𝒗𝒆𝒊𝒏𝒕𝒆.
— ¡Estás loca, Izzy! —exclamó Alexandra, notando como sus mejillas se tornaban rojizas, pero de la ira—. ¡No voy a permitir que pierdas tus runas! Tampoco que me obliguen a olvidarte... eres mi hermanita, mi pequeña.
Si retrocedemos a unos días atrás, Isabelle Lightwood se encontraba en arresto domiciliario en su habitación, por una denuncia por falta de lealtad a la Clave. Habían decidido mantenerla encerrada hasta que se dictase la fecha del juicio, culpándola de la liberación de Meliorn, encabezando aquella misión —obviamente— no aprobada por la Clave ni por el Consejo.
Sin embargo, Alexandra Lightwood no se quedaría con los brazos cruzados. Ella conocía muy bien cómo funcionaban los juicios del Consejo y sabía quién era la Inquisidora: Imogen Herondale, es decir, la abuela de su parabatai, Annabeth. No iba a permitir que le quitasen a su hermana, que la alejasen del mundo de las sombras por haber dado una única idea, sabiendo que todos habían colaborado y ayudado, evitando así una guerra entre los subterráneos y los cazadores de sombras. Pero, eso no era lo que pensaba la Clave y, por supuesto, tampoco era el pensamiento recurrente del Consejo. Cosa que la enfurecía, si es que podía decirse así.
Así que si volvíamos al presente, pasados esos cinco días de arresto domiciliario, se encontraban todos en el juicio. Como no, Alexandra, a pesar de ir en contra de las leyes al ser familiar directo, se encargaría de llevar su defensa y salvarla del destino que le deparaba como shadowhunter.
No se encontraba en una posición fácil, mucho menos sabiendo que aquello sería lo último que haría como shadowhunter perteneciente al Instituto de Nueva York, pero no quería irse sabiendo que si Izzy perdía el juicio, una parte de Lexie se iría con ella, pues no se imagina una vida sin su hermana pequeña.
Ahí se encontraba Alexandra, con esa actitud seria y firme, delante de la Inquisidora de la Clave, que tan bien conocía a estas alturas. También estaba junto a un hermano silencioso, que realmente le ponía los pelos de punta. Detrás de ella, Annabeth Fairchild, estando Clarissa y Jace en un paradero desconocido por el momento. Alexander estaba cerca pero no quería ni pensar en él, al fin de cuentas, todo lo que estaba sucediendo era, en gran parte, culpa suya. Como tampoco había salido en defensa de su hermana en ningún momento. Como tampoco era conocedor de que Alexandra no volvería a Nueva York cuando terminase el juicio.
—Ya sabe cómo funciona esto, señorita Lightwood. Si dice la verdad, sobrevivirá —la voz, imponente, de Imogen intentó asustarla, estando la mencionada lejos de estarlo.
—Por el poder de esta espada, ¿jura defender a su cliente con integridad y honradez? —la voz del hermano silencioso, a quiénes había temido desde que tenía uso de razón, resonó por toda la sala.
"hermana, no cliente" pensó, guardándose el pensamiento para ella misma.
—No seré yo quien lo niegue —la joven soltó la espada tras el juramento, como si ésta ardiera en fuego, mirando a su hermana menor de reojo.
—Puede exponer el caso.
Alexandra, con aquella mirada tan fría que a muchos seguía sorprendiendo, ya que siempre había sido una joven de lo más risueña y encantadora, se armó de coraje, soltando un largo suspiro, antes de proceder a hablar.
—El caso es simple, miembros del Consejo. Es cierto que Isabelle Lightwood actuó en contra de las órdenes de la Clave al liberar al Seelie, Meliorn. Pero, no lo hizo en contra de sus intereses. Impedir el interrogatorio y posible muerte de un Seelie quizás haya salvado los Acuerdos por los cuales nos regimos —el tono de voz empleado era tan serio y seco como el que usaba, en el pasado, en las asambleas a las que asistía en representación de la Clave o el mismo Consejo, por lo que a aquellos que la conocían, no les sorprendió la serenidad con la que hablaba, como si aquello no fuese más que algo insignificante (todo lo contrario si se lo preguntaban a ella) y que no merecía su atención—. Deben saber que yo misma me opuse a tal interrogatorio, pensando en lo que eso conllevaría si Meliorn moría bajo el control de los Hermanos Silenciosos. ¿A caso quieren una guerra contra los subterráneos? ¿Quieren que sea el fin de los Acuerdos, de la paz que siempre se buscó tras la rebelión? ¿No son capaces de ver lo que hubiese sucedido si no se hubiera actuado contra eso?
—No estamos aquí para especular con lo que podría haber ocurrido, Alexandra —interrumpió Imogen a la joven, ganándose una sonrisa sarcástica por parte de esta—. Estoy esperando un argumento válido.
—Lo que usted y todos quieren es la copa mortal. Mi cliente, en este caso, mi hermana menor, no la tiene —dijo, finalmente, apoyándose sobre la mesa con sus manos—. No quiera mentir a nadie, se lo pido. Este proceso no se está basando en ese acto, sino que lo que realmente les importa a todos es la copa mortal, por lo que pido que el caso sea sobreseído.
—Está fuera de lugar.
—Sabe perfectamente que no, Inquisidora. ¡Todo esto está fuera de lugar! No es culpa de Isabelle. ¡Es culpa de la Copa! ¡Juzguen a la Copa!
Alexandra se sentó junto a su hermana, sonriéndole con dulzura, con intención de calmarla. Conocía demasiado bien los puntos débiles de los miembros del Consejo, además que conocía a la mayoría de los presentes, por lo que jugó sus mejores cartas durante la defensa. Sabía que hacerles pensar, más en el fondo, en lo mencionado, sería el principio para declarar inocente a su hermana.
Fue el turno de Lydia Branwell de subir al estrado. Empezó a hacerle preguntas a Isabelle con un tono no muy grato pero, en vez de conseguir que se hundiera, la Lightwood respondía de forma burlona y con estilo. Alexandra conocía demasiado bien a su hermana y sabía qué responder así era su forma de ser en la vida, por mucho que su madre se esforzase en cambiarla, en hacerla una copia suya como había intentado hacer consigo misma alguna que otra vez pero que, lógicamente, nunca consiguió. Branwell, al ver que no desestabilizaba a la Lightwood, sintió la ira apoderarse de ella.
Por ello, la mayor de las dos hermanas siguió con su verborrea verbal.
—No te engañes, Branwell —habló, con ese tono burlesco inundando sus palabras—. Ya sé que recurrir a mi hermana para llegar a mí ha sido un golpe bajo, porque sabes que te calé desde el minuto cero. O es que, señores del Consejo, ¿no han pensado nunca en la posibilidad de que la traidora fuese Lydia Branwell? Al fin y al cabo, es sobrina de Valentine —su mirada se fijó en la Inquisidora, sabía que conocía ese dato, por lo que terminó de rematar sus mentes con esa jugada—. Señores, este juicio ha sido una pérdida de tiempo. Tan solo quiso llegar a mí, quería que perdiera, que los Lightwood perdiéramos. Empezó trepando por todo lo alto, sin saber que eso mismo sería su ruina. ¿O no es verdad que los Lightwood siempre hemos sido leales, a pesar de todo? ¿No lo hemos dado todo por nuestra comunidad? Podrán querer desmeritarnos pero, una cosa voy a dejar clara, nunca lograrán hacerlo mientras nos mantengamos unidos como una familia. Con sus más y sus menos, con sus discusiones y diferentes puntos de vista, pero siempre siendo uno. Una familia.
Desvió su mirada hacia Izzy, después miró a Alexander. En el fondo, no podía vivir alejada de ellos. Eran su cordura, su cable a tierra. Pero, tenía que pensar en su bienestar, el bienestar general de su familia y por ellos, volvía a Idris.
—Tiene razón, inquisidora. Esto no viene a nada, mas, dejé constancia de cómo son las cosas en realidad —finalizó, cruzando los brazos sobre su pecho.
Aquellas palabras hicieron mella en la rubia que, a pesar de que no rompería el matrimonio con Alec, sabía que aquella muchacha de cabellos azabache tenía toda la razón.
—Inquisidora —llamó su atención—. Esta chica tiene razón, todo ha sido una absurdez. Retiro todos los cargos contra Isabelle Lightwood.
El alivio que sintió Alexandra se vio interrumpido por las palabras de la jueza, que dictaminó, finalmente, con la sentencia siguiente:
—Si la Copa Mortal no es entregada en las próximas veinticuatro horas, dictamino que Isabelle Lightwood es culpable y se la castigará quitándole las runas y siendo desterrada, para siempre, de la comunidad shadowhunter.
El juicio se dio por finalizado y, por el momento, Isabelle tenía la mitad de su libertad, por lo que todos volvieron al Instituto. Había llegado el momento de despedirse, pues confiaba lo suficiente en Jace como para saber que llegaría a tiempo, junto a Clarissa, para entregar la copa.
Su estancia, momentánea, en el Instituto de Nueva York había llegado a su fin. Durante la mañana había empacado todo y su habitación estaba vacía. Ya no había rastro de su ropa, ni sus pertenencias privadas, ni sus libros. Tampoco quedaban las fotos que había colgado en la pared, aquellas mismas fotografías que miraba todas las noches deseando que fueran una familia mundana, unida y sin problemas. Y es que, en ese mismo instante, se dio cuenta de que había sonado, durante su última aportación, en el juicio como una persona ajena a la real, sino que era la persona que anhelaba tener esa familia perfecta que, como era obvio, no tenía. Tomó la última fotografía, una familiar que se había hecho en el cumpleaños número dieciocho de Izzy, en la que aparecían los cinco hermanos. De izquierda a derecha: Alec, Jace y ella. Justo en frente, con Max sentado sobre su regazo, y en el medio, Isabelle. Las velas habían sido apagadas justo antes de hacerse la fotografía.
Una lágrima traicionera recorrió su mejilla, sin saber el tiempo que había pasado sentada en el pie de la cama. Posiblemente extrañaría ese lugar, en el fondo le seguía teniendo cariño. Había crecido entre Idris, el Instituto de Bombay y aquel Instituto, y ahora dejaba una parte de ella, en esa habitación. En esa enfermería. En esa sala de máquinas. En ese tatami de entrenamientos. Pasó su pulgar por la mejilla, quitándola de ahí, a la par que cerraba, para siempre, la que era su habitación. Ya no quedaba nada de ella ahí.
Bajó las escaleras hasta la sala de entrenamientos, pensando en las cartas que había escrito durante los últimos días, cada una con un destinatario y en un lugar especial, donde solo la persona indicada encontraría. En los escalones, Isabelle y Annabeth charlaban entretenidas, compartiendo alguna que otra opinión sobre algo que desconocía. Jace y Clarissa recién llegaban... con la Copa Mortal. Una sonrisa se dibujó en su rostro, todo había salido bien.
—Chicos... —murmuró la fémina, acercándose a ellos—. Yo llevaré la copa a Idris, se la entregaré a la Clave.
—Lexie... —el susurro de Isabelle hizo que flaqueara; sabía que si ella se lo pedía, terminaría cediendo y se quedaría.
—La decisión está tomada, Izz —murmuró, nuevamente—. Es lo mejor para todos, volver a cómo estábamos antes. Pero, esta vez, vendré de vez en cuando. Y sabéis donde estaré, en casa con papá.
—Pero...
—Izz, por favor —pidió, suspirando, la mayor—. De verdad, no quiero despedirme. Odio las despedidas, siempre las he odiado.
Jace suspiró y se acercó a su hermana, rodeando su flacucho cuerpo con los tonificados brazos que tanto le caracterizaban. Alexandra apoyó su cabeza en el pecho de su hermano, triste. Le había echado mucho de menos.
—Despedidme de Alec, ¿vale? No pienso quedarme a ver cómo sigue arruinando su vida después de todo —resopló, mirando a Annabeth—. Y, mi vida, tú eres mi parabatai. Si ves que esto es muy duro, mi casa siempre será tu casa. Estaré encantada de enseñarte Idris, te encantará el hogar dónde nosotros crecimos —sonrió, mirando a su hermana menor y, también, a Jace.
Había revelado su secreto e inconscientemente soltó una risita.
—Cuidaos mucho, ¿de acuerdo? —se separó de Jace y abrazó a Isabelle, uniendo al abrazo a Annabeth también. Después, miró a Clarissa, negando con la cabeza—. Cuida de este idiota, se mete en demasiados problemas si no estoy yo para salvarle el trasero —ambos hermanos rieron, a la vez que llegaba Alexander, junto a su prometida.
— ¿Qué pasa aquí? —preguntó, con cierta preocupación que no dejó ver.
—Voy a llevar la Copa Mortal a Idris, Alexander —dijo, queriendo mantener su huida, porque de eso se trataba y todos eran conscientes de aquello, pero al ver la mirada de Isabelle, también suspiró—. Volveré a Idris, no te hagas el sorprendido. Shawn y yo queremos un tiempo para nosotros, así que volveré al hospital y quizás al Consejo, además de quedarme con papá.
—Giennah...
—Gideón...
El chico se negaba a dejarla ir, mas, era muy testarudo y orgulloso. Como su hermana gemela. Nunca se sabría cuál de los gemelos Lightwood sería el más orgulloso pero, por primera —y muy probablemente— última vez, Alexandra cedió a su orgullo y se tiró a los brazos de su hermano, saltando sobre él. Rodeó la cintura de su hermano con las piernas y ocultó su rostro en el cuello ajeno, dejando escapar algunas lágrimas.
No sabía si eso era lo mejor. Mas, era necesario para sanar. Para poder estar bien. Por eso lo hacía.
Unos minutos más tarde, Robert Lightwood se hizo presente y sonrió al ver a sus hijos tan unidos. El juicio había terminado bien y parecía que el dolor y la desunión que una vez existió, había desaparecido entre el vínculo de hermanos que sus hijos tenían.
—Volveré, lo prometo —susurró, en un tono casi inaudible, depositando un beso en la mejilla de su hermano—. Pero... piensa bien en lo que vas hacer, por favor.
Alexandra siguió a su padre con la Copa en las manos, sabiendo que un ciclo se había terminado ahí. Con ese objeto entregado a la Clave, una vez llegaron a Idris, Isabelle Lightwood quedó libre de todos los cargos y todo había acabado.
Todo había terminado por el momento y eso era lo que realmente importaba.
* *
n/a. miércoles de actualización... ¡y llegó el último capítulo! todavía no tengo escrito el epílogo, pero lo tendréis en los próximos días y daré por terminado el fic.
¿qué os ha parecido el final? ¿será que lexie volverá otra vez al instituto o esta vez se quedará en idris para siempre? podéis dejarme vuestras teorías por aquí, se resolverá en el epílogo (probablemente).
con esto llegamos al final y yo solo puedo agradecer el apoyo que he tenido a lo largo de este año, pues no esperaba tener tanto tratándose de un fandom que no domino demasiado, mh. ¡muchísimas gracias! <333
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