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Ser la hija de Luna Roja no era fácil, mucho menos si debía permanecer ocultándome del mundo exterior en tierras lejanas e inhabitables por seres humanos. Tampoco lo era crecer con la certeza de que los enemigos de mi madre, eran los míos solo por ser sangre de su sangre, no era justo, pero lo entendía y lo aceptaba porque no tenía otra opción.

De pequeña no lograba entender muchas cosas, pero al alcanzar cierta edad, mi mayor anhelo era conocer el mundo, ese mundo del que tanto me protegían las personas que me rodeaban y al que tanto me impedían ir.

Limitada entre las habitaciones del que para mí era no solo mi hogar, sino la prisión en la que había permanecido encerrada la mayor parte de mi vida, finalmente podía salir a aventurarme en lo desconocido pero sin darme cuenta, allí afuera me estaban esperando.

Ellos estaban listos para acabar con mi existencia, incluso si eso desencadenaba la furia de la “Bestia” y una nueva guerra entre aquellos dos bandos del cual, se podría decir, eran también de una manera irreversible, parte de mis raíces.

Jamás me había sentido tan arrepentida de mis decisiones promiscuas, porque sí, la mayoría del tiempo actuaba por inercia y sin pensar en las consecuencias. Consecuencias que se podrían haber evitado si tan solo me hubiera quedado en donde me habían dicho.

Y ahora me encontraba en la desdicha de tener frente a mis ojos, un futuro incierto del cual deseaba, con todo mi corazón, que llegara una solución que resolviera aquel momento porque vamos, cuando por fin tu vida tiene sentido y quieres vivir, ¿quién no querría seguir adelante? Estaba aterrada, mientras miraba fijamente como el rostro de la mujer que me había traído al mundo y se había pasado toda mi vida protegiéndome, se distorsionaba frente a mis ojos.

Tenía muchas ganas de decirle que lo sentía, sentía profundamente haber echado por la borda todo su esfuerzo en mantenerme oculta, protegida y con vida, básicamente.

Sus preciosos ojos azules estaban acuosos y su entrecejo se frunció con dolor, mientras llevaba sus manos ensangrentadas a mi rostro, acunando el mismo como cuando yo era una simple niña que buscaba el consuelo de su madre.

—Mami… —murmuré débilmente, no lograba distinguir la realidad de los recuerdos de mi infancia que llegaron uno detrás del otro—... mami, tengo miedo.

—¡Shh! —me silenció, mientras negaba lentamente con su cabeza—, mami está aquí —me dijo.

Sonreí a pesar de mi propio dolor y dejé que deliberadamente cayeran las lágrimas acumuladas en el borde de mis ojos—Siempre… Siempre fuiste pésima para consolar a las personas, mamá —me burlé de ella, mientras reía débilmente.

Una incontrolable tos me atacó y ella se desesperó al verme en aquel estado, donde mi vida pendía de un hilo.

Detrás de ella podía escuchar gruñidos, cosas romperse y algún que otro grito o lamentación.

Miré a la distancia aquellos ojos oscuros que me miraban horrorizados, mientras apretaba sus puños a los costados de su cuerpo, en un segundo vi como su mirada cambió y la furia surcó su rostro como un rayo extendiéndose en el cielo.

A una velocidad incomprensible se acercó a mí, acabando con aquel que se le cruzara en medio y apartando a mi madre a un lado, ignorando sus quejas, me miró con dolor.

Quise pedirle perdón, quería que me perdonara por la decisión que había tomado y que nos condenaba a dejar lo que nunca logramos tener en un espacio y tiempo que solo existía en nuestra imaginación.

—Oh, Mazie… —susurró con la mirada perdida, mientras sostenía mi rostro—... por favor, no me dejes solo.

Mis ojos comenzaban a pesar y un profundo sueño comenzaba a invadirme, ya no veía absolutamente nada, tampoco lograba sentir dolor alguno ni escuchaba nada más allá que un sonido sordo.

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