Extra [2/?]
DIMITRI LASAREV.
Emprendíamos un viaje hacia tierras desconocidas, me dejaba guiar por las historias que Jezabel le contaba a Mazikeen. Si estaba en lo cierto, daríamos con el paradero de aquel ser despreciable.
No sabía como, pero estaba dispuesto a luchar con mi vida con tal de acabar con él.
Suficiente daño nos ha hecho.
Aceleré la velocidad de la camioneta mientras escuchaba atento las indicaciones de Mazikeen. Su semblante era frío, seguramente Jezabel le había enseñado de muchas cosas. Entre ellas, ocultar sus emociones.
Me estacioné sin cuidado frente a la estructura de lo que parecía haber sido una choza. Podía oler al anciano decrépito, estaba allí, con su característico olor a libros y licor.
—Quédate —ordené mientras me bajé de la camioneta. Mazikeen me imitó—. Te di una orden, ¿no escuchas?
Ella arrugó su nariz—Vámos papá, puedes hacerlo mejor —sonrió con burla y meneé la cabeza dejando escapar una carcajada.
Está mocosa....
Caminamos sin cuidado alguno, ella detrás de mi. Pateé la puerta destrozándola y me detuve al ver a Raymond sentado en una silla, al lado de una vieja mesa de madera. Tenía sus ojos rojos por las lágrimas y sostenía una botella con algún tipo de licor que tanto se había acostumbrado a beber.
—Los esperaba... —murmuró sin mirarnos.
Me acerqué tomándolo por su túnica, pero no intentó defenderse, lo miré extrañado—¿No intentarás defenderte siquiera?
Carcajeó con desgana—Solo acaba conmigo, Dimitri. Ambos sabemos que has deseado esto desde la primera vez que me viste —recordó con una sonrisa entre sus labios partidos por lo resecos que estaban—. Acaba con mi vida y ponle fin a mi sufrimiento.
—Explícame en que consiste la maldición, se que algo ocultas —lo sacudí en el aire. Mazikeen permanecía inmóvil detrás de mi, escuchando atenta.
—Jezabel debía morir para evitar que las almas de mis hijas siguieran vagando por este mundo —explicó, en el camino Mazikeen me había puesto al tanto de la maldición—. Pero no sabía que aquello las dejaría vagando en una especie de limbo.
—¿De qué hablas? —lo solté sin comprender.
Él no se molestó en levantarse del suelo—El alma de Jezabel aún está aquí, ¿quieres acabar con la maldición? —me miró fijo—. Mátame, y ella volverá.
Me tambaleé hacia atrás, ¿era posible?.
Mi corazón se aceleró, sentía rabia. Miré de reojo la daga que estaba sobre la mesa, él ya nos estaba esperando, evidentemente. Sentí como mi cuerpo se fue de lado, cayendo al suelo, elevé la vista y vi a Mazikeen tomando con furia aquel afilado objeto. Ella me había apartado.
Se aproximó a Raymond y lo apuñaló incontables veces, manchándose con su sangre. Sentimos una oleada de aire frío, demasiado para esta época del año.
—No debiste hacerlo —gruñí poniéndome de pie y asomándome por la puerta.
El cielo comenzaba a oscurecerse, habían trueños y rayos, una brisa fría que te adormecía el cuerpo. Comenzaba a crearse un remolino en medio de las nubes negras.
—No podía quedarme sin hacer nada, ¡estabas dudando, papá! —exclamó, la mano le tembló y arrojó la daga viniendo a mi, con pasos lentos.
—No, Mazikeen. Estaba sorprendido, ¿entiendes? —la tomé del brazo y me la llevé fuera—. La posibilidad de que tu madre vuelva a mi, me ha dejado sorprendido.
Subió a la camioneta en silencio, podía ver lo ansiosa que estaba—Vamos, tenemos que ir a verla.
Asentí estando de acuerdo. Encendí el motor de la camioneta y comencé a conducir de regreso al castillo, los rayos caían por la tierra detrás de nosotros, Mazikeen daba pequeños saltos en su lugar por el estrepitoso sonido.
Al llegar, frené de golpe dejando la camioneta a medio camino frente al altar. Bajanos rápidamente con Mazikeen y corrimos con la intención de entrar.
—¡Mazikeen! —grité, tomándola del brazo acercándola a mi, cubriéndola con mi cuerpo.
Algunos rayos cayeron sobre el altar destrozándolo, segundos antes de entrar—No... —murmuró con lágrimas en sus ojos, mientras se apartaba de mi.
La tormenta cesó.
—Mazikeen... —llamé, sintiéndome abatido.
—No papá, ¡ayudame! —exclamó, arrodillándose frente a los escombros. Tomó un par de ellos y los arrojó hacía un lado, intentando buscarla. Me acerqué lentamente y posicioné mis manos sobre sus hombros intentando apartarla—. ¡No! —gritó mirándome, sus ojos azules brillaban con intensidad en un tono más obscuro.
Decidí arrodillarme a su lado y consolarla, la abracé y acaricié su cabello, escuchando sus gritos desgarradores. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
Estuvimos tan cerca.
—Mazikeen, ¿qué te he dicho sobre llorar? —dijo.
Mi cuerpo se tensó, no estaba seguro de si realmente la había oído o era una simple alucinación. Mazikeen se apartó de mi frunciendo el ceño, ella también la había escuchado, miró por sobre mis hombros y su expresión de sorpresa me alertó, estaba ahí.
Se levantó apresurada y corrió a sus brazos.
Mazikeen era a penas un poco más baja de estatura, le llegaba al mentón. Ella lloraba desconsolada en el pecho de su madre, quién no dejaba de acariciarle el cabello y reír enternecida, intentando calmarla.
En mis años a su lado, jamás me la hubiese imaginado así, con ese aire tan maternal.
Me coloqué de pie sin dejar de verla, cruzamos miradas y nuevamente sentí aquel olor melifluo a orquídeas. Sus ojos azules, chispeantes de vida me miraban con alegría.
Sonreí mientras dejaba caer mis lágrimas, es ella, es la misma niña de antes.
Se apartó levente de nuestra hija, “nuestra”, de solo pensarlo se me hinchaba el corazón. Le susurró algo y sentí que se aproximaba a mi a cámara lenta.
Estaba de pie, frente a mi, con un camisón blanco un poco andrajoso y la piel un poco descuidada, como si se hubiese arrastrado por el suelo. Estiró su mano y cerré mis ojos sin poder evitarlo.
Sus dedos acariciaban el contorno de mi rostro, de mi cuello y regresaban al borde de mis labios. Dejó escapar una pequeña risa, abrí mis ojos, podía sentir lo rebosante de alegría que estaba.
—Dimitri... —murmuró.
—Oh, amor mío —interrumpí inclinándome para abrazarla.
La elevé un poco del suelo y comencé a girar, nuestras risas se oían y podía escuchar pisadas. En cuanto la dejé en el suelo, no me hizo falta mirar a los costados para saber que de pie se encontraba el pueblo lobuno con sorpresa en sus rostros ante lo que veían.
Jezabel se apartó un poco, alzó las manos en el aire y gritando dijo—¡Luna Roja, ha regresado!
El pueblo gritó y aplaudió eufórico, la miré embelesado, ella simpre me pareció un ángel. Demasiado hermosa, perfecta para ser considerada una diosa.
La tomé de la cintura atrayéndola, con una de mis manos le acaricié el rostro y allí, en medio de la multitud danzante, la besé.
La besé con miedo de perderla otra vez, con alegría de recuperarla y sobre todo con amor.
Con el mismo amor que siempre le tuve.
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