DELUSIONS
Relato por: WangNini_
Canción: Expectations - Lauren Jauregui
https://youtu.be/qwUsCG65yl4
La oscuridad inundaba la habitación, pero los ojos de Alba ya se habían acostumbrado a ella y podía ver absolutamente todos los muebles a su alrededor. Llevaba tantas horas despierta esperando... Se giró para mirar la hora en el reloj que había sobre su mesa de noche y se fijó que ya eran las tres y diez minutos.
La sensación incómoda volvió a apoderarse de su pecho. A las ocho de la tarde Seokjin le había llamado para decir que llegaría temprano a casa para que cenaran juntos, pero no lo había hecho. Más tarde, a las diez, la había llamado otra vez para decirle que se iría apenas cerrara el club porque estaba pasándola muy bien con sus compañeros de trabajo. Pero el club cerraba a las dos de la mañana, Alba lo sabía y su esposo todavía no se dignaba a aparecer en casa.
Quizás le sucedió algo, ese era el pensamiento que quería que diera vueltas en su mente. Sin embargo, ya había imaginado alrededor de siete escenarios diferentes y en sólo uno Seokjin había tenido algún tipo de accidente.
Podría tratarse de otra mujer o podría ser que estuviera diciéndole la verdad y estaba demasiado ocupado con sus compañeros de trabajo, o simplemente estaba con una mujer que era su compañera de trabajo. Podía ser cualquiera de las opciones anteriores, pero algo había hecho cambiar de opinión a Seokjin con respecto a cenar con su esposa. Algún panorama más interesante que no implicaba sentarse en silencio mientras intentaba masticar lo que Alba había cocinado con tanto esmero, sin éxito alguno.
Soltó un suspiro y se sentó sobre la cama, intentando ignorar el espacio del colchón que se encontraba vacío, justo a su lado. Odiaba sentirse así, odiaba desconfiar de su esposo, el hombre a quien amaba, pero no podía evitarlo. ¿Realmente le costaba mucho buscar algún teléfono público para avisarle que estaba vivo? Alba ya se lo había pedido porque no era ya la primera vez que sucedía aquello. Ni tampoco la segunda. Y Seokjin simplemente había asentido con la cabeza, regándole una bella sonrisa que la dejó tranquila hasta la siguiente vez que se repitió.
Lo peor de todo era que no podía conciliar el sueño sabiendo que él andaba por allí haciendo quizás qué cosa.
¿En qué momento su relación se había arruinado tanto? Las expectativas de Alba al respecto de su matrimonio iba en picada, a pesar de llevar menos de dos años casados, y no se trataba precisamente de que la llama parecía haberse extinguido, sino de que no importaba cuánta leña le tirase al fuego, este no volvía a encenderse.
Pero era obstinada, no quería darse por vencida y dejar morir el amor que todavía sentía por Seokjin. No quería empacar sus cosas y volver a Canadá, el país en el que había crecido y donde sus padres aún la esperaban, por si es que no lograba acostumbrarse a la vida en Asia o por si es que su relación con Seokjin no funcionaba. Porque eso era lo que sus padres pensaban, que no iba a funcionar, pues ambos eran demasiado diferentes. O quizás porque ese chico jamás les había gustado para su hija.
Se sobresaltó a escuchar la puerta de entrada abriéndose en el piso de abajo. Los pasos pesados de Seokjin ingresaron en la casa, dejó las llaves sobre el recibidor y tomó camino hacia la habitación. Alba notó que se había quitado la chaqueta en el piso de abajo y que traía la camisa desordenada, aunque quiso convencerse a sí misma de que había sido él mismo quien la había dejado así y no otra persona.
—¿Dónde estuviste? ―Le preguntó a su esposo cuando comenzó a quitarse la ropa para ponerse el pijama.
—¡Oh, Alba! —Exclamó él, poniéndose la mano sobre el pecho—. Me asustaste, creí que estarías durmiendo...
La chica vio cómo él se metía dentro de la cama, justo a su lado. La nariz de Alba se frunció al sentir el olor a alcohol mezclado con algunas otras cosas que no pudo descifrar. Ni siquiera se había dignado a lavarse los dientes.
—No me has respondido —insistió.
El cuerpo de su esposo se acurrucó entre las tapas, dándole la espalda.
—Alba —murmuró él con una voz que de pronto sonó tremendamente cansada—, ya te lo dije: estaba en el club.
Y la conversación quedó allí. Ella sabía que no era verdad, que quizás sí había estado en el club, pero había un margen de una hora en la que su esposo había desaparecido, pues el viaje en auto no le tomaba más de diez minutos. Él tampoco agregó nada, dando por sentado que aquella justificación había sido suficiente.
Alba volvió a recostarse, también dando la espalda a su esposo, y soltó un tembloroso suspiro. Se le había formado un nudo en la garganta al darse cuenta de que Seokjin no estaba dispuesto a poner de su parte para que la situación mejorara.
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Como cada miércoles, Alba se despertó temprano para preparar el desayuno de su esposo. Aquella mañana tocaba wafles, pues de vez en cuando se ponía melancólica y se ponía a pensar en sus padres, en si la extrañaban tanto como ella los extrañaba a ellos, así que decidía cocinar algo que le recordara a su hogar. Las mañanas frías en Canadá siempre eran buenas cuando su madre hacía wafles y le preparaba chocolate caliente, aquello le alegraba los días, incluso cuando tenía escuela.
Por desgracia, Seokjin no pensaba lo mismo.
Frunció los labios cuando se sentó en la mesa del comedor, un gesto que únicamente hacía cuando se sentía decepcionado o disgustado con algo. A Seokjin no le gustaba comer wafles en la mañana, era más bien un hombre tradicional que disfrutaba de la simplicidad de comer arroz con algún encurtido o rollos de huevo. Tradicionalmente coreano. Y le había costado adiestrar a Alba para que aprendiera a cocinar ese tipo de recetas, incluso tuvo que llevarla a casa de su madre por un par de semanas para que esta le enseñara a ser una buena ama de casa coreana.
Alba juntó las manos delante de su cuerpo mientras esperaba a que Seokjin comenzara a comer. Estaba de pie a su lado, sintiendo por algún motivo que los nervios se la comían viva. El desayuno era la comida más importante del día y cómo se iba a estar de buen ánimo si es que la primera comida había sido desagradable, eso le había dicho su suegra un montón de veces durante aquellas semanas que terminaron siendo un calvario para la rubia.
—Eres hermosa, pero eso no compensa tu torpeza —había sido la conclusión que la mamá de Seokjin le había dado al finalizar las semanas junto a ella.
Contra todas sus expectativas, su suegra la detestaba, convencida de que Alba era muy poca mujer para su hijo.
—Wafles... —Susurró Seokjin mientras tomaba el tenedor con lentitud—. ¿No quieres comerlos tú? Creo que tomaré un poco de arroz de la cocina...
Alba vio cómo su esposo alejaba el plato, arrastrándolo por la mesa. Una acción que, por más insignificante que fuera le había resultado terriblemente dolorosa. ¿Cómo podría considerarse una buena esposa si es que ni siquiera podía alimentar bien a su marido? Con el corazón dolorido, se apresuró a llegar a la cocina para encargarse de servir arroz en un pocillo de porcelana y dejarlo sobre la mesa.
A pesar de darle lo que había pedido, el rostro de Seokjin no cambió y se mantuvo con aquella expresión disgustada durante todo momento. Incluso cuando Alba lo acompañó hasta su auto para pasarle el maletín de cuero que utilizaba para ir al trabajo.
—Cariño, el grifo del lavaplatos está fallando, ¿podrías echarle una mirada cuando llegues? —Le preguntó cuando él ya se había subido al auto.
Seokjin le dio una mirada fugaz, todavía de mal humor, y terminó por aplanar los labios.
—Alba, no soy plomero —respondió con voz cansada, como si estuviese harto de que su esposa le pidiera lo mismo una y otra vez. Encendió el motor y la miró nuevamente a través del espacio de la ventana que él mismo había bajado momentos antes—. Volveré tarde, iré a casa de mi madre después del trabajo.
Ella asintió lentamente con la cabeza y se inclinó hacia su esposo para que éste besara su frente, como todas las mañanas. No había imaginado que esa petición lo pusiera de tan mal humor porque a él le gustaba que Alba necesitase de su ayuda.
E incluso ella se había llegado a sentir un poco inútil por necesitar tanto de Seokjin.
—Te amo —le dijo él, como siempre, pero la chica no sintió más que un par de palabras vacías.
—Te amo —respondió, viendo cómo el auto comenzaba a alejarse de ella.
Y se quedó sola, como todos los días, pero ese día sintió que una parte de su corazón se iba junto al motor del Opel Kapitän que Seokjin se había comprado cuando se habían casado, con el pretexto de llevarla de manera cómoda a todas partes. Cosa que jamás había sucedido.
Suspiró a la vez que volvía a entrar a su casa de dos plantas, que bastante moderna para lo que estaba de moda en los años sesenta. Su esposo tenía un buen trabajo en la planta nuclear, por lo que podía darse el lujo de comprar los electrodomésticos más recientes, todo con tal de mantener contenta a Alba, aunque él no se daba cuenta de que eso, lejos de hacerla sentir feliz, la hacía sentir vacía. Era una mujer que esperaba despierta todas las noches a su esposo con tal de recibir un poco de atención, algo que tampoco conseguía, pues Seokjin se quejaba de estar demasiado cansado siempre, por lo que ni siquiera tenía ánimos para cenar junto a ella.
Luego de ducharse y ponerse su hermoso vestido que le llegaba a la mitad de la pantorrilla, se dispuso a asear la casa, pero pronto se dio cuenta de que no había absolutamente nada que estuviera sucio. Todos los días se dedicaba a limpiar todo de manera tan profunda para evitar pensar en lo miserable que se sentía que ya no quedaba nada fuera de lugar.
A excepción de ese maldito grifo de color cobrizo que por más que Alba la girara, no dejaba de gotear, interrumpiendo el sepulcral silencio que había cada día en casa.
Los tacones de la mujer resonaron apresurados en el piso enlozado cuando ya había caído en la desesperación e intentó nuevamente cerrar el grifo. Sin éxito. Se maldijo a sí misma por haber nacido mujer, pues si hubiese sido un chico su padre le habría enseñado a arreglar cosas. Pero Alba debía ser una dama, adiestrada en el arte de tejer y coser, de cocinar y de saber limpiar a profundidad su futura casa.
La chica cerró el puño sobre la manija color cobre, sintiendo que una extraña sensación comenzaba a apoderarse de su pecho y luego de todo su cuerpo. Se sentía inútil y Seokjin no contribuía a que eso fuese diferente, pues simplemente la tenía de adorno, como quien tiene un lindo florero en el centro de la mesa del comedor.
El timbre la trajo bruscamente de vuelta a la realidad, haciéndole dar cuenta de que su mano había comenzado a ponerse roja producto de la fuerza que estaba ejerciendo.
Como cada mañana, su vecina y única amiga, Minsung, iba a visitarla. Era el único contacto humano que mantenía Alba con regularidad, sin contar a Seokjin, aunque a veces preferiría estar completamente sola, pues no podía sentir más que envidia al saber de la relación marital de su vecina.
Estaba celosa porque Seokjin apenas le dedicaba una mirada y Minsung salía cada fin de semana al campo o a la playa, aprovechando los últimos meses que le quedaban antes de dar a luz a su primer hijo.
Esa era la expectativa que Alba tenía del matrimonio: un hombre atento que hiciese sentir amada de la misma manera en la que Minsung se sentía amada. ¿Por qué se le hacía tan difícil conseguir aquello? ¿Estaba haciendo algo mal? Lo único que no había logrado había sido concebir un hijo, pero eso era imposible cuando su esposo apenas la tocaba.
—¿Ya viste al vecino nuevo? —Fue lo primero que dijo la embarazada cuando entró a la casa de Alba.
La rubia asomó la cabeza para afuera, notando por primera vez que justo frente a su vivienda había un camión de mudanza del que sacaban cajas y cajas. No estaba en la mañana cuando había despedido a su esposo, por lo que debió de haber llegado hacía no más de un par de horas.
De todas maneras, no le resultaba llamativo si es que aquello no le ayudaba a mejorar su relación marital.
—Dios y mi esposo me perdonen, ¡pero qué hombre! —Exclamó, echándose viento con la mano.
Alba cerró la puerta de la casa, sin haber logrado ver al nuevo vecino, y caminó detrás de Minsung en dirección a la cocina: el lugar de sus reuniones regulares.
Por lo general, Minsung se sentaba a tejer durante horas mientras Alba batallaba con sacar adelante alguna receta tradicional coreana. Todavía no conseguía hacer las cosas con facilidad, por lo que hacer un almuerzo le tomaba el doble de tiempo. Aunque eso la mantenía con la mente ocupada e incluso podía darse el lujo de dejar de ponerle atención a la embarazada, que comenzaba a parlotear de lo genial que había sido su fin de semana fuera de casa o de lo emocionados que se encontraban su esposo y ella por la llegada del bebé.
No eran más que cosas cotidianas que alimentaban las expectativas que Alba tenía en que Seokjin comenzara a ponerle atención y que, a la vez, la hacían sentir cada vez más miserable porque sabía que su esposo jamás podría igualarse al de su amiga.
—Ese grifo no deja de gotear... —Murmuró Minsung, sin despegar los ojos de su labor.
Alba, quien se encontraba picando cebolla, se detuvo un momento y desvió la mirada hacia el persistente goteo del lavaplatos. Bajó los ojos llorosos hacia la hortaliza, teniendo la excusa perfecta para poder soltar una que otra lágrima, e intentó buscar una excusa, pues no podía poner en evidencia el desinterés que sentía Seokjin hacia ella o hacia la casa en general. No después de haber estado escuchando durante más de una hora el parloteo de la embarazada.
—¡Oh, sí! —Repuso mientras volvía a picar—. Seokjin no ha tenido tiempo de ir a la tienda para comprar el repuesto... ¡Pobre! Trabaja demasiado.
Hizo como que no se daba cuenta de que Minsung la miraba de reojo, casi como si no le creyera la pequeña mentira que se había inventado sobre la marcha, y tiró los cuadritos de cebolla en la cacerola donde estaba calentándose ya el aceite.
—Bueno, no creo que necesite más que un apretón —respondió la embarazada que comenzaba a ponerse de pie con un poco de dificultad—. Podría pedirle a mi esposo que viniera a ayudarte, pero ha estado demasiado ocupado en sus tiempos libres armando la cuna para el bebé... Quizás deberías pedirle al vecino nuevo que te ayude... —susurró divertida y se acercó a la cacerola donde Alba acababa de poner carne picada—. ¡Oye, has mejorado un montón cocinando!
La rubia no respondió nada, pues su cabeza se había quedado atrapada con la sugerencia que le había hecho Minsung. ¿Cómo podría ser capaz de meter a otro hombre dentro de su casa? El simple hecho de pensarlo le hacía sentir escandalizada y de sólo imaginar que alguien podría verlos hacía que todo fuese peor aún.
Si el grifo no necesitaba más que un apretón, ella misma podría hacerlo. Sólo tenía que averiguar cómo.
Por suerte, Minsung se fue antes de lo normal con la excusa de que pronto llegaría su suegra a ayudarle con los deberes de la casa y a preparar las cosas faltantes del bebé, por lo que Alba pudo sentirse libre nuevamente, sin tener el peso de tener que aparentar tener una vida que no tenía, y se sentó en el sofá para sumergirse en alguno de sus libros que retrataban el amor de una manera muy diferente a la que ella estaba viviendo.
Almorzó, teniéndose como única compañía a sí misma. Limpió toda la cocina, independientemente de si únicamente había ensuciado un plato y una cacerola. Y aquella vez se dejó seducir por su parte oscura, que la convenció de tomar una copa y abrir una botella de vino tinto de las Seokjin atesoraba tanto. Subió las escaleras, con la copa a punto de rebalsarse, y abrió su armario con la única intención de cambiarse de ropa.
Tenía decenas de vestidos, de todos los colores que le gustaban y de todas las formas que habían estado de moda en el último tiempo. Todos se los había comprado Seokjin, pero él no tenía idea de que Alba con suerte había ocupado la mitad de ellos, pues no tenía muchos lugares donde exhibir su ropa aparte de la tienda de convivencia, la cual era su salida semanal.
Pasó la mano por los colgadores mientras daba un largo trago a su copa, sin importarle que el líquido carmín le quemara la garganta y el sabor ligeramente agrio le molestara, y sus dedos se detuvieron en un hermoso vestido blanco que su esposo le había regalado para cuando la llevara al día de campo que organizaba la planta nuclear. Cosa que no había sucedido en los años que llevaban juntos.
El día de campo seguía celebrándose, pero Seokjin jamás la había llevado.
Apretó la mandíbula, intentando aguantarse las inminentes ganas de llorar, y descolgó el vestido con brusquedad para meterse en él por primera vez. Caminó hacia el espejo mientras volvía a darle un trago a la copa, que disminuyó a la mitad del volumen inicial, y se admiró por un momento. Era ella en su reflejo, pero se sentía como otra persona, como si le faltara algo.
El sonido estrepitoso del timbre la hizo sobresaltar, quizás porque el vino ya había comenzado a hacerle efecto o simplemente porque se encontraba sorprendida. No esperaba a nadie a esa hora. Había cumplido su rutina: despedir a Seokjin en la mañana y recibir a Minsung antes de la hora del almuerzo. No había nada más dentro sus planes.
Bajó las escaleras afirmándose muy fuerte de la baranda y caminó con pasos lentos y tambaleantes hacia la puerta de entrada. Al otro lado había un hombre desconocido con una gentil sonrisa sosteniendo una budinera con algo que Alba, estando media ebria, no pudo identificar con claridad.
—¡Hola! —La saludó él, mostrando una hermosa hilera de dientes alargados—. Soy Jung Hoseok, soy nuevo en el barrio y... —Los ojos del hombre la recorrieron por un segundo, casi cayendo en la cuenta de lo que tenía enfrente: una mujer occidental, vestida de manera elegante y con una copa de vino en la mano— creo que no es un buen momento, pero traje pastel de arroz.
Alba se relamió los labios y dejó la copa de vino sobre el recibidor bajo la atenta mirada de su nuevo vecino. Había olvidado esa tradición en la que el vecino nuevo regalaba pastel de arroz al vecindario. Ella lo había hecho junto a Seokjin cuando se mudaron a esa casa, allí había conocido a Minsung, que en ese entonces le había parecido más simpática de lo que realmente era.
—¡Muchas gracias! —Exclamó Alba, recibiendo la fuente—. Justo estaba muriendo de hambre y necesito que esto se vaya pronto —se apuntó a sí misma, haciendo referencia a su incipiente borrachera.
Jung Hoseok reprimió una sonrisa para no parecer descortés y asintió con la cabeza. Nuevamente sus ojos se dieron el gusto de recorrer el cuerpo de la rubia que miraba con curiosidad la fuente de vidrio entre sus manos. Era una mujer hermosa y, a la vez, exótica. No era demasiado común encontrarse con extranjeros, por lo que supuso, muy a su pesar, que debía ser casada con algún coreano.
¡Qué suertudo era aquel hombre!
—Dile a tu esposa que muchísimas gracias —expresó la chica con una linda sonrisa mientras comenzaba a cerrar la puerta, dando por finalizado el encuentro.
Hoseok se quedó parado un par de segundos allí, mirando el trozo de madera barnizado que acababa de cerrarse frente a su rostro, y pestañeó un par de veces, confundido, pues él mismo había hecho los pasteles de arroz.
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A la mañana siguiente Alba hizo su rutina de siempre, aunque evitó a toda costa la mirada de su esposo por vergüenza. Él le había dejado un par de billetes sobre el recibidor y se había marchado. Alba no había salido a despedirlo porque sabía que él estaba enfadado con ella.
Para variar, Seokjin había llegado tarde la noche anterior y a esa altura del día Alba ya se había terminado la botella de vino que había abierto en la tarde, pero eso no le había impedido esperarlo despierta, como acostumbraba a hacer.
No había logrado ponerse el pijama ella sola, por lo que se había rendido y se había metido entre las sábanas únicamente vistiendo su ropa interior. Y así esperaba a Seokjin, que tan pronto como se metió en la cama fue víctima de las manos delicadas de Alba que comenzaron a acariciarle la espalda. Él no se había fijado inicialmente, pero cayó en la cuenta de que la habitación apestaba a alcohol, así que se había dado vuelta hacia su esposa con la intención de preguntarle qué había andado haciendo durante el día.
No llegó a articular palabra cuando sus labios se vieron atrapados entre los de Alba, que comenzaron a succionar manera suave y a la vez necesitada. Era como si el cuerpo de la mujer pidiera a gritos un poco de atención, pues no había recibido siquiera una caricia en meses, y recién en aquel momento, cuando ya se encontraba completamente ebria, había tenido el valor de aventurarse en buscar por sí misma lo que necesitaba.
—¿Alba? —Susurró Seokjin en medio de un susurro cuando los labios gruesos de su esposa comenzaron a darle atención a la piel de su cuello.
Ella ignoró ese llamado, que también podría haber sido interpretado como una advertencia, y trepó hasta quedar sentada a horcajadas sobre las caderas de Seokjin.
Llevaba toda la tarde pensando en él, en su apuesto rostro y su varonil cuerpo. Había pensado tanto en él que lo necesitaba, necesitaba sentir el tacto caliente de su piel bajo las yemas de sus dedos, su voz ronca al suspirar su nombre y su acelerada respiración.
Sin embargo, su ilusión se vio interrumpida cuando sus brazos fueron sujetados con firmeza para alejarla.
—Alba —insistió su esposo, con la voz endurecida—, ¿qué mierda estás haciendo?
Ella se quedó pasmada un momento, con la respiración acelerada y su entrepierna temblando, pidiendo más. Seokjin la miraba desde abajo con las cejas fruncidas, casi como si no entendiera qué bicho le había picado a su esposa, como si ella no pudiese desear tener relaciones sexuales con él.
—¿Estuviste bebiendo? —Siguió con el interrogatorio, mientras la empujaba hacia el lado por uno de los brazos.
Acción que se sintió como un puñal dentro del corazón de Alba.
Su mentón tembló mientras intentaba encontrar una respuesta lógica dentro de sus desordenados pensamientos, pero lo único que su cabeza pudo retener fue el rechazo de su esposo.
—Yo... —Respondió en voz baja y negó con la cabeza—. Lo siento, sólo quise...
—Sabes que estoy demasiado cansado como para estas cosas —la interrumpió en medio de un suspiro—. ¿Por qué bebiste? Tú no eres así.
La respuesta fue clara dentro de la cabeza de la chica, pero no fue capaz de decirlo.
Bebió porque fue la primera vez que se atrevió a hacer frente a su miseria, al tedio que le provocaba su propia vida y que por un tiempo pensó que era algo normal en el matrimonio, pero el hecho de verse rodeada de parejas felices, como Minsung o su vecino nuevo, le abrió los ojos.
Las cosas no debían ser necesariamente de esa manera y por un segundo tuvo la intención de remediarlo. Quería esforzarse por avivar esa llama que parecía haberse apagado entre Seokjin y ella.
Pero él no parecía estar interesado en nada que tuviese que ver con Alba.
—Lo siento mucho —terminó por decir y se recostó en su lado de la cama, dando la espalda a Seokjin.
No hubo una respuesta, simplemente su esposo se quedó dormido al pasar los minutos mientras unas silenciosas lágrimas caían por las mejillas de Alba.
Por eso lo había evitado, porque estaba furioso por su comportamiento.
Intentando dejar eso atrás, se duchó y vistió apenas estuvo desocupada. Ese día iría a comprar alguna herramienta que le permitiera apretar el dichoso grifo del lavaplatos que Seokjin se había negado a arreglar, pues no había encontrado nada que le sirviera en su propia casa.
Se puso su vestido de color azul cielo que le llegaba hasta la mitad de la pantorrilla, unos zapatos de tacón blancos y salió junto con su bolso de mano. El centro de la ciudad en la que vivía se encontraba relativamente lejos y la ferretería en la que Seokjin alguna vez había comprado repuestos estaba mucho más allá que la tienda de convivencia que Alba frecuentaba, por lo que daría un largo paseo que seguramente le serviría para despejar la mente de todo lo que la había estado atormentando últimamente.
Estaba acostumbrada a las miradas que le daban las otras mujeres en la calle, pues no era común encontrarse con alguien de cabello rubio y ojos celestes en Corea del Sur, pero eso no se comparaba con la mirada que le dio el hombre que estaba parado detrás del mostrador cuando la vio entrar a la ferretería.
—Buenos días —saludó ella con voz suave mientras hacía una pequeña reverencia.
El hombre regordete levantó una de sus cejas, sin responder a su saludo.
—Señora, si busca la nueva cafetería, está cruzando la calle —se limitó a decir mientras volvía a poner su atención al periódico que sostenía.
Los ojos de Alba miraron por el ventanal de la tienda y pudieron divisar una hermosa cafetería de estilo tradicional que parecía que acababa de abrir. Por un momento quiso darle las gracias y cruzar la calle, simplemente para ahorrarse la humillación de ser la única mujer que se había metido en una cafetería, pero se limitó a agarrar con fuerza su bolso.
—¡Oh, no! —Negó con la cabeza en medio de una carcajada—. No busco la cafetería, yo... —Miró a su alrededor, intentando buscar la herramienta que necesitaba, pero que no tenía idea cuál podría ser—. Tengo un problema en casa, pasa que el grifo de mi lavaplatos...
—Señora —la interrumpió el hombre, ya luciendo harto de su presencia—, creo que su esposo es el más indicado para esa tarea, ¿por qué no le pide a él que venga?
La sonrisa en el rostro de la chica comenzó a extinguirse lentamente. Ella era la única que podía arreglar el lavaplatos, puesto que Seokjin se había negado, pero no podía ni quería ponerse a explicarle a ese hombre tan imprudente la situación que estaba atravesando su matrimonio.
Pero no podía esperar mucho más que ese trato, ya que Alba era una mujer y el ese tipo era un hombre.
—¡Cariño! —Una voz que se le hizo ligeramente conocida a la chica sonó a su espalda—. ¿Qué haces aquí? Ya sabía yo que si no me apresuraba vendrías por ti misma.
Ella se giró, sólo para encontrarse con los hermosos dientes alineados de su nuevo vecino, Jung Hoseok, que se mostraban ampliamente hacia ella en una hermosa y radiante sonrisa. Él dio un par de pasos hacia ella y le puso las manos sobre los hombros para empujarla suavemente hacia la salida de la tienda.
—Te dije que vería ese lavaplatos —siguió él, caminando a su lado—, no era necesario que vinieras. ¡Es una mujer muy activa! Eso es lo que me enamoró de ella —Le dijo al hombre del mostrador a modo de explicación antes de salir completamente de la ferretería.
Alba se quedó boquiabierta mientras Hoseok la llevaba tomada del brazo por la calle, en dirección a su vecindario. Sus mejillas se habían tornado rosadas al darse cuenta de que sus dedos estaban firmemente agarrados al brazo delgado y a la vez fibroso.
—¿Qué ha sido eso? —Logró decir.
—Creí que necesitabas ayuda, ese tipo no estaba siendo muy amigable.
Ella detuvo su caminar, rompiendo el cálido contacto físico que había entre ambos.
—Lo agradezco, pero puedo arreglármelas sola. Además, a tu esposa no le agradará saber que andas llamando "cariño" a otras mujeres.
Hoseok expandió su sonrisa y su cabeza se inclinó hacia el lado.
—Es imposible que se entere.
—¡Yo misma se lo diré!
—Es imposible, vecina, porque mi esposa no existe.
Alba lo miró por un segundo, sin creer que eso fuera cierto, pero sus ojos demostraban decir la verdad.
¿Cómo era posible que un hombre como aquel estuviera soltero?
Desvió la mirada hacia la calle mientras se acomodaba el cabello, sabiendo que sus mejillas se volvían a poner rosadas, avergonzadas de sus propios pensamientos. No era correcto que Alba se fijara en otros hombres, pues ya tenía a su esposo, pero no pudo negar que el saber que no había una mujer en la vida de Jung Hoseok la había hecho sentir aliviada.
¿Aliviada de qué? No lo sabía, pero probablemente era un alivio no tener que seguir sintiendo más celos, pues Hoseok parecía un buen hombre. Apuesto. Cariñoso. Amable.
Era un hombre modelo, al parecer de Alba.
—Bien —soltó ella de pronto—, debo volver a casa. Hay un grifo que debo arreglar.
—¿Necesitas ayuda?
Sí que la necesitaba, pero quería negarse. Probablemente por el hecho de siquiera imaginarlo dentro de su casa le hacía cosquillear el estómago, manifestando en su cuerpo lo prohibido y lo incorrecto de llevar a otro hombre a casa, a escondidas de su esposo.
La chica apretó el asa de su bolso y tragó saliva. No tenía por qué tratarse de algo malo si es que ella no le daba intención, podía ser simplemente la oportunidad para que su grifo quedase como nuevo y de entablar una amistad con su nuevo vecino.
—Está bien —resolvió en voz baja—, lo agradecería mucho.
Comenzó a caminar, pero no dio más de tres pasos cuando se dio cuenta de que él no iba con ella.
—Iré, pero con una condición —una pequeña sonrisa traviesa se dibujó en sus labios mientras se inclinaba hacia adelante para quedar a la misma altura del rostro de Alba—. Debes decirme tu nombre, vecina.
Alba pestañeó un par de veces, cayendo en la cuenta de que no se había presentado, y su rostro enrojeció violentamente al sentirse como una maleducada. Inmediatamente extendió la mano para estrecharla, pero Jung Hoseok la tomó con suavidad y la acercó a sus labios para besar su dorso. La voz de la chica salió en un suspiro tembloroso, provocado por el contacto de su piel con los suaves labios:
—Soy Alba Taylor.
Intentó restarle importancia a aquel gesto y guio a Hoseok a su casa para mostrarle el grifo que tantos problemas le había dado últimamente. Después de arremangarse la camisa para estar más cómodo, su vecino asintió con la cabeza y confirmó las sospechas de Minsung:
—Sólo necesita un apretón.
Alba soltó un suspiro mientras comenzaba a servir una taza de té y murmuró para ella misma:
—Por eso fui a la tienda, necesitaba algo que me ayudara a apretarlo.
—¡Estás de suerte, Alba Taylor! —Exclamó Hoseok, girándose hacia ella—. Precisamente tengo una llave en casa que sirve para esto... ¿Por qué no sólo tocaste mi puerta y preguntaste?
—Quizás para evitarme la humillación.
Ambos tomaron asiento en la mesa de la cocina, el mismo lugar donde Minsung y ella acostumbraban a pasar el rato, pero para Alba fue una experiencia completamente diferente. No estaba incómoda ni tampoco irritada, incluso había llegado a soltar un par de carcajadas con las ocurrencias de Hoseok.
Pero como se estaba volviendo costumbre en la vida de la chica, la felicidad fue momentánea. El timbre había sonado, indicando la llegada de Minsung.
El corazón de Alba se detuvo por un segundo. Lo había olvidado, aunque no sabía cómo.
¿Qué diría Minsung si es que viera al vecino nuevo en su casa, sin la presencia de Seokjin?
Seguramente iniciaría un rumor, en el que Alba y Hoseok eran amantes y su nido de amor era la misma casa en la que vivía Seokjin, pero en los horarios en los que estaba trabajando.
Sólo imaginar eso le revolvió el estómago.
—¿Esperabas a alguien? —Le preguntó Hoseok, con las cejas ligeramente elevadas—. Puedo irme, si quieres.
—Ve a esconderte arriba —le susurró y acto seguido lo tomó por el antebrazo, arrastrándolo hacia la escalera— y no salgas hasta que yo te lo diga.
Luego de perderlo de vista, Alba caminó en dirección a la puerta. No pudo evitar que Minsung entrara de aquella manera tan invasiva, como siempre lo hacía, pero logró detenerla a medio camino con la excusa de que su suegra llegaría en cualquier momento y que no le alegraría ver que su nuera estaba perdiendo el tiempo con cotilleos en vez de dedicarse a mantener el hogar ordenado.
Aunque eso sí era algo que diría la madre de Seokjin. Finalmente, no todo era tan mentira.
En el piso de arriba, la chica se encontró a Hoseok admirando una de las pocas fotografías que tenía Alba junto a Seokjin. Era del día de su boda, ambos vestidos con ropas tradicionales porque así se lo había exigido él, pues era importante para su familia. Las expectativas que Alba tenía sobre su día de bodas se habían desplomado. No había logrado casarse con el vestido de sus sueños, ni tampoco había podido hacer una ceremonia como la que le hubiese gustado.
—Así que este es tu esposo —murmuró Hoseok, sabiendo que ella se encontraba de pie a su espalda.
Ella avanzó hasta que pudo tomar el marco entre sus manos y con las yemas de los dedos acarició el vidrio que protegía la fotografía donde ambos salían sonriendo. La melancolía que se había ido gracias a su vecino había vuelto cuando recordó ese día, en el que, a pesar de que las cosas no fueron como quiso, estaba llena de ilusiones y sueños. Estaba ansiosa por empezar una nueva vida, aunque fuera en un país diferente.
Le hubiese encantado tener una bola mágica que le mostrara su situación un par de años más adelante.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —La voz de él volvió a romper el silencio de la habitación, provocando que Alba se girara en su dirección luego de dejar la fotografía nuevamente encima de la cómoda—. ¿Está todo bien con tu esposo? No me malentiendas, no quiero ser chismoso, pero no es común que una mujer vaya por su propia cuenta a comprar herramientas porque ella misma quiere hacer arreglos en casa.
La pregunta no la había sorprendido, de hecho estaba esperando a que Hoseok se aventurara a preguntar algo como eso, así que únicamente le quedó decidir cuál sería la respuesta que daría. Tenía dos opciones: mentir, como lo hacía con todo el mundo, pretendiendo tener una vida que no tenía; o decir la verdad y quitarse ese peso de encima.
Jung Hoseok le parecía un buen tipo y le inspiraba confianza, a pesar de haberlo conocido el día anterior. La había ayudado momentos antes sin saber el contexto de la situación, algo que jamás esperó y que realmente la había dejado sorprendida.
—Seokjin y yo no estamos en nuestro mejor momento —respondió con una sonrisa triste—. ¡¿Qué estoy diciendo?! Cada día es peor que el anterior y creo que en cualquier momento me volveré loca. A veces sólo pienso en marcharme y dejarlo solo, de la misma manera en la que él me deja todos los días, pero por alguna razón no puedo, como si hubiese algo que me mantuviera atada a él... —Cerró la boca cuando se dio cuenta de que estaba hablando de más—. Lo siento mucho, no quiero aburrirte con estas tonterías de mujeres.
Hoseok se dio un paso hacia ella, acortando la distancia ligeramente, y le puso la mano sobre el hombro en señal de confort.
—No digas eso —la reprendió con voz suave—, no son tonterías si te hacen sentir herida. Tu esposo es un tonto por estar desperdiciando a una mujer tan hermosa e inteligente como tú.
Las mejillas de Alba se encendieron y se vio en la obligación de correr la vista.
—Si fuera tan inteligente como dices no me habria permitido llegar a este punto...
—Piensa de esta manera —la mano de Hoseok comenzó a delinear el delgado brazo de la chica, acariciándolo suavemente con las yemas de los dedos—: si te hubieses ido antes jamás nos hubiésemos conocido y yo no podría estar aquí, en este preciso momento, pretendiéndome de la manera más evidente posible. No te has ido porque tienes la esperanza de que las cosas cambien, pero quizás no es tu esposo quien va a cambiar, sino tú.
El aire abandonó los pulmones de Alba y su mirada siguió de cerca las pequeñas caricias que Hoseok estaba dándole.
Eso estaba mal, muy mal, pero qué bien se sentía.
Aquello era todo lo que Alba había estado buscando, lo que su cuerpo y mente necesitaban: un poco de atención. Quizás fue eso lo que permitió que se dejara llevar, comenzando a ver a Hoseok a escondidas, cuando Seokjin no estaba en casa, o muy probablemente se había dado cuenta de que el amor que tenía por su esposo no era más que la costumbre y su obstinación que la hacía pensar que las cosas dejarían de ser de esa manera.
—El grifo del lavaplatos ya no gotea —mencionó Seokjin un par de noches después.
Aquel día había llegado un poco más temprano que de costumbre. Alba se encontraba medio sentada en su lado de la cama, concentrada en el orgullo de Elizabeth Bennet y en el prejuicio del señor Darcy, y tuvo que quitar los ojos de la página cuando su esposo comenzó a dárselas de parlanchín.
—Sí —respondió—, el vecino me ha ayudado a arreglarlo.
Seokjin se metió dentro de la cama y levantó las cejas en dirección a Alba.
—¡Qué... simpático!
Ella asintió con la cabeza, volviendo a concentrarse en el libro, o pretendiendo hacerlo, porque su corazón había comenzado a saltar como loco, sabiendo que ya había pensado en aquella escena un montón de veces, aunque jamás creyó que pudiese hacerse realidad.
—¡Sí! No sabía cómo compensarlo, pero me dio dos opciones: que le hiciera un pastel o que me acostara con él —soltó una carcajada.
Su esposo la acompañó, negando con la cabeza.
—Espero que ese pastel haya estado bueno.
Alba cerró el libro y lo dejó sobre la mesa de noche. Le dio una mirada fugaz a su esposo y luego apagó la luz.
—¿Qué dices? Yo no soy pastelera, no podría haberle hecho un pastel —y se acomodó dentro de la cama—. Buenas noches, cariño.
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