𝒄𝒊𝒏𝒄𝒐.
Llegó al hall del Instituto siendo un manojo de nervios, terminándose su zumo de naranja. Jace la saludó con esa sonrisa tan cálida como siempre, y se acercó.
―Maryse me ha dejado al mando del Instituto. ¿Me ves cara de asumir responsabilidades que no me corresponden? ―se sentía frustrada, odiaba esos cargos―. No es mi estilo, ni siquiera sé lo que hacéis por aquí.
―Alec está subiéndose por las paredes por esto, créeme que no quieres cruzarte con él hoy ―dijo el chico, ganándose una mala mirada de su hermana―. Está bien, está bien. ¿Qué harás en tu primer día al mando, Lexie?
―Primer y último día, no te confundas ―le advirtió, seriamente―. Me obligaron a venir aquí, en ningún momento mencionaron esto. Panda de mentirosos ―las risas de Jace fueron cortadas cuando sintió la mirada amenazante de Alec en su nuca, junto a la mirada fulminante de Alexandra―. No es gracioso, Jace Wayland.
Alzó sus manos en son de paz.
―Entonces, ¿qué demonios debería hacer? ¿Asignar misiones para matar demonios? ―la misma Alexandra se rió de sí misma por lo malo que había sido ese juego de palabras, contagiando la risa a su hermana, que la había escuchado llegando a ella―. Gracias por el desayuno, Izzy.
― ¿Qué desayuno, Lexie? ―preguntó confundida.
―Me trajeron el desayuno a la habitación, ¿no fuiste tú? ―la pelinegra negó con la cabeza y miró a Jace―. ¿Fuiste tú, entonces? ―también negó, dejando a una Alexandra muy confundida―. Entonces, ¿quién?
―Lo sabes muy bien ―canturrearon ambos, a los que calló con una mirada.
―Mirad, yo no sé qué hacéis aquí. Si ocurre algo, me avisáis. Estaré en el des-
No pudo terminar la frase, pues vio a las dos hermanas, más concretamente a Clarissa, con intención de salir del Instituto, mientras que Annabeth tenía intención de pararla.
―No me puedo creer que quieran escabullirse justo hoy ―maldijo en voz baja, encaminándose hacia las dos hermanas―. ¡Fairchild! ¿Dónde supone que vas? Te prohibieron salir del Instituto, por si no lo recuerdas.
―A-A una misión ―mintió la pelirroja, a lo que Alexandra arqueó una ceja.
―Aprende a mentir, chica, o te irá muy mal en la vida ―dijo, tranquilamente, pidiendo a dos Shadowhunters que barrieran el paso―. Primer consejo estando al mando, hazme caso.
― ¿Al mando? ¿Por qué no está Alec como siempre?
―Eso es algo que me pregunto yo también, pero no tengo una respuesta y de no ser así, tampoco te la daría ―contestó fríamente―. Así que, sea lo que sea que estás pensando hacer, olvídalo por hoy. Y no quiero escuchar más, son órdenes de arriba y si algo soy, eso es obediente con las reglas ―se giró hacia Annabeth, que parecía ser la más sensata de las dos hermanas―. Dime, Annie, bonita. ¿A dónde ibais?
―Íbamos a pedirle a Magnus Bane que le devolviera los recuerdos a mi hermana, Lexie ―dijo, finalmente, mirando a su hermana, encogiéndose de hombros―. Lo siento, Clary, pero no iba a dejar que te fueras sola, sabiendo que Valentine está libre y acechando cada vez más.
― ¿El gran brujo de Brooklyn? Entiendo. Mira, Clarissa, si lo hubieras pedido, podría haber mandado a algunos Shadowhunters a asegurar el perímetro, porque aunque soy una persona que obedece las reglas y las sigue a rajatabla casi siempre, también soy consciente de las cosas que son realmente importantes. Ahora, por favor, hacedme el favor de ponerme al día entre todos y veremos que hacer luego.
― ¡No hay tiempo que perder, por el amor al ángel! ―gritó la pelirroja, ganándose una mala mirada por parte de Alexandra, que estaba conteniéndose para no mandarla a una habitación y encerrarla.
―Mira, chica. El propósito de mis padres y de esta comunidad es mantenerte a salvo, porque eres la hija de Valentine. Bueno, lo sois las dos. Ya has hecho suficientes excursiones para salvar tu pellejo, pero esto se ha acabado ―sentenció, con firmeza―. Ahora las cosas se van hacer correctamente, te guste o no, así que empieza a contar todo y después me pensaré qué hacer.
―No pensé que diría esto, pero Giennah tiene razón ―una voz muy varonil y que había echado tanto de menos escuchar, se oyó a sus espaldas, haciendo que las tres chicas se girasen al unísono.
―Se agradece, Gideón ―rodó los ojos la de cabellos azabaches, sin prestarle atención a su hermano gemelo, para después girarse de nuevo hacia las dos hermanas.
Dejando de lado aquel intercambio de palabras entre los gemelos y volviendo al punto en el que estaban antes de aquella aportación, Alexandra había sonado tan imponente que incluso su hermana Izzy se había quedado de piedra. Se podría decir que incluso ella misma, pues, ¿en qué momento llegó a tal nivel de madurez?
―Y deberías pensar antes de actuar, como segundo consejo ―comentó―. Piensa un poco más en tu hermana, la estás metiendo en todos los problemas. Por lo poco que he visto en un día, parece ser que Annabeth es la más sensata y la más racional de las dos, aparte de ser la mayor, por lo que deberías hacerle caso cuando te dice las cosas ―se giró hacia Izzy, con una sonrisa burlesca―. Creo que acabo de ser igual que mamá, que Raziel me salve de no acabar como ella, por favor ―dramatizó, dirigiéndose hacia la zona de armas―. Ponedme al día antes de que me arrepienta de esta decisión ―aceptó, finalmente, la "misión" de la búsqueda de los recuerdos de Clarissa Fairchild.
―Llevamos días tras ellos ―empezó Jace―, hasta que dimos con Magnus Bane. Fuimos a una fiesta nocturna y queríamos hacer un intercambio, una valiosa joya por los recuerdos de Clary, pero no era suficiente.
―Así que pensamos en ir a su guarida ―finalizó la pelirroja.
― ¿Era tan difícil contar esto? Por el amor al ángel, Clarissa, mis padres me han puesto al día de la importancia de la copa mortal, así que deduzco que necesitas esos recuerdos para saber dónde está, ¿no? ―la mencionada asintió, no muy convencida por estar dándole la razón―. Entonces, coged armas. Iremos a la guarida del brujo.
― ¿Iremos? ¿Tú también? ―preguntó Izzy, sonriente, a lo que asintió―. No sabes los años que llevaba esperando volver a esto.
Isabelle se quedó con el látigo, Clarissa y Jace los cuchillos serafines, Annabeth optó por unas dagas y Alec por el arco y las flechas. Alexandra, por su parte, se quedó mirando las armas. Hacía tanto tiempo que no salía a una misión, que ya no sabía ni qué usar.
―Lexie, Lexie. ¡Lexie! ―gritó Jace en su oído.
―Pero no me grites al oído, que me dejarás sorda ―gruñó, mirándole mal, para después coger un par de cuchillos serafín también―. ¿Qué? ¿Qué miras?
― ¿Por qué los cuchillos? Siempre fuiste más de. . . ―la morena le cortó.
―Hace nueve años que dejé el arco y las flechas, era demasiado doloroso para mí, me recordaba a cuando todo estaba bien ―musitó, sin darle mucha atención―. ¡Shawn! Salimos de misión, cualquier cosa que ocurra, me llamas ―le gritó a quien siempre consideró su mejor amigo, y quien siempre había estado ahí.
Antes de irse del Instituto, Alec se quedó mirando a su gemela. En su mirada, podía verse un deje de tristeza. Cuando volvieran, tendrían que hablar. Aclarar todo, mejor dicho.
Llegaron a la guarida del gran brujo de Brooklyn más rápido de lo que pensó. Primero aseguraron el perímetro, le parecía demasiado sencillo haber llegado hasta ahí sin ningún problema. Y lo sencillo, siempre resultaba lo más difícil al final.
―Ha sido muy fácil llegar hasta aquí ―murmuró Alexandra, mirando al resto pero a la vez sin mirar a nadie―. Nos dividiremos, será más fácil entrar ―pero no pudo acabar la frase, porque vieron cómo alguien atacaba―. ¡Mierda! Hay que ser rápidos pero sigilosos, ¿de acuerdo? Clary, irás con Jace. Annie, tú con Alexander. Izzy, tú vas conmigo, como en los viejos tiempos. ¡Nos vemos dentro! Y que nadie salga herido, o me matarán a mí por haberlo permitido, por favor.
Dichas esas palabras, cada grupo de dos se dispersó. Las dos hermanas entraron por la parte inferior, donde ya se encontraron con algún demonio. El collar de Isabelle les alertaba que estaban rodeados, por lo que luchando codo con codo, espalda con espalda, les fueron derrotando.
― ¡Suéltala! ―gritó, cuando vio que un miembro del Círculo estaba a punto de alcanzar a una niña―. Es solo una niña, por el amor al ángel.
Alexandra no dudó en encararlo. Aunque hacía tiempo que no luchaba ni salía de misión, con suerte mantenía los entrenamientos, siempre adaptados a la dificultad de su corazón, consiguió deshacerse de aquel hombre. Se acercó a la niña, que estaba asustada.
―Tranquila, te prometo que no te pasará nada, brujita ―musitó, dándole la mano―. Tu papá no volverá, pero te llevaré a un sitio que estés a salvo, ¿vale? ―la niña asintió entre sollozos y ella miró a Isabelle―. Hay que encontrar a Magnus Bane de una vez.
―Vamos, creo que sé por dónde ir.
Sin soltar la mano de la niña, corrieron escaleras arriba, por el camino se encontraron a Clary y a Jace, pero no se habían cruzado con Alec ni Annabeth. No sabía si asustarse, le daba miedo perder a su hermano sin haber hecho las paces antes. Pero, cuando los cinco entraron a la guarida del brujo Bane, se encontraron a los otros dos ahí dentro.
―Ella está bien, Magnus Bane ―habló Alexandra, dejando que la niña se fuera con el brujo―. La intentaron atacar después de. . . deshacerse de su padre, pero lo maté antes de que la tocara. Puede estar en estado de shock por todo lo sucedido, pero se recuperará ―habló tan rápido, que casi nadie la entendió―. Perdón, hablé muy rápido, ¿verdad? ―una mueca en su rostro como modo de disculpa fue suficiente, esperaba.
―No tenías por qué salvarla y, pese a ello, la salvaste. Gracias, Alexandra Lightwood ―agradeció el brujo―. Pero, ahora que nos han encontrado, sujetaos bien. Vamos a cambiar de ubicación.
Llamas azules salieron de las manos del brujo y, en un abrir y cerrar de ojos, la guarida se asentó en un apartamento totalmente nuevo. Muy diferente al anterior, para nada vintage. Alexandra se quedó flipando, alucinando con todo.
―Estoy en deuda contigo, Alexandra Lightwood.
―Yo no lo llamaría así, pero no voy a desaprovechar la oportunidad de pedirle algo, Magnus ―comentó, mirando a Clarissa―. Verá, Clary Fairchild me comentó que le quitó unos recuerdos hace unos años y ahora necesita recuperarlos. Son necesarios para derrotar a Valentine.
―Se los di al demonio de la memoria ―dijo, finalmente, pero luego se acercó a Clarissa―. Ten esto, dibuja este pentagrama de aquí en el suelo de la habitación. No creo que necesites ayuda, ¿verdad? ―la pelirroja negó entusiasmada, dejando al resto donde estaban.
Cuando todo estuvo listo, todos se fueron a la habitación en cuestión. Esa chica era toda una artista, tenía que reconocerlo, pero no era el momento. Un pentagrama, cinco puntas. Isabelle ya se había colocado, pero no iba a dejarla.
―No permitiré que estés en peligro, Izzy, olvídalo ―se cruzó de brazos mirándola fijamente―. Yo iré en tu lugar, al fin de cuentas, he aceptado venir y ya me matarán por ello, pero valdrá la pena si puedo protegerte. Y Annabeth, tampoco pasarás por esto. Suficiente con tener una Fairchild en peligro, dos son demasiadas.
Tras unas discusiones de más, empezaron a colocarse en los puntos. En un principio, Alexandra se había colocado entre Clarissa y Magnus, pero Jace Wayland decidió ponerla a su lado. Entre él y Alec, porque no iba a dejar que ella también estuviese en peligro. Un duelo de miradas hizo que el chico ganase y, de mala gana, se colocó en medio de ambos. Magnus le tendió la mano a Alexander, uniéndose. Después, Alexander miró a su hermana gemela, por primera vez en años y le tendió la mano. Insegura de sí misma, Alexandra la aceptó, teniendo el primer contacto físico en nueve años. Le tendió la otra mano a Jace, que rápidamente la estrechó con la suya, dándole la otra a la pelirroja, la menor de las hermanas Fairchild. Y, finalmente, el pentágono se cerró cuando Clarissa y Magnus se dieron la mano.
― ¡Voy a invocarlo! ―exclamó el brujo―. Va a pedir algo a cambio, deberéis soltar un recuerdo con la persona que más amáis.
― ¿¡Qué!? ―gritó Lexie, asustada.
―Y sobre todo, no soltéis el vínculo en ningún momento. Puede ser peligroso.
Si antes no tenía miedo, ya lo tenía ahora. Valak apareció tras ser invocado, y pedía los recuerdos. Alexandra se dejó llevar y el rostro de Alec no tardó en aparecer, para ser llevado por el demonio. Pese a todo, era la persona que más amaba en el mundo. Las miradas de los gemelos se cruzaron por unos instantes y, aunque Lexie estaba a punto de llorar, fue el turno de Alexander. Fue un recuerdo de Jace. Todos se quedaron perplejos ante eso. Mientras el recuerdo de Clarissa, que era Jocelyn, su madre, desapareció, Alec seguía negando lo sucedido.
―No me sueltes, por favor. ¡No me sueltes, Ander! ―gritó con todas sus fuerzas Alexandra, apretando la mano de su gemelo para que no la soltase. Fue un grito desgarrador, el más doloroso que jamás había salido de su garganta―. P-Por favor, no pasa nada. ¡No me sueltes!
"NOOOOOOOOOOOOOOOOOO" el gritó de Alexander Lightwood resonó por toda la habitación al mismo instante que se soltaba de Magnus Bane y es que, pese a que Alexandra intentaba resistir sin soltarle la mano, era demasiado tarde.
Las miradas de Jace y Alec lo decían todo.
Magnus gritaba que no podría retenerlo más con su magia, era demasiado fuerte. Alec se tiró hacia el demonio, pero su parabatai se lo impidió, siendo él que fue cogido por Valak.
― ¡Jace! ¡JACE! ―gritaba Alexandra, sujetándole de uno de sus brazos. Isabelle sujetaba el otro, pero no tenían suficiente fuerza―. Resiste, por favor.
Annabeth le cogió también ayudando a Isabelle y, aunque Alexandra deseó con todas sus fuerzas que Alec hiciera lo mismo con ella, el varón seguía en el suelo, incrédulo. Con miedo. Su mirada denotaba terror.
― ¡Haz algo bueno por primera vez en tu vida, Clarissa Fairchild! ―gritó, esta vez Annabeth, sorprendiendo a todos.
Sin saber que hacer y sabiendo que perdería esos recuerdos para siempre si mataba al demonio, Clary finalmente acabó apuñalándolo con el cuchillo celestial. Al final, todo había acabado. Jace estaba a salvo y el demonio ya no estaba. Primero se aseguró que él estaba bien y después, miró a su hermana menor. Ella asintió.
―Iré yo, creo que va siendo hora de tener una conversación con él, ¿no? ―una mueca se formó en su rostro de nuevo, recibiendo sonrisas por parte de Izzy y Jace―. Nos vemos en el Instituto, voy a rezarles a todos los dioses para que mis padres no hayan vuelto todavía.
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