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𝒅𝒊𝒆𝒄𝒊𝒔𝒊𝒆𝒕𝒆.


Mientras las recientes marcadas como parabatai seguían en la ciudad silenciosa, Alexander se encontraba en su despacho. Cuando fueron al Lobo de Jade en busca del cadáver putrefacto, a Lydia se le escapó, accidentalmente, que sus padres habían pertenecido al Círculo. Sus padres. ¿Cómo demonios era eso posible? Si eran las personas que más se regían por las leyes de los Shadowhunters, no tenía ningún sentido.

No había dejado de pensar en eso, en cómo pudieron haberle ocultado algo tan importante. Tan grave como era eso. No lo entendía.

Esa era una de las razones por las que había decidido limpiar el apellido Lightwood y, a sabiendas que le rompería el corazón a Annabeth, tuvo que mirar primero por su familia y por no perder el control del Instituto que por él mismo, que por sus sentimientos. Con sus manos, jugueteaba con una pequeña caja de terciopelo, en la que en su interior se encontraba un hermoso anillo de matrimonio. Quizás estaba cometiendo una locura, pero serviría por salvar el honor de los Lightwood... y eso era suficiente para él.

— ¡Lydia! —Llamó a la rubia por su nombre, al verla pasar por delante del despacho—. Ven, quería hablar contigo.

Se levantó de la silla e inconscientemente, mientras se dirigía al frente de la mesa para apoyarse, tocó sus labios. Se habían besado antes de volver del Lobo de Jade. Eso era lo único que tenía en mente y se aferraba a eso, como si fuera la única oportunidad que tuviera. Suspiró pesadamente al ver a Lydia tan cerca y sacó la caja.

—Quizás esto es una locura y me dirás que no pero, Lydia Branwell, ¿aceptas casarte conmigo? —preguntó, enseñándole el anillo.

Unos minutos de silencio fueron suficientes, después de eso, la de cabellos rubios sonrió y besó a Alec, con pasión.

—Acepto, claro que sí —asintió Branwell, sin pensárselo dos veces.

Aquella unión, aunque no había amor de por medio, sería lo mejor para retomar el orgullo del apellido Lightwood, aun cuando todo eso podría haberse visto tirado por la borda con la implicación de Robert y Maryse al haber estado vinculados a El Círculo y, por ende, ser partidarios de Valentine Morgenstern.



El recién arresto de Meliorn, un Seelie, había provocado un estado desolado en la joven Isabelle. La tercera hija del matrimonio Lightwood se había visto afectada por la detención del subterráneo que quería con su corazón, sintiéndose culpable de ello. Incriminaban al Seelie de ser culpable del ascenso actual de Valentine, de que los Seelies estuviesen en el bando equivocado en esta nueva rebelión. Sin embargo, Meliorn insistía en que la sangre Seelie que encontraron en esos repudiados podría ser, perfectamente, de los exploradores que semanas atrás mandaron y nunca volvieron.

Alexandra pasó por delante de la habitación de su hermana, escuchándola llorar. Le extrañó, pues nunca mostraba sus sentimientos, tampoco sus emociones.

Porque las emociones nublan el juicio de los Shadowhunters. Porque los sentimientos son una distracción para todos ellos.

Sin llamar, la castaña entró en la habitación de Izzy, encontrándose a la pelinegra llorando y tumbada en su cama. Se acercó a ella, tocando su brazo con delicadeza. Y ésta, se tiró a sus brazos, escondiéndose para seguir llorando como si no hubiera un mañana.

—Arrestaron a Meliorn, Lexie... —susurró la menor, entre sollozos—. Y es por mi culpa. ¡Por mi maldita culpa! —añadió, pegando un grito.

—Escúchame bien, Izz. No es ni será nunca tu culpa —habló la mayor, a la par que depositaba suaves y delicadas caricias en la larga melena azabache de su hermanita—. Iré a ver lo qué está sucediendo, ¿de acuerdo? Pero, Izz, no quiero que llores más. Tampoco te culpes. No es culpa tuya.

Alexandra se levantó de nuevo, depositando un beso en la frente impropia, y deslizó sus pulgares por las mejillas de su hermana menor, limpiando las lágrimas que caían. Sintió como su corazón se encogía al verla así, deseando que no se sintiera culpable de nada. Solo era una inocente más, seguramente, entre los planes de la desgraciada de Lydia Branwell. Y ella no lo permitiría.

—Antes de irme, tienes que saber algo —susurró la mayor, pasando su estela por su hombro izquierdo—. Annie y yo cometimos una locura... no avisamos a nadie pero, la Clave me concedió un permiso especial. Es mi parabatai.


Dichas esas palabras y dejando a Isabelle con una cara de asombro, donde podía reflejarse una pincelada de felicidad que se alegraba por su hermana mayor, salió de la habitación, dirigiéndose al despacho de su hermano. Esperaba, por su bien, que no estuviese implicado en todo eso. Sin embargo, aquel sería el menor de sus problemas. Llegó a su destino en cuestión de minutos, habiendo ignorado las llamadas de Jace Wayland y Clary Fairchild que quisieron interrumpir sus planes sin saber lo que iba a hacer. Pero ahí no había nadie, lo cual era sumamente extraño. Por esa misma razón y pensando en lo que Izzy le había dicho, redirigió sus pasos hacia la planta inferior, donde se encontraban, usualmente, los arrestados.

—Exijo una explicación sobre esto —bramó al llegar, sin importarle sus modales—. Una explicación coherente, así que. ¿Alguien va a contarme lo que está pasando? —pasó su mirada por cada uno de los presentes, arqueando una ceja cuando vio a su hermano. Le faltaría mundo para esconderse sí había sido el culpable.

— ¿Por qué no me acompañas arriba, Alexandra? —Pidió, cortésmente, Alec—. Por favor, hermana.

—Volveré más tarde. ¡No quieren tener a la Clave ni al Consejo en su contra! —amenazó, fríamente, antes de girar sobre sus talones.

No quería ni imaginarse qué demonios estaba pasando por la cabeza de su hermano y por la cabeza hueca de Branwell, pero aquello tan solo les llevaría a la ruina y a enfrentamientos, con probabilidades de tener muchas bajas, entre los subterráneos y los cazadores de sombras. Parecía como si no estuviesen pensando claramente, con la cabeza, antes de tomar cualquier decisión.

—Te escucho, Alexander.

—Sabes que los Seelies eluden la verdad, ¿no? —La explicación empezaba mal, basándose en algo que no serviría como prueba, pues no era una evidencia real—. Creemos que cooperan con Valentine, los repudiados tenían sangre de Seelie en sus venas. La autopsia lo ha confirmado.

— ¿Y con eso me quieres decir que...?

—No ha dicho la verdad, ¿no me escuchas? —insistió el mayor, haciendo que su gemela rodase los ojos, ligeramente irritada—. Se le va a hacer un juicio, los hermanos silenciosos...

— ¿¡Los hermanos silenciosos!? —exclamó, casi gritando, la fémina—. Sabes tan bien como yo que cualquier subterráneo que entre, puede morir. ¿Os habéis vuelto locos? ¡Eso puede ocasionar una batalla entre ellos y nosotros! Por el ángel, ¿de verdad tienes un puto cerebro ahí dentro, hermano? ¡Úsalo!

—Alexandra —advirtió, severamente, apuntándola con el dedo—. ¿En qué influye eso en ti? Cuéntame, no veo la razón por la que te pones así.

Incrédula, la muchacha abrió los ojos. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Su hermano no veía las consecuencias que eso podía traer? ¿O solo quería ver el mundo arder, algo totalmente inusual en él? ¿Sería verdad que su madre le había dejado caer de la cuna cuando nació, por lo que se golpeó y le dejó tonto?

—Si lo que quieres es que una guerra acabe con todos, adelante. No cuentes conmigo, porque me volveré a Idris y no me verás más por aquí —le advirtió, porque no era ni una amenaza, ya que lo cumpliría—. Y me influye cuando veo a nuestra hermana pequeña, llorando desconsolada en su habitación porque la persona de la cual está enamorada, puede ser condenada por un crimen que, muy probablemente, no haya cometido. ¡Debería preocuparte más el estado de tu hermana que cualquier otra cosa! ¿O es que tienes otras cosas con las que pensar que no sea tu familia? —gruñó, de mala manera, recriminándole el comportamiento que estaba teniendo—. No, cállate. No he acabado de hablar —le cortó, al ver que iba a replicar—. Es increíble como el afán del poder, de querer dirigir este maldito lugar puede más contigo que tu propia familia. Solo conseguirás quedarte solo, ¿eso es lo que quieres? De verdad, Gideón, no puedo más con todo esto. Si prefieres este lugar antes de que tu familia lo pase mal, es lo que conseguirás. Quedarte solo porque el resto nos iremos.

—Estás siendo muy injusta conmigo, Giennah, y no me lo merezco —rebatió, cruzándose de brazos—. Isabelle sabe bien lo que hay, no entiendo porque estaba llorando.

— ¡Porque le gusta Meliorn, maldita sea! —Gritó de nuevo, como si eso fuese a servir de algo—. Pero, como no quieres verlo, porque estás completamente ciego, no te das cuenta de las cosas. ¡Lógico que no te contemos nada! No puedes quejarte de eso, si te lo ganas tú mismo.

— ¿Tú sabías que papá y mamá formaron parte del Círculo? —preguntó, cambiando de tema.

Alexandra desvió la mirada. Por supuesto que era conocedora de aquel hecho. Se lo habían dicho sus padres cuando empezó a asistir a las asambleas en Idris, cuando representaba a la Clave en eventos y supervisaba otros tantos. Quisieron que su hija lo supiera por ellos, habiéndoles contado su versión —que además era la real, no cualquiera tergiversada por otras personas—. Y lo comprendió, a pesar de no aceptarlo en un principio, al final entendió a sus padres.

—No me lo puedo creer, conozco esa mirada —espetó, con furia—. ¿Tú lo sabías? ¿Y no dijiste nada?

—Te recuerdo que no nos hablábamos por tu odio injustificado hacia mí —replicó, blanqueando los ojos por unos segundos. Después, irguió su espalda, llevando sus manos ahí—. Me lo contaron ellos hace unos años, cuando representaba a Idris y a la Clave en eventos y asambleas. Escucha su versión antes de dejar que la versión de otra persona te haga ver a nuestros padres cómo lo que no son.

—Son... son unos monstruos, ¿no te das cuenta?

—No, Alec. No lo son. Sí, es cierto que hicieron un pacto con la Clave pero, créeme, conozco la historia completa. Y me creo lo que me contaron en su momento —sentenció, finalmente, para después añadir—. Recapacita, hermano, espero que no quieras perder a tu familia por un absurdo cargo.

La fémina tuvo la intención de marcharse pero, Lydia, que había escuchado la conversación de los gemelos desde el otro lado de la puerta, decidió rematar a la joven Alexandra con sus palabras. Entró antes que pudiera salir, con esa sonrisa maliciosa en su rostro.

—Amor, ¿ya le contaste las buenas noticias? —soltó la de cabellos rubios. La Lightwood, arqueando una ceja, la miró sorprendida para después mirar a su hermano—. Alec y yo nos vamos a casar, me lo ha pedido esta tarde.

Alexandra sintió como su corazón se paraba por un segundo. Eso no era una broma, por desgracia suya. Miró, decepcionada, de nuevo a su hermano, negando con la cabeza.

—Te estás arruinando la vida, Alexander —rio fríamente entre dientes—. Excelente, hermano. No me verás más por aquí, finalmente conseguiste lo que quisiste en un principio.


La fémina salió dolida, decepcionada y hecha una furia del despacho, evitando a toda costa cualquiera que se le acercase. Solo quería ver a Shawn y proponerle algo. Se encontraron en la sala de máquinas.

—Dos cosas, Lowie. Una, sí, acepto ser tu novia —susurró—. Y segunda. ¿Quieres venir conmigo a Idris? 


* *

n/a. y volví, después de dos meses sin actualizar :(( perdónenme, no sabía muy bien cómo seguir la historia sin perder el hilo pero, ahora, ya tengo un esquema mental para los capítulos que faltan (son poquitos, pues como dije iba a ser un fic de prueba y no quiero extenderlo mucho).

peeeeero, dentro de lo malo porque se está acabando esta historia, es que tengo otra en el horno. ¿os gustaría una historia sobre Annabeth Fairchild? si bien seguirá el cliché de siempre, por supuesto que tendrá mi toque <3 dejadme vuestro feedback por aquí, porfa.

¡lowie y lexie, mis bebés! sé que no se ha visto mucho su desarrollo como pareja, pero se verá en los capítulos que faltan y, posiblemente, en los extras también.

¡nos leemos! actualizaré MERAKI todos los miércoles, hasta que termine la novela, obvio. ¡no os olvidéis de votar y comentar, me encanta leer vuestras reacciones!

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