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NUESTRA MANERA

Relato por: ClaudeGarcia11

Canción: I don't wanna live forever - Taylor Swift, ZAYN

https://youtu.be/zvVgtNB3Fuk

Capítulo 1

Sus pestañas aletearon, su cabello castaño oscuro se sacudió con la ráfaga de viento que intervino en el momento en que dejaba los cafés con sus respectivas tartas sobre la mesa. Sus ojos grises, tan perfectos, un poco rasgados, me observaron y lo observé de vuelta. Fue una chispa que nos envolvió a ambos, él sonrió y yo sonreí.

—Gracias —me aclaré la garganta tomando la taza roja de porcelana en mis manos.

Él ensanchó más la sonrisa, asintió con la cabeza, se metió la charola entre su brazo y el costado de su cintura.

—¿Se les ofrece algo más? —preguntó cortésmente.

Ya no tuve el valor para verlo. Sentía cierto calor inundar mis mejillas. Pasé saliva con lentitud.

—Estamos bien, gracias —le comentó mi amigo, con una amable sonrisa, él sí le dedicó una mirada.

El chico se marchó tan pronto como pudo. Ignoré la inercia de mi cuerpo al querer seguirlo con la mirada.

—¿Qué acaba de pasar? —mi amigo abalanzó su cuerpo sobre la mesita circular de la cafetería para intentar acercarse a mí.

¿Cuál sería la mejor respuesta a dar?, ni siquiera yo tenía una respuesta real. Solo sabía que me lo había topado un par de veces en varios sitios.

La primera vez que lo vi fue en la fila de las copias de la universidad, iba con una chica de cabello negro y lacio que parecía realmente enfadada, gruñía cada que podía, al contrario de él que reía. Estaban tras de mí. La chica maldecía cada que podía porque mi orden de copias era extensa, aunque a mi favor, se trataba de finales y era fanática de cumplir con todo, tal cual se necesitará, hasta más si se podía. En esa ocasión volteé a verlo con la disculpa en la cara, él solo me sonrió con maravilla y el mismo chispazo que había sentido hace un momento se hizo presente.

La segunda vez que me lo encontré, fue pura casualidad, igual, esperaba un taxi y el justo iba saliendo de uno, me invitó a pasar con aquella sonrisa tan espectacular, embobada, subí al taxi, él, como todo un caballero, cerró la puerta una vez me acomodé. Hizo un gesto de despedida con dos dedos que pegó a su frente y luego alejo, tal como un saludo militar. Y mi corazón le respondió cuál soldado obediente.

La tercera fue en una fiesta de disfraces, él llevaba el disfraz de un príncipe azul, lo sé, demasiado cliché. Mientras que yo, llevaba el disfraz de cenicienta, no porque fuera mi favorita, sino porque mis compañeras me lo habían conseguido de últimas, ya que fueron las que organizaron mi cumpleaños sorpresa con temática, así, es, mi cumpleaños era en Halloween.

Él no dejó de verme a la distancia y yo tampoco pude.

"—Combinamos —dijo cuándo se acercó, aunque rápidamente fue jalado por su séquito de amigas."

Solo asentí mientras lo veía desaparecer en la multitud de gente que era la fiesta. Pasé saliva.

¿Cómo explicarle a Sam todo lo que sentía por un extraño que se aparecía últimamente por mi vida, pero que, por alguna rara situación, no podía dejar de pensar en él?

Pasé un poco del café que rápido calentó mi garganta. Me hundí de hombros.

—Es un chico de la universidad —contesté en un murmullo.

Sam volvió a su sitio, recargó su espalda en el sillón, se cruzó de brazos y piernas, enarcó una ceja.

—¿Estamos reemplazando al principito? —su sorna resonó.

Sabía que mi novio no le agradaba para nada, lo despreciaba y mi novio también lo despreciaba a él. Solté un suspiro fuerte. Negué con la cabeza.

—No —respondí.

—Díselo a la baba en tu carita —se burló.

—¡Sam! —reprendí.

Él se limitó a hundirse de hombros con una risilla socarrona.

—Pues parece de ese tipo de chicos que te dan buenas revolcadas —comentó con la vista, seguramente puesta en él, pues veía hacia la barra y no a mí.

Mis mejillas se enrojecieron casi de inmediato con la sola idea.

—Solo para —pedí, rogué. Si no lo detenía esto terminaría en una situación bastante incomoda.

Sam resopló.

—¿Bueno, a donde iremos ahora? —le dio unos sorbos a su bebida.

—Oh, hoy es mi primer día en la librería.

Sam rodó los ojos. Casi escupió el líquido que tenía en la boca.

—¿De verdad vas a ayudar al señor Dalgo con su librería?

Hacia unos días que caminábamos por el centro de la ciudad, Sam dio con una librería antigua atendida por un señor ya mayor al que Sam catalogo como raro, el señor estaba acomodando un par de libros cuando entramos, casi cae de la escalera en la que estaba subido y si no fuera suficiente, mientras caminaba hacia nosotros, tropezó con dos montañas de libros apiladas en varios lados.

El señor explico que había mantenido la librería cerrada, pero que ahora se disponía abrirla, que su nieto le metio ideas de abrir una cafebreria por lo que estaba intentando poner todo en orden para no darle tanto trabajo a su nieto.

Despues, me dijo que si no buscábamos empleo y aunque no lo buscábamos, realmente, decidi aceptar. Solo por el simple hecho de que quería y que últimamente mis tardes eran las mas monótonas.

—Deberias ayudar también —comenté bebiéndome la mayor parte de mi café.

Sam puso los ojos en blanco, señalo su espectacular abrigo blanco.

—De ninguna manera, hay cosas más interesantes, amiga.

Suspiré.

Sam era esa especie de chico que gustaba de otros chicos, aunque a su vez, era maniático de la limpieza y la pulcritud. Su ropa siempre gritaba todo el orden que él mantenía en su vida. Sin embargo, el lado despatarrado de Sam, era lo mucho que le encantaba el sexo. Siempre estaba con alguien diferente, nunca nada serio, aunque siempre muy divertido.

—Vale —le di el ultimo sorbo al café—, supongo que te veo mañana —comencé a recoger mi tote bag que contenía cosas meramente esenciales. Tomé el abrigo negro que me había quitado y la bufanda.

—Cúbreme con la señora Parks —pidió uniendo sus manos en suplica—, se me dan fatales las mañanas.

Asentí, poniéndome de pie.

—Harías bien en dar de baja la materia y buscar una que se te acomode o reprobaras.

—¿Y perderme la delicia de estar a tu lado en clase? De ninguna manera —negó con la cabeza. Esa era otra cuestión con Sam. No sabía hacer amigos, porque todos tenían un defecto para él.

Capítulo 2

Después de debatir un rato con el señor Dalgo, terminamos por decidir que la mejor forma de poner orden, sería primero fijarse en los títulos que existían, por lo cual, decidimos despojar todos los anaqueles de sus libros, comenzamos haciéndolo sencillo, en un sitio colocamos los infantiles, en otro los de fantasía, en otros los de romcom, en otro lugar los de misterio, de ese modo al final los lograríamos distribuir de mejor manera.

El polvo había volado por todos lados, ambos ya habíamos estornudado bastantes ocasiones y las mismas veces nos reíamos.

La verdad es que era agradable. Era mucho mejor que estar sola en el departamento.

—Iré por algo de beber, ¿gustas un café? —se sacudió las manos polvosas en el pantalón.

—Me encantaría.

El señor Dalgo sonrió, asintió y entonces comenzó a andar escaleras arriba, en donde se encontraba su departamento.

Continúe moviendo los libros cuando la campana de la puerta aviso que alguien entraba. Me enderecé casi de inmediato, volteé hacia la puerta con cuidado de no golpearme con algún libro, sin embargo, el polvo me hizo aletear las pestañas, ayudándome muy poco a enfocar.

—Vaya —esa voz.

Obligué a uno de mis ojos a abrirse mientras tallaba el otro. Ahí, de pie, a penas a unos centímetros de mí, estaba aquel chico. Una sonrisa se me escapo casi de inmediato. ¿Qué era esto?, ¿por qué me lo topaba en todos lados?

—Por el momento no está abierto —dije con amabilidad.

Él, asintió, llevaba en su mano una bolsa de papel, posiblemente con algunos panecillos.

—Anny —habló el señor Dalgo. Él bajaba con una charola que sostenía tres tazas de café.

—Señor —corrí hacia él. Se podía hacer daño.

Sin embargo, aquel chico se me adelanto a pasos gigantes, le sacó la charola al señor, ambos rieron.

—Veo que ya conociste a mi nieto —comentó el señor Dalgo, golpeando con el dorso de su mano el pecho de aquel chico.

—No formalmente —sonrió él.

—Remediemos eso, entonces. —El señor Dalgo camino hasta llegar a donde había logrado avanzar—, Annyah Cobby —me señaló, volteó a señalar a aquel chico—, Ellioth Dalgo —lo señaló.

Ambos asentimos con torpeza.

—He traído panecillos —Ellioth elevó la bolsita de papel. Caminó hasta una mesa medianamente libre, dejo la charola y la bolsa de papel. Se irguió, cuadro sus hombros y entonces sí, extendió su mano hacia mí—, un gusto conocerte por fin. Me estaba cansando de ser un fan —me dedicó un guiño de ojo que pronto hizo que mi estómago revoloteara, cierto cosquilleó me recorrió.

Tomé su mano y él agitó la mía con cuidado.

—¿Se conocen? —intervino su abuelo, quien de inmediato abrió la bolsa con los panecillos. Sacó un hojaldre azucarado que se veía delicioso.

—¿Recuerdas que te hable de una chica que no me paraba de encontrar? ——Volteó hacia su abuelo—, es ella.

De inmediato sentí mis mejillas enrojecer cuando ambos me voltearon a ver. Su abuelo sonrió con dientes.

—Creo que debo apurarme —me disculpé señalando los libros tras de mí.

—Te ayudo —se ofreció de inmediato.

Se sacó el abrigo largo que llevaba puesto, lo dejo donde encontró sitio, comenzó a caminar tras de mí. Echó un vistazo a las torres de libros que habíamos armado.

—Me gusta tu sistema, bastante simple.

—¿Ofensa o halago?

Ellioth me observó con extrañeza.

—Halago, haces las cosas bastante sencillas.

Comenzó a tomar algunos libros en sus manos, los hojeo bastante rápido, comenzó a colocarlos en las pilas donde los estábamos poniendo con anterioridad.

—¿Entonces tú eres el de la idea de la cafebreria? —saqué un par de libros más.

—Así es —volteé a verlo, algo parecido al dolor atravesó su mirada, aunque una sonrisa entristecida encontró sus labios—, cuando la abu murió, tito se vino abajo —la manera en que decía sus apodos hizo que mi corazón diera un vuelco casi de inmediato—, este negocio era de abu, abu amaba los libros así que cuando ella murió, tito no quería estar aquí, vivió mucho tiempo en hoteles, así que se me hizo buena idea darle un giro, a él le encanto y aquí estamos.

—¿Pero qué no eres estudiante? —no es que no se pudiera compaginar la escuela con el trabajo, pero esto era un tremendo proyecto.

Él se hundió de hombros, comenzó a formar una nueva pila.

—Sí, pero ya veré como me las ingenio —aseguró con una sonrisa.

—Ellioth, ve a traer más refrigerios, ya es hora de que coman algo —comentó su abuelo, caminando atrás de nosotros.

En sus bigotes llevaba algo de azúcar glas, suponía que los panecillos ya habían desaparecido.

Ellioth asintió, hizo camino al departamento casi de inmediato.

—Es un buen chico —comentó su abuelo mientras sacaba otros libros más.

—Me imagino —mi estómago parecía revolotear.

—Su madre murió en un accidente cuando tenía cinco años, su padre lo ve muy poco, ya que tiene otra familia, así que Ellioth va de aquí a allá, creo que tiene mil trabajos para pagarse sus cosas —saco otro libro más—, no quiere pedirle nada al tonto de su padre—, así que aquí estamos, con un proyecto que le dé tiempo y estabilidad.

Asentí lentamente, sentí como el corazón se me estrujo.

—Alguien como tú le haría bien —casi me ahogo con mi propia saliva.

Comencé a toser.

—Es el destino, ¿no crees?

Destino o no, yo tenía a Nathan, llevábamos siete años juntos, uno de esos años siendo su prometida. Y aunque mis padres no figuraban demasiado en mi vida, lo aceptaban demasiado bien, les agradaba, él o su estatus económico, con Nathan nada me faltaría.

El móvil en mi pantalón comenzó a sonar, lo saqué, era Sam.

—¿Sam?

Capítulo 3

Corrí tan rápido como pude, cualquiera que nos viera en la calle, pensaría que estaba huyendo de Ellioth, aunque no era así, Ellioth estaba intentando ayudarme, sin embargo, era demasiado desesperada.

—Él va a estar bien —comentó con la voz afectada por el tiempo que llevábamos corriendo.

Me punzaban los talones, los dedos, las piernas, todo.

Sam me acababa de marcar, unos chicos le buscaron bronca y como Sam no es ningún dejado, les respondió, ellos eran tres y él solo uno, había conseguido esconderse en un callejón, pero no se sentía bien.

En un inicio venía solo yo, ya que salí antes de que Ellioth volviera, aunque suponía que su abuelo le advirtió, era por eso que ahora corría a mi lado, eso de cierta forma me daba confort.

Cuando el celular comenzó a soltar un bip ensordecedor supe que había llegado, me adentré en el callejón, buscando a Sam desesperadamente, observé cada rincón hasta que di con unas piernas envueltas en un pantalón de mezclilla clara. El corazón se me aceleró con temor a lo que pudiera encontrar, me congelé. Ellioth tomo la batuta, salió disparado hacia Sam, se inclinó con cuidado.

—¿Estás bien? —preguntó Ellioth con sumo cuidado.

—Lo —se aclaró la garganta, ahí supe que estaba bien, mis pies comenzaron a arrastrarse con lentitud, aún temerosos—, lo estoy —la voz le falló.

Apresuré mi paso para encontrarlo, ahí estaba, recargado en la pared, con un ojo morado, con sangre saliéndole de la boca, los puños pelados y enrojecidos. Negué con la cabeza mientras mis ojos se anegaban de lágrimas.

—Sam —intentó ser un gruñido, aunque fue más bien un chillido.

Él sonrió, aunque paro por el dolor.

—He, que estoy bien —llamó mi atención.

—Tu definición de bien es bastante equivocado, chico —le comentó Ellioth—, ¿te ayudo a parar? —le tendió su mano.

Sam la tomó sin problemas, Ellioth pasó una mano por su espalda alta llevando su mano encima de sus hombros para poder cargarlo.

—He de suponer que no quieres ir a un hospital.

—Supones bien, chico listo —Sam suspiró doloridamente.

—Pero de seguro has de tener las costillas rotas —chillé. No podía permitir que se fuera.

Sam no dijo nada, Ellioth me observó un rato y después abrió su boca.

—Hice un pequeño curso en medicina básica, podemos llevarlo a casa de mi abuelo, le revisó y si ocupa médico, yo mismo lo llevo a rastras.

—He, chico, que estoy aquí, habla de raptarme cuando no esté presente —Sam se burló.

¿Cómo carajos tenía el ánimo para burlarse?

Ellioth comenzó a reírse y de cierto modo, el sonido de su risa hizo que logrará relajarme. Terminé sonriendo y asintiendo.

Comenzamos a caminar con sumo cuidado de no lastimar más a Sam.

—Gracias —le murmuré a Ellioth.

Él sonrió con dientes y mi corazón le respondió latiendo. ¿Qué estaba haciendo mi corazón?

Bajé la mirada, regañándome a mí misma por permitirme sentir algo por un chico que no era mi pareja.

Terminamos por llevar a Sam donde el señor Dalgo. Ellioth hizo lo que prometió, revisó y curo las heridas de Sam de pi a pa, resulta que efectivamente, no tenía daños en los huesos, aunque sí moratones por todos lados.

De las cosas que más dañan el ego de Sam, son no poder mostrar su espectacular cuerpo y su inigualable rostro al que día a día le colocaba miles de productos. Sam era simplemente un rompecorazones.

Pero ahí, sentado en el sofá de la sala del señor Dalgo, mientras Ellioth curaba con cuidado cada una de sus heridas y ambos mantenían una conversación bastante animada. En Sam, esto era lo más raro, no solía llevarse con los chicos, bueno, ya he hablado de que no suele llevarse con nadie.

—Este chico me cae bien —me anunció Sam como si me diera el visto bueno.

Puse los ojos en blanco, tenía que ser un tremendo idiota.

—Tú también me agradas, aunque siento que me traerás problemas —volteó a verme—, aunque supongo que ya estoy en problemas. —murmuró con las mejillas enrojecidas.

Sam sonrió con malicia, oh no, algo se le acababa de ocurrir.

—Oye Ellioth —comenzó a maquinar. De inmediato negué con la cabeza.

—No lo escuches —rogué.

Capítulo 4

Lo que Sam nos pidió al final, fue ir al centro comercial a conseguirle un par de cosas, así que aquí estábamos, de compras.

Ellioth era el sujeto más agradable y bueno, yo no tanto. Él le sonreía a todo mundo con amabilidad, yo me cohibía por la presencia de los demás.

—¿No te gusta la gente? —preguntó tendiéndome un helado.

—Creo que no sé cómo tratarla —me hundí de hombros.

Él sonrió.

—Con lo linda que eres, solo necesitas sonreír —pasó su mano por mi cabello en un gesto que no me debió gustar, pero que de inmediato hizo latir mi corazón.

—Gra —se me quebró la voz, pasé saliva—, gracias.

—Gracias a ti por dejarme conocerte, la verdad es que si nos volvíamos a ver como lo estábamos haciendo, estaba dispuesto a romper la barrera y pedirte una cita.

Creo que este es el momento en que debía decir que tenía un novio.

Asentí mientras pasaba saliva.

—¿Me dejarías conocerte más? —tendió su mano y juro que no debí tomarla, pero la tome, él sonrió con dientes, continuamos caminando agarrados de la mano y el cosquilleo que me transmitía su mano, me elevaba, me hacía sentir... en casa.

—¿Qué sigue en la lista? —pregunté con una voz demasiado baja mientras mis mejillas estaban a punto de explotar.

Ellioth sonrió.

—¿Quieres hacer una locura? —me mostró sus dientes.

Por Dios, mi corazón dio un tremendo vuelco y me pregunté a cuantas personas convencía con esa tremenda sonrisa.

Asentí. No era la "chica locuras", si las he cometido, pero prefería no hacerlo. Padezco de un grado de autismo, lo que me hace casi imposible hacer cosas que se salgan de mis normas, aun así, asentí.

Él jaló de mi mano para hacerme correr.

Llegamos a una tienda con luces neón. Me asusté de inmediato, volteé a todas partes, a todas luces, el sitio parecía un estudio de tatuajes. Balbuceé temerosa y arrepentida.

Ellioth rio con ganas.

—No se trata de tatuarnos —me relajo—, aquí podemos hacer locuras con la ropa.

Enarqué una ceja.

—¿De qué hablas?

—Bueno, atrás hay un estudio para elaborar playeras, pantalones, lo que quieras con materiales que tienen, ¿quieres? —puso ojos de cachorro. Me hundí de hombros para asentir de nueva cuenta.

En cuanto entramos, el chico del mostrador lo saludo con efusión, me saludo a mí también, aunque con más extrañeza, eso me hizo sentir realmente incómoda. El chico nos guio hasta la última puerta, la abrió y nos dejó pasar, comentó algunas cosas a las que no preste atención, pues observaba el sitio. Todo estaba llenó de pintura, el piso, el techo, la pared, las mesas, los bancos, todo, y no era que tuviera un diseño, eran simplemente capas de pinturas.

Volteé cuando el chico cerró la puerta, Ellioth no demoró en sacarse los jeans, mis ojos se abrieron de par en par, volteé al otro lado por instinto.

—¿Qué haces? —gruñí asustada.

—Rediseño mis pantalones, ¿tú que rediseñaras?

—Ah —sopesé todo, de eso se trataba, me volví a observar, llevaba una polera negra que no le vendría mal el color.

Tendía a usar negro porque era algo seguro y me gustaba lo seguro.

Me quité el suéter, me saqué la polera y agradecí traer una blusa interior, casi no las usaba, pero como no sabía si me ensuciaría, la llevaba por si acaso. Me coloqué la chamarra de vuelta, deje la playera al lado de sus pantalones.

Volteé a verlo, él estaba con la boca abierta, mis mejillas se encendieron de inmediato.

—¿Qué sigue? —mi voz era demasiado baja.

Él sacudió su cabeza, asintió, caminó por un par de aerosoles y los colocó en la mesa.

—Adelante.

—¿Y tú?

—Quiero un diseño tuyo.

—Pero.

—Nada de peros, hazlo.

Tragué saliva. Asentí y suspiré.

Tomé el aerosol rosa, lo agite, comencé a esparcirlo por ambas prendas en zigzag, luego tome el verde neón e hice lo mismo. Tomé el azul eléctrico para colocar el nombre de Ellioth en ambas prendas, en su pantalón solo cupo "Ellio" y en mi playera terminó el "th", agregué un par de estrellas con un amarillo.

Esto sí que me había emocionado.

—Listo.

Él sonrió con dientes.

—¡Lo amo! —se acercó a verlo con una enorme sonrisa que hizo a mi corazón latir con desesperación—, le añadiré algo más.

Tomo los aerosoles, comenzó a formar algo con un color blanco y negro.

—Listo —comentó dejando los aerosoles en la mesa.

Ahora fui yo quien se acercó. Había dibujado un corazón negro en su pantalón, abajo del bolsillo derecho y en el mío, el mismo corazón blanco de lado derecho. Sonreí.

—Combinamos.

Él volteó a ver con sus ojos titilantes.

—Lo hacemos. —su voz parecía afectada. Se aclaró a la garganta—. ¿Crees en el destino? —preguntó sentándose en un sofá rojo de cuero, lleno de gotas de pinturas, me invitó a su lado y yo accedí.

—Realmente, no.

Él abrió los ojos con sorpresa, aunque los suavizo de inmediato. Asintió,

—Yo sí, creo, creo que te encontré por algo, creo que el destino tiene algo para nosotros, creo en lo que siento sin siquiera tocarte, creo en el deseo que tengo por besar tus labios.

Mi boca se entreabrió, mis mejillas ardieron, mi corazón explotó.

—¿Puedo besarte? —volteó a verme.

No, era lo que debía decir, aun así, no tenía el poder sobre mí.

Asentí con lentitud. Sus labios se posaron sobre los míos con tal suavidad que hizo explotar mi mundo, vi estrellas, vi constelaciones, me sentí... viva.

—Exactamente como un algodón de azúcar —murmuró aún sobre mis labios—, ¿quieres hacer otra locura?

Realmente haría todo por él. Estuve a punto de asentir cuando el celular me vibro, lo saque del bolsillo, era mi prometido, lo había guardado como "amor" porque no se me ocurría nada más.

Él observó con precaución lo que decía, me dedico una mirada extraña. Tomé la llamada aclarándome la garganta.

—¿Dónde estás, cielo, paso por ti? —su voz amable me dejo caer la culpa entera.

—En el centro comercial.

—Justo estoy aquí, ¿dónde estás?

Me levanté como resorte, tomé mi playera, saqué la chamarra haciendo malabares por ponerme la playera y sostener el teléfono.

—Te veo en el mc donalds. —corté la llamada. Coloqué de vuelta la chamarra—, te debo una disculpa.

Ellioth permanecía sentado con una sonrisa ladina. Negó con la cabeza.

—Supongo que si te pido que te quedes, no lo harías, ¿verdad?

Tragué saliva, me hundí de hombros.

Las cosas eran complicadas, no podía echar a la basura lo que ya tenía, por algo que no sabía a donde iría. Me mordí el labio.

—Es complicado.

Asintió lentamente.

—Entiendo, entonces supongo que te veo mañana en la librería. —se puso de pie.

Asentí.

Salí del lugar corriendo, me sentía realmente culpable, acababa de besar a alguien que me gustaba mucho aun cuando yo estaba comprometida, pero mientras dejaba el sitio y me aproximaba al Mc Donalds, me cuestionaba porque sentía la opresión en el pecho que me dejaba sin aliento, ¿por qué no me sentía feliz de ver a mi prometido?, pasé saliva deteniéndome. Volteé a ver atrás, él no me estaba siguiendo, esto no era una novela de romance, pero ahí, de pie, estando al medio de los dos sitios, elegía lo seguro, aunque me preguntaba si había soltado la mano del que podría ser el amor de mi vida... o había esquivado al típico rompecorazones.

¿Podría seguir después de probar sus labios?

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