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Las cosas con mamá iban normales. No habló más sobre el tema, pero cuando me oía ensayar a solas, de vez en cuando entraba en silencio a mi cuarto y dejaba algún aperitivo: un sándwich envuelto en servilletas, una taza de té caliente o una manzana cuidadosamente cortada en gajos.
No decía nada. Solo se retiraba igual de silenciosa y me dejaba continuar.

A veces quería decirle algo, quizá agradecerle, pero las palabras siempre se me quedaban atoradas. Mamá no era mala, de eso estaba segura, pero tampoco era particularmente cálida. No sabía cómo ser una madre, así como yo no sabía cómo ser una buena hija. Parecía un acuerdo tácito entre ambas: hacer lo mejor que podíamos con lo que teníamos. Y aunque no siempre era suficiente, había algo reconfortante en los pequeños gestos.

El viernes me sentí nerviosa. Bueno, eso no era nuevo. Siempre he tenido problemas para procesar mis emociones y lidiar con ellas. Podía ponerme ansiosa incluso por problemas diminutos, pero este era diferente. La idea de ensayar con Luka al día siguiente me revolvía el estómago de una manera que no sabía describir.

A eso de la hora de salida, mis nervios ya eran tan notorios que no me sorprendió cuando Nathaniel se acercó. Estábamos guardando nuestras cosas, y él me miró con curiosidad, dejando su cuaderno de bocetos sobre su lado de la mesa.

—¿Todo bien? Te ves... un poco fuera de lugar hoy —me preguntó, su tono amable y ligeramente preocupado.

Al principio, dudé en responder. No quería parecer tonta, pero terminé soltando lo que me pasaba.

—Me siento nerviosa porque mañana debo ver a Luka para ensayar —expliqué—, y no me siento del todo cómoda porque apenas nos conocemos. ¿Y si hay silencios incómodos? ¿O si digo algo raro? —añadí, casi en un susurro, como si fuera un secreto que no quería que nadie más oyera.

Nathaniel, para mi sorpresa, soltó una pequeña risa.

—¿Te gusta Luka o algo así? —me preguntó, levantando una ceja mientras sonreía con cierta picardía.

Me quedé boquiabierta por un segundo, negando rápidamente con la cabeza.

—¡No! Claro que no —respondí, sintiendo el calor subir a mis mejillas—. Es solo que... no quiero que piense que soy rara o que no sé lo que hago.

Nathaniel inclinó la cabeza, como si estuviera analizando lo que acababa de decir.

—¿Y por qué te importa tanto lo que piense? —preguntó finalmente, con genuina curiosidad.

Abrí la boca para responder, pero me detuve. No sabía exactamente por qué me importaba. Luka había sido amable, claro, pero... ¿era eso suficiente para que me preocupara tanto?

—Mira —continuó Nathaniel, cerrando su cuaderno de bocetos y metiéndolo en su mochila—, no tienes que complicarte tanto. Solo sé tú misma. Te funcionó bien conmigo, ¿no?

Me detuve a pensar en eso. Era cierto. Hablar con Nathaniel había sido mucho más fácil de lo que pensé al principio, y no había tenido que hacer nada fuera de lo común.

—Gracias —le dije finalmente, esbozando una pequeña sonrisa.

Él me devolvió la sonrisa mientras se ponía su mochila al hombro.

—No te preocupes tanto. Luka no parece del tipo que juzga. Y si lo hace, bueno... —Nathaniel se encogió de hombros con una sonrisa divertida—. Siempre puedes amenazarlo con contarle a Marinette.

Solté una risa involuntaria, agradecida por el comentario. Y con eso, decidí marcharme, pensando en todo lo que había dicho. Quizá, solo quizá, las cosas no serían tan difíciles como las imaginaba.

El sábado, después de desayunar y asearme, tomé un taxi hacia el barco donde Luka vivía. Durante el trayecto, mis pensamientos revoloteaban entre el nerviosismo y la emoción. Aún no podía creer que alguien como Luka se tomara el tiempo de ayudarme. Había algo en su tranquilidad que parecía calmar mis ansiedades, aunque seguía sin saber por qué me importaba tanto causar una buena impresión.

Cuando llegué, lo vi sentado en la cubierta del barco, tocando su guitarra con una calma que parecía fluir directamente desde él hacia el entorno. Las notas eran suaves, melódicas, y por un momento me quedé parada, simplemente observándolo, sintiendo cómo la música me envolvía.

Luka levantó la vista, notándome, y me dedicó una sonrisa cálida. Hizo un gesto con la mano, invitándome a subir.

—¡____! Llegaste justo a tiempo —dijo, dejando su guitarra a un lado para levantarse.

Yo llevaba mi teclado en su funda, colgando incómodamente de mi hombro. Subí al barco con pasos torpes, aún sin acostumbrarme del todo a caminar sobre algo que se balanceaba ligeramente. Luka, atento como siempre, me ofreció su mano para estabilizarme, y aunque me sonrojé un poco, acepté su ayuda.

Dentro del barco, el ambiente era cálido y acogedor. Dejé mi teclado sobre una mesita cercana mientras Luka me hacía algunas preguntas.

—¿Cómo van tus ensayos? —preguntó, acomodándose en un sillón cercano.

Hablamos un rato sobre mi progreso, y aunque todavía me sentía insegura, me di cuenta de que era más fácil compartir mis pensamientos con él. Luka no interrumpía, no ofrecía soluciones rápidas ni juicios. Solo escuchaba, asintiendo de vez en cuando y ofreciéndome palabras de ánimo cuando lo creía necesario.

Luego llegó el momento de practicar. Coloqué mi teclado en su soporte y me senté frente a este. Luka se posicionó a mi lado, observando pacientemente mientras mis dedos se movían sobre las teclas. No tardó en notar que mi postura era incorrecta, y con una gentileza que parecía innata en él, corrigió la posición de mis dedos.

—Así. Más relajada —dijo, colocando suavemente sus manos sobre las mías para guiarlas.

Lo miré de reojo, sintiéndome un poco vulnerable pero también extrañamente cómoda.

—¿Sabes tocar el piano? —le pregunté, más por curiosidad que por otra cosa.

Luka se rió suavemente, sacudiendo la cabeza.

—No realmente. Solo lo básico. Lo mío es la guitarra. Aunque, si quieres, puedo enseñarte algunas cosas.

No estaba segura de si eso era buena idea. Si mis dedos eran un desastre sobre el piano, no quería ni imaginar cómo serían sobre las cuerdas de una guitarra.

—Mis dedos son demasiado cortos para eso —dije con una pequeña risa nerviosa.

—No te preocupes por eso —respondió Luka, con una sonrisa tranquila que hacía difícil decirle que no—. Vamos, inténtalo.

Antes de que pudiera protestar, ya había colocado su guitarra sobre mis piernas, inclinándose ligeramente para mostrarme cómo posicionar mis manos. Sus dedos guiaron los míos con paciencia, acorde por acorde.

Al principio, no lograba que las notas sonaran limpias, pero Luka no parecía frustrado. Todo lo contrario. Cada error que cometía era recibido con un pequeño consejo o una broma ligera que me hacía reír.

Y por primera vez en mucho tiempo, tocar música volvió a sentirse divertido. Me recordó a cuando empecé con las lecciones de piano, antes de que la presión y las expectativas las convirtieran en algo agotador. Luka no juzgaba ni exigía. Solo estaba ahí, disfrutando del momento conmigo.

Al mediodía, llegaron los demás integrantes de la banda. El ambiente cambió, volviéndose más animado y bullicioso. Luka tuvo que ir a prepararse, pero antes de levantarse, me sonrió y dijo:

—Fue divertido. Deberíamos hacerlo de nuevo. ¿Te quedas al ensayo?

No pude decirle que no, así que guardé mi teclado y me senté cerca para observar. Todos parecían tan apasionados por la música, y aunque no entendía mucho de lo que hablaban, el ambiente me hacía sentir bien.

Sin embargo, ese momento de tranquilidad fue interrumpido por una llamada. Mi madre.

—¿Dónde estás? ¿Qué haces afuera tanto tiempo? —preguntó, con un tono que mezclaba preocupación y molestia.

Miré la hora en mi teléfono y me di cuenta de que ya era tarde. Bueno, eran entre el mediodía y la una, pero mamá era un poco estricta con las salidas, sobre todo en una ciudad desconocida. Me disculpé con ella y le dije que ya iba de camino a casa.

Antes de irme, recordé que aún tenía el suéter de Luka, el que me prestó aquella vez en la cabina telefónica. Lo saqué de mi bolso y lo dejé cuidadosamente sobre la silla donde él había estado sentado antes. Por alguna razón, no me atreví a despedirme de él directamente.

Salí del barco en silencio, sin mirar atrás. Mientras caminaba hacia el taxi, no pude evitar sentir una mezcla de emociones. Había sido un día agradable, lleno de pequeñas alegrías que me recordaron que la música podía ser más que una meta inalcanzable.

Y aunque me sentía un poco culpable por irme sin despedirme, también estaba segura de que habría más oportunidades para compartir con Luka. Algo en mí lo sabía.

ˏˋ°•*⁀➷ notitas.

☁️┊feliz navidad tilines. ya siento que el fic está valiendo madres pq tiene años que no escribo y olvidé como desarrollar historias románticas.

☁️┊ los tqm.

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