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Capítulo 12.

Sacha tomó del brazo a los niños y los posicionó detrás de él para protegerlos, sin saber, que su hija jamás les tocaría un cabello. Cristine seguía con la mirada fija en ella, habían pasado un par de años, su hija ahora se había convertido en una bella joven que le llegaba hasta el hombro.

—No tienes que temer, padre —dijo Jezabel, con la mirada fija en él. Atenta a sus movimientos—. Jamás los dañaría. No a ellos —aclaró. Posicionó sus manos detrás de su espalda y entrelazó sus dedos, espalda recta, mirada alta. Posición desafiante.

—¿Me desafías en mi propia casa? —preguntó Sacha, dando dos pasos. Se detuvo. Giró su rostro mirando a su esposa. Su mano se encontraba apretando el antebrazo de él, deteniéndolo—¿Cristine?

—No te olvides, ella aún es nuestra hija —habló.

—No seré el padre de esta criatura maldita —respondió con enfado. Jezabel carcajeó causándole escalofríos a todos allí —. ¿De que te ríes?

Movió su cabeza de un lado a otro, con lentitud, restándole importancia—Estaré en mi habitación, por si me necesitan —aún con sus manos detrás de su espalda, caminó a paso firme pero lento por un costado de ellos. De reojo miró a su padre y le regaló una sonrisa de medio lado, podía ver el miedo en sus ojos.

—¿Cómo estás tan segura de que tu habitación sigue existiendo? —preguntó Sacha.

Jezabel ladeó la cabeza hacía la derecha y sus ojos miraron directamente a su madre. Cristine sintió su mirada penetrante y se encogió ante aquella potente aura que desprendía su hija—Ella no te ha permitido tocar nada —sonrió y volvió a tomar su postura de antes, pero esta vez, poniéndose en marcha.

Sus ojos se movían con velocidad, analizando todo a su paso. No quería perderse ningún detalle, cuanto que habían cambiado las cosas desde la última vez. Tomó el picaporte de la puerta, un escalofrío le recorrió el cuerpo al sentir el frío bajo su mano. Era esa, la puerta de su habitación. Apretó sus labios en una delgada línea y con un simple empujón, ya se encontraba asomando la cabeza.

No se había equivocado, a pesar de todo, su madre por lo menos esperaba su llegada. Observó mejor, todos los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas, desde el  amplio armario hasta su cama. Sus pies se movieron hasta el centro de la habitación, cerro sus ojos y aspiró el aroma del ambiente. Era su fragancia, la fragancia de lo que alguna vez se trató de una niña dulce e inocente.

«Esa niña ha muerto...», susurró Gefion.

—Lo sé.

—¿Qué es lo que sabes? —se oyó detrás de ella. Dio un brinco, la habían tomado por sorpresa. Giró su cuerpo en dirección a quién era dueño de aquella voz tan encantadora. Dimitri.

—Nada —se limitó a responder. Estaba increíblemente nerviosa por la cercanía. Si daba dos pasos, estaba segura de que sus cuerpos se rozarían y la simple idea le ocasionaba un revoltijo en el estómago. Contuvo la respiración.

Dimitri dio un paso al frente—¿Segura? Te veías enfrascada en una conversación interesante.

«¡Alejate!», gritó Evilyn.

—¿Me estabas observando, acaso? —contraatacó.

Él sonrió de medio lado y llevó una de sus manos a su cuello apretándolo levemente—Me has atrapado, aún que... solo pasaba de casualidad —mintió. O tal vez, no del todo. De hecho, desde que Jezabel no se encontraba, él había dejado de frecuentar a los Petrov. Pero, las veces que estaba allí, le gustaba pasearse por los pasillos hasta llegar a la habitación de la niña, de la que alguna vez fue una niña—. Creo que nos debemos una conversación —sugirió un tanto dudoso.

«No», dijo Gefion.

Jezabel asintió—Tienes razón, Dimitri.

—¿Qué ha sucedido con “Señor Bonito”? ¿Acaso ya soy horrible? —bromeó.

—He crecido, Dimitri —respondió seria. A él se le esfumó la sonrisa del rostro—. Ya no soy una niñita tonta.

—¿Dónde has estado? —preguntó inquieto, balanceando el peso de su cuerpo sobre su pierna izquierda. Miraba atento las acciones de la joven, quién quitaba con rapidez la sábana blanca que cubría su cama.

—¿Qué te han dicho de mi? —respondió con otra pregunta, sentándose en la cama. Cerró sus ojos al sentir la suavidad de aquella superficie, sus manos se aferraron a las cobijas con miedo a que todo fuese un sueño. Hace tanto tiempo que no había tocado una cama, en la celda, dormía en el frío suelo húmedo. Dimitri frunció el entrecejo, aquel gesto le resultó extraño. Similar al de los niños abandonados cuando se recuestan por primera vez en una cama.

—No mucho, se ha esparcido el rumor de que la hija del Alfa Petrov tuvo una muerte repentina. ¿Me lo puedes explicar? Porque realmente no puedo entender, el hecho de que tu padre dijera semejante mentira —se aproximó a ella y extendió sus brazos—¡Han fingido una ceremonia en tu honor! —exclamó.

—Pero, Dimitri... —lo miró fijo por unos instantes y luego se puso de pie, estiró su mano y la posicionó sobre su cálida mejilla. El bello de un par de días le picaba la mano—... yo realmente, he muerto para ellos.

—No está bien, Jezabel —sostuvó la mano de la joven para que no la apartara, le gustaba aquella sensación que ella provocaba en él. Ese simple contacto, le traía calidez a su corazón.

«¡Apartate!», gritó Evilyn.

Sintió como Gefion intentaba tomar control sobre ella. Cerró sus ojos intentando controlarse, tomando el poder sobre aquellas almas.

—¿Qué atrosidades te han hecho, amor mío? —preguntó él, acariciando la mejilla de la joven. Jezabel abrió sus ojos, un intenso color azul brillaba por las lágrimas contenidas.

«¡Débil!», gritó Gefion.

«¡Matalo!», gruñó Evilyn.

—Me han tratado como a un animal, me han despojado de todo y solo por cargar con una maldición —sus ojos recorrieron la habitación hasta hacer contacto con los de Raymond. Dimitri giró su rostro en la misma dirección pero no había nadie, gruñó.

—¿Quiénes?

—Aquellos a los que alguna vez dijeron ser mis padres. Sacha jamás aceptaría a un demonio, ¿acaso tú si?

—Me encuentro aquí después de todo, ¿no? —sonrió y se inclinó levemente para depositar un casto beso sobre su frente.

—No por mucho.

—¿A que te refieres? —quiso saber.

Jezabel se apartó, respirando pausadamente, intentando calmarse—Los demonios, sentimos la necesidad de saciar este deseo de muerte que cargamos —llevó su pequeña mano a su pecho y lo golpeó levemente—. Puedo controlarme y a veces Raymond lo hace por mi... pero no será así por siempre, Dimitri. Mis padres serán los primeros y quién sabe, podrías ser el siguiente —el semblante del hombre cambió de repente, ahora estaba más serio—. Luego, se desatará en mi tal necesidad, que no podré dejar de matar y serán más y más los cuerpos que dejaré sin vida a mi paso. Me han entrenado para aquello, para ser fuerte. Un ser frívolo, una asesina.

Dimitri la miró a la distancia, los ojos de Jezabel eran una extraña mezcla de azul y rojo, con destellos dorados y violáceos. A paso firme, se acercó—Correré el riesgo, ya me he perdido demasiados años de ti —tomó su fría mano y depositó un pequeño beso en ella. Ambos sonrieron como dos locos enamorados.

«Acabarás con él», pensó Raymond. Suspiró cerrando sus ojos y marchándose de allí. Aquellas emociones, las que desprendían ese par estando juntos, eran muy fuertes. En su interior, deseó que fuesen la solución a su problema.

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