Capítulo 14.
Lentamente, llevó nuevamente el vaso a sus labios, aquel líquido le causó una molestia en la garganta. Suspiró mientras miraba por el ventanal con aires melancólicos.
«¿Se encontrará bien?», pensó. No podía apartar de su mente, la última mirada que le dedicó Jezabel, antes de que la puerta se cerrara frente a sus narices.
Cerró sus ojos recordando cada facción de aquel rostro que tanto había extrañado. Tocó la punta de su nariz con su dedo indice y pulgar, aún sentía fuertemente el aroma tan dulce que ella desprendía, le encantaba.
Dimitri golpeó su vaso contra su escritorio, el sonido que produjo el vidrio al chocar contra la madera resonó en la habitación como un gran eco. Volvió a la realidad. Él sabía perfectamente lo que a Jezabel le sucedía, lo supo desde un principio y Sacha, al igual que Cristine, también lo sabían. El asunto, era que... ¿por qué se empeñaron en fingir que no lo sabían? ¿Por qué decidieron que lo mejor sería fingir que ella estaba muerta?. Se sintió culpable, tan solo era una niña y ellos le dieron la espalda, la trataron como a una bestia, como a la fiera en la que se convertía día tras día.
No tuvo la valentía de sacarla de allí, «¿Por qué?», pensó. «Cobarde...», se dijo a si mismo, como cada día al despertar y cada noche al dormir.
Tres golpes en la puerta bastaron para que su mirada fuera a parar a la joven que se encontraba ingresando al despacho. Una chica alta, de piel ligeramente bronceada y cabello ondulado color chocolate se dejó ver con un vestido glamuroso, un diseño exclusivo solo para ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dimitri. Serio, con semblante frío.
La joven apretó sus manos con nerviosismo—Padre quiere verte —él asintió despreocupado—, ahora.
—Lizeth, padre no irá a ninguna parte....
—Está molesto, hermano... —murmuró interrumpiéndolo.
Dimitri suspiró, se dirigió hacia la puerta y salió seguido de su hermana, la menor de entre cinco hermanos, él era el segundo. Caminaron en silencio por el extenso pasillo, él clavó su mirada en la gran puerta negra. Su padre se encontraba allí, postrado en el centro de una gran cama, solo, tras la pérdida de su esposa.
Sintió un apretón en su camisa, miró por sobre su hombro, su hermana se encontraba con el brazo izquierdo estirado, deteniéndolo y con su mano derecha, aferrándose al dije de oro que le pertenecía a su madre.
—No seas muy rudo con él, madre no está... —susurró.
—Lizeth, no es el único que la ha perdido —interrumpió—. La pérdida nos ha afectado a todos.
—Promételo —respondió. Dimitri asintió derrotado, no podría negarse.
La joven soltó su camisa, algo satisfecha, y lo miró fijo a los ojos, asintió dándole a entender que podían seguir con su andar. A Dimitri se le revolvió el estómago en cuanto sus manos tocaron las puertas, tomó una respiración profunda, amaba a su padre pero el caracter de ambos provocaba que se desafiaran más de una vez.
«Diosa, dame fuerzas...», pensó.
Tiró de las puertas abriéndolas, se adentró en la habitación con su hermana pisándole los talones. Miró a su padre, que estaba recostado con varias almohadas detrás de su espalda, para poder mantenerse ligeramente sentado. Una de las criadas remojaba un paño en agua fría y se la pasaba con cuidado por el rostro del Alfa. Estaba sudando, volaba en fiebre.
Dimitri aclaró su garganta anunciando su llegada, pues su padre no podía sentir la presencia de nadie, se había debilitado rápidamente—Padre —dijo con frialdad, anunciando su llegada. La criada se apartó, haciendo una reverencia y se marchó dándoles privacidad—. Lizeth me ha dicho que querías verme, ¿qué ocurre?
—Ven... —ordenó. Una tos seca, le impidió seguir hablando, Dimitri se compadeció de él.
—Con calma padre, no te esfuerces demasiado —dijo acercándose, rápidamente, a su costado izquierdo. Lizeth imitó su acción pero se acercó hasta el pie de la enorme cama. Ambos hijos preocupados.
—¿Has visitado a los Petrov? —preguntó, luego de recuperarse. Dimitri asintió—Les has dado mi saludo por el fallecimiento de su hija, ¿verdad?
—Si padre, aún que, recuerda que aquella tragedia fue hace varios años —recordó sintiendo una opresión en el pecho. No le gustaba para nada tener que fingir que ella estaba muerta, pero ese era el trato que hizo con Sacha.
«Cobarde...», se repitió.
—Los años no tienen importancia, Dimitri. Cuando un padre pierde a su hijo, vivirá por siempre con el dolor en su pecho —dijo. En sus ojos se notaba un brillo de tristeza, Dimitri miró a Lizeth, quién tenía los ojos llorosos, a punto de derramar lágrimas.
Lizeth se sentía culpable, aún recordaba aquella vez dónde ocurrió la desgracia. Ella era una simple niña jugando con su hermano mayor, Rodion.
Rodion evitó que Lizeth muriera, pero no sabía que sería su vida por la de su hermana. A ella no le gustaba hablar de lo ocurrido, no le gustaba cuando contaban la historia con lujo de detalles ya que, ella revivía el momento cada noche en sus pesadillas, y con eso le era más que suficiente. Lizeth se había convertido en una muchacha tímida, temerosa, no le gustaba ir más allá de los límites de su hogar, lo cual le impedía ir en busca o dejar que la encuentre, su predestinado.
—Me marcharé, no he venido para escuchar tus penas por Rodion —dijo Dimitri—. Ni el llanto ni el recuerdo lo traeran a la vida, Rodion merece que su alma descanse en paz.
—No hables así de tu hermano, como si su muerte no significara nada para ti —su padre lo riñó.
—Pero estoy en lo cierto... y eso, te molesta —sonrió dándole la espalda.
—Que hay de tu predestinada, ¿ya la has encontrado? —preguntó su padre. Él sabía que aquel era el punto débil de su hijo, puesto que, todos sus hermanos ya tenían a su pareja menos su hermana menor. Dimitri gruñó dejando de sonreír.
—Aún no —mintió—, pronto.
—Dices lo mismo cada vez que pregunto por ella, te estás tardando demasiado, Dimitri —y le recordó—. Pronto serás quién quede al mando en Siloviki, necesitas de una compañera. Tus hermanos menores ya la han encontrado, acaso... ¿deberé ceder mi lugar a alguno de tus hermanos? ¿Me obligarás a poner en juego las tierras?
—No —respondió de inmediato, para él, la manada lo era todo. Su padre había preparado a Rodion para ser el futuro lider, ya que era el primogénito y por derecho le correspondía el mando. A su lado siempre estuvo Dimitri, a pesar de no ser tomado en cuenta por ser el segundo—. Si tan cansado pareces de la misma respuesta que te doy por quién aún no ha llegado, deberías dejar de preguntar.
—Tienes un año, Dimitri... —recordó—... de lo contrario, yo me ocuparé.
—Es injusto para él, padre —acotó Lizeth.
—Para ti también es la advertencia —la miró—. Ya va siendo hora de que salgas más allá de estas cuatro paredes. Largo, no los quiero ver, son una deshonra para la manada.
Dimitri apretó los puños clavando sus uñas en la palma de sus manos, caminó ligeramente hasta donde se encontraba su hermana y la rodeó con uno de sus brazos, sacándola de allí. En cuanto estuvieron lo suficientemente lejos, Lizeth rompió en llanto.
—No es justo, hermano... —sollozó.
—Ahora entiendes porqué paso el mayor tiempo posible fuera —sonrió apartando lágrimas de sus ojos—. Deberías hacerle caso, Lizeth. Sal de aquí, supera tu temor o de lo contrario, terminaras siendo la mujer de un desconocido —la abrazó permitiéndole llorar en su pecho—. Eres el rayo de luz de este lugar, no permitas que te apaguen así, hermana. No lo mereces.
—Tú tampoco lo mereces, hermano —dijo con la voz temblorosa—. Deberías decir la verdad, no puedes permitir que padre....
—No puedo decir la verdad, Lizeth —interrumpió—. Es mucha la diferencia —«Cobarde», se dijo a si mismo.
—No debe importarte la opinión de los demás —se recompuso—. Serás infeliz si sigues así.
Dimitri tomó las mejillas de su hermana y las estrujó haciéndola reír—Ten cuidado —dio por finalizada la charla.
Se marchó. Su hermana tenía razón, pero no era tan sencillo como parecía serlo.
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