabeza lentamente, sintiéndose confundida por la manera en la que su cuerpo estaba reaccionando.
El señor Kim apoyó una rodilla sobre la camilla para darse impulso y terminar sentado a horcajadas sobre la pelvis de la chica. La tela de sus pantalones le tocaron los muslos que anteriormente habían sido castigados, provocándole un dolor intenso que intentó esconder reprimiendo un gemido.
—Eres una perra, Jungbin. Mi perra.
La chica no podía explicar cómo el simple hecho de tenerlo sentado encima, provocándole dolor, le había agitado la respiración de aquella manera. Su pecho subía y bajaba de manera pesada con cada bocanada que tomaba. La entrepierna le cosquilleaba y pronto sus jadeos ya no eran solo de dolor.
Kim volvió a azotar su cintura, pero la chica aguantó el grito que se le quiso escapar, mordiéndose los labios. La cara se le había puesto colorada y los ojos habían dejado de lagrimearle. Su cuerpo había cambiado completamente de un momento a otro, lo que la sorprendió.
Con el siguiente azote soltó un jadeo y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios entreabiertos.
Quizás aquel había sido su miedo desde el principio: que el castigo terminara gustándole.
Escuchó una pequeña risilla grave proveniente del señor Kim. También se había dado cuenta, por lo que se dispuso a continuar. Jungbin cerró los ojos y dejó reposar su cabeza hacia atrás mientras su cuerpo seguía sacudiéndose con cada azote.
Era confuso. Le dolía demasiado, jamás había sentido un dolor como aquel. Quería que el dolor se detuviera y a la vez quería que el señor Kim continuara castigándola hasta que se le cansara el brazo.
—Por favor, señor Kim —suplicó antes de que pudiese darse cuenta.
¿Por qué estaba suplicando? No lo sabía con certeza. No tenía claro qué era lo que quería.
—Por favor —repitió.
Soltó un gemido cuando el señor dio un último azote. Se sintió frustrada y aliviada a la vez. Estaba segura que de su cintura caían gotas de sangre, pues la piel le quemaba en cada uno de los lugares en los que había llegado a parar el látigo.
—Señor Kim —soltó en un lloriqueo.
Su cuerpo pegó un salto cuando sintió un tirón sobre uno de sus pezones. Abrió los ojos rápidamente y se encontró a Kim pellizcándole con los dedos. Sus ojos hipnotizantes la observaban oscurecidos y brillantes, lo que le provocó un estremecimiento.
La respiración del señor Kim estaba igual de agitada que la de Jungbin y tenía la frente brillante por culpa del sudor. Se pasó la lengua por los labios y bajó la vista por un par de segundos.
—Señor Kim —volvió a hablar Jungbin, sabiendo que arriesgaba un nuevo castigo—, sé que merezco este castigo. Lo merezco porque le pertenezco y yo no respeté aquello.
Los ojos del hombre se conectaron con los suyos por un segundo y sonrió de medio lado.
—Castígueme, señor —continuó la chica—. Castígueme hasta que mi sucio ser quede libre de todas las faltas que he cometido hasta el momento.
Su rostro junto con sus muñecas giró al recibir una bofetada. Abrió la boca, impresionada por aquel acto tan inesperado y también porque le sorprendió que haber sido golpeada de esa manera no le desagradó para nada. Giró lentamente su cabeza a la posición inicial y se mantuvo con la vista baja, como debía hacer.
El señor Kim la agarró por el mentón con fuerza para acercarse a su oído y susurrar:
—Si no estuviera tan enojado, te habría desatado las piernas para dejarme el espacio suficiente para meterte la polla y hacerte gemir nuevamente.
Jungbin sintió cómo los músculos de su vientre se contraían al escuchar aquellas palabras y al sentir el calor del señor tan cerca de su cuerpo. Se dio un segundo para disfrutar del olor que desprendía su cuello y la piel se le erizó.
Kim se incorporó en su lugar y soltó el látigo sobre el suelo. Llevó sus manos a su cinturón para desabrocharlo junto con el botón de sus pantalones. Jungbin vio de pronto cómo un miembro grueso y brillante se asomó, quedando justo a la altura del ombligo.
La chica quiso saber cómo se hubiese sentido tenerlo dentro, como él le había descrito un segundo antes, y su sexo comenzó a arder, suplicando por atención.
—Me pone tanto verte así: hecha un desastre. Sudada, ensangrentada y con la piel de colores diferentes —murmuró él mientras comenzaba a tocarse a sí mismo.
La chica observó hipnotizada cómo la mano del señor Kim se movía por su propia longitud. Cómo el líquido preseminal comenzaba a salir rápidamente, lubricándose a sí mismo. Se deleitó con escuchar un quejido de placer por parte de su señor.
Ella le había provocado ese placer, a pesar de no estar tocándolo directamente.
Pronto el líquido blanco y caliente salió disparado del miembro del señor Kim, aterrizando en todo el sector de su abdomen. Jungbin entreabrió la boca viendo cómo comenzaba a chorrear por los lados de su cuerpo, pasando justo sobre sus heridas abiertas y provocándole ardor.
Sintió que estaba a punto de correrse también, solo por haber visto a Kim masturbándose y por todas las sensaciones que había experimentado desde que había entrado a aquella habitación. Quiso juntar las piernas para conseguir más fricción, pero solo logró que las amarras le retuvieran con fuerza la piel.
El señor Kim guardó su miembro dentro de su pantalón y rápidamente se bajó de la camilla.
—Parte de tu castigo es no poder tener un orgasmo —le dijo mientras libraba sus tobillos.
Ella aplanó los labios, manteniendo la vista baja, y se dejó desatar. La cadena fue retirada, al igual que las pulseras y el collar de cuero, que habían dejado marcas que próximamente harían que su piel se pusiera de color morado.
—Siéntate, voy a limpiar tus heridas. Luego te pondrás el vestido y saldremos de aquí, tú irás a tu habitación a descansar. Haré que te lleven la cena a la cama.
Ella obedeció. El señor Kim le limpió la sangre y el semen que habían goteado por su cintura. Cuidadosamente desinfectó todos los lugares que presentaban heridas abiertas y luego las cubrió con gasa.
El corazón de la chica saltó agitado en todo momento. Él se preocupaba por ella de una manera en la que nadie jamás lo había hecho y eso le provocaba un montón de sentimientos diferentes, pues el hombre que acababa de castigarla, azotándola hasta hacerla sangrar, era quien luego se preocupaba por su bienestar. Se sentía protegida por él, tenía la certeza de que si se mantenía a su lado nada malo iba a ocurrirle jamás.
La chica se puso el vestido cuando Kim terminó su trabajo y lo siguió en silencio hacia la salida de la habitación. Cuando llegaron al pasillo que conducía hacia la sala de estar, él se detuvo. Jungbin sabía que era el momento de que se separaran, el señor se lo había ordenado.
Abrió los ojos a más no poder cuando de pronto se vio envuelta por unos musculosos brazos. El señor Kim la estaba abrazando y ella con suerte podía moverse por culpa de la sorpresa.
—Muy bien, Jungbin —susurró contra su cabeza—. Buena chica.
Ella relajó su cuerpo al escuchar aquello y apoyó la cabeza plácidamente sobre el pecho del hombre por un par de segundos que se le hicieron más cortos de lo que le gustó. El señor la soltó con cuidado, le arregló un poco el cabello revuelto y la tomó de las mejillas suavemente para depositar un pequeño beso sobre su frente.
—A tu habitación —le recordó una última vez antes de darse media vuelta y perderse por los pasillos de la mansión.
Las mejillas de Jungbin se pusieron rojas de manera violenta y tuvo que tomarse un momento para procesar lo que acababa de suceder. Luego se apresuró a subir las escaleras, lo más rápido que sus heridas le permitieron, y se encerró en su habitación para ponerse pijama.
Se metió dentro de la cama, confundida, sin saber cómo debería sentirse con respecto a todo lo que había sucedido aquella tarde. ¿El señor Kim estaba celoso de Minhyuk? No, él sólo estaba reclamando lo que por contrato era suyo. No quería que nadie más deseara lo que era suyo, aunque Jungbin estaba segura de que aquel chiquillo apenas la veía como una mujer.
Se cubrió la cabeza con las mantas suaves de su cama y decidió que la mejor posición para estar recostada era sobre su espalda.
¿Qué era lo que sentía?
Probablemente una persona normal estaría horrorizada por lo que acababan de hacerle, pero se había dado cuenta de que no debía ser muy normal porque no se sentía disgustada en absoluto. ¿Era una pervertida por haber disfrutado de su propio dolor? ¿Era eso siquiera correcto?
Los ojos comenzaron a pesarle y su respiración se volvió más profunda. No estaba arrepentida de haber disfrutado de su castigo, de eso estaba segura. Dibujó una pequeña sonrisa al todavía sentir sus heridas palpitándole dolorosamente, como un recordatorio permanente de lo que el señor Kim le había hecho, y luego el cansancio la venció.
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