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Capítulo 1

Monótonamente la alarma de su celular sonó despertándola para comenzar su rutina diaria, no debía ir a la universidad; no porque fuese alguna ocasión especial, sino porque simplemente no había decidido una carrera para seguir estudiando, y así estaba bien. No sentía ningún fanatismo por consumir libros y explotar sus neuronas con más información de la que se sentía capaz de almacenar, ni en pasar horas y horas sin dormir para prepararse en época de exámenes... por el contrario, odiaba estudiar. Odiaba la presión que ello implicaba.

A demás, ¿por qué debía de estudiar el contenido limitado que el sistema educativo decidía?, ¿sentirse limitada?, jamás. Ni siquiera lo consideraba opción. Siempre había creído que aprendía mucho más por su cuenta, que pasando horas encerrada dentro de cuatro paredes escuchando hablar a distintos profesores que parloteaban recitando la misma clase que habían dado durante muchos años. De solo pensarlo, le daba migraña.

Y daba gracias al ser divino al que muchos le rezaban por los domingos en la mañana, que la había bendecido con una madre que la apoyaba en cada decisión; a pesar de que, en ocasiones, esas decisiones pudiesen arruinarle la vida. Pero al menos ella, su madre, dejaba que así aprendiera, tropezando y levantándose cuantas veces sea necesario.

No se duchó, pues ya lo había hecho anoche, pero si lavó sus dientes mientras buscaba en su armario algún conjunto de ropa apta para ir a trabajar. De entre el montón desordenado de ropa, eligió unos jeans azules y una camisa polo fraccionada horizontalmente por los colores azul, blanco y rojo. Dejó su cabello suelto pero se colocó unas ligas en la muñeca para atarlo luego, tomó una sudadera azul y aplicó uno de sus perfumes de aroma cítrico que su madre le había regalado en su anteúltimo cumpleaños. Una vez escogió todo lo que se pondría, regresó al baño que compartía entre su madre, su hermano pequeño y ella. Terminó de alistarse y bajó las escaleras con lentitud, los miércoles eran los peores días para ella por ser los más tranquilos de toda la semana.

-Ju-ri, ¿debes trabajar hoy? -preguntó su madre en cuanto la vio aparecer en la cocina. Ella asintió en respuesta, mientras se llevaba una rebanada de pan a la boca y la apretaba con sus labios en tanto servía un poco de café en su taza-. Necesito que lleves a tu hermano a la escuela, ¿podrías? -inquirió, mientras dejaba de lado su revista y la observaba caminar con parsimonia por toda la cocina.

Se quitó el pan de la boca y la miró-¿Tengo opción? -frunció los labios. Su madre negó con algo de diversión y Ju-ri dejó escapar un suspiro continuando con lo suyo-. Debí suponerlo... -murmuró. En cuanto terminó de alimentarse, fue en dirección a la habitación de su hermano de diez años pero allí no estaba. Así que, bajó nuevamente las escaleras y salió al jardín-... ¿Nam-gyu? -preguntó al verlo mirar por la cerca que dividía su jardín con el que le pertenecía a la señora Kang, una mujer muy mayor que prácticamente era como una abuela para ellos.

El niño estaba de pie sobre una cubeta de la cual saltó rápidamente al ser descubierto por su hermana; aquel pedazo de plástico cayó hacia un lado por el pequeño golpe que Nam le había dado al saltar. Torció sus labios en una sonrisa que apuntaba hacia abajo, su hermano no solía ser muy cuidadoso y casi siempre se lastimaba con facilidad.

Para ella, en su posición de hermana mayor y como la aparentemente más "responsable", le resultaba realmente tedioso tener que reprocharlo cada vez que hacía algo imprudente por más pequeño que fuera pero, es que él no se daba cuenta o prefería simplemente ignorarlos y seguir con sus juegos de niño.

Movió su cabeza de lado a lado con desaprobación mientras se acercaba más a él.

Nam se sobresaltó y la miró asustado mientras tomaba su mano y la acercaba hasta la cerca de madera-Ju-ri, mi pelota cayó del otro lado -explicó apuntando en aquella dirección-. Ve por ella, la necesito para hoy. Tenemos práctica y les dije que llevaría mi pelota.

Ella lo miró frunciendo el entrecejo-¿Por qué debo ir yo? -preguntó agudizando su voz, le resultaba increíble la manera en la que su hermano pequeño le pedía que hiciera todo por él, porque esta no era la primera vez-. Ve tú, la señora Kang te ha dicho que puedes pasar cuando tu pelota caiga en su jardín -le recordó. Realmente la anciana se había cansado de los veranos interminables en los que a Nam se le caía la pelota y algún que otro juguete que lanzaban con sus amigos cuando estos lo venían a visitar.

Nam-gyu dio pequeños saltos en su lugar y se quejó, era sin dudas, un niño caprichoso-Pero vi a un chico tomar mi pelota y entrar en la casa.

Ju-ri llevó su mano a su rostro cubriéndolo con frustración y caminó en dirección al interior de la casa con Nam pisando sus talones rápidamente. Ambos se despidieron de su madre, que seguía en la cocina leyendo una de sus revistas de cosméticos y los hermanos se dirigieron hacia la casa de la señora Kang con rapidez, pues se les haría tarde para ir a sus respectivos lugares.

Ella tenía alrededor de ochenta años, aquella anciana prácticamente había vivido más de la mitad de su vida en aquella casa de gran tamaño que con el paso de sus años, fue remodelada para evitar que se cayera a pedazos por lo anticuada que era.

La señora Kang los había visto crecer a ambos e incluso cuando Ju-ri era pequeña, solía visitarla todas las tardes a la hora del té porque sabía que la anciana la esperaba con unas deliciosas galletas de limón.

Al estar de pie frente a la casa, notó que todas las ventanas eran cubiertas desde su interior por cortinas, lo cual le pareció raro, ya que a la anciana le gustaba mucho que la luz natural del día iluminara todo el interior, por eso era que su casa poseía amplios ventanales ubicados estratégicamente en los lugares por donde más tiempo daba el sol hasta el anochecer.

Tocó el timbre y esperó pacientemente a ver al rostro amigable de la anciana. La puerta se abrió un poco y por la estrecha ranura, divisó un rostro extraño.

-Oh, disculpe... -comenzó a hablar algo titubeante, pero se detuvo al sentir como su hermano se escondía detrás de ella como si aún tuviera cinco años-... ¿está la señora Kang?, necesito pedirle un favor -continuó, intentando ver más de aquel rostro poco familiar que permanecía escondido detrás de aquella apertura.

La persona detrás de la puerta abrió por completo esta y se dejó ver para la sorpresa de los allí presentes. Llevaba puestos unos jeans negros ajustados y una remera ancha de color blanco con algunas letras escritas en negro y rojo. Tenía el cabello levemente rizado y algo corto, de un color castaño oscuro que hacía juego con sus ojos poseedores de un brillo particular, algo que los diferenciaba del resto de miradas opacas con las que Ju-ri acostumbraba a toparse a diario.

Eso cautivó su atención casi por completo, era algo distinto y tenía una especie de aura que a toda costa advertía peligro, incluso si su rostro jovial carecía de malas intenciones.

Tenía unos labios con un arco de cupido pronunciado que se transformaba en una delgada línea torcida ante su sonrisa cuadrada. Algo que transformaba casi por completo su rostro y ya no estaba tan segura de si sus intenciones verdaderas no eran malas.

Se marchó dejándolos confusos y al cabo de un minuto, regresó con la pelota blanca de rombos negros que su hermano había perdido en el jardín.

Su hermano la empujó para acercarla a él y ella estiró sus brazos dispuesta a tomar el objeto pero se le fue arrebatado una vez más, sin darle tiempo a tan siquiera de rozar el cuero de la pelota.

-No creo que sea tuya -comentó, su voz sonaba tan grave que se le erizaban los bellos de la piel a la joven. Pero no la miró, sus ojos estaban fijos sobre el niño, que temblaba tanto como un papel.

Nam-gyu se abrazó a la cintura de su hermana con miedo, ella suspiró cansada de la situación y llevó su mano a la pequeña cabeza de su hermano, dándole suaves toques para que supiera que todo estaba bien y el niño finalmente se acercó al hombre esperando a que le diera la pelota-¿Podría dármela?, por favor -pidió amablemente, su voz apenas era audible.

El hombre le tendió la pelota y cuando el niño planeó tomarla, salió huyendo despavorido ante el susto que había recibido de parte del hombre que le había gritado "boo" para ahuyentarlo. Él comenzó a reír con fuertes carcajadas mientras movía su cabeza de lado a lado, no podía creer cuán rápido se había asustado el niño, era un tiempo record el que acababa de cumplir y lo hacía sentir feliz.

-Oye, no tenías por qué asustarlo gritándole en la cara -dijo Ju-ri molesta, interrumpiendo su momento de gloria. Se acercó a él decidida e intentó tomar la pelota-. Es tan solo un niño, no debiste comportarte así. ¿A caso también eres un niño? -espetó aun siendo atormentada por la imagen del rostro de su hermano al huir con lágrimas en sus pequeños y almendrados ojos.

Pero en vez de toma la pelota, él con un movimiento ágil, giró su cuerpo tomándola de la cintura, alzando la pelota por sobre sus cabezas. El calor que su cuerpo desprendía y la cercanía que mantenían la puso nerviosa, sus labios parecían sellados; se sentía incapaz de poder quejarse por lo que él estaba haciendo y también se sentía algo aturdida por el perfume que él utilizaba, era como si al instante le hubiese nublado todos los sentidos y la dejase en un tiempo y espacio desconocido.

Inclinó su cabeza cerca del oído de ella y en un susurro le dijo algo descarado-Bésame, y te la daré.

Eso bastó para dispersar la neblina que la rodeaba y encender el enojo en ella, elevó sus manos a la altura de su pecho y lo empujó separándolo de ella, trastabilló pero se recompuso de inmediato alejándose varios pasos-¡Lunático! -le gritó mientras se alejaba molesta, casi echando humos por los oídos.

Si se quedaba más tiempo, lo abofetearía y no quería llegar a ese extremo en respeto a la señora Kang, pues si la anciana estaba allí dentro seguramente la reprendería por su pésimo comportamiento como muchas otras veces había hecho.

Todo lo que pudo oír fue su risa estrepitosa en la lejanía que a sus oídos llegaban como un sonido burlesco; su mente estaba en su hermano, en el cual ni siquiera le había dado tiempo de reaccionar para ir por él, y su cuerpo seguía atrás, en la entrada de la casa de la señora Kang, reproduciendo una y otra vez, la sensación de tener su cuerpo junto al de aquel hombre que dé más estaba decir, era realmente guapo.

-¿Si te dio la pelota? -preguntó Nam en cuanto vio a su hermana llegar a su lado. Con su mano limpiaba sus ojos apartando las pequeñas lágrimas que se le habían escapado.

Ella veía la duda en sus ojos avellana, una chispa de desilusión también cuando no visualizó su pelota entre las manos vacías de su hermana.

Extendió su brazo pasándolo por sus hombros y lo empujó suavemente hacia adelante para indicarle que continuara caminando o se les haría tarde a los dos, más de lo que ya era-No dejes que un idiota como él te haga llorar. Es más, ni te preocupes, hermanito... -comentó-... no necesitas esa pelota, te compraré otra y será mejor -lo tranquilizó.

Sabía que aquella pelota tenía gran valor sentimental para su hermano porque había sido el último regalo que su difunto padre le había dado. Pero no por ello, besaría a un extraño para recuperar una pelota. Ella valía más que eso e incluso sus besos.

Por más candente que este pudiera lucir.

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