𝓲𝓿. 𝑠𝑖𝑐𝑘
Sin embargo, al doblar la esquina, la escena que me recibió me dejó helada. In-ho estaba encima del chico de cabello morado y su amigo, propinándoles una paliza sin piedad.
La escena me transportó a otro tiempo, a una época que ahora parecía tan lejana como irreal. Recordé cuando estábamos en la universidad y él se enfrentaba a aquellos que se atrevían a molestarme. Era diferente entonces, más joven, pero igual de protector. Siempre decía lo mismo: "Déjenla en paz", y si no lo hacían, sus palabras se convertían en golpes que dejaban claro que conmigo no se metía nadie.
Cuando empezamos a salir, su protección se intensificó. No importaba cuántas veces le dijera que podía cuidarme sola; para él, mi bienestar era prioridad. "Déjame a mí, ahórrate problemas", solía decirme con una sonrisa tranquila, antes de asumir la responsabilidad de todo. Esos recuerdos me llenaron de una nostalgia dolorosa. ¿Cómo habíamos llegado hasta aquí? ¿Cómo había cambiado tanto todo?
Volví al presente cuando noté cómo In-ho apretaba las manos alrededor del cuello del chico, su rostro una máscara de ira contenida. El jugador 230 estaba perdiendo el aire, y si nadie lo detenía, no saldría vivo de esta.
—¡Basta!— mi voz cortante cortó el aire, haciéndome sentir que aún podía alcanzar al hombre que conocía.
In-ho se detuvo de inmediato. Sus ojos encontraron los míos, y en ese momento pareció que el tiempo se detenía. Su mirada, seria y profunda, chocó con la mía, llena de reproche y preocupación. Durante unos segundos interminables, nos hablamos sin palabras, como si nuestras miradas intentaran transmitir aquello que nuestras bocas no podían decir.
Finalmente, In-ho suspiró, desviando la vista como si reconociera la verdad en mi orden. Con un movimiento lento, soltó al chico y se levantó, dejando que este cayera al suelo con un sonido sordo. Los jugadores que habían presenciado la escena comenzaron a aplaudir, rompiendo el tenso silencio.
In-ho, que nunca fue de mostrar sus emociones abiertamente, ofreció una sonrisa nerviosa. Una sonrisa que, por un instante, me recordó al joven que conocí hace años, el que sonreía de esa misma manera cuando lo halagaba por cómo me protegía. Eran otros tiempos, tiempos más simples.
Sin embargo, este no era el pasado, y la persona frente a mí ya no era el mismo joven que conocí. Y aun así, en ese pequeño gesto, pude ver un destello de quien fue, de quien quizás todavía podía ser.
Después de regresar con mi hermano, llegó la hora de dormir. Pero el sueño era lo último en mi mente. No podía relajarme en un lugar como este, no cuando esos guardias de trajes fucsias y metralletas podían irrumpir en cualquier momento. Esto no eran unos simples juegos; era un infierno disfrazado de entretenimiento. Permanecí junto a Gi-hun, intentando encontrar algo de calma en su presencia, aunque por dentro me carcomía la ansiedad.
—Voy a matar a alguien si en la próxima votación vuelve a ganar el círculo.— murmuré mientras pasaba las manos por mi rostro, intentando ahogar el cansancio y la frustración.
—Tranquila, Ji-yun. Saldremos de aquí.— Gi-hun me miró, y aunque su expresión era seria, había una chispa cálida en sus ojos. Esa mirada era un recordatorio de que, bajo esa fachada endurecida, mi hermano seguía siendo la misma persona de siempre: un alma buena atrapada en circunstancias imposibles.
Sin embargo, la breve tranquilidad que sentí a su lado se esfumó cuando una voz conocida interrumpió nuestros pensamientos.
—Disculpen. Veo que no pueden dormir. ¿Hablamos?
Al escuchar esas palabras, levanté la vista. In-ho estaba allí, su mirada dividida entre Gi-hun y yo. Había algo en su postura, algo entre la firmeza y la vulnerabilidad, que hizo que mi pecho se apretara.
Suspiré, nerviosa. Lo mejor sería irme. No quería hablar con él, no todavía. Las heridas del pasado seguían abiertas, y aunque yo había decidido irme de su lado hace años, enfrentar esa conversación ahora parecía demasiado.
Me puse de pie, decidida a marcharme, pero su mano se cerró suavemente alrededor de mi brazo antes de que pudiera dar un paso.
—No, quédate.— dijo en voz baja.
El tono de su voz, casi suplicante, me desarmó. Afortunadamente, Gi-hun estaba absorto mirando hacia la nada, porque si hubiera visto la mirada de In-ho en ese momento, habría descubierto la verdad que yo intentaba ignorar: que, a pesar de todo, seguía importándome.
—Yo...— mordí mi labio inferior, indecisa. Mi instinto me gritaba que me marchara, pero al final, algo más fuerte me hizo sentarme de nuevo.
In-ho pareció aliviado, como si mi decisión le hubiera quitado un peso de encima. Se sentó junto a mí en una de las barandillas de la cama, su postura tensa, como si las palabras que iba a decir fueran un desafío en sí mismas.
—Quería disculparme.— dijo finalmente, su voz firme pero cargada de una sinceridad que no esperaba. Sus ojos, que siempre habían sido un refugio de seguridad para mí, ahora estaban llenos de arrepentimiento.— Me pasé de la raya.
Antes de que pudiera responder, Gi-hun habló primero, su tono despreocupado intentando aliviar la tensión:
—No hay problema. De todas formas, ya les eché toda la culpa a ustedes.— Su comentario, aunque en broma, dejó entrever su propia frustración.
Sentí el peso de la mirada de In-ho sobre mí, esperando una respuesta. No estaba segura de qué decir. Las palabras de disculpa no borraban el dolor ni el tiempo perdido, pero en su voz había algo real, algo que me hizo considerar, por un breve instante, la posibilidad de reconstruir lo que habíamos perdido.
El silencio que siguió era denso, lleno de todo lo que queríamos decir pero no nos atrevíamos.
—Mi hija está muy enferma.— dijo In-ho con voz pesada, como si esas palabras le desgarraran desde dentro.
Oh… así que tenía una hija. Y una esposa, probablemente.
Pero ¿qué esperabas, Ji-yun? No iba a esperarte toda la vida. Y menos después de que lo abandonaste…
Eso fue lo primero que me dije al oírlo. No tenía derecho a sentir nada al respecto. Además, si mi exmarido no me hubiera dejado en la ruina, ahora no estaría aquí, ni habría tenido que reencontrarme con él… ni con mi hermano.
Era obvio que había rehecho su vida. Lo lógico. Lo merecía. Aunque… aunque no fuera conmigo.
Soy una maldita egoísta. Si no me hubiese obsesionado con el dinero, si no lo hubiera puesto por encima de todo… quizás las cosas serían diferentes.
—Tiene cirrosis y necesita un trasplante...— continuó In-ho con un susurro cargado de angustia—.— No encontramos un hígado y mi hija está empeorando.
Pobrecita…
Y, de repente, me sentí culpable por siquiera haber pensado en su nueva vida. ¿Su madre también la estará ayudando?
—Pedí dinero de todas partes, pero nada. Y… también me echaron del trabajo. Este juego era mi última esperanza.
Hizo una pausa, respiró hondo. Vi cómo sus ojos comenzaban a humedecerse.
—Te entiendo. Entiendo lo que dijiste, 456. Pero yo… necesito este dinero. Aunque sea a costa de la vida de otros. Quiero usarlo… para salvar a mi hija.
El peso de esas palabras cayó sobre nosotros como una losa.
No podía imaginarme su dolor. Yo nunca quedé embarazada, nunca tuve hijos. Mi exmarido era estéril y nunca quiso adoptar. Pero eso no significaba que no pudiera entender lo que sentía. No había nada peor que perder a alguien a quien amas. Y yo también lo sabía…
Porque ayer me enteré de que mi madre había muerto. Y no pude hacer nada por ella.
Tragué saliva y, sin querer parecer insensible, pregunté:
—¿Y su madre? Supongo que se ha quedado para cuidarla…
In-ho me miró un instante antes de soltar una pequeña sonrisa. Pero no era una sonrisa de alegría. Más bien de resignación.
—Nos divorciamos hace unos diez años. Ella nunca quiso tener hijos. Cuando supo que estaba embarazada, le dije que yo me haría cargo. Desde el nacimiento de mi hija, no supe más de ella.
Guardó silencio por un momento. Luego añadió con suavidad:
—Pero así estamos mejor. Mi hija y yo estamos mejor solos.
Me sostuvo la mirada. Como si quisiera decirme algo más. Algo que no lograba descifrar.
Y aunque no quería admitirlo, una parte de mí se sintió… aliviada.
—Oh… lo siento. No debí preguntar eso.
Él negó con la cabeza y volvió a mirar hacia adelante. Suspiró y se levantó con lentitud.
—Será mejor que me vaya a dormir. Hay que estar con energía para el próximo juego. Gracias por escucharme… 456, Ji-yun.
Me miró una última vez antes de marcharse hacia su cama. Y tenía razón. Deberíamos descansar. No sabíamos qué prueba vendría mañana y debíamos estar preparados.
—Sí… creo que haré lo mismo.— me giré hacia mi hermano.— Descansa, Gi-hun. Te conozco, cuando algo se te mete en la cabeza no hay quien te lo saque.
Me acerqué y le di un beso en la frente, como cuando éramos pequeños. Él me dedicó una leve sonrisa, casi imperceptible. Y yo me fui. Sabía que no me haría caso. Era demasiado testarudo.
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