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𝒐𝒄𝒉𝒐.





Llegaron al Lobo de Jade tan rápido que pudieron, pero creían que era demasiado tarde. Isabelle salvó a Simon, a quien habían encerrado en una especie de almacén. Cuando llegaron al lugar, los cuatro supieron porque el rastreo parabatai no había funcionado, tampoco el rastreo de los gemelos. Al estar rodeado de agua, imposibilitó la búsqueda y el dichoso rastreo, ya que ese elemento camuflaba la conexión. Sin embargo, cuando consiguieron sacar a Clarissa Fairchild y a Annabeth, pensaron que sería demasiado tarde para la rubia, que estaba inconsciente.

―Annabeth. . . ―Alec sujetaba a la de cabellos rubios, tras pasar uno de sus brazos por encima de su hombro―. ¡Maldición! Annie ha perdido el conocimiento.

Pero, si pensaba que ese era el único de sus problemas, era porque no había visto la manada de lobos.

―No hagáis ningún movimiento brusco que les pueda cabrear ―dijo, esta vez, Alexandra, que llevaba en su zurda un cuchillo serafín.

―Menudo panorama hay aquí. . . ―dijo esta vez Jace, sacando su espada.

―Quedaros todos juntos, nos han rodeado ―murmuró la Lightwood menor, sacando su látigo también, que tenía enrollado en su muñeca derecha.

Un lobo, lo suficientemente grande se acercaba a ellos cuando fue interceptado por otro lobo. Ambos estaban peleando, pero lo único que se escuchaba eran gruñidos y jadeos. El lobo que había interceptado al que iba a atacarles, estaba desafiando al alfa. Alexander cogió en brazos a Annabeth, como si fuese una princesa.

―Tenemos que irnos ya, Annabeth no despierta ―le susurró a su gemela, que estaba a su lado. La castaña asintió, sabiendo que necesitaban llegar a la enfermería ya de ya.

De entre las cajas y contenedores que rodeaban aquel lugar, bastante apestoso si se lo preguntaban a las hermanas Lightwood, un cuerpo sin vida cayó al suelo mientras un lobo salía de allí detrás, revelando quién era.

― ¡Luke! ―exclamó Clarissa, horrorizada.

Pero entonces, antes de que la joven pelirroja pudiese dar un paso al frente, los lobos empezaron a aullar y volvieron a su forma humana.

― ¿Qué está pasando? ―preguntó, de nuevo, Clary, que no estaba entendiendo nada.

―Cuando un licántropo mata al alfa, se convierte, automáticamente, en el nuevo alfa. Así que, tu amigo Luke es el líder de la manada ―le explicó, brevemente, Jace.

―Sí, Clary. . . ―confirmó, débilmente, el morocho. Clary no tardó en acercarse, al verle tan herido―. Le prometí a tu madre que siempre os protegería, a las dos.

― ¡Luke! ―gritó la pelirroja, cuando el recién alfa se desmayó. Se desplomó, debido a las grandes y profundas heridas que tenía por todo el cuerpo.

―Tenemos que llevar a las chicas al instituto ―dijo Alec.

―Vete tú, hay que ayudar a Clary y a Luke ―contestó Jace, todavía malhumorado con su parabatai.

―Hay que informar a mamá ―insistió el mayor de los Lightwood, perdiendo la poca calma que le quedaba.

―Vete tú ―repitió, entre dientes, cansado de tantas tonterías―. Me apañaré sin vosotros ―añadió.

―Chicos, basta ―dijo Alexandra, tras mirar a Izzy―. ¡He dicho que basta! ―chilló, de mala manera, ganándose miradas por parte de todos. Era la primera vez que alzaba la voz desde que había llegado a Nueva York.

―No te metas ―gruñó Alexander.

―Tú, cállate ―dijo apuntando a Jace con el dedo―. Ve con Clarissa y Luke, ten cuidado ―luego miró a su gemelo, enfadada, y también le apuntó con el dedo acusador―. No me hables así, Gideón, no quieres verme enfadada de verdad, así que cállate también ―gruñó, ya mosqueada con ambos chicos―. Tú y yo volveremos al instituto, atenderé a Annabeth en la enfermería. Luego hablaremos con mamá.

―Yo iré con Jace ―anunció Isabelle, a lo que su hermana asintió aprobando lo que decía.

Al llegar al instituto, Alexandra se puso manos a la obra. Llevaba meses ejerciendo como estudiante en prácticas de medicina en el hospital de Idris, en teoría hasta que se gradúe en poco más de dos meses. Sin embargo, al haber sido sacada de ahí por obligación de sus progenitores, convalidaron las horas de prácticas restantes para que las realizase en la enfermería del Instituto de Nueva York. Así pues, era su momento de demostrar todo lo que había aprendido y que realmente disfrutaba de su verdadero trabajo.

Annabeth Fairchild se encontraba tumbada en la camilla de la enfermería. Le había pedido a Alec que se esperase fuera, puesto que la estaba poniendo más nerviosa (si es que eso era posible) cuando daba vueltas en círculo cerca de la chica rubia. Podía entender que estuviera preocupado por ella, que tuviese sentimientos floreciendo por Fairchild, pero no por eso debía entorpecer su trabajo como médico.

Por muchas cosas que hubiese hecho en ella, no había conseguido sacarla del estado de la no consciencia. Lo que sea que hubiese absorbido durante aquel secuestro, era algo que se escapaba de sus manos y de sus conocimientos. Pero, pese a eso, no se rendiría tan fácilmente. Terminó por sacarle sangre, recordando aquel pensamiento que tuvo unos días atrás, cuando la conoció.

"¿Por qué se parecía tanto a Jace? Parecen mellizos separados al nacer."

Frustrada por no conseguir nada, de su boca se escapó un chillido. ¿Por qué aquella chica no despertaba? Estaba a punto de tirarse de los pelos. Fue ese grito lo que hizo que Alexander Lightwood entrase de nuevo, ganándose una mala mirada por parte de su hermana. Aunque quería pedirle que se retirase de nuevo, pudo ver el dolor y el miedo en la oscura mirada de su hermano, por lo que su corazón se encogió.

Era la primera vez que le veía así.

―Está bien, quédate con ella en lo que vuelvo ―dijo, finalmente, derrotada―. Pero que sea la última vez que me hablas mal, otra vez, Alexander. No dejaré pasar otra.

Seguía enfadada por el tono de voz y la rudeza que había utilizado, con antaño, con ella, antes de volver al Instituto. Si era cierto que todavía tenían que hablar de muchas cosas, también podía decir que no era necesario volver a los peores momentos de su vida solamente porque Alec estaba de mal humor por haber discutido, tan seguido, con Jace.

Alexandra caminó, a paso ligero, por el Instituto hasta llegar al que era el despacho de Alexander. De la estantería, buscó un libro, un libro en específico que quizás podría ayudarla. Pensó en la probabilidad de haber sido envenenada por alguna toxina de los licántropos, pero no tenía sangre de licántropo a su abasto para contrarrestarlo. Por ello, cogió un antiguo libro que ella misma había escondido entre otros, que pasaba desapercibido por tener el lomo del mismo color que el resto de libros, dos años atrás cuando visitó Nueva York de incógnito, cuando decidió ver, de sorpresa, a Izzy y a Jace.

Se lo llevó de nuevo a la enfermería, mientras hojeaba las páginas por encima, hasta que encontró lo que buscaba. Algo más fuerte que una toxina de licántropo: la sangre de un shadowhunter y algo letal para los licántropos, como lo era el acónito. Una cosa sanaría a la muchacha y la otra eliminaría la toxina. Todo eso si no iba errada y sus conclusiones eran correctas, por supuesto.

―Alec, necesito tu ayuda ―dijo, entrando de nuevo por donde había salido unos minutos atrás―. Si mi conclusión es correcta, creo que sé cómo despertar a Annie.

― ¿Cómo? ―preguntó, frunciendo levemente el ceño, algo muy característico en él.

―Le administraron una toxina que tienen los licántropos en sus colmillos, que en una shadowhunter pueden producir sueño profundo ―le explicó, mientras empezaba a preparar el antídoto―. Imagino, y quiero pensar que así será, que para contrarrestarlo necesito acónito, que eliminará la toxina provocando, quizás, dolor en su cuerpo. Y algo más fuerte, sangre de shadowhunter.

―Toma la mía, no dejaré que estés en peligro tú también ―dijo.

―Alec... olvídalo, usaré la mía ―rebatió―. No me pasará nada, solo busca algo de acónito en polvo que pueda haber en el maletín de hierbas. En el armario.

Esperaba que con pocas gotas fuera suficiente, porque no quería utilizar la sangre que había en el refrigerador de las muestras de sangre para terminar el antídoto. Cinco minutos más tarde, cuando ya había removido todo para mezclarlo y con diez mililitros de suero fisiológico que ayudaría a administrar el antídoto, estaba todo listo. Lo dejó en una jeringa, ya listo, y se colocó al lado de Annabeth. Miró a su hermano, ambos estaban nerviosos.

―Recemos para que sea la solución, sino tendremos que visitar a Magnus Bane ―susurró, antes de administrarle el contenido, a través de la vía.

Los dos hermanos se quedaron junto a la recién nombrada shadowhunter, esperando alguna reacción. A contra pronóstico, media hora más tarde los ojos de Annabeth Fairchild se abrieron.

― ¿Dónde estoy? ¿Alec? ¿Lexie?

Estaba desorientada y a ambos le dolía verla así, pero al menos ahora estaba bien.

―Estás en la enfermería, Annie ―contestó Giennah, tras acariciar la mejilla impropia con delicadeza―. Te secuestraron, pero ya todo está bien. Te he... hemos salvado ―corrigió, dedicándole una sonrisa a su hermano.

― ¿Qué es lo último que recuerdas? ―le preguntó Alec. Lexie tuvo que contenerse no pegarse en la frente; su hermano era muy torpe con las chicas.

―Estábamos en casa, estaba esperando a Clary, que quería encontrar una caja y... todo oscuro ―susurró, llevando una mano a su cabeza. Después suspiró―. Gracias, de verdad. A los dos.

―No te preocupes por nada, tienes que guardar reposo y prohibido hacer nada de esfuerzo durante, al menos, tres días ―le dijo la ya casi médico, con una sonrisa―. Te dejo con mi hermano, estaba muy preocupado por ti.

Y así se fue, con la mirada asesina de su gemelo pero habiéndole sacado una sonrisa a la Fairchild.





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Lamento haber desaparecido de repente, pero la inspiración me había abandonado y me he centrado en avanzar otros fics. Pero, AQUÍ OTRO CAPÍTULO.

Pero también tengo buenas noticias. Todavía no sé cuando será, pero quería preguntar: ¿os gustaría un fic desde el punto de vista de Annabeth? Es decir, sería un cliché del fandom, pero MI cliché, porque siempre con mi toque. Dadme vuestra opinión en los comentarios, porfii. <3

Y creo que ya está, nos leeremos pronto. ¡Gracias por estas 2K lecturas! No esperaba llegar, si soy sincera.

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