Capítulo 3.
Al día siguiente, la niña se removió en su cama despertando gracias a una fragancia que conocía muy bien. Pinos. Pinos y el picante aroma a pimienta negra.
«Señor Bonito», pensó de repente con una pequeña sonrisa.
Inmediatamente, se sentó estirando sus extremidades y se levantó de la amplia cama casi corriendo hacia el pasillo, para ir en busca de aquel hombre que acababa de llegar a su hogar.
-¿A dónde vas tan rápido, señorita? -preguntó su madre interponiéndose en el camino, moviéndose de izquierda a derecha junto a la niña para que no lograra pasar.
La niña golpeó el suelo con su talón, que frustración sentía al ser interrumpida en su escabullir.
-Voy por el Señor Bonito -contestó señalando hacia la dirección a la que iba.
Su madre le tomó la mano y la empujó levemente para que comenzara a caminar de vuelta a su habitación-Primero te darás un baño.
-Pero mami....
-Sin peros -interrumpió a la niña, ayudándola a meterse en la bañera que las mucamas habían preparado con agua templada.
Las empleadas se encargaban de bañar a los niños que vivían en su morada, a los señores de vez en cuando y a su hija, pero, a Cristine le gustaba bañarla por cuenta propia. Quería aprovechar a pasar el mayor tiempo que fuese posible, junto a su hija.
-¿Mami? -preguntó la niña soplando la espuma que la rodeaba. Su madre hizo un ruido con la garganta indicándole que continuara-¿Cuándo tendré un nombre?
Cristine dejó de estregar los brazos de la niña y la miró, apartando unos pocos cabellos sueltos que le provocaban cerrar sus preciosos ojos con molestia-Mi niña, muy pronto -sonrió enternecida-. Sólo debes esperar un poco más.
-Todos los niños aquí tienen un nombre -recordó triste-¿Por qué yo no?
-Mi cielo, el nombre es muy importante -contestó-. No podemos ponerte el que sea, tu nombre debe ser digno de ti -terminó de bañarla y mientras le secaba el cabello con una toalla volvió a hablar-. Estoy segura, mi niña, de que tendrás un nombre precioso, igual que tú -con su dedo índice le dio un toque en su nariz provocando que la niña soltara una carcajada.
La alegría había regresado a su rostro angelical.
Sin decir nada más, deslizó una camisola blanca por sobre su cabeza. En esos tiempos, a los niños de hasta cinco años, los vestían solamente de blanco en señal de pureza, de inocencia.
Cepilló su enmarañado cabello húmedo y tarareó la canción que solía cantarle de pequeña.
Suspiró nerviosa cuando notó que ahora, el iris del ojo de su hija, estaba completamente rojo.
«Mi hija, no puede ser posible... ¿qué haré? ¿Qué haremos?», pensó preocupada.
Una vez lista, tomó de la mano a su hija y juntas caminaron hacia el pasillo que las llevaba al jardín. Su padre y Dimitri estaban de pie, frente al ventanal junto a la puerta que daba el acceso al dichoso jardín de flores.
Sacha abrió sus ojos incrédulo y Dimitri frunció el entrecejo al notar el cambio en la niña.
Sin que dijeran una palabra, Dimitri caminó hacia el jardín que, en vez de tener flores variadas, solo habían Liliums, Lotos Sagrados y Lirios Siberianos.
Sonrió en cuanto escuchó los pasos de la niña que lo seguían hasta el centro del campo de flores. Él se sentó para luego tomar una flor de Loto, con la yema de sus dedos, acarició los sedosos pétalos y miró por sobre su hombro a la niña, sonrió dejando ver dos preciosos hoyuelos que le daban un toque juvenil y despreocupado.
Palmeó un lugar a su lado y la niña con entusiasmó se sentó junto a él. Miró la bellísima flor que tenía Dimitri y él se la entregó perdido en ese par de ojos de distinto color que lo miraban con un sentimiento que no lograba descifrar.
-Tengo miedo, Señor Bonito -habló la niña-. ¿Y si nunca tengo un nombre?
-Eso es imposible, niña -se rió.
-Pero ya soy grande y aún no tengo nombre, ¿cuánto se tarda esto? -preguntó cruzando sus brazos enojada.
-Lo que haga falta -respondió-, estoy muy seguro de que tus padres te dirán tu nombre muy pronto... -murmuró perdido en sus pensamientos, escuchando la conversación que mantenían los padres de la niña.
Y la verdad era que, Cristine y Sacha se encontraban discutiendo dentro de la casa. Podía oír sus pasos, seguramente, Sacha había comenzado a recorrer la estancia seguido de Cristine, quién no dejaba de hablar rápidamente intentando indagar en toda la situación, buscando respuestas a las nuevas preguntas que se hacía.
Oyó más pasos, como si estuviesen corriendo y se trataba de los niños que pasaban jugando.
-¿Qué haremos? -preguntó Cristine.
Sacha suspiró-No podemos negar lo que ocurre... ella, sin dudas, es la elegida.
-¿Entonces? -insistió la británica.
-Le diremos su nombre, pero no su verdadero significado -contestó.
-¿Cómo la llamarás?
-Jezabel, una derivación de... -se hizo el silencio. Las palabras se atoraban en su garganta.
-¿De qué, Sach? -preguntó Cristine apenas audible.
-Demonio -respondió sintiendo rencor hacia el destino, hacia la vida y hacia cualquier ser divino que le arrebataba a su hija de aquella manera tan injusta.
Dimitri suspiró aceptando lo que se vendría muy pronto. La niña era risueña e hiperactiva, sin dudas, aquellas características se verían opacadas por el peso de su nombre y su verdadero ser.
Aún faltaba el cambio en su otro iris y la transformación de su lado licántropo, pero aquello no significaba que debían estar con la guardia baja.
Era una niña, si, pero pronto tendría una fuerza brutal.
Él había escuchado historias sobre aquellas reinas anteriores y lo despiadadas que solían ser. Pero, jamás imaginó que aquella pelirroja tan tierna, se convertiría en una bestia sanguinaria.
Y si los rumores eran ciertos, a sus padres no les quedaba mucho tiempo para actuar, para pensar en una solución, una solución temporal.
«No se puede evitar lo inevitable», pensó.
-Felicidades... -habló a la niña mientras se ponía de pie para marcharse.
-¿Qué?
-Nos veremos pronto, Jezabel.
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