𝒔𝒆𝒊𝒔.
N/A. En este capítulo se habla del abuso sexual, aunque no se llegue al acto. No dejéis que os toquen, NO ES NO. Si en algún momento os ocurre, por favor, no dudéis en decirlo a alguien... ya sea a vuestra madre, vuestra hermana o una amiga.
Llegaron al Instituto en silencio, nadie había hablado en ningún momento. Alexandra se estaba haciendo a la idea de que tenía que hablar con su hermano, de todo. No solo sobre lo sucedido hoy, sino de todos estos años. De lo ocurrido hacía casi diez años. Por su suerte, ni Robert ni Maryse habían vuelto y todo había estado bien durante su ausencia, por lo que se lo agradeció a Shawn, de todo corazón.
―Te debo una, Shawn ―le dijo, depositando un beso en la mejilla impropia.
―Tengamos una cita, los dos solos, lejos del mundo de las sombras ―le pidió, pillándola por sorpresa―. Solo una.
―Hm, está bien. . .
No muy convencida, se fue de ahí. Como ahora estaban todos ahí, no importaba si desaparecía para ir a hablar con Alec. Las armas fueron guardadas en su sitio, dejó al cargo a Izzy, que no dudó en hacerlo. Le buscó por todas partes y es que, de todos los sitios, jamás pensó que le encontraría en su habitación. Parpadeó un par de veces, sorprendida, y entró, cerrando la puerta detrás de ella.
―Alexander ―murmuró, acercándose a él, que estaba sentado en el pie de la cama―. Fuiste tú el del desayuno, ¿verdad? ―se atrevió a mirarle, sabía que todavía tenía lágrimas impregnadas en su rostro, pero era lo de menos―. Yo. . . no sé ni por dónde empezar, ni siquiera sé qué decir.
―No digas nada, solo quédate aquí.
La menor de los gemelos asintió, sentándose a su lado, sin decir nada. Dejó sus manos sobre sus muslos, en silencio. Y se quedó mirando al frente, a la puerta, fijamente. Sintió un cosquilleo en su mano, asustándola por unos instantes, hasta que se dio cuenta que era su hermano. Sonrió tímidamente y de sus ojos, empezaron a brotar gotas saladas. Estaba llorando, otra vez. Desde que había llegado a Nueva York, prácticamente solo había llorado. Y se odiaba por ello, pero tampoco podía evitarlo.
―Lo siento, por todo. Lo siento muchísimo ―musitó, levantándose, para ponerse de cuclillas delante de él―. Todo lo que sucedió, me fui. Me mandaron lejos, tenía mucho miedo, ¿sabes? Miedo de que me hiciera algo más, no paró cuando se lo pedí. Estaba asustada aquella noche. . .
Sin poder hablar más, depositó su diestra en la mejilla impropia, dejando fluir aquellos recuerdos que a día de hoy todavía la atormentaban. Era un don único en el mundo de las sombras, pero Alexandra Lightwood podía proyectar sus recuerdos en una mente ajena, siempre que lo permitiera ella misma. Y eso mismo hizo en esta ocasión, dejando que Alec pudiera ver todo lo que ocurrió.
FLASHBACK.
Una calurosa noche de verano en Manhattan. Alexandra tenía una cita con el que pensaba que era el amor de su vida, Jackson. Hacía tiempo que salían juntos pero sin ser novios como tal, nunca etiquetaron su relación. No eran personas de ponerles etiquetas. Todo parecía ser perfecto. En un parque de Manhattan, a los pies de la Estatua de la Libertad, entre risas y besos.
Alexander Lightwood solo era un espectador en aquel recuerdo, como si pudiera verlo a través de un velo. Ahí podía ver a su hermana feliz, sonriendo de verdad. Y cómo extrañaba eso.
Los besos fueron aumentando el ritmo, hasta que Jackson empezó a dejar mordidas por el torso de la chica, quitándole la camiseta. Se quedó en sujetadores. Lexie sabía que no era el lugar adecuado, ni siquiera estaba lista para dar aquel paso. ¡Ni siquiera lo habían hablado antes!
―Para, Jack. ¡Para! ―le gritó varias veces, pero el chico seguía sin hacerle caso.
Intentando zafarse de los besos, mordiscos y caricias que le daba, así como intentaba meter mano en sus partes íntimas, Alexandra Lightwood consiguió sacar la estela para dibujar la runa en su muslo.
Las manos le temblaban, las lágrimas caían por su rostro mientras pedía que la dejase en paz, que no quería hacerlo.
Y de un momento a otro, cuando terminó de dibujar la runa, en cuestión de segundos Robert apareció para salvarla. Denunciaron al chico por acoso sexual, por haber abusado de ella aunque no hubiesen llegado a la penetración.
Pero, desde aquel día, Alexandra no había vuelto a ser la misma. Las inseguridades que había conseguido dejar atrás volvieron, esos trapos de ropa que enseñaban sus definidos pechos y su abdomen, incluso los shorts que eran tan cortos, o vestidos por encima de rodilla; todo desapareció del armario, por el temor que sentía a que alguien más pudiera llegar a esos límites por cómo iba vestida.
Y es que, a raíz de ese trágico suceso, aunque por suerte no terminó del todo mal, Maryse y Robert mandaron lejos a su hija, para calmar el sufrimiento que sentía al quedarse en Nueva York y para ayudarla, aunque no sirvió de nada cuando no pudo ni despedirse de sus hermanos.
FIN DEL FLASHBACK.
El rostro de Lexie estaba empapado por haber revivido aquel recuerdo con tanta exactitud, pero no fue la única. Pudo notar como una lágrima traicionera también recorría la mejilla de su hermano gemelo. Ella nunca quiso hacerle daño, nunca fue su intención. Y verle así, la mataba por dentro. Se dio prisa en quitar la lágrima que caía por su mejilla, dejando una delicada caricia ahí.
―Nunca fue mi intención hacerte daño, Ander ―musitó, en un tono casi inaudible―. Ni alejarme, pero ahora entiendes porque me dolieron tanto tus palabras. Por eso me dolía tu indiferencia. Yo no soy capaz de superar todo aquello, nunca he sido capaz de hacerlo. ¿Cómo iba a contarlo si me es imposible hacerlo sin romper el llanto? ―su voz estaba rota, pero ya nada le importaba―. Sigo teniendo pesadillas a día de hoy con eso, ¿sabes? Puede parecer que soy fuerte, que no me importa nada y que esa faceta de chica dura es mi verdadera personalidad. . . pero no es más que una armadura para que no me lastimen de nuevo, una coraza en la que me escondo para poder seguir adelante, aunque me sea imposible.
―Lo siento, por lo de ayer, por ese día. No te lo merecías, Alexandra ―murmuró Alec, y la fémina negó con la cabeza, no tenía importancia.
―No tienes que lamentar nada, todo ha sido mi culpa. Nos lo contábamos todo, no teníamos secretos ―murmuró, levantándose para ponerse de pie―. Y yo te escondí el recuerdo más doloroso que tengo. Quizás, si lo hubiese contado antes, todo hubiese sido diferente.
Se sentía exhausta, cansada. Tenía la frecuencia cardíaca acelerada, seguramente debido a todas las emociones que ha sentido en los últimos dos días. Y salir hoy de misión, el demonio de la memoria, hablar con Alexander. . . todo había influido en el malestar que tenía.
No quería echarlo de su habitación, pero Lexie tenía la sensación que necesitaba tumbarse en la cama y que caería redonda, porque estaba muerta mentalmente hablando. Por ello, aunque su hermano no se levantó, ella sí cogió su pijama y se cambió de ropa, se fue al baño a quitarse las lentillas y, con las gafas puestas, volvió a la habitación.
―Alec, sobre lo de hoy. . . siempre serás la persona que más ame en este mundo ―murmuró, mirándole fijamente―. Y no está mal tener sentimientos, aunque no sean correspondidos. No me gustaría que estuvieras mal por eso, no te lo mereces. Te mereces ser feliz, hermano.
―Sé que no debería pero, ¿puedo quedarme contigo hoy? ―preguntó el mayor, que la seguía con la mirada mientras se metía en la cama.
―Nada me haría más feliz.
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