Éclat d'Art |07
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Narra Camille
Enero 23 del 2021
Monte-Carlo, Mónaco 🇲🇨
Esa mañana me había levantado en el momento justo para desayunar en una cafetería cerca de la playa. Aunque había algo de sol, que no era muy intenso, el frío también estaba presente. Traía puesto algo cómodo y desapercibido, me encantaba tener estos pequeños espacios conmigo misma, donde podía comer tranquilamente mientras observaba el cielo y el mar combinarse. La suave brisa que corría por el lugar produjo cierto cosquilleo en mi rostro lo que me llevó a sonreír ligeramente. Ese lugar en donde servían los mejores croissants tenía significado para mí.
Mi tío Enzo y yo teníamos una tradición y era que, cada fin de semana sin falta debíamos reunirnos ahí para, obviamente, comer y deleitarnos con la vista. Recuerdo que él hablaba sobre los vívidos colores que nos rodeaban como si se tratara de su cuento preferido y yo lo escuchaba atentamente, sus ojos brillaban al soltar cada palabra sobre arte, las texturas, la historia detrás de ellas y la infinidad de cosas sobre las que podías pintar. Aún rememoraba cómo cada lunes esperaba con ansias los sábados en donde me sentía libre de aquellas presiones que me acompañaban desde temprana edad. Pequeños momentos de nosotros en donde nos reíamos pasaban frente a mis ojos por todo el lugar.
Luego de su muerte, me resultó muy difícil retomar mi rutina. Me había descontrolado por completo y me esclavicé al ballet. Me volví rígida y solo vivía por y para bailar. La alimentación que llevaba no era la mejor, y ni hablar de mi estabilidad emocional. Sentía que la única luz de esperanza que tenía la había perdido para siempre. Muchas personas estaban preocupadas por mí, pero cuando se acercaban a indagar, solo les respondía con un "estoy bien", cuando en realidad estaba muy lejos de estarlo.
Tanto era el dolor, la incertidumbre y la soledad que un día mi cuerpo no resistió más. Todo eso que callaba y repetía en mi mente me derrumbó. Había bajado mucho de peso, tenía trastornos del sueño y me desmayaba debido al estrés. Cuando tuve uno de estos síntomas en medio de uno de mis ensayos, mi familia y Anya intervinieron. Mi abuelo estaba muy preocupado y me cuidaba todo el tiempo, al igual que la patinadora. Nunca me dejaron sola. Mi madre me visitó, pero mi padre no; mientras que Suzette solo me miraba y me daba cierta atención, que estaba segura de que no era real. Yo sabía que ella me creía débil. Muchas veces me lo decía, al punto que terminé convirtiéndome en eso.
Cada vez que recordaba ese momento de mi vida, sentía una presión en el pecho que me causaba intranquilidad y algo de ansiedad. Y de nuevo, la estaba sintiendo. Respiré profundamente y traté de enfocar mi mente en cosas positivas.
Muchas personas me recomendaban no seguir visitando la cafetería, ya que eso solo me pondría triste. Les hice caso por un tiempo y así conocí la Casa del Caffè, otro de mis sitios favoritos. Pero para mí no era igual. Ese lugar era especial porque, de todos los rincones de Mónaco, ahí era donde podía sentir a Enzo más cerca, y eso lo era todo para mí.
Volvería una y otra vez.
—Comment s'est passé le petit-déjeuner, mademoiselle? — la voz de uno de los amables camareros me trajo de vuelta a la realidad preguntándome cómo había estado el desayuno.
—C'était exquis, merci. —le sonreí luego de responderle que estuvo exquisito, en su rostro se notó la tranquilidad al oírme e inmediatamente se ofreció a traerme la cuenta, a lo que yo acepté.
A los minutos regresó y pagué para después dirigirme a la salida del lugar, no sin antes darle un último vistazo.
Los sábados para mí eran sinónimo de relajación, por lo que normalmente salía a caminar, dormía, compraba algunas cosas o simplemente no hacía nada. Pero hoy sería distinto. Charles estaba emocionado por el plan que teníamos; me había escrito temprano para comentarme el nombre de la galería de arte, la cual yo conocía muy bien.
Éclat d'Art era el lugar donde estaban expuestas algunas de las pinturas de mi tío, o bueno, las que alcanzó a presentar al mundo; el resto se encontraba en su casa, un lugar que no había visitado en muchos años. Charles probablemente no lo sabía; nunca le había hablado de mi tío tan a profundidad y temía hacerlo. No quería asustarlo con mi historia familiar y sus problemas. Observé la hora en el reloj que traía puesto y estaba a tiempo; eran casi las 11 de la mañana. Dejé de caminar tratando de recordar qué debía hacer. Había revisado mi agenda y no tenía nada; revisé conversaciones esperando refrescar mi memoria, pero fue en vano.
Resoplé y retomé mi caminata por toda la Avenue des Beaux-Arts, viendo cómo algunas chicas iban con sus bolsas llenas de ropa con algunas marcas lujosas dibujadas en ellas. Otras personas se detenían a observar las imponentes tiendas, admirando su arquitectura. A lo lejos, pude distinguir cómo un señor de cabellos blancos se bajaba de un coche y se adentraba a una joyería, la cual pertenecía a mi familia. Caminé más rápido y aquel hombre me pareció familiar; su manera dulce de hablar y el movimiento de sus manos hicieron que me diera cuenta de que era mi abuelo Frederic.
Entré a la tienda y presencié cómo estaba hablando con una de las encargadas de la joyería; supuse que estaba dando instrucciones. Me acerqué lentamente esperando a que él me notara y cuando se dio cuenta de mi asistencia, su rostro se iluminó y su bella sonrisa lo acompañó.
Se acercó hasta a mí y me abrazó. —Ma petite fleur. —susurró aquel apodo que me colocó a temprana edad.
—Hola, Abuelo. —me alejé y le regalé una tierna sonrisa. —Creí que estabas descansando hoy o que estarías con la abuela. —fruncí el ceño confundida.
Él rió por lo bajo mientras negaba con la cabeza.
—Tu abuela salió muy temprano en la mañana y desde ese entonces no la veo. —hizo una leve pausa—Y por lo que estoy notando creo olvidaste algo por completo, ¿verdad?
—¿Olvidar que cosa? No entiendo.
—Hace unos días te dije que vinieras a la joyería porque tenía un regalo para ti.
¡Claro! Eso era lo que no tenía agendado.
—¡Lo siento, abuelo! He tenido unos días bastante agotadores y olvidé por completo agendarlo. —entrecerré los ojos bastante apenada— espera, ¿Un regalo?
—S'il te plaît, apporte les perles, Katherina. —le pidió a la chica que se encontraba a su lado que trajera el collar y ella obedeció.
—¿Perlas?
—Así es, mi Camille. Perlas. —tocó levemente mi cabello—Recuerdo que de niña siempre soñaste con un collar de perlas como el que tu padre le dio a tu madre. Y creo que ya es hora de que lo tengas. —Katherina regresó con una caja de terciopelo negro, se la entregó a mi abuelo, esta se retiró y esa fue su señal para que él la abriera.
Mis ojos se maravillaron al verlo.
Era un collar de perlas que contenía en el centro un dije de una flor de oro blanco, noté un destello en esta y miré a mi abuelo, él asintió confirmando como si supiera lo que yo había pensado.
La flor tenía un pequeño diamante en su núcleo.
De la emoción que sentía, llevé una de mis manos a mi boca.
—Abuelo, esto es... hermoso. —rocé con las yemas de mis dedos cada perla delicadamente, se veía bellísimo. —No sé cómo agradecértelo.
—Yo sí, solo no te olvides de tu pobre abuelo al que le encanta que lo visites. —su risa resonó en mis oídos y yo también reí. —¿Ya tienes en mente alguna ocasión para usarlo?
—Oh, creo que sí. —sonreí al recordar mi encuentro. —Iré con Charles y los demás a una galería de arte, específicamente a Éclat d'Art.
Al decir esto último, en su rostro se notó algo de tristeza, pero inmediatamente trató de mejorarla. Definitivamente la muerte de Enzo era algo que no superaríamos en mucho tiempo.
—¿Con Charles? El piloto, ¿verdad? —preguntó con cierto tono que hizo que rodara los ojos. Aquella tristeza había desaparecido de su rostro—Tomaré eso como un sí. Supongo que este collar llegó en el momento ideal, úsalo hoy y lo deslumbrarás.
—¿Deslumbrarlo? Pero, abuelo, solo somos amigos. —respondí, confundida.
—Por ahora.
—¿Cómo que por...
—Olvídalo, ma petite fleur. Sé que te verás perfecta.
Cerró la caja de terciopelo negro, buscó una bolsa de la tienda que tenía grabados detalles dorados alrededor del nombre "Miroir doré". Guardó el collar en ella para después entregármela.
—Gracias, abuelo. Significa mucho para mí este regalo. —le di un abrazo para después alejarme y revisar la hora. —Ya debo irme, pero en los próximos días te llamaré para que salgamos a cenar.
—De acuerdo. Cuídate y disfruta.
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Al llegar a casa, aún tenía demasiado tiempo hasta que Charles pasara por mí. Me tumbé en el sofá, observando a mi alrededor y pensando en cómo podría pasar las horas que me quedaban. Tomé mis cosas de nuevo y me dirigí a la habitación, para después poner mi bolso en la silla que se encontraba en una esquina. Saqué la caja de terciopelo y al instante abrí las puertas del armario. Me adentré en él disfrutando del aroma de uno de mis perfumes favoritos, Chanel N°5; aún quedaban restos de este luego de mi última salida. Caminé hasta una de las gavetas y guardé el collar delicadamente.
Suspiré y comencé a acomodar algunos zapatos que se encontraban desordenados. Tenía una gran colección de flats de distintas marcas, pero los de Chanel y Jimmy Choo eran mis favoritos. Tomé los de color beige, de la primera marca, y los coloqué a un lado de los demás pensando qué podría usar con ellos. ¿Un vestido? ¿Una falda? Busqué en cada sección de mi armario algo que me gustara y que considerara adecuado para la ocasión.
Casi siempre trataba de escoger mis atuendos con antelación porque a la hora de vestir era bastante indecisa, o tal vez era porque tenía tantas opciones que no sabía qué ponerme.
Era frustrante.
—Piensa Camille, no puede ser tan difícil. —me regañé en voz alta. Luego de luchar por varios minutos simplemente me resigné y llamé a Marta para que me ayudara a escoger.
—¿Qué tienes en mente? No sé, ¿Algún color en específico? —dijo ella a través de la pantalla.
Me rasqué levemente la frente tratando de pensar. —Había imaginado algo fresco, pero tampoco tan básico. Además, el frío que hace no es extremo. ¿Quizás podría llevar un pantalón?
—¡Sí! ¿Recuerdas ese pantalón de traje negro que tu abuela detesta? Puedes usarlo junto con algunas de tus chaquetas favoritas de Chanel.
—¿Te refieres a las tweed?
—Esas mismas.
Me moví por todo el armario tratando de hallar las prendas anteriormente mencionadas. Al tomar el pantalón, me dirigí a otra de las secciones para considerar qué color le quedaría mejor. Tenía tres opciones: la primera era color blanco, con botones del mismo color y contornos negros. La siguiente era de un tono rosa pastel con algunos detalles plateados y perlas en ciertas partes que llamaban la atención. Por último, este diseño era especial y solo lo había utilizado una vez; sus tonos azules estaban delicadamente bordados, formando diminutos cuadros, mientras que un pequeño pendiente de la marca le daba el toque perfecto en el lado izquierdo.
Suspiré y me situé frente al espejo mientras me ponía la ropa encima para hacerme una idea de cómo me vería. A los segundos, me decidí usar la primera opción.
—Ya escogí lo que me pondré esta tarde. —aparecí de nuevo en la llamada, cosa que hizo que se formara una sonrisa en el rostro de mi amiga. Le mostré la chaqueta y de sus labios salió la aprobación que necesitaba.
—¿Te pondrás una blusa negra?
—Tal vez, ya veré cómo lo combino. —dije con cierto tono de emoción en mi voz.
—¿Estás feliz?
—La verdad, es que sí. —Marta me lanzó una mirada juguetona que decidí obviar— Pero, siendo sincera, en el fondo también estoy tratando de olvidar el hecho de que vamos a esa —pronuncié esta última palabra con fuerza— galería de arte.
—Oh, cierto. Si no te sientes lista, podemos cambiar los planes o inventarnos alguna excusa, Millie.
—No, no. No es necesario. Se nota que Charles está realmente emocionado por la exposición de su amigo y no quisiera arruinarles el plan a todos. —miré hacia el techo— Además, no estoy triste, solo es raro volver después de tanto tiempo.
Regresé mi vista al teléfono y noté como mi amiga me miraba con cierta tristeza. Sabía que aún seguían preocupándose por mí cuando ese tema salía a la luz y lo agradecía, pero no quería que hablar de Enzo se volviera una tortura. O eso me decía a mí misma cuando comenzaba a sentir ese familiar dolor en el pecho.
—Lo entiendo, si necesitas algo estaré a unos cuantos pasos de ti o si lo prefieres, apóyate en Charles.
—¿Qué? No, Marta. No quisiera abrumarlo con la horrible historia familiar que tengo y cómo es mi vida actualmente con ellos. —Y era cierto. No quería eso, había muchos temas de los que podíamos hablar. Lo familiar podía esperar.
—Créeme, él es mucho más comprensivo de lo que te imaginas. Es muy buen amigo y definitivamente le agradas bastante.
—¿En serio? —una pequeña sonrisa se formó en mis labios que traté de disimular.
—Sí, Millie. —Me respondió de manera dulce— ¿Recuerdas aquel encuentro en la casa de André? —asentí— Bueno, luego de que te fuiste sin despedirte de nadie, él me buscó y lo vi intranquilo, le pregunté qué había sucedido y dijo que había sido imprudente contigo. Se sintió mal porque pensó que lo ibas a detestar después de su corta conversación.
Alcé mis cejas, bastante sorprendida.
—No podría detestarlo, sé que sus intenciones eran buenas y quería demostrarlo a su manera. Pero no tenía idea de que se había sentido tan mal. —Fruncí el ceño— Lo bueno es que, a los días, me lo encontré y se disculpó. Así que ya estamos bien.
—¿Bien?
—Sí, bien.
—¿Entonces van por el camino de la amistad o....?
—¡Marta!
—Solo decía... —alzó sus hombros mientras se hacía la inocente.
—No —me senté en la silla del tocador para estar más cerca del teléfono—, eso solo fue un sentimiento muy fugaz de la adolescencia del cual él no sabrá jamás.
Ella me observaba no muy convencida con mis palabras, pero evité su contacto visual poniendo atención a mis manos.
Sí, cuando conocí a Charles me pareció alguien muy tierno y atento, su personalidad extrovertida llamó mi atención, siempre se encontraba haciendo reír a los demás u ofreciéndose para ayudar en lo que fuera. Y yo estaba ahí pero no era tan visible para él, como él lo era para mí. Luego tuvo su primera novia, con la cual ya no tenemos comunicación tan seguido debido a que terminaron, lo que llevó a que mis "sentimientos" o el simple "gusto" que sentía desapareciera poco a poco al igual que mis oportunidades con él.
Volví mi vista hacía Marta y noté como suspiró, dándome a entender que se daba por vencida.
—Como tu digas, Millie. Entonces no vemos allá. —habló a la vez que sonreía delicadamente. Sabía que iba a seguir insistiendo en ese tema. —Por cierto, hace días dejé mi bufanda en tu sofá, ¿Podrías llevármela, por favor?
—Por supuesto que te la llevo, ese día la encontré y la guardé junto con las mías, así que gracias por recordarme.
—¡Perfecto! Ya pronto nos veremos.
Al colgar me fijé en la hora. Tenía el tiempo exacto para comer algo y empezar a prepararme.
—Todo saldrá bien, Camille. —me di ánimos mientras me miraba en el espejo.
Ya era una costumbre sentirme ansiosa antes de un evento importante, tal vez siempre esperaba que algo saliera mal o recibiera una terrible noticia. Esperaba que ese día fuera la excepción.
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Pasé la brocha delicadamente por mis mejillas dando un último toque de color asegurándome de que quedara bien difuminado. Hacía unos pocos minutos estaba casi lista, lo que Marta me había ayudado a escoger me lucia de maravilla, solo me faltaba el protagonista de mi atuendo.
El collar.
Abrí la caja de terciopelo que se encontraba en el tocador, lo tomé desabrochándolo para después ponerlo suavemente alrededor de mi cuello, la sensación era fría, pero se veía hermoso. Sonreí al ver como todo encajó. Los nervios, que por alguna razón desconocía de su aparición, se apoderaron de mí. De cierta manera, también me preocupaba que las salidas se volvieran constantes y me distrajeran de lo importante. Sabía que con el ritmo de vida que llevaba, la disciplina regia mis días y nada podía cambiarlo.
Mi teléfono sonó anunciando una llamada desde de la pequeña cartera que llevaba, lo busqué para después contestar sin siquiera mirar el emisor de esta.
—Allô?
—Ya estoy afuera de tu edificio, Millie. —Su voz provocó un tirón en mi estómago debido a la sorpresa. Quise hablar, pero de mi boca no salió nada, me llevé la mano a la frente y resoplé. — ¿Millie? ¿Estás bien?
—¡Si! —dije rápidamente— estoy muy bien, ya bajo.
Colgué el teléfono, tomé mis cosas y la bufanda de Marta, y bajé. Al llegar al vestíbulo, noté una multitud congregada en la entrada, cada uno con un teléfono en la mano y una sonrisa en sus rostros. Los guardias del edificio intentaban alejar a la gente de la entrada, pero parecía una tarea difícil. Uno de ellos notó mi intención de salir y abrió la puerta como pudo. Le agradecí y me dirigí hacia el auto de Charles, atravesando el grupo de personas que lo rodeaba. Algunos me miraban, supuse que trataban de averiguar quién era yo, mientras que otros ya lo sabían, pero no le di mucha importancia e ingresé al auto.
Su característica sonrisa y sus ojos verdes me recibieron con calidez. Él se acercó queriendo abrazarme y yo lo recibí gustosa, ignorando las miradas que nos dirigían. Se apartó para subir las ventanas y despedirse con la mano de las personas que estaban tomándose fotos con él anteriormente. Su auto arrancó y su voz hizo presencia.
—Hueles muy bien.
Observé su delicado, pero bien marcado perfil y le mostré mi mejor sonrisa.
—Tú también hueles bien —él rió, dándome una fugaz mirada—. Al igual que tu auto, ¿acaso es vainilla...?
—Así es, me encanta —respondió, y quise aprovechar el momento para quitarme una duda.
—¿Oye, es cierto que una de las obras expuestas es sobre ti?
Noté cómo sonrió tiernamente, dándome a entender que le daba algo de vergüenza admitirlo.
—Louis, mi amigo pintor, dijo que quería conmemorarme en su primera colección por varias razones, una de ellas es porque de todas las personas más allegadas a él, lo apoyé durante casi toda su carrera. ¿Y cómo no iba a hacerlo? Tiene mucho talento.
—Qué bonito gesto de ambas partes. —Sus manos jugaban con el volante en cada semáforo en rojo. A muy bajo volumen sonaba una canción que reconocí de inmediato, "Don't Stop Me Now".
—¿Te gusta Queen?
—Bastante, es una de mis bandas favoritas. ¿Y a ti? —Me miró con cierta emoción, como si esperara que le respondiera que también los escuchaba.
—Claro que me gustan, solo que no suelo oírlos tan seguido. —Su rostro cambió a uno curioso —Soy más de jazz y de música nostálgica.
—¿Jazz? —Y ahí estaba de nuevo esa expresión típica de Charles que me producía nervios, era como si mis palabras hubieran sido la melodía más bonita para él y su rostro lo gritaba. —Qué buenos gustos tienes, Millie, y al parecer, los compartimos.
—¿De verdad? ¿Hay algún cantante en específico que te guste? —pregunté con emoción.
Se quedó en silencio unos segundos, pensando en su respuesta. —Disfruto mucho escuchar a Billie Holiday y Louis Armstrong.
Sonreí al darme cuenta de que realmente teníamos cosas en común. La sensación de que encajas con alguien por el más mínimo detalle era espectacular.
—Sus voces son increíbles. Y las melodías me traen mucha tranquilidad —confesé—. A Frank Sinatra lo escucho desde que era una niña, mi abuelo y tío me enseñaron todo respecto a este mundo de la música de la noche.
El auto se detuvo en un semáforo y su mano se dirigió a la pantalla táctil. Entre sus aplicaciones, buscó un reproductor de música y colocó uno de los álbumes de este último cantante. La poderosa y versátil voz de Freddie Mercury fue reemplazada por una más suave y emotiva.
It had to be you
I wandered around, and finally found
Somebody who could make me be true...
Él no lo sabía, pero esa era mi canción favorita. Charles me observó admirando cómo me deleitaba con el ritmo, movía mi cabeza delicadamente de un lado a otro; realmente lo disfrutaba, sentía que cada parte alterada de mí encontraba paz.
Ambos nos quedamos en silencio hasta que el auto arrancó de nuevo y de sus labios salió un tarareo. Lo observé agradeciendo que no se diera cuenta, y noté cómo iba vestido. Para mi sorpresa, iba excelente, y no lo decía como algo malo, solo que en situaciones pasadas Charles no tomaba las mejores decisiones en cuanto a su vestimenta. Yo lo encontraba divertido y tierno, mientras que nuestros amigos se burlaban de manera inocente. Él también admitió que no era el mejor, así que pedía la opinión de su madre y esta le ayudaba gustosa.
—Vaya... no creí que habría tantas personas —habló sorprendido. Me fijé y era cierto. La calle, que no era tan espaciosa, tenía varios autos aparcados y era difícil el paso. En la entrada de la galería había muchos camarógrafos y noté cómo los invitados le estrechaban la mano animadamente a cierto chico pelinegro. Supuse que era Louis. —Al parecer se ve muy feliz, y eso me deja tranquilo. Recuerdo que hace unos días se sentía muy mal porque creía que nadie iba a asistir. Le cuesta creer en sí mismo, pero siempre estaré ahí para recordarle que lo haga.
Ahí me di cuenta de que Charles era totalmente incondicional. Su buen corazón siempre lo llevaba a cuidar de los demás, y aquello fue lo que llamó mi atención en mi adolescencia. Al parecer, seguía exactamente igual.
—Eres un excelente amigo, Charlie —solté de repente, y él sonrió al escuchar cómo lo había apodado. Era la primera vez que lo hacía; antes éramos muy formales, pero en ese momento habíamos comenzado a entrar en más confianza.
El auto paró en la entrada del lugar, y las personas se acercaron casi de inmediato, pero la seguridad trataba de apartarlos. El monegasco bajó y le entregó sus llaves a uno de los ayudantes. Luego, cuando uno de ellos estaba a punto de abrir la puerta, él se le adelantó y lo hizo.
Le agradecí, y tomó mi mano. Sentí una corriente pasar desde esta hasta llegar a mi estómago. Me sorprendí, pero decidí obviarlo y entrar rápidamente.
—¡Leclerc! Al fin llegas —mi mano se sintió vacía y fría cuando ya no obtuve el tacto de Charles. Louis lo abrazó y se fijó en mí—. ¿Ella es Camille, de la que me...
El piloto a mi lado me lanzó una mirada un tanto extraña que no logré entender. —Sí, ella es Camille. Una amiga bastante cercana.
Su amigo soltó una risita y se presentó.
—Un gusto, Camille. Soy Louis. —Su redondo rostro pálido me enterneció. Sus mejillas levemente rosadas adornaron la sonrisa que me regaló. —He escuchado bastante sobre ti.
—¿En serio? —observé a Charles—. No me digas. —El pintor se echó a reír. —Y claro, igualmente es un gusto.
Me tomé el atrevimiento de no saludarlo de mano, sino de abrazo, que él correspondió con gusto. Se notaba que era un amor de persona.
Luego de la pequeña presentación, Louis nos guió por todo el lugar. Sus cuadros eran excepcionalmente increíbles. Los colores variaban mucho pero tenían un significado para el artista. Se notaba la emoción en sus ojos al hablar de esto, y Charles lo oía con atención, aunque probablemente no estuviera entendiendo nada.
Pero una pintura en especial me atrajo.
La observé por encima del hombro de Charles y me alejé de ellos sin que se dieran cuenta. Me paré frente a ella y recorrí cada textura con mis ojos, tratando de averiguar su historia y su sensación.
Los tonos rojos y naranja se entrelazaban con cada pincelada de un azul profundo. Ciertos destellos de luz dorada luchaban por abrirse paso entre tanta oscuridad, mientras que otras violentas pinceladas de negro no lo permitían. Abrí mis ojos sorprendida. ¿Cómo alguien podía capturar todas estas emociones en un cuadro?
—Es sobre el autodescubrimiento y los momentos de lucha de la aceptación —el autor estaba parado a mi lado, observándolo de la misma manera en que yo lo hacía—. Aún me cuesta creer que yo hice esto y, si te soy honesto, creo que pude haberlo hecho mejor.
—Louis, tu cuadro es espectacular y no lo digo porque quiera ser amable. Te lo digo porque el talento que tienes habla por ti. Mira todas las personas que hay a nuestro alrededor, admirando cada obra. ¿No te parece genial? Ninguno de ellos estaría aquí si no creyera que tu trabajo es realmente oro puro. Confía más en ti. —Toqué su brazo y lo apreté levemente en señal de apoyo. No me gustaba ver cómo alguien dudaba de su talento y, si tenía la oportunidad de decirle lo afortunado que era, lo haría.
—Gracias, Camille. —Vi que sus ojos analizaron cada parte de mi rostro sin disimulo alguno. Me reí algo incómoda y miré hacia otro lado buscando a Charles. Este estaba a unos cuantos metros, mirándonos de forma muy cuidadosa, sobre todo a mi mano en el brazo de su amigo. Fruncí el ceño al verlo caminar hacia nosotros con esa expresión de... ¿seriedad?
—¿Está todo en orden? —preguntó Louis.
—Sí, sí. Solo que ahí viene Charles y se ve raro.
Louis se fijó en él y se alejó lo suficiente como para que mi mano dejara de tocarlo.
—¿De qué hablan? —soltó el monegasco apenas estuvo con nosotros. —Se les veía bastante entretenidos.
Alcé las cejas, confundida. —Hablábamos de este cuadro y de su significado —le respondí—. ¿Estás interesado?
Charles tragó duro y su expresión cambió a una apenada. Susurró un pequeño "tal vez", a lo que yo solté una risa mientras miraba hacia el techo.
—Bien, yo los dejaré porque debo saludar a otras personas pero de verdad muchas gracias por asistir. —me sonrió amablemente y luego se dirigió a Charles —Gracias por todo, Leclerc y disculpa por aquello. A veces no me puedo resistir.
Charles rodó los ojos antes de empezar a reír. —Lo sé, te conozco muy bien. —apretó el hombro de Louis, quien luego se marchó.
Lo observé, intentando descifrar lo que acababa de suceder, pero él se hizo el inocente y señaló cuadros al azar diciendo que eran asombrosos.
Después de recorrer el primer salón, dedicado a la exposición de Louis, pasamos a otras salas con obras de artistas que llevaban años allí. Casi no habían personas, estaba casi vacío. Conocía esa parte de la galería casi a la perfección. La mayoría de mi infancia había transcurrido en ese lugar; Enzo solía llevarme con él para asistir a sus exposiciones. Era algo triste porque, a excepción de mi abuelo, nadie más asistía a sus eventos en su propia galería de arte.
No lo apoyaban, pero él nunca se quejó ni habló mal de ellos; siempre los entendía. Creo que amaba demasiado a su familia, más de lo que su familia lo amaba a él.
La nostalgia me golpeó fuertemente en el pecho y mi primer impulso fue sostener la mano de Charles, apretándola suavemente. Sorprendido al principio y sin entender porque, me devolvió el apretón para comenzar a acariciarla. Él no sabía nada y de seguro estaba muy confundido.
—¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo?
—Sí, es solo que este lugar me trae muchos recuerdos.
Parpadeó varias veces y preguntó: —¿Ya habías estado aquí antes?
—De hecho, sí. Esta galería le pertenece a mi tío.
—Oh, ¿Y él está aquí?
Lo miré y apreté los labios.
—Sus obras sí, pero él no. Murió en el 2016.
Charles cerró los ojos, notablemente apenado.
—Perdóname, Millie. Creí que hablabas de otro tío que no sé si tengas, y yo de verdad lo...
—Tranquilo, Charlie. —lo interrumpí para después acariciarle la mano, y él sonrió al notarlo— No sabemos mucho a profundidad del otro, así que no puedo culparte por eso. Y no, no tengo más tíos. Enzo era el único.
No sabía por qué, pero esas pequeñas demostraciones de afecto entre ambos, aunque fueran solo algo tan básico como tomarnos de las manos y rozar nuestros dedos cada instante, me gustaban. Probablemente no era normal, y por un segundo quise alejarme, negarme completamente y poner un límite, pero me fue imposible. Su mirada llena de luz y su bella sonrisa hacían que me olvidara de todo lo demás y solo quería estar ahí, en aquella burbuja que nos tenía atrapados.
Sin duda alguna, la conversación pasada que había tenido con Marta sobre mis sentimientos no correspondidos por Charles me había afectado.
Justo en ese instante, comencé a verlo de manera distinta. La vieja sensación de emoción y calidez en el pecho aparecieron, recordándome sentimientos. Él se paró frente a mí, tomando mis manos cuidadosamente, como si fueran porcelana, y habló.
—Por lo que veo y lo poco que sé, es un tema difícil para ti. Cuando estés lista para hablarlo conmigo, aquí estaré. —Su cabeza estaba ligeramente inclinada debido a la diferencia de altura. Mi corazón latió ligeramente más rápido al oír sus palabras— Siempre estaré aquí.
Quise responderle e incluso abrí la boca para hacerlo, pero alguien entró al salón buscándome, dando así por finalizado nuestro momento.
Marta se veía apurada y algo estresada hasta que notó el ambiente entre ambos; mi rostro lo decía todo. Sentía que mis mejillas dolían por haber sonreído tanto hacía unos pocos minutos. El mundo para mí había dejado de existir por 5 segundos y aún trataba de ubicarme. Ella traía su teléfono en la mano y me lo pasó susurrando "Suzette".
Fruncí el ceño y me solté de Charles, alejándome un poco de ambos para contestar.
—¿Abuela?
—¿Dónde estás, Camille? Te he llamado casi por 40 minutos y no contestas. Entiende que necesitas estar disponible cada vez que te lo pido. Responde, ¿dónde estás?
—Estoy en un evento de un amigo.
—¿Qué amigo?
—Pero, ¿eso acaso importa? Es una exposición de arte, abuela. Estoy en la galería de tu hijo. —solté con algo de brusquedad.
—Sabes muy bien que no me gusta que me hables en ese tono. Tal vez esas amistades que tienes te están empezando a cambiar. —dijo en un tono duro— Quiero que salgas ahora mismo de ese lugar y vengas. Tu instructora está aquí y es de emergencia.
—Abuela, estoy en medio de algo importante y no puedo irme así de repente.
—Ya me oíste, Camille. No acepto un no como respuesta. —El desprecio y la ira se notaban en su voz cuando decía mi nombre. A veces me preguntaba qué le había hecho yo a mi abuela. —Haz algo bueno de una vez por todas.
Y colgó.
Durante toda la llamada estuve apretando mi mano fuertemente. La abrí y noté que había quedado marcada en la palma la forma de algunas de mis uñas. Me frustraba y me desesperaba al mismo tiempo cuando notaba el gran poder que tenía mi abuela sobre mí. Sentí cómo mis ojos se aguaron por la impotencia de no poder defenderme y por fin negarme a sus peticiones. ¿Cuándo iba a aprender? ¿Qué más necesitaba? No quise preocupar a Charles ni a Marta, así que les di la espalda tratando de calmarme y esperando no recibir preguntas después.
¿Cómo iba a decirle al piloto que debía irme cuando la estaba pasando tan bien con él?
Me crucé de brazos tratando de regular mi respiración.
—¿Camille?
La dulce voz de mi amiga me asustó. Me volteé y la vi ahí, con un atisbo de preocupación en su mirada.
—¿Qué sucedió?
—Quiere que me vaya, dice que me necesita y es urgente.
—¿Ahora mismo?
—Sí. —Busqué a Charles y estaba a unos cuantos metros de nosotras, viéndome atento; también se notaba preocupado. —¿Hace cuánto habías llegado? No te vi.
—En realidad, todos llegamos hace unos 5 minutos y luego tu abuela me llamó. Te busqué en la primera zona, no te vi y se me ocurrió venir aquí. —acarició mi brazo y suspiré; la calma estaba regresando a mí poco a poco. —Tranquila, solo respira. —arrugó su nariz y cuando me notó más equilibrada, volvió a hablar. —Se ven muy bien juntos.
Reí por lo bajo. —Marta...
—¡Ay, por favor! Ambas sabemos que algo cambió, ¿no es así?
—No lo sé. Ahora mismo no estoy muy segura. —hice una pausa— Tu bufanda está en el auto de Charles, puedes pedírsela. Lo siento, pero tengo que irme ya.
Ella apretó sus labios y asintió. Sabía que le frustraba no poder ayudarme y es que yo tampoco sabría cómo hacerlo. Se despidió para luego dirigirse a la salida del salón. Me acerqué a Charles y este me esperaba algo inquieto.
—¿Te sientes bien? Quería ir contigo, pero Marta se adelantó.
—Descuida, Charlie. Pero yo debo irme, requieren de mi presencia y no puedo cancelarlo. Lo siento. —su rostro se tornó algo triste y no pude evitar sentirme mal.
—No, no, no te sientas mal, Millie. —al parecer lo había notado— Si te parece bien, podríamos salir otro día, solo los dos.
—¿Los dos? —susurré escondiendo mis manos detrás de mi espalda.
—Así es. Los dos. —respondió de la misma manera.
—Me parece bien.
Comencé a retroceder hacia la salida manteniendo la mirada fija en él. Su risa provocó un apretón en mi estómago, disfrutaba escucharlo reír.
—Esperaré entonces con ansias ese momento.
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SKY'S NOTE
¡Holaaa!
Volví después de media vida desaparecida, así que como disculpa les traigo este capítulo que honestamente me encantaó. Ya extrañaba actualizar. Espero hacerlo más seguido.
Por el momento, sigan leyendo y pronto tendrán noticias de más actualizaciones.
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