𝒅𝒊𝒆𝒛.
Isabelle y Alexandra Lightwood se encontraban junto a las hermanas Fairchild, sentadas en la sala de entrenamiento, pero mirando a la sala de máquinas, donde Alexander seguía mirando, por si había algo extraño en alguna parte. La pelirroja relataba los hechos sucedidos unas horas atrás, de modo que Annabeth y Lexie supieran qué había pasado.
―Ese demonio. . . ―murmuró Clary, sin apartar la vista de Jace, que estaba ordenando unas armas.
―Pero lo hiciste ―la cortó Izzy, como reprimenda, evitando así que siguiera pensando en esos pensamientos intrusivos que acechaban su mente―. Primera regla de los Shadowhunters; cuando algo explota, no te pares. No lo pienses, no apartes la mirada.
― ¿Y la segunda? ―preguntó, dudosa, la pelirroja.
―Una shadowhunter lo consigue todo con tacones ―fue Alexandra quien contestó, a la par que Izzy arrebataba la copa con su látigo.
― ¿Qué haces? ―preguntó Jace, una vez terminó con las armas, acercándose a Alec―. Mira todo lo que quieras al monitor, pero sin sangre de ángel no atravesarán la barrera. No sin que sean invitados, al menos.
Las cuatro chicas se acercaron a los parabatai, prestando atención a lo que decían.
―No si es invitado por un shadowhunter, Jace ―comentó Alexandra, siendo la primera de las chicas en hablar y asustando a los dos chicos.
―Y hasta donde sabemos todos, Valentine es un shadowhunter y la sangre de ángel también corre por sus venas ―continuó su gemelo, pues desde que hablaron parecían tener muy buena compenetración y conexión, como antaño―. La copa no está a salvo aquí, hay que devolvérsela a la Clave.
― ¿Devolvérsela? ¿Estás loco? ―bramó Clarissa, alzando la voz―. No, no después de lo que hemos pasado ―exclamó, con indignación.
―Alec tiene razón ―murmuró Isabelle, dándole la razón a su hermano―. La copa es muy importante y no podemos arriesgarnos.
― ¿Estás de acuerdo con nosotros? ―preguntaron los gemelos, al unísono. Los planetas se habían alineado o algún suceso astral había pasado, pues no se veía todos los días que los hermanos Lightwood se pusieran de acuerdo en algo.
―Es la única oportunidad que tengo de recuperar a mi madre ―se indignó más la pelirroja, ignorando que su hermana Annabeth también estaba ahí y no la había incluido.
Aunque la rubia no lo admitiría, en el fondo de su corazón le dolió. Al fin de cuentas, Jocelyn la había criado y, pese a todo, le tenía cariño. A pesar que no habían sido cercanas y que siempre había sido desplazada. A pesar que no la quería como quería a Clarissa. A pesar de no ser su hija biológica.
―Clary tiene razón ―rebatió Jace, ganándose una mala mirada por parte de los hermanos―. Todavía no podemos entregarles la Copa. Es nuestro as, la carta secreta.
―Escuchad ―pidió Clarissa, intentando serenarse―. Sé lo poderosa que es esta Copa, con ella se pueden crear más Shadowhunters, controlar a los demonios e incluso matar a un mundano si bebe de ella. Pero os prometo que no dejaré que ese monstruo se haga con ella.
― ¿Ves? ―dijo el rubio, mirando a su parabatai con orgullo. Y después a sus hermanas―. Tienes su palabra.
―La palabra de una persona no vale nada hasta que se demuestra con hechos ―murmuró Alexandra, con cierto mal humor. Alec asintió ante esas palabras.
Sin embargo, nadie se dio cuenta de la doble intención que tenían esas palabras. Por lo que había visto desde que había llegado, Jace Wayland parecía desvivirse por Clarissa Fairchild, dejando de lado a la familia que le acogió cuando su padre murió. Era como si el resto del mundo desapareciera cuando la pelirroja estaba delante. Y no, para Alexandra aquello no era amor. No amor verdadero, al menos no por el momento. Era como si estuviese hechizado por la de cabellos pelirrojos como el fuego. Y no iba a permitir ver como su hermano caía en las redes de una persona manipuladora.
―Sígueme ―bufó, finalmente, el chico Lightwood.
El grupo siguió al azabache sin decir ni una sola palabra. Annabeth prefirió quedarse al margen, de igual manera era lo que hacía Clary con ella desde siempre y más, desde que se metieron en el mundo de las sombras. Así que, ¿por qué decir algo? Era mejor quedarse callada. Por su parte, Clarissa estaba molesta con su hermana. Rodó los ojos, ni siquiera había intervenido en su defensa. No entendía qué demonios le pasaba por su cabeza.
"¿Cómo no puede llevarles la contraria cuando querían sacarle la única cosa que podría hacer que encontrase a su madre?" pensó para sí misma, terminando por soltar un gruñido de fastidio.
Alec se dirigió a la misma sala donde había guardado el collar que contenía un pedazo de portal, el cual había sido entregado por Jocelyn Fairchild a su hija Clary antes de ser secuestrada por los hombres de Valentine. Pasó su estela por la runa que había en la baldosa, dibujándola idénticamente igual, y de su interior salió una pequeña caja. Sabía que allí estaría bajo buen recaudo y que nadie que no fuera él, podría cogerla.
―Alec, sé que no habría podido conseguir la Copa sin tu... sin vuestra ayuda ―habló Clary, con la intención de acercarse al chico―. Te lo agradezco.
―No lo veas como un acto de amistad, nuestro mundo está patas arriba desde que llegaste y solo lo complicas más con tus actos de rebeldía sin sentido ―habló el varón, parándola. Él no caería en sus absurdos juegos, era más inteligente que eso―. Deberías pensar las cosas dos veces antes de actuar, así como pensar en la gente que te rodea. No estás sola en el mundo, ni eres el centro de atención para nosotros.
Clarissa se fue del lugar sin decir nada, sabiendo que conseguir la amistad de Alec sería lo más complicado. O eso creía, pues al otro lado de la puerta una enfadada Alexandra Lightwood se encontraba con los brazos cruzados. Esperándola.
Si había alguien peor que Alec, esa era Lexie. Y no en el sentido de mala persona, porque ambos gemelos eran todo lo contrario. Sino porque no le gustaba esa actitud de niña malcriada que tenía la Fairchild, así como se había encargado de decírselo en numerosas ocasiones.
―Tus juegos son demasiado infantiles, Clarissa ―sentenció, arqueando una ceja―. Mucho he permitido estos días. No solo el saltarte la ley de los Shadowhunters, las normas del Instituto y, por ende, pasar por encima de tus superiores. Es decir, mis padres, mi hermano, yo. Ya no son solo tus llamadas de atención, tus ganas de ser el centro del universo cuando no eres más que una novata en este mundo. Sino tus desprecios y tus acciones, tus palabras cargadas de dobles intenciones, incluso de odio en alguna ocasión, hacia tu hermana.
―No sé de qué estás hablando, Lexie...
―Alexandra para ti, Clarissa ―la cortó, de mala manera―. No te he dado permiso para llamarme Lexie, ni siquiera somos cercanas. Y lo dije cuando llegué; solo mis amigos y mi familia pueden llamarme así ―le recordó, vagamente―. Así que ten cuidado. Yo no caeré en tus tontos juegos y si hace falta, me encargaré de que Jace vea cómo eres en realidad. Una chica manipuladora, egocéntrica y malcriada. No permitiré que mi hermano se vea mal influenciado por una chiquilla que se cree el ombligo del mundo.
Dichas esas palabras y sin saber que Alexander y Annabeth se encontraban al otro lado, escuchándola, giró sobre sus talones y desapareció, dirigiéndose al comedor para ir a cenar.
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