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Capítulo 4 |+18

El silencio de la noche se veía interrumpido por la estridulación aguda y perceptible a la distancia que emitían los grillos que rondaban en el jardín. Había una brisa cálida que acompañaba al estrellado cielo que, con la ayuda de las farolas, iluminaban la oscuridad de la pesada noche que caía sobre la ciudad. Algunos perros correteaban por las calles y algún que otro gato se encontraba en medio de alguna disputa junto con otros felinos sobre los tejados de alguna casa cercana.

Caminó de un lado a otro en la habitación escuchando el rechinar de la madera bajo sus botas, sintiendo su respiración agitada y mordiendo el borde de su dedo índice mientras esperaba impaciente a que se diera el momento exacto.

Miró de reojo la silueta que permanecía a un costado y tiró de su propio cabello para luego frotarlo exasperado y finalmente mirar en aquella dirección.

—¿¡Y tú que me ves!? —exclamó moviendo sus brazos hacía atrás extendiendo estos a sus costados—. Siempre haces lo mismo, deberías dejarme tranquilo... —murmuró apuntando en aquella dirección—... al fin y al cabo, es solo tu culpa —soltó con desprecio pintando cada matiz de su voz.

Rascó su nuca y se dirigió al jardín de la anticuada casa, miró el montículo de tierra que aún permanecía allí y pateó la pala que seguía clavada en la tierra en un intento en vano de calmarse.

Miró a la lejanía, las luces de las demás casas permanecían apagadas, especialmente la de ella. Una corriente circuló por cada una de sus extremidades logrando que se formase una amplia sonrisa en su rostro, se sentía enérgico y con unas tremendas ganas de dar inicio a su pequeño y sucio juego retorcido.

Decidido, saltó la cerca de un impulso y a pasos firmes se dirigió hacia aquella casa de aires pintorescos. Miró hacia arriba, con sus manos en los bolsillos de su pantalón deportivo y dejando escapar un gran suspiro, abrió la puerta que daba al jardín trasero, tal y como lo pensó, nadie la había cerrado.

Se introdujo en aquella casa y con las manos detrás de su espalda, analizó todo a su alrededor recorriendo la estancia con pasos cortos y calmos, dando giros de vez en cuando; dedujo que no eran muy ordenados ni tampoco tenían demasiada decoración, eran sencillos en eso y de cierta forma, se sintió agradable aquel lugar.

Pero ella era complicada, desde el momento en el que la había visto al llegar, no pudo pasar por alto sus ojos suplicantes que le imploraban un rescate de inmediato y eso le estrujó el pecho. Él no tenía ni idea de que ella estaba allí.

Llegó hasta su habitación y pegó su frente a la puerta dejando escapar un suspiro pesado que venía desde el fondo de sus entrañas antes de abrirla. Ingresó bajando el cierre metálico de aquel abrigo fino que llevaba puesto y arrojó la prenda en algún sitio que le fue indiferente. Tomó la tela negra de su remera de cuello en "v" de su camiseta negra pero antes de quitársela, prefirió dejarla en su lugar y se sentó a un lado de la cama observándola dormir.

Estiró su brazo y con sus largos dedos de pianista delineó el contorno de su rostro, ella seguía siendo tan hermosa para él, sin importar el tiempo, ella se mantenía intacta. Su respiración era pausada y de entre sus labios salía algún que otro suspiro, la piel en la altura de su frente se arrugaba levemente como si comenzara a tener una pesadilla y eso bastó para encender aquel impulso que estaba controlando con dificultad.

Se inclinó sobre ella depositando suaves besos en su mejilla, recorriendo el contorno de su rostro hasta llegar a su cuello, no planeaba detenerse, mucho menos luego de escuchar los suspiros que se escapaban de los dulces labios de su amada que comenzaba a despertar de su pesadilla, para adentrarse en otra aún más aterradora que la primera.

—¿Tae-hyung?... —murmuró adormilada, sintiendo los besos húmedos que recorrían su cuello hasta perderse entre sus pechos.

No dijo ni una palabra más, pues él la había silenciado con un beso apasionado que ella correspondió. No sabía si era real lo que sucedía, pero si era un sueño húmedo con su misterioso vecino, deseaba no despertar y ver a donde llegaba toda la situación.

—Ho-yeon... —murmuró en un tono de voz triste—... extrañaba tanto el aroma de tu piel... —susurró deshaciendo el pequeño nudo que impedía abrirle por completo la blusa y tomó el borde de su camiseta negra para arrojarla lejos—... tus caricias y tus besos... —continuó descendiendo por su torso y no pudo evitar comenzar a bajar el pantalón de pijama que ella llevaba—... ¿por qué te fuiste? —bramó adolorido.

Había una latente angustia creciendo en su pecho y como una bola de demolición, poco a poco el enojo se hacía presente en su cuerpo, abriéndose camino con pasos agigantados al permitir que por su mente rondaran recuerdos que no deseaba revivir.

Y la vista se le nublaba, escuchando las voces que siempre lo atormentaban a toda hora. Eran como largos y lastimeros gritos ahogados, un llanto tronador haciendo eco como el vaivén de las olas al reventar contra las rocas. Aunque tratara de callar todo, la agonía perduraba y se instalaba en cada fibra de su ser, como si fuese él mismo, en la piel de aquella persona perdida que trataba de retomar un rumbo que ya no existía ni tenía lugar alguno entre los vivos.

Dejó de lado la delicadeza y se deshizo de las prendas que aún permanecían en sus cuerpos. Se abrió paso entre las piernas de la mujer y pegó su frente a ella, mirado sus ojos que brillaban desorientados, para luego besarla pasionalmente y dar comienzo a sus propios vaivenes.

Pudo sentir como sus uñas, medianamente largas, se clavaban al costado de su cuerpo arañando la zona aferrándose más a él, y como algunos jadeos débiles salían de su cuerpo mientras repetía su nombre una y otra vez, dejándose llevar por el éxtasis del momento.

Era una noche apasionada, no importando los ruidos de los autos al pasar, los ladridos de los perros o los maullidos estridentes de los gatos sobre los tejados... aquella era la noche perfecta del canto de los grillos, la primera noche de muchas que pronto tendrían porque Tae-hyung no podía dejarla.

Ella era tan adictiva como cualquier droga en exceso de consumición, era tan deseada y cuidada como aquel cigarrillo que quedaba merodeando por si solo en la pequeña caja y el fumador designado sabía que lo necesitaba, pero se resistía a ello, a sabiendas de que de igual forma, aunque tratase de retrasarlo, caería.

Sentir el calor y la suavidad de su tersa piel, aquella que adquirió un suave bronceado como delicadas pinceladas hechas por el sol, contra la suya, mientras oía los suspiros cerca de su oído como si ella le estuviese relatando algún secreto y como se aferraba con una mano a su hombro y con la otra a su cabello mientras le daba acceso a su cuello para que él pudiese morderla allí... lo volvían loco, más de lo que ya lo estaba.

—¡Tae-hyung! —exclamó jadeante, mientras sentía su cuerpo temblar y como aquel hombre la complementaba.

Pero él no quería detenerse, quería disfrutar por completo del cuerpo de su amada, quería poseerla tantas veces como le fuera posible.

Salió del interior de ella y la tomó de la cadera girando su cuerpo, de tal forma que la dejó acostada boca abajo, la tomó de las piernas y la arrastró hasta el borde de la cama dónde la acomodó de tal manera que sus piernas estaban flexionadas y su pecho permanecía recostado sobre la cama.

Ella en ningún momento se quejó, sin dudas, era lo mejor que alguna vez le habían hecho sentir en la vida. Se sentía en las nubes, era como si su cuerpo respondiera por si solo ante las caricias que él le daba, como si hubiese estado ansiosa esperando a que ocurriera.

Tae-hyung estiró su mano y con la yema de sus dedos recorrió la espalda de su pareja, se inclinó besando cada centímetro de su piel y retrocedió comenzando otra vez con aquel juego que había comenzado.

Ju-ri se sentó de pronto en la cama llevando su mano a su pecho que estaba a punto de escaparse, le dio algunas palmaditas a su pecho como si aquello fuera a permitir la circulación del aire que parecía haberse atorado a mitad de camino. Tomó su cabello en puñados con ambas manos mientras abría y cerraba sus ojos con fuerza no creyendo en lo que había sucedido.

No recordaba todo exactamente, pero recordaba algunas partes de su sueño, recordaba su rostro y sus profundos ojos mirando cada una de sus expresiones.

—¿Qué me sucede?... —murmuró tirándose nuevamente hacia atrás, tapándose la cara con una almohada—... ¿acaso es posible tener esa clase de sueños? —se cuestionó y se lo pensó mejor—. Imposible, ese maldito....

Rápidamente se colocó de pie y se dirigió al baño para mojarse la cara, miró su reflejo en el espejo y notó sus mejillas rojas. Estaba avergonzada, ni siquiera podía ver su propio rostro a través del espejo por mucho tiempo.

Abrió la regadera y quitó sus ropas de dormir, se paró frente al espejo buscando algún rastro de aquella noche pero no había nada que le indicara que había ocurrido realmente y se sintió como una tonta, pues de cierta forma, estaba esperando a que algo de aquello sucediera. Se metió debajo del agua y se duchó rápidamente antes de cambiarse y bajar.

Sacudió con leves golpes su falda de color caramelo mientras bajaba por las escaleras y se dirigió hacia la cocina donde su madre ya se encontraba terminando de servir el desayuno, incluso Nam-gyu ya se encontraba allí esperando.

—Ju-ri, llevaré a Nam-gyu a la escuela y haré algunas cosas... —murmuró hurgando dentro de su cartera—... ¿puedes llevarle ese anillo a Tae? —preguntó mientras salía de la cocina.

Ella no dudó ni un instante en seguirla—¿Por qué yo?, vas de salida, ve a dárselo tú.

—Voy en la dirección contraria y tu trabajo queda en aquella dirección, ve —ordenó antes de irse seguida por su hijo.

Ju-ri arrugó su nariz y miró su reflejó a través del espejo, llevaba puesto unos relucientes borcegos negros junto con unas medias finas del mismo color, y su falda a de color caramelo de botones; también tenía puesto un sweater negro con dos líneas gruesas en forma de "V" que partían del cuello, una blanca y la otra del mismo color que la falda.

«Esto es ridículo», se dijo a sí misma, cuando se vio juzgando su atuendo para ir a devolver un simple objeto.

Tomó el anillo que reposaba sobre la mesa, tenía un diamante de corte princesa de color verde esmeralda y parecía ser de plata. Sofisticado y varonil. Abrió la puerta de su casa y se largó de allí colocando el seguro, dejaría el anillo y se marcharía al trabajo.

Golpeó fuertemente la puerta de mal humor con mucha impaciencia y no se detuvo hasta verlo. Tae-hyung se asomó por la puerta con el cabello despeinado y los ojos apenas entreabiertos, frotó su cabello y la miró esperando a que hablara, pero ella estaba inmersa en la figura de su torso que se marcaba a través de la fina camiseta negra que llevaba puesta y que le recordaba a la vestimenta que el llevaba en su sueño.

—Se te cayó esto en mi casa, mi madre me dijo que te lo devolviera —extendió la mano mostrando el reluciente anillo.

Tae-hyung se apoyó sobre el marco de la puerta y con la mano libre sostuvo la puerta impidiendo que se abriera por completo—Quédatelo, no lo quiero —dijo con desinterés y cuando estuvo a punto de retroceder, ella lo interrumpió deteniéndolo.

—Es imposible, es tuyo y además, ¡es enorme! —exclamó.

Él se acercó de pronto tomando su mano y examinando sus dedos—Es verdad, tus dedos son muy finos y pequeños... —dijo pensativo, Ju-ri se mantuvo tiesa, su mano era cálida y un poco áspera al tacto, e inmediatamente recordó nuevamente su sueño y sus mejillas se enrojecieron—... debes ser del cinco y medio o quizás del cuatro. Te regalaré otro, puedes usar este con una cadena y llevarlo contigo como si fuese un collar.

— ¿Por qué lo haría? —preguntó ella confundida, frunciendo su entrecejo.

Pero no estaba en los planes de Tae-hyung responder, por lo que le sonrió y se volvió a meter a la casa, cerrando la puerta frente a sus narices.

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