
𝖯𝖱𝖮́𝖫𝖮𝖦𝖮
❝Sí, claro, el uniforme les queda tan bien que cualquiera diría que están en una pasarela de moda en lugar de patrullando las calles❞
—¿GRACE LORRAINE DARNFORD?
—YO MISMA.
Con las manos esposadas y apoyadas sobre la mesa de la oficina número catorce del Departamento para la Seguridad Mágica, Grace Darnford fijaba una mirada impertinente en el oficial que revisaba su identificación personal con desgana. El mundo podría estar derrumbándose a su alrededor y ese hombre seguiría tomándose todo el tiempo del mundo para leer lo que quisiera que estuviera leyendo, si es que realmente lo estaba haciendo. Remarcando un rostro grave y una expresión de tener de todo, excepto amigos, el oficial barrigón le echó un ojo de arriba abajo. Grace respondió con una sonrisa desdeñosa y el hombre afiló la mirada, sin ni siquiera pestañear.
—¿Hay algún problema, señorita Darnford?
—Ninguno, agente.
Agachó la mirada y miró hacia un lado. «Contente, Grace» se dijo a sí misma, intentando mantener la compostura. El hombre la miró incrédulo y negó con desaprobación mientras seguía inspeccionando sus documentos en silencio. Grace se limitó a esperar. Otro par de oficiales la apuntaban con su varita, como si ella fuera un león furioso que en cualquier momento iba a saltar a arrancarles la yugular. Tampoco se equivocaban. Además, estaba acostumbrada a verse en esa clase de "aprietos".
Los disturbios de hoy habían sido intensos: tres escobas rotas, un par de cristales agrietados y múltiples piedras esparcidas por la acera frente al edificio Woolworth. Aunque no era nada del otro mundo, esta vez los oficiales se habían visto obligados a despejar la zona y a detener a todos los que habían podido. Durante el tiempo de espera, Grace había visto cómo se llevaban a un hombre en la oficina contigua, quien afirmaba que él no había participado en la manifestación y que solo iba de camino a ver a su hija. Pero no le sirvió de nada: el color de piel les bastaba para decidir quién se merecía una sentencia y quién no.
«Cabrones».
—Desorden público, incitación a la violencia y resistencia al arresto. Si paga una multa de veinte galeones, dejaré que se vaya.
—Yo no he lanzado las piedras, agente. De hecho, no eran mías.
—¿Y tampoco se ha resistido al arresto? ¿Qué tal si le damos un adelanto de lo que es vivir en el calabozo por una noche? Serán treinta galeones.
—No, por favor, agente. Soy una buena chica, nunca me meto en problemas.
—¿Quién lo diría? Ha llamado a mi compañero "Gorila con placa" cuando la estaba arrestando. Cuarenta galeones.
—¡Oh, por favor! No ha sido personal.
—¡Cincuenta galeones o al calabozo!
Grace rodó los ojos con fastidio ante la cantidad de dinero exigida y se acomodó el bolso en el regazo. Rebuscó entre sus cosas hasta dar con el monto requerido. Dejó el dinero encima de la mesa con desfachatez y volvió a guardarse el bolso. El oficial le devolvió sus documentos y la varita que le habían confiscado.
—No tendrá una segunda oportunidad, señorita Darnford. Puede irse.
—Gracias, agente.
Grace forzó una sonrisa de despedida y agarró el bolso con fuerza, taconeando hasta la salida del edificio Woolworth, no sin antes escuchar un "Malditos negratas" por parte del mismo hombre que la había atendido. Recordando las manifestaciones de la mañana con una sonrisa, Grace pensó en la consigna que habían gritado: ¡Unidos por la magia, no divididos por el color! La lucha empezaba a tener brillo, la gente estaba reaccionando. Se dirigía hacia la puerta giratoria, ya que era el único sistema de transporte permitido para las personas racializadas dentro de la MACUSA. Sin detenerse, se dio cuenta de que los mismos agentes que la habían estado amenazando con la varita, ahora la estaban siguiendo de cerca. «Eso es nuevo», pensó.
Los tres entraron en la puerta en un silencio incómodo hasta que abandonaron el edificio. Justo en la entrada de Woolworth, se encontraba Theodora Silvermist, íntima amiga de Grace, que sujetaba su chaqueta larga y esperaba esperanzada verla salir del rascacielos. Cuando la vio asomarse, extendió una sonrisa de oreja a oreja y dio saltitos con una felicidad contenida. Grace sonrió y le mostró los pulgares para indicarle que todo había ido como la seda. Los agentes se quedaron en la entrada y ella los despidió con la mano. Cuando se fueron, abrazó a Theodora y ambas emitieron un chillido de celebración.
—¡Creía que esta vez no volverías! ¿Estás bien?
—Yo siempre vuelvo. —Se colocó el abrigo—. Gracias por guardármelo. He tenido que pagar cincuenta galeones a cambio de mi libertad.
—¡Qué barbaridad! ¡Eso es mucho dinero! Si necesitas recobrar esa cantidad, te ayudaré, Grace.
—Puedo arreglármelas sola. Te lo agradezco igualmente.
—Tú siempre tan orgullosa. Oye, ¿y esos dos?
—Unos idiotas que me han escoltado hasta aquí. Hasta me han amenazado con la varita. Es la primera vez que lo hacen. Se creen que por llevar un uniforme ya tienen derecho a tratarte como un delincuente. ¿Acaso les pagaron extra por conseguir la insignia más grande de policía?
—Las leyes de Beckett son cada vez más estrictas. ¡Al final no podremos ni salir a la calle! Es vergonzoso.
—Ya te digo, joder... Parece que la capacidad cognitiva no es un requisito hoy en día para ser presidente de magia. No te desanimes, Dora, seguiremos luchando para que tus hijos tengan la oportunidad de crecer en un mundo en donde la gente los juzgará por quiénes son, no por su color de piel. Lo conseguiremos.
Theodora se quedó en silencio por un momento y agachó la cabeza para esconder las lágrimas que asomaban en sus ojos. Grace pudo sentir la tensión en su cuerpo, y la abrazó con fuerza para consolarla. Tras unos breves segundos, Theodora asintió con la cabeza, indicando que había entendido lo que Grace quería decirle, y se limpió las lágrimas rápidamente para intentar disimular su angustia.
—Eso espero.
Había sido una semana dura para todo el mundo. Recientemente, un grupo de magos jóvenes habían asesinado a un muchacho de la comunidad cuando se encontraba de camino a casa. Además, el Magicongreso Único de la Sociedad Americana había sentenciado a muerte a un matrimonio vecino bajo acusaciones falsas de haber intentado atentar contra la vida del Presidente de Magia, cuando todo el mundo sabía que el único crimen que habían cometido era haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado, cerca de una manifestación violenta.
—Tus hijos están bien, Dora. No les pasará nada, te lo prometo.
—De acuerdo, de acuerdo. —Sollozó y luego arrancó una risa torpe—. Van a estar bien. Claro, sí, cómo no. Venga, tomemos un té. Empezaba a hacerme vieja esperándote aquí fuera.
Grace rodeó su brazo alrededor de la cintura de su mejor amiga y juntas se encaminaron a Harlem, el barrio donde vivían. Theodora sabía que Grace había estado opositando para el puesto de alquimista en Ilvermorny. Con unas calificaciones impecables y un currículum sobresaliente en la materia, ¿qué podía salir mal con su director, un hombre entrañable y comprensivo que las conocía desde sus años de estudiante? Pero la verdadera pregunta era: ¿qué pensarían los demás?
Sin embargo, Grace sabía que cuando quería algo, nada ni nadie podía detenerla. Y si se había propuesto ser la mejor alquimista que Ilvermorny hubiera tenido jamás, lo conseguiría. Costara lo que costara.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro