Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

☾ Capítulo 1.

01. 𝑵𝑨𝑪𝑰𝑴𝑰𝑬𝑵𝑻𝑶 𝑨𝑵𝑯𝑬𝑳𝑨𝑫𝑶.

• ──────  ☾  ────── •

Sus cabellos rojos se zarandeaban con el viento helado, sus mejillas estaban levemente coloreadas de un tono rosa al igual que la punta de su nariz, y de entre sus labios, salía vaho cada cierto tiempo cuando soltaba sonoros suspiros mientras admiraba la luna brillante en la inmensidad del cielo sobre su cabeza. Estaba haciendo mucho frío esa mañana, sin embargo y a pesar de aparentar sufrir la crueldad del clima, este no lograba colarse debajo de la piel de la futura nueva reina que, prontamente y con ayuda de sus nuevos aliados, gobernaría sobre toda criatura. 

Jezabel colocó sus manos sobre el barandal de concreto, que se sentía helado y un poco áspero al tacto, mirando un punto fijo en el cielo tormentoso que indicaba una prematura nevada inesperada. Podía oír los pasos apresurados de algunos ciudadanos de aquel lugar, sus conversaciones llegaban a ella como molestos arrullos y zureos de palomas, como las que solían posarse en la habitación de su antiguo hogar en la mansión de los Petrov. 

Debido a su gran habilidad para observar en la oscuridad y gracias a su desarrollado olfato, podía ver y oler incluso en la lejanía, como algunos de aquellos fétidos habitantes se movían rápidamente entre las penumbras, ya que en aquel lugar no había demasiada iluminación por una cuestión que no lograba saber aún y tampoco le interesaba realmente.

Todos parecían molestos por su sola existencia, tenerla allí merodeando para la mayoría era un enorme fastidio porque eso significaba que debían cambiar sus costumbres. Ya no podían andar por allí deliberadamente, llevando presas animales y humanas, esparciendo sus entrañas y derramando la sangre por doquier. Ahora debían comportarse, porque así lo decía su líder y ellos lo respetaban enormemente.

Una suave brisa pasó por su costado y pronto el olor a sangre fresca se hizo presente, un leve apretón sobre una de sus manos la hizo voltear a ver lentamente, sabiendo ya de quién se trataba.

—¿Qué quieres? —preguntó con molestia.

Bernabett la observaba fijamente mientras que con su dedo pulgar de la mano que no estaba bañada en sangre, acariciaba el dorso de su mano con suma delicadeza.

Él llevaba su cabello tan despeinado como siempre y su camisa blanca estaba salpicada en sangre de alguna de sus víctimas, las cuales estaban allí con la doble función de ser usadas como juguetes y de paso, ser el fresco alimento de aquel hombre y de algunos miembros de aquella sociedad de chupasangres.

Sí, aquellos que algunas vez habían sido los enemigos de su padre y los de su propia raza durante cientos y cientos de años, ahora la refugiaban como si ella fuera parte de aquella comunidad que prefería ocultarse ante los ojos de todo ser, con el único motivo de no ser descubiertos y erradicados de la faz de la tierra. A lo largo de los años habían quedado debilitados, quedando orillados a ser un triste par de conjuntos de números con no más de cuatro míseras cifras.

Bernabett relamió sus labios que estaban levemente rojizos producto del leve festín que había disfrutado hace un momento y sonrió de medio lado mostrando sus relucientes dientes puntiagudos un poco sucios por el color granate de la sangre, se inclinó besando el dorso de la mano de Jezabel tan coqueto como siempre, a sabiendas que la joven mujer no le daría importancia, incluso si dejaba plasmado un leve rastro sobre su blanquecina piel. 

El vampiro no lo admitía abiertamente, pero le encantaba que a pesar de haber estado varios meses conviviendo con él, ella no cambiaba su actitud. Seguía siendo distante y desconfiada, también era mandona y frívola. 

Pero era letal, por sobre todas las cosas. Había algo en ella que captaba fuertemente su atención, sabía que escondía secretos que algún día por su propia cuenta, le diría.

—No falta mucho, lo sé —se acercó a ella, sin embargo, se detuvo a dos pasos de distancia, sin ser capaz de soltar su mano.

—Me siento inquieta —se removió en su lugar, mirándolo de reojo—, necesito que Raymon…

—Si, no dejabas de recordarlo —la interrumpió—. Ya está esperando por tí. Te prometo que todo saldrá bien, ninguno de los míos te atacará y me aseguraré de que así sea —asintió convencido.

Jezabel asintió decidiendo confiar en su palabra, solo por el simple hecho de que en instantes, Raymond sumiría a toda la población en un profundo sueño.

Dejó que Bernabett fuera el primero en emprender camino hacia el interior, mientras ella le echaba una última mirada a los copos de nieve que comenzaban a caer, dando comienzo a la tormenta de nieve.

Estiró su mano permitiendo que los copos de nieve caigan sobre la palma de su mano, sintió como los mismos se derretían dejando pequeños rastros húmedos sobre su piel.

Entonces lo supo, ya era la hora.

Llevó su mano a su abultado vientre y caminó rápidamente sintiendo dolor, su futuro descendiente comenzaba a desesperarse por salir y jamás pensó que ella misma se sentiría ansiosa por ver su rostro.

No tenía la certeza de saber qué estaba esperando, no tenía las herramientas suficientes como para saberlo de manera profesional y había decidido que Raymond se quedase con la revelación para él mismo, porque era el único capaz de saberlo con solo dirigirle una mirada y susurrar algún hechizo. Jezabel quería ser sorprendida por la naturaleza misma de la formación de su bebé. 

Llegó a la que había sido su habitación desde el día en que había puesto un pie en ese lugar y miró fugazmente a las pocas personas que se encontraban paradas a los lados de la cama esperándola, se sentía un poco fuera de lugar pero se relajó casi al instante.

En aquella habitación estaban las dos mujeres que la asistirían a la hora del parto bajo la hipnosis vampírica, una habilidad que solo los Altos Vampiros o los Pura Sangre poseían; en este caso, provocada por Bernabett quien era claramente el vampiro al mando Pura Sangre; y el anciano hechicero. No había nadie más y se lamentó ante el recuerdo del único hombre al que había amado, y al cual lo había despojado de toda relación que pudiese establecer con el bebé cuando decidió huir de su mirada desaprobatoria el día en que perdió el control de sí misma.

“Pero es mejor así…”, se repetía ella, tratando de calmar la culpa que atormentaba y afligía enormemente a su corazón.

Se recostó sobre la cama, no llevaba nada más que un camisón de dormir de color blanco hueso con algunos pequeños bordados en el cuello y puños al final de las mangas. 

Las contracciones se hicieron más constantes e inevitablemente sintió algo similar a un cólico en el abdomen y luego otro en la espalda, provocando que hiciera crujir sus dientes soportando el dolor ante la sensación de miles de aguijones sobre su cuerpo que se preparaba para dar a luz.

El sudor le pegaba el cabello en el rostro y sus quejas eran más constantes mientras escuchaba a una de las mujeres decir que veía la cabeza del bebé, mientras que la otra estaba lista para ayudarle a recibir a la criatura de inmediato.

Bernabett permanecía parado frente a la puerta de la habitación, escuchando con atención cualquier mínimo sonido fuera de lo usual y Raymond, luego de sumir en un profundo sueño a todos los individuos ajenos a los mencionados, se encontraba recitando un conjuro para un pequeño collar que tenía entre sus callosas manos arrugadas.

Jezabel, a pesar de que estaba rodeada de otras personas, se sentía completamente sola, rodeada de seres extraños en los que aún no confiaba por completo y se permitió llorar deseando tener a Dimitri a su lado. Estaba aterrada por varias cosas, entre ellas el estar sola y el hecho de que no quería ser una madre con el mismo porte que su padre. Quería ser mucho mejor que él y no se sentía capaz de lograrlo, era una asesina, la habían moldeado para matar a sangre fría… ¿Qué sabría ella de maternidad?

De pronto, un llanto fuerte llenó cada rincón de la habitación irrumpiendo en sus preocupaciones y sonó como un eco persistente entre los pasillos del desolado castillo de estilo gótico.

—¡Es una niña! —exclamó una de las sirvientas, mientras cortaba el cordón umbilical y le alcanzaba la bebé a la otra para que ésta pudiese limpiarla de todo resto.

Bernabett que en ese instante mantenía su frente contra la puerta doble, sosteniendo los picaportes y con sus ojos cerrados suspiró sintiendo un ápice de felicidad dejando escapar inevitablemente, una delgada sonrisa de labios cerrados. 

Daba por hecho que la niña sería como su madre y le causaría problemas en más de una ocasión por el simple hecho de que jamás había permitido a un infante habitar en sus tierras, mucho menos había visto o tenido trato con alguno de ellos.

Además, por algún motivo, todas las mujeres de aquella familia disfuncional que Jezabel se cargaba, tenían aquella habilidad natural de encantar a todos los hombres con su sola presencia.

La mujer que había acabado de verificar el estado de la bebé, la envolvió en una suave manta y se la entregó a su madre, quién de inmediato la tomó entre sus brazos apreciando su pequeño rostro de tan adorables y diminutas facciones.

—Eres hermosa, hija mía... —murmuró acariciando suavemente la mejilla de la recién nacida colmada de serenidad.

Raymond se acercó lentamente y le entregó el collar a Jezabel, con su mirada fija en la niña a la que su madre ahora cubría ante el anciano.

Él dejó escapar una risa nasal—Que mentecata eres, jovencita —comentó juntando sus manos detrás de su espalda—. No soy un completo ignorante. Ni siquiera me atrevería a tocar una sola hebra de su cabello teniendo a un lunático detrás de las puertas que podría arrancarme la cabeza en un santiamén.

—¡Escuché eso, no me parece una mala idea! —gritó Bernabett desde el otro lado de la puerta, con un tono de voz jocoso—. Qué dices, preciosa joya, ¿acabamos con él de una buena vez? —preguntó asomando su rostro sonriente a través de las puertas.

Raymond extendió su mano hacia él y cerró las puertas frente a sus narices escuchando la estrepitosa risa del joven vampiro y viró los ojos con cansancio, Bernabett realmente lo irritaba al punto de sacarlo de sus casillas.

Desde la primera vez que había llegado a aquel lugar con vistas tan desalentadoras, descubrió que era un nido de pestes que deseaba exterminar pero por algún motivo se contuvo y simplemente se había limitado a dormir a todo aquel que se movía entre la oscuridad de la noche.

Recordó precisamente como aquel flacuchento lo había llamado “viejo decrépito”, y como sus penetrantes ojos rojos deseaban apuñalarlo, peor aún fue cuando Raymond los trató de “flacuchos muertos de hambre”. Bernabett se lo quería comer vivo en ese instante.

Sin embargo, con el pasar de los meses, el anciano había aceptado que su mejor opción era que permanecieran escondidos entre aquellos chupasangre que vivían en casas hechas de piedra tallada, como si no fueran más que cavernícolas. En base a su necesidad, había dado su brazo a torcer con el líder de aquellos seres y había aprendido a llevarse un poco mejor con todos aquellos. Al menos con los de más importante rango.

—Con este collar, podrás oprimir la verdadera forma de la niña y su fragancia ante cualquier ser que se pueda cruzar con ella no será perceptible —sacudió el artefacto que tenía una pequeña piedra lunar del tamaño de un diente de leche, con una cadena de oro.

La joven reina tomó rápidamente el collar y lo admiró por un instante mientras comenzaba a incrementar la duda en ella, ¿realmente era algo que quería hacer?

Básicamente, a cambio de protegerla, estaba despojando a su hija de explorar su naturaleza salvaje. Raymond le había advertido semanas antes, que utilizar aquel collar no solo cumpliría con lo que la joven madre deseaba, sino que también podría traer consecuencias y su hija podría perder la licantropía que corría por sus venas. Incluso podría no desarrollar por completo aquellos sentidos refinados y extravagantes que hacen a los licántropos, unos de los más aptos para sobrevivir ante cualquier adversidad que se les presentara.

A pesar de ello, comenzó a considerar que el simple hecho de ser la primogénita de una mujer como ella, que había arrasado con tantos, corría peligro sin dudarlo porque tratarían de utilizarla para su conveniencia. Pues la niña iba a ser su punto débil y ella no quería que nada le sucediera.

Entre tanto pensar, decidió que quería protegerla sin importar el costo, quería hacer algo como lo que sus padres nunca habían hecho por ella.

—Con este collar, ¿ella no se transformará? —preguntó una vez más, mientras fijaba su mirada azul sobre el anciano.

Este asintió de inmediato—Efectivamente, no podrá transformarse y tampoco emitirá fragancia alguna —respondió sintiéndose cansado de repetir lo mismo—. Podrá llevar una vida ordinaria como la de cualquier ser humano.

Jezabel tomó aquel collar sintiendo que era tan pesado como el plomo, aquella era la decisión más difícil que se instalaba como una espina en su corazón. La piedra brilló ante sus ojos y soportando una gran bocanada de aire, se lo colocó a su hija recién nacida al mismo tiempo que el curioso vampiro ingresaba a la habitación con cautela. 

Ella lo miró por un instante con duda en su mirada y él inmediatamente negó con su cabeza, respondiendo en silencio a la pregunta no formulada en voz alta.

Él percibía un aroma apenas existente que no era fuerte ni nada fuera de lo normal porque era como el polvillo, sabías que estaba allí porque podías verlo y causaba comezón en la nariz, pero nada más; e incluso tampoco pudo oler bien su sangre. Era como un pequeño cuerpo vacío, no tenía aquel aroma dulzón que había apreciado por unos instantes, ahora tenía un aroma neutro y ordinario, nada que la hiciese destacar de entre sus víctimas, sirvientes o cualquier raza que había conocido antes.

Jezabel asintió confiando en el poder de Raymond y fijó nuevamente su vista sobre su hija que había dejado de llorar al sentir la calidez de su madre y los latidos de su corazón. 

Bernabett tomó por la ropa al anciano y se lo llevó con él de camino a la salida, la reina necesitaba su propio espacio para entablar y fortalecer su conexión con su hija. Ambos sabían que las cosas cambiarían a partir de ese momento porque si antes Jezabel quería apoderarse de todo por la maldición, ahora tenía un verdadero motivo y era para proteger a su hija.

Suspiró agotada mientras acariciaba el rostro de su bebé y la alimentaba según las indicaciones de las mujeres que estaban a su lado.

Quién se hubiera imaginado, que aquella adorable criatura era producto de aquel amor entre un hombre de buen corazón y la mujer más letal de todas. 

Miró las pequeñas manos de su hija y tomó una de ellas entre las suyas, llevando la misma hasta sus labios, donde depositó un pequeño beso.

—No importa lo que cueste, no dejaré que tus preciosas manos se manchen por la sangre de nadie... —murmuró acariciando su pequeña y regordeta mejilla.

Construiría un imperio aunque fuese desde cero, unas bases sólidas y estables, y pondría a su hija en un pedestal tan alto que podría acariciar las nubes con sus propias manos. De esa manera, jamás podrían alcanzarla.

Nadie pondría tan solo una mirada sobre su hija sin antes pasar a través de ella misma, porque aunque le costara la vida, protegería a su primogénita de la misma manera en la que le hubiera agradado que sus progenitores cuidaran de ella, pero que nunca hicieron.

Recordó una melodía que su madre le solía cantar para dormir, quizás su único recuerdo grato de la infancia, y pronto sonrió mirando como su hija quedaba profundamente dormida. Era la criatura más pequeña y hermosa que alguna vez sus ojos habían visto.

—¿Creés que será lo correcto? —comentó Bernabett, mientras se sentaba en el borde de la cama y observaba a la niña desde aquel lugar. No estaba muy cerca ni tampoco demasiado lejos.

Ahora se encontraban solos, alumbrados únicamente por la luz de las lámparas de noche y la luna que brillaba intensamente entre las nubes que gracias al viento, comenzaban a llevar la tormenta a otra dirección.

—No lo sé, quizás me esté equivocando... —murmuró ella, mordiendo el interior de sus mejillas—... pero si es la única manera de protegerla, quiero intentarlo.

—Eres más valiente de lo que creí, preciosa joya —sonrió él—. Si te hace sentir mejor, haré todo lo que tenga a mi alcance para ayudarte a protegerla.

Jezabel lo miró por una fracción de minutos mientras notaba como él miraba fijamente a su hija y carraspeó sintiéndose incómoda y con unas inmensas ganas de arrojarlo fuera de la habitación.

—¿Por qué querrías hacerlo? —preguntó ella—, ¿por qué te esfuerzas tanto por ayudarme?

Él torció los labios y ladeó su cabeza antes de ponerse de pié y caminar hacia la salida—¡Ah, tan curiosa! —exclamó—, otra lección que te enseñaré será que jamás, bajo ninguna circunstancia, puedes revelar tus objetivos.

—¡Mi hija no es un juego, Bernabett! —gritó sin importarle despertar a la niña, la cual comenzó a llorar de pronto ante el sonido inesperado de la voz enfurecida de su madre.

Sentía los vellos de su cuerpo ponerse en punta debido a los nervios que sentía por las palabras de aquel vampiro y por el llanto estridente de su hija que parecía no tener ánimos de calmarse pronto. Trató de mecer su cuerpo a medida que alternaba su vista entre la niña y el chupasangre, de manera rápida, tratando de ser una madre responsable por milésimas de segundos y al mismo tiempo, una asesina preparada y decidida a matarlo si se atrevía a tocar a su hija.

—¡Sh! —silenció a la joven madre—, ¿quién dijo que ella era un juego? —se volteó a verla mientras sostenía las amplias puertas entre sus manos—. Mi tablero es extenso, tu hija no es un simple peón que pueda sacrificar o, ¿es que acaso nunca oíste que todo rey tiene a su reina? —sonrió de labios torcidos.

Jezabel apretó a su hija contra su pecho, mientras llevaba su mano a su pequeña cabeza cubriéndola de aquel hombrezuelo travieso que no hacía más que retorcer sus nervios debido a sus palabras y formas de actuar.

Llevaba algunos meses conviviendo con él y aún no lograba entender ni descifrar qué era lo que estaba planeado, porque sí, había revelado que su hija era importante para él pero no había dicho para que la necesitaba ni que haría con ella.

Inquieta, besó la frente de su hija que había calmado su llanto una vez más y de reojo visualizó la fina silueta de aquel vampiro que se marchaba soltando carcajadas cínicas.

• ──────  ☾  ────── •

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro