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Capítulo 8.

La niña se paró de repente y corrió chocando su cuerpo contra los barrotes, tenía suerte de que no la encerraran en la caja metálica, como ella le había apodado. Aquel lugar de dónde Dimitri la había sacado, suspiró, sus ojos se tornaban azules nuevamente al pensar en él.

«¡Ya basta!», escuchó gritar a Evilyn. Sus ojos volvieron a ser una extraña combinación entre rojo y dorado.

El brujo sonrió al confirmar sus sospechas—Se los dije.

—¡Anciano estúpido! —chilló Evilyn. De pronto, la niña sacó sus brazos por entre las rejas y tomó al brujo de la manga de su túnica blanca. Raymond intentó liberarse, pero fue en vano, la niña tenía demasiada fuerza.

«El amuleto...», se oyó un murmuro. Jezabel frunció el ceño, no había escuchado esa voz antes. Esa debía ser Gefion. La niña buscó con la mirada aquel objeto; del cuello, colgaba un collar con un ojo de dragón en tono turquesa, con pequeños diamantes y cadena de oro. Elevó sus ojos haciendo contacto directo con el anciano, él movía su cabeza de un lado a otro diciéndole “No”, sin pronunciar palabra alguna. Jezabel sintió compasión, uno de sus ojos retomó su color original y escuchó en su cabeza la potente voz de Evilyn. «¡Hazlo ya!», le gritó.

—Lo siento... —murmuró Jezabel, arrancándole de un tirón, el amuleto. Su ojo izquierdo, perdió su color y fue reemplazado nuevamente, por el rojo y el dorado.

—Podrán tomar control sobre la niña, pero no lo olviden... —habló Raymond—... sus planes se vendrán abajo cuando Jezabel sea presa de sus emociones.

—Te preocupas mucho por nosotras, Raymond... —interrumpió Gefion. Su voz serena y baja, siendo pronunciada por los labios de la niña—... o deberíamos llamarte, ¿padre?

Raymond suspiró sintiéndose derrotado, ¿qué podía hacer?, ellas lo controlarían a su antojo gracias a la posesión del amuleto. Debía recuperarlo, sería difícil pero no imposible.

Miró a la niña, en ella podía ver a sus hijas, a los monstruos que él había creado en un momento fugaz de furia.

Recordó a Gefion, con su cabello largo y obscuro como su madre. Poseía una sonrisa radiante y un carácter fuerte, pacífica, calculadora. Evilyn, en cambio, era rubia como en algún tiempo atrás él lo fue. Ella era una niña entrometida, impulsiva y explosiva, jamás se podía deducir su estado de ánimo.

Raymond sintió culpa en su corazón, si él no hubiera jugado con la magia, sus hijas estarían vivas quizás, y no serían seres malignos. Él clavó su vista en la niña, en su cabello rojizo, en sus grandes ojos que parecían ser una mezcla entre los ojos dorados de Gefion y los rojos de Evilyn. Por muy poco que fuera, aún apreciaba pequeños destellos de color azul, esa era una buena señal, significaba que Jezabel aún tenía control de su cuerpo, hasta cierto punto. Evidentemente.

—Bien anciano, sácanos de aquí —habló Evilyn. El cuerpo del anciano intentó desobedecer sus órdenes, pero no fue suficiente ya que, finalmente, alzó su mano en el aire y sus dedos tamborilearon al ritmo de sus palabras que deshacían el hechizo momentáneamente para abrir la reja—. Buen trabajo —sonrió la niña siendo controlada por Evilyn, quién la impulsó a salir de aquel lugar.

—Supongo que tu plan es ser descubierta... —murmuró Raymond, de espaldas a ella. Jezabel dejó de caminar y las hermanas escucharon atentas—... ¡Ay Evilyn! —suspiró—Siempre tan impulsiva, jamás piensas en las consecuencias.

—¿De qué hablas, anciano? —preguntó.

—¿Qué crees que ocurrirá cuándo salgas? —preguntó Ray, sin voltear a verla—Desafortumadamente, la niña tiene fuerza como para luchar contra su padre, pero... ¿es suficiente para luchar contra todo un ejercito?

—Sigue hablando —ordenó Gefion, tomando posesión del cuerpo de la niña. Lentamente Jezabel acató sus órdenes internas y bajó las escaleras con cuidado, posicionándose detrás del anciano, facilitándole una mejor audición y vista a Gefion.

—Gefion, me sorprende que no lo pensaras antes, tan calculadora que solías ser —recordó—. Si quieren tomar el control nuevamente, deberán forjar el carácter de la niña.

—¿Qué es lo que quieres, Raymond? —preguntó sospechando de la repentina ayuda.

—Enmendar mi error.

Jezabel se sintió conmovida por sus palabras, el destello azul de sus ojos se intensificó. Raymond, que para ese momento, giró su cuerpo quedando de frente a la niña, logró notar que los sentimientos de Jezabel iban a ser difíciles de controlar para ellas, la niña tenía un espíritu tan puro, tan libre. Algo que sus hijas jamás tuvieron.

La pequeña caminó de regreso a la celda, tomó la reja y la cerró quedando dentro. «Sabia elección», pensó Raymond.

—Quita el hechizo, Ray —ordenó Gefion—. No saldremos por ahora, pero necesitamos que vayas en busca de algunas cosas.

—¿Para que? —preguntó.

—Seguiré tus consejos, Raymond. Forjaré el carácter de esta niña —mencionó dándole la espalda.

—¿Qué necesitas? —preguntó.

—Agua —respondió—, lo más caliente que se pueda.

—¿Qué planeas? —preguntó sintiendo preocupación por la niña.

—Planeo comenzar eliminando su dolor físico. Ahora, trae lo que te he pedido.

Sin rechistar, Raymond se dirigió escaleras arriba, hacia la salida. En cuanto la puerta se cerró de un golpe secó que resonó en toda la habitación, Jezabel se mantuvo de pie, apretando el borde de su vestido desvaído. Estaba tan perdida entre sus pensamientos, y en el de las hermanas, que no hacían más que susurrarle con voz de ultratumba, todo lo que planeaban.

«No temas, Jezabel...», susurró Gefion.

«Jezabel, te haremos fuerte...»,continuó Evilyn.

—¿Cómo harán eso? —murmuró la niña, siguiendo con la vista los pasos del anciano, que acababa de llegar. Tenía un gran recipiente del cual salía vapor, supuso era el agua caliente que una de las hermanas había pedido. Raymond posicionó el recipiente dentro de la celda y se marchó, para mirar lo que sucedería a una distancia prudente—Anciano, has un hechizo, que nadie pueda oírnos fuera de estas cuatro paredes —ordenó Evilyn. Rápidamente, él siguió sus órdenes.

«Jezabel, debes prestar mucha atención...», murmuró Gefion. «Ahora, sumergirás tus manos en el agua y, sin importar el dolor que sientas, permanecerás así».

—¡No haré eso! —gritó la niña. Raymond la miró sin comprenderla. Estaba tan tranquila y de pronto había comenzado a gritar y a sacudir su cabeza, seguramente, discutiendo con las hermanas. Se preocupó, sintió temor de lo que fueran a pedirle.

En un abrir y cerrar de ojos, observó como la niña dejaba escapar lágrimas, gritando con furia, al mismo tiempo que sumergía sus manos en el agua hirviendo. Su preocupación aumentó, ¿qué demonios hacía la niña? Se aproximó corriendo a ella intentando apartarla, pero se sorprendió al notar que sus ojos eran rojos, Evilyn tomando el control.

—¡Ya basta! —gritó Raymond— ¡Gefion! ¡Evilyn! ¡Ya fue suficiente!

—Deberás utilizar algún hechizo, anciano... —susurró Evilyn a través de la niña, apretando los dientes y hablando con dificultad, gracias a su respiración agitada—... si no la ayudas, tal vez muera y no creo que quieras cargar con ese peso una vez más, ¿o si, padre?


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