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✦╭ᵒ❧ Capítulo VI: Lo Inesperado. ✦╭ᵒ❧

—¿Quién es usted?

Xiao Zhan se volvió hacia la pequeña mujer pelinegra tras suyo, su falta de olor la delató inmediatamente como una Beta… La misma Beta que estaba en el lugar del accidente desde el punto de inicio. Y si la memoria no le fallaba esta vez, también era empleada doméstica de Yang Mi junto a Yibo.

Oh ¡Dios mío, Yibo!, pensó, innegablemente aterrorizado.

Suspiró hondo, tragándose el grueso nudo atorado en la garganta al rememorar los recientes sucesos vividos.

La imagen del delgado cuerpo de Yibo desvaneciéndose a media calle, presionando a sus cachorros contra su pecho con tanto fervor y terror, y movido por instinto, no se le borraba de la cabeza. Sobre todo, con la amenaza de un conductor demente —y seguramente bajo los efectos de alguna droga— intentando pasarle por encima, e importándole menos la presencia de infantes en la escena.

Sintió demasiada cólera y demasiada impotencia que de solo acordarse le dan ganas de dar media vuelta y regresar a molerle la cara a golpes al infeliz ese hasta matarlo.

Menos mal que la policía logró detener al culpable —un Alfa adolescente que se caía de borracho—, y antes de que siquiera intentase echarse a la fuga o él inclusive le moliera la cara con los puños cerrados.

—Lo siento. Olvidé mencionarlo —se disculpó apenado y con un aire apesadumbrado y ausente, retorciendo los dedos a ambos costados de su cuerpo, controlando mentalmente a su terco lobo e instándolo a no cometer una locura de la que más tarde pueda arrepentirse.

Dar rienda suelta a su animal interno es lo último que necesita hacer, y pese a sus gruñidos retumbando en su pecho en ensordecedores ecos, aunado al insoportable escozor en sus costillas debido a sus afiladas garras rompiéndole las entrañas desde adentro, se obligó a permanecer apacible.

En Jie agitó la cabeza, aparentemente shockeada y preocupada por la salud de su mejor amigo y sus mellizos como para prestarle la suficiente atención.

Algo que, internamente, el Alfa agradeció.

No era momento para dar entrada a preguntas curiosas y que salían sobrando, no cuando Yibo estaba siendo atendido en estos momentos al igual que sus hijos.

¡Oh, Dios! Sus hijos.

—Descuide. Y, por favor, déjeme agradecerle en nombre de Yibo y los cachorros lo que hizo por ellos. No es algo que cualquiera estuviese dispuesto a hacer —manifestó En Jie controlando su llanto. Acto seguido, se puso recta y bajó la cabeza, haciendo una perfecta reverencia de gratitud en su nombre.

—No hagas eso —le pidió sorprendido, tomándola de los hombros y ayudándola a incorporarse, sintiéndose incómodo de alguna forma porque lo que hizo lo hizo con un fin establecido; salvar a su familia, nada más.

Ciertamente, Xiao Zhan no sabe a ciencia a cierta si haría lo mismo por alguien más, por ello, sabe que no es necesaria una reverencia cuando no es merecedor de ella.

La Beta le miró confundida desde abajo, sus redondos ojos marrones abiertos de par en par, incrédulos, ya sea por la conmoción de que el Alfa haya despreciado su agradecimiento o por la impresión de tener frente a ella a un hombre increíblemente guapo y modesto. Y tan alto que a su lado ella se siente insignificante, comparada con una pequeña y minúscula hormiga.

Avergonzada, bajó la mirada, sus húmedas pestañas revoloteando de la ansiedad y nerviosismo contra sus mejillas ruborizadas.

—Lo siento —alcanzó a decir en un tono casi inaudible. Se aclaró la garganta, su vista fija en el piso—. En verdad, lo siento.

Xiao Zhan le quitó las manos de encima, dando un paso hacia atrás y mirándola fijamente desde arriba con sus profundos y ardientes ojos cafés claro.

De pronto, En Jie quiso echarse a correr y esconderse en algún sitio lo suficiente oculto, y aunque en esos momentos no estaba mirando directamente al Alfa, podía sentir su intensa mirada posada sobre ella, analizándola en silencio.

Tragó duro ante el escrutinio.

—¿Por qué? —inquirió de la nada él.

—¿Perdón? —En Jie no tenía una idea de lo que el Alfa imponente frene a ella estaba tratando de decir.

Xiao Zhan inhaló una honda bocanada de aire, muy consciente de que estaba intimidándola sin darse un ápice de cuenta. Miles de dudas surcaban su mente, pero en estos instantes, ninguna respuesta estaba a la vista. Únicamente Yibo podía saciar esa curiosidad que latía descontrolada dentro suyo. Pero Yibo no estaba en condiciones de responder a nada ahora.

—Olvídelo, no tiene importancia.

—De acuerdo.

Un incómodo y crispado silencio cayó sobre ambos.

Se mordió el carrillo de su mejilla derecha y se hizo cada vez más pequeña en su sitio, incapaz de moverse e ir a ningún lado más en espera de noticias de Yibo y los mellizos que por el aura asfixiantemente dominante que el Alfa imponía sobre ella como sinónimo de su naturaleza.

—Familiares del señor Wang Yibo, Wang Bao Yu y Wang Bao Ming —se escuchó anunciar a un viejo y cansado médico.

Antes de que siquiera terminase, Xiao Zhan se encaminó a grandes y nerviosas zanjadas hasta el hombre, un Alfa por lo que pudo deducir gracias a su aroma a piña. En Jie le siguió muy de cerca y al borde de una crisis nerviosa.

—¿Cómo están ellos, doctor? —se apresuró a casi exigir Xiao Zhan, notando su pulso disparado y su corazón dar un vuelco dentro de su pecho, preso de la latente y tormentosa incertidumbre.

—¿Cuál es su relación con los pacientes? —quiso saber el médico, mirándolo detrás de sus redondos lentes con lo que pareció percibir como desconfianza.

Xiao Zhan se puso rígido como una tabla, parpadeando seguidas veces sin saber que decir a continuación.

Mudo.

Lo cierto era que él era el padre de los mellizos, lo supo desde el preciso momento en que los miró a los ojos, espantado y conmocionado.

No obstante, no poseía medios suficientes que respaldasen sus palabras, sobre todo, cuando era más que claro que los cachorros fueron registrados con el apellido de Yibo y no el suyo como correspondía.

Impotente, y odiándose por las dificultades que seguramente Yibo tuvo que atravesar sólo, apretó los puños con tanta cólera que las venas saltaron fuera de sus manos y su aroma se tornó amargo en un segundo.

Lo siento, Yibo. Lo siento mucho, sopesó muriéndose de vergüenza por ser un padre irresponsable, cobarde y estúpido. Además, de un Alfa cobarde y prejuicioso que perdió la oportunidad de tener una familia, cegado por las creencias que sus padres inculcaron en él, sobre todo, su madre.

—Xiao Zhan, tú vas a casarte y formar una familia algún día, sólo grávate una cosa muy importante en esa infantil cabecita tuya; encárgate de que sea Omega —dictaminó su madre con voz autoritaria y helada cuando se hubo presentado como un Alfa a los seis años.

Sus palabras se impregnaron en su cerebro como la tinta en el papel, y luchar contra ellas es casi como revelarse a Xiao Jing Tong. Algo que, por el momento, no piensa hacer.

—¡Oh, lo siento! —exclamó la Beta, tímida, posicionándose frente al Alfa al notar que el médico no estaba dispuesto a darle ninguna información confidencial—. Me presento. Lu En Jie, mejor amiga de Yibo y los cachorros —hizo una educada reverencia.

—Lo lamento, señorita Lu, pero solo tengo permitido dar informes a familiares —se disculpó, con claras intenciones de irse.

Y eso, Xiao Zhan no estaba ni un poco dispuesto a permitírselo.

—Espere —se escuchó así mismo decir.

Deteniéndolo.

—¿Sí, señor...? —enarcó una ceja en su dirección, desconociendo a quien estaba dirigiéndose.

—Xiao.

El médico asintió.

—Muy bien, señor Xiao ¿Tiene usted alguna relación con los pacientes? —solicitó formalmente, y cuando Xiao Zhan solo se mordió la lengua y sus ojos se apagaron, agregó en medio de un suspiro agotado—: Mire, señor Xiao. Si usted tampoco tiene relación sanguínea o marital con ellos, le pido, de la manera más atenta que...

—Él es la pareja actual de Yibo —soltó de pronto Lu En Jie.

Xiao Zhan se volvió hacia ella con las cejas alzadas y una mueca de aturdimiento total plasmada en su rostro.

Lu En Jie le guiñó un ojo, cómplice, y él comprendió.

Ella no sabía nada, y solo estaba echándole una enorme mentira al viejo Alfa para obtener noticias. Se obligó a sí mismo a relajarse, aún si lo único que quería era irrumpir en la habitación de Yibo y los mellizos y suplicar perdón en medio de un abrazo apretado y un llanto desgarrador que, por supuesto, no iba a remediar el grave daño que infringió en el Gamma.

—¿Es eso cierto?

Xiao Zhan posó su mirada sobre él y le sonrió con mucha seguridad.

—Lo es.

—El señor Wang está bien, no se preocupen. Solo sufrió un leve desmayo en el momento equivocado, pero respóndame algo: ¿Cuantas horas al día trabaja su pareja, señor Xiao?

Se mordió los labios, desconcertado y con la mente en blanco.

—Bueno, él...

—Doce horas. Yibo y yo trabajamos doce horas, doctor. Y algunas ocasiones, incluso más —respondió En Jie por él.

Xiao Zhan fue capaz de esconder muy bien la sorpresa, preocupación e indignación dentro suyo. Era insano para alguien trabajar tantas horas, sobre todo, para alguien como Yibo. Y aunque éste odiase ser tratado como alguien frágil, ser un Gamma representaba serlo, aunque no le gustase en nada.

—No está bien —reprochó mirando de mala manera al Alfa que se encogió en su sitio—. Él señor Wang necesita descansar el mayor tiempo posible. Recomiendo que lo haga durante al menos un mes, su peso es muy bajo, y créanme que, si continúa matándose a diario, lo único que obtendrá será morir algún día no muy lejano de tanto estrés, cansancio y deshidratación. Fue una suerte que ambos estuviesen allí para auxiliarlo, de lo contrario, no me quiero imaginar lo que hubiese pasado.

—No, yo tampoco —musitó un aterrorizado Xiao Zhan.

Aguardar pacientemente a que Yibo saliese de la mansión Yang fue la mejor decisión que pudo tomar en su vida, como también, lanzarse sin miedo a nada contra el automóvil rojo que estaba violando las reglas de tránsito.

Su coche quedó destrozado en la parte delantera, pero el seguro lo arreglaría. Una vida valía más que un auto o incluso todo lo material que poseía, ¡ni se diga de tres vidas!

—Puede pasar a verlo si gusta, aunque ahora está dormido. Le estamos pasando suero —comunicó con pesar.

—En un momento iré. Pero ahora necesito saber algo más.

—Adelante, señor Xiao —concedió con una amable sonrisa de dientes perfectamente blancos.

—¿Cómo están los cachorros?

—Bueno, esa información no podré dársela. Solo al...

Padre, sí.

—Ellos son mis hijos —bramó con los dientes apretados y una mirada desesperada.

—Wang Bao Yu y Wang Bao Ming están fuera de peligro, sufrieron leves lesiones, nada de qué preocuparse. Y la fiebre ha desaparecido de la cachorra.

Xiao Zhan sintió su corazón apretarse en un puño.

—¿Qué tipo de lesiones? —quiso saber, conteniendo el aliento.

—Pequeños golpes en los brazos, pero como dije anteriormente, no es algo de lo que deban preocuparse —puntualizó dándole una palmada en el hombro—. En estos momentos están junto al señor Wang.

—¿También duermen?

El médico esbozó una sonrisa burlona.

—No, ojalá lo hicieran. Parecen estar más entusiasmados en querer despertarle que dispuestos a dormir.

Lu En Jie se echó a reír, a sabiendas de lo que esos pequeños demonios estaban tramando. Por otro lado, el joven Alfa no hizo otra cosa más que sonreír apenado. Su rostro coloreándose de un adorable carmín. 

—Iré a calmarlos —solicitó esperando la confirmación del personal médico.

—¡Dios! Por favor —dijo en un tono dramático.

Las orejas de Xiao Zhan se calentaron, su mirada se tornó avergonzada y sus pies no perdieron más tiempo para seguir al viejo médico. Cuando abrió la puerta, estuvo mentalmente preparado para que sus oídos explotaran por el llanto estridente de ambos cachorros, pero nada le preparó para la escena frente a sus ojos.

Wang Yibo, tendido en la cama y haciendo muecas de dolor cada que la cachorra se removía a su derecha y golpeaba sin una pizca de malicia la intravenosa incrustada en su mano. Ella y su mellizo estaban más interesados en alimentarse que en girar sus cabezas y mirar a su padre.

—Yibo, yo... —inició sin saber muy bien cómo debía comenzar.

Esto es muy complicado, meditó.

El Gamma subió sus pesados y exhaustos párpados y le miró con profundo desconcierto.

—Xiao Zhan ¿Qué estás haciendo aquí? —la exigencia era palpable en su voz.

Cerró la puerta detrás de él y dio un inseguro paso adelante, quedándose allí, estático y sin tener una remota idea de que movimiento hacer a continuación.

Lejos estaba de querer incomodarlos y ser una molestia.

Él carecía de todos los derechos que, como padre, le correspondían. Pero no era un ser echo de piedra y sin corazón, por lo tanto, dar media vuelta y retornar a Shanghái sin un ápice de interés y seguir con su pacífica y monótona vida como si jamás se hubiese reencontrado con el Gamma y descubrir que compartían la responsabilidad de dos hijos no estaba a discusión.

—Quería saber cómo estaban —se sinceró.

Yibo asintió con ojos fríos, su indiferencia le caló el alma y removió el pasado juntos… Un pasado que él mismo estropeó y destruyó producto de sus acciones y decisiones.

—Ya lo sabes. Y gracias por el interés, pero ya no tienes nada que hacer aquí —manifestó con la mandíbula apretada, sus manos acariciando las pequeñas espaldas de sus cachorros.

No obstante, Xiao Zhan alcanzó a atisbar la forma en que las puntas de sus dedos se contraían contra la ropa de los mellizos, esforzándose por mantener a raya la calma y no estallar como lo hizo en su reencuentro.

—Yibo, por favor. Sé razonable —intentó hacerle entrar en razón y disipar esa justa renuencia suya que tenía contra él.

—Márchate ahora, Xiao Zhan —demandó Yibo con esa ferocidad que le volvía loco.

Xiao Zhan agitó la cabeza, oponiéndose a ello.

—De ninguna manera —decretó muy seguro de sus palabras.

El Gamma frunció los labios y apretó los dientes con tanta fuerza que la mandíbula le dolió. Si por el fuera echaría a patadas a ese Alfa mentiroso y cobarde de allí sin la menor consideración, pero no podía hacerlo.

Él era el padre de sus hijos y por más que deseara a gritos mudos sacarlo fuera de su vista y de su vida, no podía cambiar nunca esa verdad. Además, podía nadar y morir lentamente en el pozo de resentimiento, furia y obstinación, pero de que debía entablar una conversación seria y tendida con el Alfa era algo imposponible.

Xiao Zhan merecía conocer a Bao Yu y Bao Ming a profundidad, acercarse lentamente hasta que los cachorros le aceptasen como lo que es.

Su padre.

Yibo inhaló hondo en un intento de calmarse y no saltar fuera de esa cómoda camilla de hospital y besarlo.

Sí, besarlo.

¡Oh, por Dios! ¿Qué diablos estoy pensando?, se reprendió mentalmente, escandalizado de sus románticos pensamientos.

Aclarándose la garganta, dijo en un tono nervioso—: Xiao Zhan. Este no es un buen momento para hablar, créeme.

El Alfa se mordió el labio y, por un fugaz instante, Yibo deseó arrastrar su lengua por el delgado borde y morderle la boca hasta saciarse.

Su rostro se puso rojo como una cereza madura, su propio corazón saltó de emoción y ansiedad dentro de su pecho, mientras que su lobo se echó sobre el suelo y comenzó a rodar eufórico; sacando la lengua y enseñando el vientre muy quitado de la pena.

Se atoró con la saliva, sudando frío, incapaz de apartar sus ojos del Alfa guapo y perplejo a unos pasos de él. 

No ahora, por favor, rezó, pero ya era inevitable.

—Yibo. Tú... —atónico, Xiao Zhan no pudo hacer otra cosa más dejar las palabras colgando y parpadear una y otra vez.

Enmudecido.

El ambiente de pronto se tornó caliente, tenso y casi asfixiante. Xiao Zhan olfateó el aire, y las pupilas se le dilataron en un veloz parpadeo cuando encontró la causa del cambio abrupto.

—Cállate —exigió Yibo, indefenso sobre la camilla.

Sus manos, trémulas, se aferraron a los costados de la cama, estrujando la delgada sábana en un intento por serenarse y no mostrar signo alguno de debilidad. Odiaba mostrarse débil ante otros, simplemente sentía que no iban a respetarle y comenzarían a tratarlo como una muñeca a punto de romperse.

Soy fuerte. Yo soy fuerte, se recordó con el pánico y la excitación unidos dentro suyo, incinerando sus venas y calentándolas a una velocidad abrumadora.

—Estás en celo —apuntó Xiao Zhan con las manos echas puño. Su lobo le estaba exigiendo tomar al Gamma de una vez por todas sobre esa cama, algo descabellado. Quizás se debía a que tenían un par de hijos juntos, a que aún lo amaba o lo deseaba.

No lo sabía.

¡Pero le importaba un demonio si las circunstancias no eran correctas! Su ser entero le empujaba a ir hasta ese precioso y nervioso pelinegro a comerle la boca y hacer de él un auténtico desastre.

Yibo le lanzó una mirada de muerte al olfatear su evidente excitación, luchando contra su lobo para no ceder, para no ir a él y rebajarse como alguna vez lo hizo. Terminaría por resquebrajarse una vez que la bruma del placer se haya evaporado como el humo.

Sus dientes presionaron con más fuerza de la debida su regordete labio inferior, rompiendo la frágil capa de piel sin notarlo y dejando ir un jadeo estrangulado que retumbó ruidosamente en su boca.

—¡Te dije que te callaras! —gruñó encolerizado y con las pupilas dilatadas y acuosas.

Inmóvil, y estando sumergido en un gran dilema, se aferró a la clara imagen del Alfa con su jefa, besándose apasionadamente en el living y con claras intenciones de llevar las cosas a otro nivel.

En su condición, pensar en algo que le hería como cuchilla afilada el corazón no era sano, pero debía hacerlo... Debía encajarle las uñas a los recuerdos más amargos y decepcionantes que él Alfa le dio, solo así se mantendría cuerdo, luchando contra un deseo y una necesidad que por ningún maldito modo Xiao Zhan iba a obtener de su parte.

Nunca.

—Yibo, cálmate un poco, quieres —repuso Xiao Zhan con las fosas nasales abriéndose y cerrándose como un capullo. Cuán difícil se había vuelto respirar sin que el aroma a peonías y durazno le golpease de una dura bofetada la cara—. Estás comenzando a asustarlos.

Y era cierto.

Los mellizos notaron inmediatamente la alta temperatura que le asaltó de pies a cabeza, hundiéndolo en un río de placer y deseo sexual contenido.

El celo de Yibo siempre llegaba así de fuerte y doloroso, pero esta vez... esta vez pareció ser incluso más insoportable que otras ocasiones.

—¡Oh, Dios! —se estremeció cuando un chorro de lubricante salió de su interior, bañándole los muslos y haciéndolo retorcerse entre las sábanas como un loco—. Mierda.

Xiao Zhan sintió sus pupilas temblar de impaciencia y horror.

—Santo cielo, Yibo ¡Los vas a tirar! —reprochó enfadado, yendo finalmente hacia los cachorros y tomándolos en brazos por primera vez.

Una vez los tuvo montado uno en cada lado de la cadera, incluso él pudo notar sus fuerzas decayendo y el cansancio embargarlo.

¡Diablos, cuanto pesan!, reconoció impresionado, mirándolos sin saber qué hacer ante la situación frente a él.

—¡Lárgate de aquí, Xiao Zhan! —gritó Yibo arqueándose en la cama y temblando de deseo puro por tener algo empujando entre sus piernas.

Especialmente, a Xiao Zhan.

¡Oh, sí! Sí, por favor.

Sollozando, el Gamma extendió una de sus manos, queriendo alcanzar a sus crías y arrullarlas. No obstante, él no estaba del todo cuerdo y en las mejores condiciones.

Xiao Zhan se llenó los pulmones del delicioso y embriagante aroma del Gamma antes de darle una última mirada y reunir la suficiente fuerza de voluntad para abandonar la habitación.

Cuando la puerta se cerró, Yibo se permitió llorar de la frustración y la decepción.

Por un lado, una parte suya (su lobo) le suplicaba que se entregara al Alfa sin pensar en las consecuencias que aquello traería consigo una vez el celo se fuera, mientras que la otra (su parte racional) estaba encaprichada hasta la médula por no ceder ante él y verse doblegado de nuevo. Más por cuestión de resentimiento y orgullo que por otra cosa.

—¡Eres un idiota, Wang Yibo! —se auto-regañó, batallando contra una nueva ola de calor que le hizo convulsionar y gritar con tanta fuerza que la garganta se le escoció y sus ojos se inundaron de lágrimas.

Del otro lado, con la espalda recargada contra la dura e incómoda puerta y los brazos ocupados, Xiao Zhan escuchó cada jadeo ahogado y gritos de represión del Gamma.

No fue consciente de la magnitud del daño que le hizo, no hasta ahora... Cuando puede oír claramente sus sollozos rotos y sus palabras duras.

—¡Maldito seas, Xiao Zhan! —profirió Yibo con el odio impreso en su tono.

El Alfa sintió su corazón ser traspasado por una espada, cortándole la respiración y humedeciéndole los ojos a un ritmo vertiginoso.

—Perdón, Bo-di. Nunca quise lastimarte. Nunca —susurró con la voz ahogada y, para sorpresa del par de enfermeros Beta que pasaban por el nítido y solitario pasillo a las doce y quince de la madrugada, el Alfa comenzó a llorar como jamás lo hizo nunca.

Desgarrador.

Sí.

Y, tal vez, algo justo. El karma le había llegado, y únicamente podía lidiar con el sin buscar un, ¿por qué? Lo tenía bastante merecido.


¡Hola, queridos lectores!

Lamento no haber publicado el capítulo como siempre lo hago, martes o miércoles, pero como ya había dicho, me enfermé 😭. Aún estoy algo enferma, la temperatura se me sube a cada rato, y me impide escribir como quiero. Y aunque es el último día de la semana, me alegro haber logrado culminar el capítulo.

Nuevamente, lo siento 🙏🏻🥺

¡Feliz día del padre! 😍🥳🥳

Besos.

Y recuerden «No a la lectura fantasma».

☣Publicado: 20/Junio/2021.
☣Editado: 03/Septiembre/2021.

🌙Yessie.

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