𝐄𝐏𝐈́𝐋𝐎𝐆𝐎.
Su vuelta a Idris no había sido de color de rosa. Por supuesto que su madre se había opuesto a su decisión, mas, hizo caso omiso a sus peticiones —órdenes, en realidad— y fue contratada en el hospital, lugar en el que le había hecho un contrato indefinido. Empezaría su especialización: medicina de familia y comunitaria.
La nueva rutina fue agradable, aunque todavía se le hacía raro haber vuelto a casa. Estar de vuelta sin sus hermanos no era algo que le gustase pero, no podía seguir haciéndose daño en Nueva York. Además, no se lo había dicho a nadie, mas, acudiría de incógnito a la boda de su hermano, a pesar que siguiera pensando que estaba equivocándose y que cometería el mayor error de su vida. Sin embargo, había algo en su interior —por no hablar del dolor que sentía a través del vínculo parabatai por parte de Annabeth— que le decía que algo sucedería.
Esa era la razón por la que se estaba arreglando. Sus padres ya habían abandonado su casa unos treinta minutos antes, por lo que no había nadie que pudiera delatarla. Shawn le prometió encontrarse en el Instituto, en lo que terminaba una sesión del Consejo que prácticamente coincidía con la hora del enlace. Había optado por un vestido negro largo, de gala, con una abertura en la pierna derecha, que le llegaba a la cadera. Unos tacones de aguja, que la hacían ver mucho más alta, y un recogido simple, dejando ver su hermoso rostro pincelado por un maquillaje sutil.
—Tú puedes, Lexie —se dijo a sí misma, mirándose al espejo. Poco a poco, estaba volviendo a ser ella misma y esa mañana, empezaba a demostrarlo al haber rescatado ese precioso vestido que tenía olvidado en el armario—. Vamos, luchadora. Eres una guerrera.
Desde hacía unos días, la segunda hija del matrimonio Lightwood acudía a un psicólogo, haciendo terapia. Si bien no era algo común entre los cazadores de sombras, el pasado aterrador de Alexandre necesitaba ser superado si quería sanar de verdad, por lo que optó por seguir el camino más mundano y ahora acudía a su terapeuta dos veces por semana. Iba a ser un largo camino pero, desde su primera sesión, había puesto todo de sí misma para lograrlo. . . como todo lo que se proponía. Alexandra sabía que necesitaba sanar si quería estar rodeada de los suyos, así que aquel era el primer paso.
Dejó atrás Idris una vez roció unas gotas de su perfume favorito —que olía a frutos rojos—, llegando al Instituto de Nueva York mediante un portal que había en la sede de la Asamblea. Tragó saliva, activando su runa de Sigilo y también la runa de Invisibilidad, ambas trazadas en su brazo izquierdo. Siendo una runa excepcional, su runa de Invisibilidad tiene una ligera diferencia con la que tienen el resto de Shadowhunters, permitiéndola ser invisible ante los mismos cazadores de sombras; lo único que no camufla es el olor, por lo que su perfume delataría su presencia.
Se sentó en una de las últimas filas, vacías, observando a su hermano. Negó con la cabeza, no quería que cometiera un error. Pero ella, no podía hacer nada para evitarlo. Pensó que irse le haría recapacitar, alejarse tampoco fue una solución para que abriese los ojos. Incluso había pensado en casarse ella con Shawn, pensando que así Alec podría ser feliz con Annabeth —pues estaban destinados a estar juntos, estaba convencida de aquello—, pero no podía ser egoísta con su pareja. Además que llevaban poco tiempo saliendo y no quería apresurar las cosas, aunque sabía que Shawn aceptaría sin pensárselo. Al fin y al cabo, estaba enamorado hasta las trancas desde hacía años. No obstante, era la propia Alexandra la que no estaba preparada para eso.
La ceremonia empezó una vez Lydia Branwell llegó al altar, sentándose junto a Alexander. Avanzaba a ritmo lento, permitiéndole ver a todos los presentes. Shawn se había sentado a su lado, supo de inmediato que estaba al final, guardándole un sitio. Pudo ver como su hermano pequeño estaba sentado junto a sus padres, en la primera fila. Isabelle también estaba ahí, tan preciosa como siempre. Al otro lado, Jace y Clary. También Simon. Muchos conocidos de su familia. Miembros del Consejo. Altos cargos de Idris. Pero, Annabeth no estaba ahí.
Lo entendía. Si el amor de su vida se casaba con otra persona, ella tampoco estaría presente en la celebración. Comprendía el dolor de su parabatai pero, de entre todas las cosas que pensó que ocurrirían, no entraba entre sus planes la aparición repentina de ésta. En un abrir y cerrar de ojos, Alexander abandonó la ceremonia, dejando plantada a Lydia en el altar, sin terminar la ceremonia. No se habían trazado las runas de matrimonio, por lo que... era libre. Annabeth Fairchild —o, mejor dicho, Herondale— era el sol que iluminaba a su hermano gemelo, no le sorprendió que, finalmente, la siguiera.
Vio pasar a su madre, histérica, siendo seguida de sus hermanos y su padre. Hizo lo mismo, se daría a conocer.
En el despacho, Alexander se rebeló por primera vez ante Maryse.
—Si hubieses parado la boda a tiempo, hubiese estado mejor —bramó Maryse Lightwood, casi al borde de un ataque de histeria—. Pero, Alec. Dejar a Lydia plantada al altar... es una vergüenza.
—Madre... —interrumpió el varón, pero el enfado de su progenitora era superior.
—Ya basta, madre —gruñó Alexandra, pasando la estela por la runa de Invisibilidad, dándose a conocer—. El error hubiese sido casarse con esa arpía —resopló, causando la sorpresa de sus hermanos—. ¿De verdad pensabais que no vendría? Por favor, no me perdería el espectáculo por nada del mundo —ironizó.
La joven de cabellos azabaches se acercó a su hermano, rodeándole por la cintura. En esos momentos, necesitaba apoyo incondicional, no las reprimendas de su madre por haber sido egoísta y cualquier otro calificativo negativo que Maryse hubiese mencionado hasta el momento.
—Ve a buscarla y bésala como si fuese la única mujer del mundo —dijo, divertida, pensando en Annabeth.
Quizás ese era el principio de una nueva era. Quizás no eran conscientes de las traiciones que sufrirían a partir de entonces. Quizás todo acabaría mal pero, una vez más, el amor era la magia más poderosa. El amor les salvaría, estaba segura de eso.
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