𝒐𝒏𝒄𝒆.
Alexandra abandonó la estancia, casi al instante de haberlo hecho Clarissa Fairchild. Como sabía que su madre estaba de vuelta y al mando, y sabiendo que Alec volvía a ser el director como hasta el momento, decidió que era momento de cobrarse el favor que le debía a Shawn. Además, con las emociones a flor de piel, después de haber salido a una misión tras varios años sin ser una shadowhunter activa como tal y la conversación que tuvo con su gemelo... necesitaba airearse y dejar todo de lado, al menos por unas horas.
― ¡Shawn! ―exclamó la morocha, con una sonrisa en su rostro―. ¿Te acuerdas que me pediste una cita? Bien, es tu día de suerte. ¡Salimos en una hora!
La joven se alejó de la sala de máquinas sin siquiera darle tiempo a responder, para dirigirse a su habitación. Tenía el tiempo justo para ducharse, vestirse y prepararse para su cita. Si bien no tenía nada planeado y con ir a pasear junto al Lowell era suficiente para ella, tuvo en mente mientras se duchaba y, después, arreglaba esa larga melena castaña, casi azabache, que los tacones no formarían parte de su outfit esa tarde.
Llevaba puesta una camiseta dos tallas más grandes, que cubría su cuerpo hasta las nalgas, mientras se maquillaba un poco. Nada exagerado, puesto que su intención era ir al más natural posible, pero ocultando aquellas pequeñas marcas en su rostro, que le habían salido en consecuencia del chocolate ingerido en los últimos días.
― ¿¡Qué es eso que tienes una cita, Alexandra Giennah Lightwood!? ―exclamó Isabelle, enfadada, entrando a la habitación de la mayor―. ¡Lowie me ha contado todo! ¡Y no tú, hermana! ¡Te parecerá bonito!
El dramatismo era algo que ambas hermanas compartían, siendo muy parecidas en ese aspecto. Alexandra rió inocentemente, intentando salvarse de la regañina que Izzy estaba dándole por no haberla avisado. Y es que, la menor, no tardó en sacar varias prendas de ropa del armario de Lexie, sin dejarla escoger ella misma.
―Pruébate esto, ahora mismo ―exigió, tirándole un vestido negro, que se abrochaba por una cremallera que subía desde la costura inferior hasta los pechos―. ¡Y sin rechistar! ―añadió, al ver la cara de inconformidad que tenía la mayor.
Y así, a regañadientes, terminó por usar el vestido elegido por Isabelle Lightwood, pues no quería probarse diferentes conjuntos para volver al primero, como siempre ocurría. Acompañó el vestido con unas botas altas, que llegaban a sus rodillas y un bolso blanco, que contrastaba perfectamente con la oscuridad que transmitía la vestimenta.
Entonces, tras echarse unas gotas de su perfume favorito, abandonó su habitación para tener uno de los mejores días de su vida.
El tiempo pasaba volando cuando estabas junto a la persona adecuada. Shawn y Lexie pasearon por el centro de Nueva York cogidos de la mano. Si bien no eran pareja, ambos se conocían desde muy pequeños, puesto que habían crecido juntos en el instituto de Nueva York, incluso fueron a clases juntos en Bombay, dónde actualmente estudiaba el benjamín de los Lightwood. Siempre habían sido muy unidos y quizás siempre hubo sentimientos de por medio, pero en su momento, Alexandra prefirió a Jackson como pareja, poniéndole por delante del chico que gustaba de ella. La Lightwood nunca fue consciente de esos sentimientos hacia ella, incluso también desconocía lo que Shawn la hacía sentir en su interior. No sabía si siempre fue así o eso incrementó a raíz de la última visita que hizo, a escondidas, y se besaron. Fuese cual fuese la razón, ahora agradecía al ángel Raziel por dejarla vivir un momento tan intenso y hermoso como aquel.
―Yo... Lexie, yo quería decirte algo ―paró en seco Shawn, notando como sus manos empezaban a sudar por los nervios―. Siempre te he querido, ¿sabías? Siempre has sido el amor de mi vida. Mi primer beso, cuando teníamos seis años y jugábamos a las escondidas en el instituto. Mi primera relación, antes que empezaras a salir con Jackson. Mi primer amor. Y entiendo si no sientes lo mismo, pero créeme cuando te digo que no podía seguir guardando más estos sentimientos, pensaba que me iba a volver loco si no lo decía en voz alta ―susurró, sin atreverse a mirar a la cara a la fémina, que se había llevado una mano a su boca, sorprendida―. Y no te pienses que estoy loco, tampoco quiero forzar tus sentimientos si es que no existen ni florecen. Pero no podía seguir ocultando todo, Izzy me mataría si lo supiera.
―Izzy.... ¿lo sabe, verdad? Mi hermana sabe de tus sentimientos por mí ―susurró la azabache, soltando un largo suspiro cuando el chico se lo confirmó―. No puedo negar lo innegable, Lowie. Y sé que también siento algo por ti, pero no estoy capacitada para tener otra relación. . . no aún.
―Sé que necesitas tiempo, Lex. Te esperaré siempre. Y te juro que lucharé por tener un futuro, juntos ―le prometió, sin importarle nada más―. Debí decirte todo cuando volviste, pero sé que no estás del todo bien con lo de volver a asentarte en Nueva York. No necesito que me lo cuentes para darme cuenta, tu rostro y la comunicación no verbal dicen mucho más de ti que lo que sueles decir ―comentó, sonriendo ladinamente.
―Siempre has velado por mí, incluso sin tener el deber de hacerlo. Y nunca podré agradecértelo suficiente ―musitó Alexandra, mirando ahora fijamente a los ojos―. También te quiero, Shawn, y créeme que cuando esté preparada, tendremos ese futuro. El futuro que deseamos.
Ambos jóvenes se encontraban en los límites de la iglesia abandonada que albergaba el instituto de New York, sin saber que en la oscuridad, Isabelle Lightwood les miraba orgullosa. La hija mediana de los Lightwood no podía ser más feliz en aquellos instantes, aun cuando ella, sentimentalmente hablando, estaba fatal.
Tras compartir algunas palabras más, decidieron que era momento de entrar y volver a sus obligaciones. Pasar unas horas alejados de sus verdaderas vidas había sido divertido y entretenido, pero sabían que las obligaciones no les dejarían más tiempo para seguir estando ahí fuera. Hablando como si no hubiera un mañana.
Sin embargo, la felicidad de Alexandra no tardó en desaparecer. Pues, como siempre, había algo. O, mejor dicho, alguien conseguía arrebatársela.
― ¿Qué fue lo que le dijiste a Clary, Alexandra?
La voz varonil de Jace Wayland la tomó por sorpresa, pero ese tono de enfado y el hecho de haberla llamado Alexandra, sabía que no era para algo bueno.
― ¿Lo de esta mañana? ―preguntó, con falsa inocencia, cruzándose de brazos―. Nada que no fuera verdad. Se lo recordaré las veces que sean necesarias, quizás así lo aprende.
― ¿Se puede saber qué pasa contigo? Te juro que no te entiendo. Esta chica que tengo enfrente no es la chica que era mi hermana.
― ¿Perdón? No sé qué estás insinuando, pero yo no he cambiado en absoluto con el paso de los años ―replicó, con el ceño fruncido, notando como ahora era ella la que se estaba enfadando con Wayland―. Creo que el que ha cambiado eres tú. ¿A caso has caído en las redes y los juegos infantiles de Clary? ―preguntó, con burla―. No juegues conmigo, Jace, porque sabes que no caeré. Alexander puede ser más inseguro, pero yo, cariño, no lo soy. Al menos, no para estas cosas.
―La Alexandra que yo conozco no trataría mal a la chica que me gusta.
―La Alexandra que tú conoces ―comentó, haciendo énfasis en las mismas palabras― haría lo mismo si se tratasen de injusticias, como lo es el hecho que haga sentir mal a Annabeth con sus palabras cargadas de veneno y sus dobles intenciones. Con el hecho que estés influenciado por ella, cuando hasta hace unas semanas ni siquiera te preocupabas por algo que no fuese ser el mejor soldado que tenemos. No, Jace, sigo siendo la misma. Pero estás hechizado por una chica manipuladora y yo, por ahí, no pasaré.
― ¡Tú no sabes nada! Te fuiste por años, nos abandonaste. ¿Qué sabrás tú de lo que me preocupaba? Si ni siquiera estabas. Eres una hipócrita ―exclamó, finalmente, el de cabellos rubios.
Y ahí, entonces sintió que su mundo se desmoronaba. De nuevo. Tras pasar una maravillosa tarde con Shawn, ahora todo se venía abajo de nuevo. ¿Cómo era capaz de decir esto? ¿Cómo era capaz siquiera de decir algo así? Conocía la historia, todo lo que sucedió. Y, pese a que le dolía volver a Nueva York tras su marcha diez años atrás, al menos una vez cada dos o tres años pasaba de visita, aunque fuese de incógnito, para verles. Incluso se juntaba con ellos por Navidades y por Acción de Gracias. Sintió como sus ojos se aguaron, pero no se permitiría verse débil ante alguien así. Ya no importaba que fuese Jace.
―No olvides quien te acogió cuando tu padre murió ―escupió, fríamente―. Y no olvides que aquí, soy tu superior y me estás faltando el respeto ―añadió, con el mismo tono de voz―. Y no solo por eso, que a mí no me interesa el cargo, pero la persona que era mi hermano jamás me hubiese echado en cara mí huida tras un abuso sexual. Ahora, espabila tu solito con tu noviecita, pero a mí no me busques ni me hables.
Como si hubiese hecho mella en él con sus palabras, Alexandra giró sobre sus talones y desapareció, ignorando las miradas y los cuchicheos de los presentes, para encerrarse en su habitación.
Cuando conseguía sanar, aunque fuese muy poco, sabía que siempre volvería a romperse. Porque esa era su maldición; permanecer rota toda la vida.
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Os dejo el outfit de Alexandra en su cita, sería algo así:
Gracias por estas casi 4K lecturas, me sigue fascinando cómo la novela va subiendo su alcance. ¡Es todo gracias a vosotros, mis fieles lectores!
Nos leemos pronto 🫶🏼
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