sixteen
°•.༄⟶ .·DIECISÉIS
El clima de Las Vegas pintaba espectacular. Con un hermoso azul, el cielo daba la bienvenida de regreso a Camille a su hogar, donde su familia cercana y amigos del FBI le esperaban para darle una cálida y propia bienvenida a casa. Pero para eso, primero tenía que llegar ahí y es que Spencer había propuesto en llevar a darle una vuelta por la ciudad para disfrutar del hermoso día.
La mirada de Camille se encuentra en el cielo, su brazo está recargado en la ventanilla del carro, con su mejilla apoyada, y de ves en cuando cierra sus ojos disfrutando del aire fresco.
Spencer, quien se dedica a manejar, de vez en cuando la mira de reojo, con una pequeña sonrisa ladina.
—Gracias por eso —dijo Camille al ver como se aparcaba fuera de su casa.
Apago el carro y al mismo tiempo sus miradas se encontraron.
—No es nada, Millie —respondió el Dr., con una tierna sonrisa—. Venga, nos están esperando.
Se apresuró a bajar del carro y lo rodeó para abrir la puerta del copiloto y que Camille pudiese bajar. Tomo su mano delicadamente, y es que su brazo izquierdo se encontraba con una férula.
—Hogar dulce hogar —suspiró Camille viendo la entrada de su casa con mirada cristalina.
Spencer entrelazo su mano con delicadeza y ladeando una sonrisa, dijo:
—Ya estas en casa, Millie.
Subieron las escaleras del porche y Spencer abrió la puerta dejando pasar a Camille.
Todo luce exactamente como ella lo había dejado. El piso de madera está pulcro, en los muebles no hay ningún rastro de polvo y en la sala...
En la sala había al menos quince personas. Una decoración de globos y un cartel que dice "bienvenida a ksa tía Mills" escrito por nada más y nada menos que Noah.
—¡Bienvenida Millie! —exclamaron diferentes voces en diferentes tiempos provocando que la joven soltara una risita.
Noah fue el primero en lanzarse a su tía, rodeándole por las piernas, y es que esa es la altura del pequeño.
—Ya quería verte aquí, tía Mills —confesó el pequeño provocando que Camille derramara un par de lágrimas.
—Ya estoy aquí pequeño —susurró para inclinarse y besar su cabeza.
—Tu brazo se ve genial. ¿Papi puedo yo tener uno de esos? —preguntó curioso.
—Oh, no, no, tu no tendrás nada de eso —aseguró su padre con seriedad.
—Yo sé cómo puedes tener uno de esos —aporto su tío Raúl con una ladina sonrisa, ganándose un golpe por parte de su cuñada Gina quien no luce nada feliz con aquel comentario.
Hubo abrazos, risas, y pronto la música no hizo falta en el hogar de Camille Rodriguez. Pasaron al jardín donde había una gran mesa repleta de dulces y snacks, en su mayoría mexicanos.
Pero lo que más emociono a Camille, fue ver a sus hermanos cargando una gran olla de metal que contenía tamales.
—¡Oh, tamales! —exclamó alzando sus brazos. Pronto se dio cuenta del error y gimió adolorida al recordar su brazo lastimado—. Estoy bien —se apresuró a decir al ver como su madre y Spencer se preocupaban por ella.
—Cuidado hermanita, aún no comes un tamal —dijo con cierta ternura Joshua.
—¡Pido primis! —exclamó Alejandro una vez colocada la olla en una mesa.
—¡Ah, no! —fueron cuatro voces las que se escucharon.
Camille no tardo en correr a sus hermanos y su sobrino Noah, quien ya se encuentra en el hombro de su tío Alejandro mientras suelta patadas al aire.
La madre de los cuatro, Margaret observa con ternura aquella escena y Spencer noto aquello.
—Maggie —hablo delicadamente Spencer, llamando su atención—. ¿Podría hablar contigo a solas?
—Claro, cariño. ¿Ocurre algo? —preguntó con precaución, mientras juntos ingresaban al hogar, bajo la atenta y curiosa mirada del agente Hotch y el agente Rossi.
Y aunque Camille fue la primera en abrir la olla de tamales y tener el suyo de fresa (su favorito), ladeó un poco su cabeza con curiosidad al no ver a dos de sus personas favoritas en el jardín.
Spencer se detuvo en la sala y jugó con sus manos un poco nervioso. Margaret observó con aquella ternura que siempre suele tener hacia él, y es que aunque ya tiene treinta años, para Maggie siempre seguiría siendo aquel niño inteligente de que jugaba scrabble en la sala de su casa con su hija, y quien siempre ganaba.
—Estas nervioso, Spencer. ¿Qué pasa, hijo? —preguntó tomando su brazo.
Spencer suspiró—. Creo que es algo... que tú ya sabes pero... —hizo sonar su garganta y Margaret ladeó su cabeza con una pequeña sonrisa—. Creo, más bien, he estado enamorado de Camille toda mi vida —confesó por fin, provocando que Margaret soltara una risita de felicidad y afirmara con su cabeza—. Y bueno... ¿creo que también le gusto?
—¡Oh, Spencer! —exclamó con ternura Margaret, asustando ligeramente al joven—. Mi hija te ama —susurró con una pequeña sonrisa—. Todo el tiempo habla de ti, piensa en ti, hace cosas por ti...
—Basta —suplicó el agente con las mejillas bastante rojas—. Es sólo que... no sé... —negó con su cabeza y cerró sus ojos, para suspirar y decir en voz baja, pero bastante clara—. Quiero pedirle matrimonio a Camille...
Margaret ahogo un grito y cubrió con su boca sus manos, mirándolo con sorpresa y emoción ante aquella noticia.
—Sé que nunca hemos tenido una relación formal, pero... no creo que haya necesidad de tener una cuando sé que quiero pasar el resto de mi vida con ella y yo... quiero que lo sepas y me gustaría tener tu previa aproba...
No pudo terminar.
Margaret se lanzó a los brazos de Spencer mientras suelta ligeras lágrimas de emoción y ternura. El joven Dr., acepto aquel abrazo cerrando sus ojos y sintiendo todo el amor de la madre de su mejor amiga.
—No necesitas mi aprobación, Spencer —le hizo saber al separarse de él, limpiando sus lágrimas con las mangas de su blusa—. Y no puedo pensar en mejor hombre que tú para mi hija. Oh, cuántas veces hable de esto con Noé —confesó en un suspiro, recordando a su difunto esposo.
—¿Lo hablaron? —preguntó en un susurro.
—Muchas veces, demasiadas —afirmó con una gran sonrisa, mientras termina de limpiar cada rastro de lágrima.
Del corredor que da al jardín, entraron con apresurados pasos Camille y Noah, ambos tomados de la mano.
—¿Está todo bien? —preguntó con curiosidad Camille, deteniéndose rápidamente.
—Todo está muy bien, cariño. ¿Qué planean hacer? —pregunto con precaución su madre, al notar aquella mirada de su nieto.
—¡Jaz está afuera y trajo elotes! —exclamó con emoción Noah, para salir corriendo de la sala rumbo a la puerta.
—Ire ayudarle —indicó Margaret con diversion, mirando de reojo a su hija y a su futuro yerno.
Camille observó aquello y se acercó a Spencer, rodeándolo en un abrazo que él no tardo en responder.
—¿Está todo bien, amor? —preguntó sobre su pecho Camille.
Aquello solo hizo que el corazón de Spencer latiera aún más rápido.
—Sí, todo está más que bien —aseguró Spencer acariciando su cabello y besando su cabeza—. Estaba pensando en que merecemos vacaciones...
—Sí —suspiró Camille alzando su cabeza para ver a Spencer—. ¿Que opinas de San Diego? Podemos ir a la playa —murmuró—. Me gustaría ir a la playa —admitió con una gran sonrisa.
—¿Alguien dijo playa?
Se separaron al escuchar la voz de la mejor amiga de Camille.
Jazmín viene acompañada de una chica pelirroja con encantadora sonrisa, su novia Rose está cargando una bolsa en la que Spencer está seguro que tiene elotes.
Ambas amigas se unieron en un fuerte abrazo.
—Necesito ponerme al tanto en la empresa...
—Ah no, tu necesitas ir a la playa —señaló Jazmín—. Tengo mucha ayuda y resulta que Rose es buena con los números.
—No por algo soy contadora —dijo Rose rodando los ojos.
—Venga, vamos am jardín. Espero mis hijos no se hayan acabado los tamales.
—Oh no, abue, JJ los tiene bien calmados —aseguró Noah, quien ya está comiendo un elote—. Eshto es delichiosho —hablo con la boca repleta.
—Venga, hablaremos de nuestras vacaciones en la noche —propuso Spencer a Camille, quién con una gran sonrisa afirmó.
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La noche había caído en la ciudad de Las Vegas, Nevada. En cuanto el reloj había marcado las siete, el equipo de la BAU se había despedido de la familia Rodríguez ya que tenían que regresar a trabajar y terminar con el caso en Quantico. La única persona externa (no del todo) a la familia en esos momentos, es Spencer Reid, quien se encuentra en el sillón, abrazando a Camille, mientras platica con sus hermanos y madre.
—Y quiero que mañana vayamos a la iglesia.
Raúl rodó los ojos y Gina soltó una pequeña risita al ver como su esposo, Joshua, hacía una mueca.
—Ustedes son unos malagradecidos —dijo a sus hijos, provocando que Camille y Spencer compartieran miradas divertidas—. Cúmplanme este capricho a su vieja madre —dramatizo.
—Abue yo puedo ir a misa contigo —dijo Noah—. Y después podemos ir con la señora Nat a que nos de café, ¡como todos los domingos!
—¿Mamá le estás dando café a mi hijo? —preguntó Joshua preocupado.
—¡Claro que no! —dijo rápidamente Margaret, mientras Raúl y Alejandro sueltan carcajadas.
—Viéndolo por el lado positivo, el café tiene bastantes beneficios —se apresuró a decir Spencer—. Como el aumento de la dopamina que acelera la actividad cerebral, está compuesto de antioxidantes, y hay estudios que indican que protege el hígado; de momento otros estudios están apareciendo en donde indican que tomar más de dos tazas al día reduce la probabilidad de padecer alzheimer y parkinson —agregó con una pequeña sonrisa.
—¿Eso significa que puedo tomar café? —preguntó algo confundido Noah, mirando a su mamá.
—Mientras tenga leche —agregó su mamá con una sonrisa—. No veo por que no —esta vez, dijo mirando a Joshua que frunció el ceño—. Aparte, amor, tú mencionabas como Maggie siempre les daba café cuando eran pequeños.
—Eso es cierto, creo que la primera taza de café que tome fue a los cuatro años —recordó Raúl, apoyando a su cuñada y su madre.
—Yo deje de ponerle leche al café a los 8 años —dijo esta vez Camille con una gran sonrisa.
—¿A ustedes les dieron el café con leche? —preguntó Spencer algo confundido, causando risas en la sala por parte de la familia.
Charlaron hasta que Noah quedo dormido en los brazos de su madre. Cuando el reloj ya marcaba las nueve con cuarenta, en el hogar solo quedaban dos personas: Spencer y Camille.
Poco a poco fueron apagando las luces y cerrando las puertas. Spencer se encargó de doble checar todo y subieron escaleras arriba una vez que todas las luces (salvo por la del corredor) quedarán apagadas.
—No es molestia que me quedé, ¿cierto? —preguntó Spencer, mientras cerraba la puerta del cuarto, provocando que Camille comenzara a reír.
—Me molestas tanto —ironizó la joven—. Sabes que no lo es. Aparte, necesito que alguien me ayude a ponerme la pijama, y mi madre aún no sabe que tengo un tatuaje en las costillas.
—¿Aún no lo sabe? —preguntó sorprendido Spencer.
—Nop —se sentó en la cama ladeando una sonrisa—. Por favor no le digas —se apresuró a decirle, causando risas en Spencer.
—Tu secreto está a salvo conmigo, lo sabes.
Spencer se encargó de sacar una de las pijamas de Camille. La morena tiene su lengua por fuera mientras intenta quitar los botones de su camisa, y es que con la férula en su brazo resulta más sencillo utilizar esas blusas.
—Déjame te ayudo —se apresuró a decir Spencer.
Con delicadeza, el joven se encargó a quitar la blusa de Camille, quien mira el rostro delicado de Spencer. Observó las vendas en su vientre y miró a Camille.
—¿Quieres que las cambie?
—Por favor —pidió Camille—. Hay vendas en ese cajón —señaló.
Con su mano derecha Camille pudo quitar la venda mientras Spencer se encargó de traer nuevas, así como alcohol y algodón.
—Sabes lo qué haces, ¿uh, doctor?
Spencer rodó sus ojos con una sonrisa, y negó lentamente.
—Realmente no, pero tú me guiarás.
No tardo en colocar nuevas vendas y ayudarle a Camille a ponerse su pijama. Cuando ambos estuvieron listos para dormir, se acurrucaron en la cama y Spencer dejó prendida la pequeña lámpara de Camille con forma de astronauta que apunta al techo y simula nebulosas.
—Camille... —habló en voz baja Spencer, mientras acaricia la espalda de la chica que se encuentra recostada en su pecho.
—¿Si, Spencie? —respondió en voz baja.
—Yo...
Hubo un silencio. Spencer miró aquellas luces que imitaban una nebulosa y suspiró.
—Te amo mucho, Camille.
Camille alzó un poco su cabeza para ver a Spencer, quien tiene sus ojos cristalizados. La joven de ojos chocolate tomó con cariño la barbilla de Spencer.
—Te amo, demasiado —volvió a decir, tomando la muñeca de Camille.
—Oh, Spencer...
—No, espera —pidió, interrumpiéndole—. Camille, no entiendo como fue qué pasó, en que momento sucedió, que te deje de ver como una simple amiga.
La mirada de Camille se suavizó, observando a Spencer.
—Pero... —cerró sus ojos y ladeó una sonrisa—. Solo sé que cuando te volví a ver a Los Ángeles, donde utilizabas esos lentes de corazón negro y tenías esos, esos aretes de cereza —ambos comenzaron a reír—. Te vi luciendo tan feliz, tan natural, tan auténtica, que... pensé en que quería vivir con alguien así. Quiero vivir una vida contigo, siempre, en todo momento, si es posible.
—Y yo también quiero vivir una vida contigo —susurró con lágrimas en sus ojos Camille.
—Te amo, Camille. Te amo más que una amiga, te amo como no tienes una idea.
—Y yo te amo a ti, Spencer —sollozó Camille escondiendo su cabeza en el cuello de Spencer—. Quiero vivir una vida contigo, siempre.
Se separó lentamente de él y tomó de su mejilla, lentamente sus rostros se juntaron y sus narices se rozaron para por fin unir sus labios en un beso lleno de emociones y sentimientos.
Nota de autora:
Dios mío, una disculpa, no tenía ni una idea de que ya habían pasado dos años que no actualizaba.
De igual forma, ya todos sabemos que esta historia termina con un hermoso final feliz ✨
Lots of love,
Cici x
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