Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

⁀➷ ⊱┊꒰ 𝘱𝘳𝘦𝘧𝘢𝘤𝘪𝘰 ꒱ ੈ✩‧₊˚

Mis manos se movían temblorosas sobre las teclas del largo instrumento frente a mí. Ni siquiera podía presionar un acorde de forma correcta. Bueno, para ser sincera, ni siquiera podía ejercer presión sobre alguna de las teclas. Mis dedos más bien se la pasaban acariciando, sin hacer ningún movimiento que lograra hacer que el viejo piano del taller sonase. Podía ser el cansancio, quizás la angustia o el estrés, pero no hallaba las fuerzas para tocar. Ni siquiera me sentía con ánimos o muchas ganas. Estaba aquí por mero compromiso.

El profesor Ray normalmente me regañaría primero por mi postura, por la posición de mis dedos, me reprocharía cualquier cosa antes de siquiera empezar a tocar algo. Como si siquiera fuese yo capaz de tocar. Ni siquiera sabía cómo leer las partituras que estaban en frente. Era la única en el taller de música que no sabía tocar su instrumento designado. Y este nuevo lugar solo lograba ponerme más nerviosa.

Había tenido la oportunidad de elegir algún otro instrumento; guitarra, violín o incluso bajo, pero no. Decidí agarrar el piano. ¿Por qué? Quizás porque una parte de mí quería impresionar a los demás, porque el piano es uno de los instrumentos más elegantes, con sonidos suaves, casi mágicos. Pero también es un instrumento traicionero. Uno que te exige mucho más de lo que imaginas, que demanda disciplina, paciencia y, en mi caso, dedos más largos de los que poseo.

Creí que podría con él, que me bastaría con mi terquedad para aprender. Pero seis meses después, me encontraba sentada frente a ese viejo piano, sintiéndome derrotada. Las piezas parecían interminables, los movimientos de mis manos torpes y desconectados, como si mi cerebro se negara a partirse en dos para coordinar la clave de Sol y la de Fa. Quería rendirme. Ya lo había hecho en mi mente cientos de veces, pero la sonrisa de mamá cuando le hablo de mis progresos –aunque inventados– me mantenía atada a este reto que cada día parecía más imposible.

Apenas había tocado unas cuantas canciones, todas acompañamientos sencillos que me memorizaba como quien aprende los pasos de un baile que no comprende. Pero, por alguna razón, los demás me tenían por pianista, como si dominar el piano fuera algo natural para mí. Y ahora, atrapada por mi incapacidad de decir "no", me había comprometido a tocar un solo en una presentación importante en París. No un solo cualquiera, claro. Mi supervisor, en un arranque de optimismo cruel, había sugerido el tercer movimiento de la Sonata Claro de Luna.
"Es fácil", decía el profesor Ray. Pero fácil para él, no para alguien que apenas entiende las escalas y cuya muñeca ya ha sufrido dos fracturas por intentar practicar demasiado.

Cerré los ojos y solté un pesado suspiro. Me levanté del taburete, apagando las luces del aula con la certeza de que, una vez más, no había avanzado en nada. Cerré la puerta detrás de mí y saqué el celular para pedir un taxi que me llevara a casa. Una nueva casa.

Mudarme de Italia a Francia había sido menos emocionante de lo que pensaba. Ni siquiera sabía la verdadera razón detrás del cambio. Mis padres eran reservados al respecto, y yo no insistía. No dejé amigos importantes atrás, porque tampoco tenía muchos. La vida en París prometía ser diferente, aunque por ahora solo me sentía una extraña en una ciudad donde todo parecía perfecto, incluso sus cielos grises.

Mientras esperaba en las escaleras del edificio, mi mente divagó hacia aquellos rumores de héroes que protegían la ciudad. Historias de valientes figuras enmascaradas que se enfrentaban al mal y mantenían a salvo a los parisinos. ¿Sería cierto? ¿O simplemente una leyenda para alimentar el romanticismo de la ciudad del amor?

Suspiré, y seguí esperando.
Un sonido inesperado atrapó mi atención. Provenía del taller, aunque no del salón donde yo había estado hace unos minutos. Era algo distinto. La melodía de una guitarra eléctrica, pero... no era lo que esperaba. Nada de acordes estridentes o solos agresivos que reventaran los tímpanos. En cambio, eran notas suaves, delicadas, que parecían fluir como agua cristalina en una tarde tranquila. Era imposible no notarlo: la guitarra, un instrumento que siempre había asociado con rudeza y fuerza, ahora parecía casi... frágil.

Mi curiosidad me empujó a ponerme de pie y entrar al edificio, moviéndome en silencio hacia la puerta entreabierta del salón de los grados superiores.

¿Quién estaría tocando a esta hora? Me asomé con cuidado, tratando de no ser descubierta, y lo vi.
Un chico estaba sentado en una banca junto a una vieja mesa cubierta de partituras desordenadas. Tenía el cabello negro con puntas azules, un poco despeinado, y estaba inclinado hacia adelante, como si toda su concentración estuviera puesta en cada movimiento de sus dedos sobre las cuerdas.

No era solo la música lo que me intrigaba, sino la manera en que tocaba. Había algo íntimo en su postura, como si no estuviera tocando para nadie más que para sí mismo. Cada nota que salía de su guitarra tenía un propósito, una intención, como si estuviera compartiendo algo profundamente personal. El contraste entre sus manos firmes y la suavidad de la melodía era hipnótico.

Me quedé ahí, inmóvil, con el corazón latiendo más rápido de lo que debería. Por un momento, todo mi cansancio y frustración se desvanecieron. Incluso mi taxi olvidado quedó en un segundo plano. Solo estaba esa música, resonando en el aire y llenando el vacío de un taller que, hasta hace unos minutos, me parecía un lugar sin alma.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos al escuchar el pitar de un automovil. El chico se detuvo, e inmediatamente salí para tomar el taxi que me seguía esperando, esperando que él no me haya visto. No creí que llegaría tan pronto. O quizás me concentré de más en aquel muchacho.

Subí al coche, di la dirección y me sumí en un silencio que ni el ruido de la ciudad podía romper.

Mientras el taxi avanzaba por las calles iluminadas de París, no podía dejar de pensar en lo que había visto –o más bien, escuchado– en el taller. Ese chico. Esa guitarra. Esa música. Era extraño cómo algo tan simple podía quedarse tan grabado en mi mente. Había algo en la manera en que tocaba, como si cada nota llevara un pedazo de él, como si estuviera compartiendo un secreto a través de las cuerdas.

Cerré los ojos un momento, tratando de recordar la melodía. No era una pieza que reconociera, pero tenía algo familiar, algo cálido y, al mismo tiempo, melancólico.

¿Quién era él? Había algo en su presencia que me dejó inquieta. No por miedo, sino por la sensación de haber presenciado algo que no estaba destinado a mí, como si hubiera robado un fragmento de un momento privado.

La guitarra eléctrica siempre me pareció un instrumento ruidoso, casi arrogante. Pero en sus manos, era completamente diferente. Más que ruido, eran susurros. No pude evitar preguntarme qué historia había detrás de esa música, qué lo había llevado a tocar de esa forma, en un lugar tan vacío y a esa hora. ¿Era él alguien que amaba lo que hacía, o alguien que, como yo, estaba intentando no rendirse?

El conductor me miró por el retrovisor, probablemente porque llevaba demasiado tiempo en silencio, pero no me importó. Mi mente seguía atada a esa imagen: la figura del chico inclinado sobre su guitarra, como si el resto del mundo no existiera, y la música llenando cada rincón en la noche. ¿Volvería a verlo? ¿O a escucharlo? Me quedé con la duda mientras el taxi giraba hacia mi calle.

Al llegar a casa, me quité los zapatos y subí directamente a mi cuarto. Mamá, como siempre, no estaba, ocupada con sus propios asuntos. Papá... bueno, papá nunca había sido alguien muy presente. Un "buenas noches" suyo era lo más parecido a una muestra de afecto que podía esperar.

Me dejé caer sobre la cama, mirando el techo, el corazón dividido entre el deseo de rendirme y una chispa de esperanza, pequeña pero persistente. Tal vez mañana... Tal vez mañana logre tocar algo. Tal vez mañana sea diferente. O tal vez... no. Ser transferida a un nuevo instituto... Nuevas experiencias, espero que nuevos amigos también. Pero también significa un nuevo profesor de piano y nuevos compañeros del selectivo que podrían ser muchísimo más exigentes.

Aunque si cada noche terminaría con aquel muchacho tocando allí, no me molestaría.

50 votos = continuación.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro