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«𝐋𝐀𝐙𝐎𝐒» 𝟑


Las horas pasaban rápido, sin darse cuenta la noche había llegado, luego de despedirse de aquella niña que había salvado, no regreso a casa. Todas las noches parecían igual, si le prestabas atención a los pequeños detalles podrías darte cuenta de lo único que eran las noches, el viento soplaba en direcciones diferentes, las estrellas siempre brillaban y decoraban todo el cielo nocturno, las cigarras acompañaban a la luna con su pequeño canto; todo era muy bonito. Sana cada noche salía de casa a mirar el cielo y apreciar la luz de la luna; la luna llena era su favorita y le encantaba sentarse frente a ese enorme lago mirando el cielo. No recordaba ninguna noche en las que no haya ido a mirar el cielo desde que vivía en esa pequeña casa, todos los días se sentaba en paz y admiraba la noche. Solo hubo un día en el que decidió salirse de su rutina y fue cuando se encontró con la pequeña niña que dormía en su casa.

No quería regresar a casa, Sana quería quedarse toda la noche admirando el cielo, esa noche no era igual a las anteriores, no solo por el hecho de que no hubiera ninguna estrella en el cielo. Se sentó enfrente del lago y abrazo sus rodillas poniendo encima su mentón, se quedó observando el reflejo de la luna en el lago; era una noche perfecta y tranquila a pesar de todo lo sucedido la noche anterior.

«Nunca lastimes a nadie inocente, tú no eres mala. Tú no eres como ese hombre»

Sana observo sus manos con detalle, recordando todo lo que sucedió, podía escuchar todavía los gritos de ese hombre, su madre siempre le repetía dichas palabras; no se arrepentía.

Flashback:

«Un mes antes»

El clima se había calmado, hace unos días las lluvias eran demasiado fuertes y se escuchaba la fuerte tormentas eléctricas y la fuerte brisa que aporreaba las ventanas. Sana se encontraba desesperada, su madre llevaba días en cama, por más que intentó cuidarla y darle sus pastillas a tiempo, no parecía mejorar, si no todo lo contrarió, el estado de salud de su madre iba empeorando; se odiaba por no poder hacer nada. No le gustaba ver a su progenitora todo el día postrada en cama, la tos solo empeoraba y los remedios que consiguió esa tarde no funcionaban y era su única esperanza.

Se sentó aún lado de la cama, sujetó con mucha fuerza la mano de su madre intentando no lastimarla, se recostó poco a poco, escuchaba su respiración y los latidos de su corazón iban cada vez siendo más débiles. 

—Sana, mi pequeña hija—Susurro su madre con mucha delicadeza mirando a Sana quién tenía los ojos cristalizados evitando llorar—No llores mi pequeña, sabíamos que esto pasaría tarde o temprano.

Sana solo miraba a su madre, quería decirle tantas cosas, sin embargo, las palabras no salían, sentía un enorme nudo en la garganta. La puerta se abrió repentinamente y ambas voltearon a ver de quién se trataba, era una persona cuyo rostro no conocía, aún con esa capucha, pudo distinguirla bien. Tenía los ojos negros con las pupilas dilatadas, su cabello era corto en un tono castaño y era bastante alta.

—Viniste—Dijo la madre de Sana en un tono alto para que la persona de la puerta la escuchará—Pensé que no vendrías.

Sana estaba confundida.

—Lo mismo pensé—Respondió la mujer castaña—Tuve miedo de no llegar a tiempo—Se fue acercando lentamente y quitó su capucha dejando ver su rostro—Cuanto tiempo sin vernos.

Sana solo se quedo observando de pies a cabeza a la mujer castaña, por su inspección pasada se dio cuenta de que en verdad era bonita, no parecía tener la edad de su madre, por lo que se puso a la defensiva por si algo malo pasaba.

—Sana...—La llamó su madre e inmediatamente Sana volteó a verla—Podrías ir a comprarme unos panecillos al pueblo, de esos que son mis favoritos—Notó que Sana no parecía muy convencida de ir—No te preocupes por mí, es una amiga mía, estaré bien.

Sana asintió obedeciéndola. Salió de casa y cuando cerró la puerta dispuesta a irse, escuchó la voz de aquella mujer extraña decir su nombre y no pudo moverse quería escuchar que diría sobre ella.

—¿Es Sana? Me sorprendió al verla, es muy bonita... se parece a él.

Tragó saliva cuando escuchó ''El'', sabía a quién se refería.

—Sí, es una lastima que se parezca a el—Susurro la madre de Sana a duras penas pudo oírlo, su corazón se estrujó y agacho la cabeza la nipona—Pero, ella no será como él, por eso vine aquí con ella.

—Y bien ¿Por qué te urgía tanto verme? ¿Es por que te vas a morir pronto?

—No haz cambiado nada, siempre eres tan directa. Pero sí, necesitaba hablar contigo—La madre de Sana guardo silenció varios segundos—Tengo miedo de que el la encuentre y...

—Eso no sucederá—Intervino la mujer de cabello cortó logrando que la madre de Sana no pudiera terminar de hablar—Si es Sana de la que te preocupas, estoy segura de que estará bien. 

Se hizo silenció, lo único que escuchaba era la fuerte respiración de la  madre de Sana.

—Solo quiero pedirte un favor—Hablo de nuevo la madre de Sana tosiendo al terminar de hablar—Si su padre la encuentra y ese día llega... ¡MATALA!

—¿Matarla? ¿Es por lo que sucedió en Osaka?

Sana quedó horrorizada con las últimas palabras, abrió los ojos y sintió un nudo en la garganta. Salió corriendo del lugar, no quería seguir escuchando aquella conversación privada, mientras corría su corazón latía con fuerza y se preguntaba porque su madre le había pedido aquello a esa mujer extraña. Todos sus recuerdos con su madre iban apareciendo en su cabeza, todos los momentos tan felices que la hicieron llorar mientras huía, si todo era mentira... su corazón no soportaría.

''¿En verdad su madre la quería?''

No supo por cuanto tiempo corrió, hasta que estuvo alejada lo suficiente, se sentó debajo de un árbol ocultando su rostro sobre sus rodillas mientras las abrazaba fuertemente, no podía contener las lágrimas, estaba dolida y tenía miedo. Se quedo en la misma posición durante unas horas, no lloró, solo pequeñas lágrimas cayeron sobre su mejilla, no quería volver a casa, pero tampoco tenía a dónde ir. La luna estaba por salir, todo empezaba a oscurecer, se limpió sus pequeñas lágrimas y decidió regresar a casa, no fue corriendo, se tomo el tiempo de ir caminando y cuando sus ojos menos lo esperaron de lejos pudo ver la casa en dónde vivía, entre más cerca estaba, el olor de la mujer extraña no estaba más, solo podía sentir el olor de su madre. Se detuvo en un árbol que no se encontraba tan lejos, observo su casa y seguía indecisa en regresar, las velas estaban prendidas, podía verlo desde el reflejo de la ventana. Caminó a pequeños pasos hasta llegar a la puerta, se tardo unos segundos mirando la perilla y con todo el valor abrió la puerta, finalmente pudo ver el rostro de su madre quién miró a la puerta cuando escuchó abrirla; le sonrió como siempre lo hacía.

—¿En dónde estabas? Ya es tarde.

Sana entró a casa sin decir una palabra y se acercó a su madre, se la quedo mirando unos minutos sin decir una palabra. Dicho acto, llamó la atención de su progenitora quién la miraba como si intentara descifrar lo que pensaba Sana.

—¿Sucedió algo?

—¿Me quieres?

La madre de Sana se sorprendió por dicha pregunta, era la primera vez que se lo preguntaba.

—Por supuesto que te quiero, eres mi única hija—La madre de Sana la tomó de la mano con mucha delicadeza y miró a Sana a los ojos—¿Por qué la pregunta tan repentina? ¿Paso algo que no me quieras contar?

Sana negó con la cabeza.

—Es solo que...—Sana sintió un nudo en la garganta por unos segundos—Tengo miedo, tengo miedo de quedarme sola. No quiero perderte, mamá.

Sana solía esconder sus sentimientos, siempre asentía y obedecía, muy pocas veces decía a lo que le temía y su madre pudo ver el miedo reflejado en sus ojos.

—Yo también tengo miedo, eres aún una niña que ha pasado por tantas cosas. Se que es mi culpa...—Tomó ambas manos de Sana y la miró directamente a los ojos—Confió en que lo harás bien. Siempre que la oscuridad te alcance, busca tu corazón y encontraras el sol brillar para ti.

—Tengo miedo... tengo miedo de no encontrar el sol.

—La encontraras, cuando encuentres tu sol cuídalo y protégelo como si fuera lo más preciado de ti—La madre de Sana le sonrió con los llorosos.

—Te amo mamá—Susurro Sana.

—Yo también te amo hija—Mustió su madre.

Sana asintió, no necesita que le explicaran lo último, lo entendía a la perfección. Sin preguntar subió a la cama junto a su madre, se acostó junto a ella como cada noche y la abrazo como si fuera su mayor tesoro. Podía escuchar los latidos de su madre, cada vez eran más lentos y eso le preocupaba, no quería perder a su madre quién era la única persona que la quería. Estuvo toda la noche intentando vencer al sueño, le fue imposible poco a poco sus ojos se fueron cerrando hasta caer en un inmenso sueño, la última noche de sueño.

Amaneció, como todos los días los rayos del sol entraban por la ventana, la primera en despertar fue Sana, poco a poco sus ojos se iban abriendo, comenzaba a tener un mal presentimiento y se levantó de golpe de la cama. Su corazón se detuvo y sus ojos se cristalizaron, no escuchaba el corazón débil de su madre ni su respiración; su madre había muerto. La primera lágrima cayó por su mejilla, se acercó a su madre y sobre su vientre se recostó sin resistirse a caer en lágrimas. No supo por cuanto tiempo lloro aferrándose a su madre, no quería separarse de ella, no quería despedirse, quería quedarse más tiempo con ella, no deseaba perderla.

Escuchó ruido de fuera, levantó un poco la cabeza y miró por la ventana, pudo reconocer el olor; era el olor de la mujer de cabello corto que visitó a su madre el día anterior. La puerta finalmente se abrió y sus ojos se encontraron con la de dicha mujer que tenía la expresión sería en el rostro, no dijo ninguna palabra y se acercó hasta dónde estaba Sana, esta no dudo en ponerse de pie y ponerse en una posición defensiva.

—¿Qué es lo que quiere? —Preguntó Sana en un tono brusco.

—Me imagine que esto pasaría—La mujer de cabello corto se cruzo de brazos mirando de manera sería a Sana—Tu madre sabía que estaba en sus últimos días, aunque me sorprende que fuera hoy. Es una pena, necesitaba hablar con ella.

—¿Y usted como conoce a mi mamá?

—La conozco desde mucho antes que conociera a tu padre. Te conozco también desde que naciste Sana—Respondió la mujer de cabello corto—Si me hubiera hecho caso, no estaría muerta ahorita.

Sana frunció el ceño y si las miradas mataran, la mujer de cabello corto estaría muerta.

—Si es todo lo que querías preguntarme, me retiraré para hacer una llamada—La mujer saco un teléfono de su bolsillo—Despídete de ella, llamaré para que vengan a recogerla—Se dio la media vuelta para dirigirse a la puerta—Cuando regrese, hablaremos.

Sana se quedo junto a su madre sosteniendo su mano, su corazón dolía, no podía ni siquiera decir una palabra, un enorme nudo en la garganta le impedía decir una sola palabra, se sentó aún lado de la cama, sin soltar su mano recostó su cabeza sobre el colchón y en silenció, solo cerro los ojos deseando no despertar e irse junto a ella. Y así estuvo, hasta que la mujer regreso con varías personas, no quería separarse de su madre, pero tenía que hacerlo y solo se alejó, se encerró en el baño y se agacho en un rincón escondiendo su rostro en sus rodillas cayendo en lágrimas; así estuvo toda la mañana.

—Oye niña—Dijo la voz de aquella mujer—Necesito hablar contigo, sal de ahí.

Sana no quería salir, no quería hablar con nadie y mucho menos ver a alguien.

—Bien, si no quieres ver en dónde esta tu madre, me iré.

Sana rápidamente abrió la puerta y tomó de la ropa a la mujer para evitar que se fuera.

—Sígueme...—Le ordeno a Sana.

La mujer de cabello cortó comenzó a caminar, Sana la iba siguiendo como se lo había ordenado, no sabía a dónde irían, pero tampoco tenía ánimos de preguntarle, solo quería saber en dónde habían llevado el cuerpo de su madre. Luego de caminar como unos 10 minutos, no estaba muy lejos de casa, se encontraba unos rosales muy bonitos, dichos rosales los solía cuidar su madre para no aburrirse, ahí estaba la tumba de su madre alrededor de dichos rosales. El corazón de Sana volvió a estrujarse y las lágrimas amenazaban con volver a salir.

—Mi nombre es Jeongyeon—Dijo la mujer de cabello corto—Tú madre me pidió vigilarte.

Sana no volteó a verla, se quedo mirando la tumba de su madre.

—Tendrás que cuidarte sola a partir de ahora—La mujer de nombre Jeongyeon saco un papel de su bolsillo—No llames la atención y mantente alejada del pueblo, solo ve cuando necesites provisiones. Si él te encuentra, no podré hacer nada—Se paró en frente de Sana y le entregó el papel—Tu madre te dejo bastante dinero, no tendrás que preocuparte, en el cajón en dónde esta su ropa encontraras algo de dinero. Llámame cuando se te termine o si pasa algo. Nos vemos Sana.

Sana hizo una reverencia como agradecimiento, Jeongyeon estaba por irse, antes de que pudiera dar un solo paso, Sana el agarro de la ropa de nuevo y la de cabello cortó se detuvo mirando a Sana extrañada por su acción.

—Gracias por enterrar a mi madre aquí, estoy segura que era lo que más deseaba.

—No agradezcas, cuídate niña.

Fin del flashback.

Sana soltó un fuerte suspiró mirando a la luna, toda la noche era tranquila, muy pocas cigarras cantaban esa noche. El recordar el último día en vida de su madre la ponía tan mal al punto de querer llorar, inhalo y exhalo un poco de airé para calmarse. Se puso de pie y acomodó su ropa para regresar a casa. No apresuró el paso, caminaba de manera normal mirando su alrededor, le sorprendía lo oscuro y silencioso del bosque, era tan reconfortante y tranquilo, era lo que más le gustaba.

Llegando a casa, no escuchó ningún ruido fuerte dentro, supuso que Dahyun dormía. Había tardado tanto tiempo en el lago apreciando la luna, que no esperaba que siguiera despierta al regresar. No sé equivoco, al abrir la puerta sus ojos se encontraron con la menor durmiendo con tanta tranquilidad sobre la cama. La luz de la luna iluminaba parte de la habitación, se fue acercando poco a poco a la cama, lograba escuchar los latidos del corazón de Dahyun, estaba tan tranquilo al igual que su respiración. Se quedó observándola, parecía muy tranquila durmiendo, incluso parecía estar sonriendo abrazando la almohada.

—Tendrá como unos 5 o 6 años—Pensó Sana mientras veía a Dahyun dormir—Parece muy descuidada.

Sana la observaba minuciosamente, recorría todo su rostro queriendo ver cada detalle, las marcas de golpes y una que otro pequeño rasguño. Sus ojos cambiaron de color sin darse cuenta y una sed la invadía. Tragó saliva y se dio la media vuelta tapando su boca, se alejó un poco de la menor y se quedo parada en el mismo lugar durante varios minutos. 

—¿Qué iba hacer?—Se cuestiono Sana y miró de reojo a Dahyun—Debo tener cuidado.

Tardo varios minutos en tranquilizarse, su cuerpo se sentía cansado. Busco una manta, tenía poco sueño pero prefería dormirse a seguir despierta. Se recostó aún lado de la cama y cubrió su cuerpo con la manta. 

Mañana sería otro día

«Cuando encuentres a tu sol, cuídalo y protégelo como si fuera lo más preciado para  ti»

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