022.
❛ 022. sorpresas de bienvenidas ❜
¿Sabes esa sensación cuando ordenan tu cuarto sin tu permiso? Y luego ya no puedes encontrar nada.
Bueno, así se sentía el campamento.
A primera vista, las cosas no parecían tan diferentes. La Casa Grande seguía en su sitio, con su tejado azul a dos aguas y su galería cubierta alrededor; los campos de fresas seguían tostándose al sol. Los mismos edificios griegos con sus blancas columnas continuaban diseminados por el valle: el anfiteatro, el ruedo de arena y el pabellón del comedor, desde donde se dominaba el estuario de Long Island Sound. Y acurrucadas entre los bosques y el arroyo, las cabañas de siempre: un estrafalario conjunto de doce edificios, cada unos de los cuales representaba a un dios del Olimpo.
Pero ahora el peligro estaba en el aire y podías percibir que algo iba mal; en vez de jugar al voleibol en la arena, los consejeros y los sátiros estaban almacenando armas en el cobertizo de las herramientas. En el lindero del bosque había ninfas armadas con arcos y flechas charlando inquietas, y el bosque mismo tenía un aspecto enfermizo, la hierba del prado se había vuelto de un pálido amarillo y las marcas de fuego en la ladera de la colina resaltaban como feas cicatrices.
Alguien había arruinado el hogar de Olympe y los haría pagar por eso.
Mientras se encaminaban a la Casa Grande, estaban la mayoría de los usuales campistas, pero nadie saludó a Olympe. Nadie le dio la bienvenida. Ella iba al lado de Devon mirando todo, la mayoría pasó de largo con aire sombrío y continuó con sus tareas, como llevar mensajes o acarrear espadas para que las afilasen en las piedras de amolar. El campamento mestizo más bien parecía un campamento militar.
Devon miraba todo con la cara de alguien a quien le prometieron regalarle un unicornio, pero solo le dieron un burro con un cuerno de cartón.
—Me dijiste que este lugar era increíble y que esas cosas no nos podían atacar aquí—la miró con seriedad—. Me sentía más seguro lejos de aquí.
—Se supone que es seguro, pero...
—¿Se supone?—la interrumpió.
—...pero envenenaron el árbol de Thalia—siguió luego de mirarlo mal por interrumpirla—. ¿Recuerdas lo que te conté?
—Que reforzaba la barrera del campamento, o algo así.
—Exacto, y con el árbol en ese estado... Bueno, el punto es que no estamos muy protegidos que digamos.
—Genial—Devon resopló con ironía—, y yo que creía que mi peor verano fue pasarla en el campamento de la escuela.
Cuando llegaron a la Casa Grande, encontraron a Quirón en su apartamento, escuchando su música favorita de los años sesenta mientras preparaba el equipaje en sus alforjas. Olympe sintió como su garganta se cerraba ante la idea de Quiron lejos del campamento.
Nada más verlo, Tyson y Devon se detuvieron en seco. Este último con una expresión de no creer lo que estaba viendo, Olympe incluso llegó a ver como él se pellizcaba disimuladamente el brazo.
—¡Poni! —exclamó Tyson en una especie de arrebato.
Quirón se volvió con aire ofendido.
—¿Cómo dices?
Annabeth y Olympe corrieron a abrazarlo.
—Quirón, ¿qué está pasando? No irás a marcharte, ¿verdad? —le dijo Annabeth con voz temblorosa.
—Es cierto, dinos qué es todo una broma, por favor.
Él les alborotó el pelo y las miró con una sonrisa bondadosa.
—Hola, niñas. Y Percy, cielos. Has crecido mucho este año.—movió su mirada a Devon— Es un gusto, muchacho. En otra ocasión me hubiera alegrado tener un nuevo campista, me temo que este no es un gran año.
—Es... Es un gusto, señor.
Percy tragó saliva.
—Clarisse ha dicho que tú... que te han...
—¡Despedido! —Había una chispa de humor negro en su mirada—. Bueno, alguien debía cargar con la culpa porque el señor Zeus estaba sumamente disgustado. ¡El árbol que creó con el espíritu de su hija ha sido envenenado! El señor D tenía que castigar a alguien.
—A alguien que no fuera él —refunfuñó Percy.
—¡Pero es una locura! —exclamó Annabeth—. ¡Tú no puedes haber tenido nada que ver con el envenenamiento del árbol de Thalia!
—¡Es cierto!—exclamó Olympe con su ceño fruncido— ¡Tú jamás harías algo así!
—Sin embargo —repuso Quirón suspirando—, algunos en el Olimpo ya no confían en mí, dadas las circunstancias.
—¿Qué circunstancias?
Su rostro se ensombreció. Metió en las alforjas un diccionario de Latín—Inglés, mientras la voz de Frank Sinatra seguía sonando en su equipo de música.
Tyson seguía contemplándolo, totalmente flipado. Gimoteó como si quisiera acariciarle el lomo pero tuviera miedo de acercarse.
—¿Poni?
Quirón lo miró con desdén.
—Mi estimado cíclope, soy un cen-tau-ro.
—Quirón —le dijo Percy—, ¿qué ha pasado con el árbol?
El meneó la cabeza tristemente.
—El veneno utilizado contra el pino de Thalia ha salido del inframundo, Percy. Una sustancia que ni siquiera yo había visto nunca; tiene que proceder de algún monstruo de las profundidades del Tártaro.
—Entonces, ya sabemos quién es el responsable. Cro...
—No invoques el nombre del señor de los titanes, Percy. Especialmente aquí y ahora.
—¡Pero el verano pasado intentó provocar una guerra civil en el Olimpo! Esto tiene que ser idea suya; habrá utilizado al traidor de Luke para hacerlo.
Olympe apretó los labios, aguantándose las ganas de saltar en defensa de Luke, pero lo mismo le dio un codazo.
—Quizá —dijo Quirón—. Pero temo que me consideran responsable a mí porque no lo impedí ni puedo curar al árbol. Sólo le quedan unas semanas de vida. A menos...
—¿A menos que qué? —preguntó Annabeth.
—Nada —dijo Quirón—. Una idea estúpida. El valle entero sufre la acción del veneno; las fronteras mágicas se están deteriorando y el campamento mismo agoniza. Sólo hay una fuente mágica con fuerza suficiente para revertir los efectos de ese veneno. Pero se perdió hace siglos.
—¿Qué es? —preguntó Percy—. ¡Iremos a buscarla!
Quirón cerró las alforjas y pulsó el stop de su equipo de música.
—Percy, tienes que prometerme que no actuarás de manera irreflexiva. Ya le dije a tu madre que no quería que vinieras este verano, es demasiado peligroso. Pero ya que has venido, quédate, entrénate a fondo y aprende a pelear. Y no salgas de aquí.
—¿Por qué? ¡Quiero hacer algo! No puedo dejar que las fronteras acaben fallando. Todo el campamento será...
—Arrasado por los monstruos —terminó Quirón—. Sí, eso me temo. ¡Pero no debes dejarte llevar por una decisión precipitada! Podría ser una trampa del señor de los titanes. ¡Acuérdate del verano pasado! Por poco acaba con tu vida.
Olympe suspiró con agobio, recordando lo asustada que se sintió cuando vio a Percy en ese estado.
Annabeth y Olympe hacían esfuerzos para no llorar. Quirón le acarició la mejilla a la peli blanca.
—Permanece junto a Percy, niña —le dijo—. Y mantenlo a salvo. La profecía... ¡acuérdate!
—S-sí, lo haré.
—Hummm... —murmuró Percy—. ¿Te refieres por casualidad a esa profecía superpeligrosa en la que yo aparezco, pero que los dioses les han prohibido que me cuenten?
Nadie respondió.
—Está bien —dijo entre dientes—. Sólo era para asegurarme.
—Quirón... —dijo Annabeth—. Tú me contaste que los dioses te habían hecho inmortal sólo mientras fueses necesario para entrenar a los héroes; si te echan del campamento...
—Eso significa que... No, tú no puedes...
—Juren que harán todo lo que puedan para mantener a Percy fuera de peligro — insistió él—. Júrenlo por el río Estigio.
—Lo juramos... por el río Estigio —dijeron.
Un trueno retumbó.
—Muy bien —dijo Quirón, al parecer más aliviado—. Quizá recobre mi buen nombre y pueda volver. Hasta entonces, iré a visitar a mis parientes salvajes en los Everglades. Tal vez ellos conozcan algún antídoto contra el veneno que a mí se me ha olvidado. En todo caso, permaneceré en el exilio hasta que este asunto quede resuelto... de un modo u otro.
Annabeth ahogó un sollozo. Quirón le dio unas palmaditas en el hombro con cierta torpeza.
—Bueno, bueno, niña, tengo que dejarte en manos del señor D y del nuevo director de actividades. Esperemos... bueno, tal vez no destruyan el campamento tan deprisa como me temo.
—¿Quién es ese Tántalo, por cierto? —preguntó Percy—. ¿Y cómo se atreve a quitarte tu puesto?
—Lo conocerán en el pabellón. Me pondré en contacto con tu madre, Percy, y le contaré que estás a salvo; a estas alturas debe de estar preocupada. ¡Recuerda mi advertencia! Corres un grave peligro. ¡No creas ni por un instante que el señor de los titanes se ha olvidado de ti!—miró a Olympe—Cariño, me gustaría hablar contigo un momento.
—Claro—dijo rehuyendo de las miradas de sus amigos. Miró a Devon—. Quédate con ellos, volveré en un segundo.
Y dicho esto, salieron del apartamento y cruzaron el vestíbulo con un redoble de cascos, mientras Tyson le gritaba:
—¡Poni! ¡Nieve! ¡No se vayan!
Cuando estuvieron totalmente solos, Olympe pudo darse cuenta de la mirada preocupada que le dirigía Quirón.
—¿Sucede algo, Quirón?
—Olympe, me entere de lo que pasó en Irlanda—lo miró alarmada—. Tienes que contarme todo, así podremos ayudarte.
Y lo hizo.
Olympe empezó a contar cada detalle de lo sucedido sin saltearse ni una parte. Se sentía bien por fin poder contarle a alguien más, sacándose al menos un poco del peso encima. Cuando terminó, Quirón suspiró, viéndose pensativo.
—¿Tú lo sabías?—preguntó Olympe, jugueteando con sus manos— ¿Sabias que yo...
—Era una sospecha, no estaba del todo seguro, pero si la duda siempre estuvo ahí.—le puso una mano en el hombro y la miró seriamente— Niña, ahora todo se hará más complicado, esto no es algo para tomarse a la ligera. Tienes que tomarlo con responsabilidad.
—Está bien.
Una caracola resonó en todo el valle. Era la hora de reunirse con todos los campistas para cenar.
—Ve, cariño.—Olympe le dio un último y fuerte abrazo.
El sol se estaba poniendo tras el pabellón del comedor cuando los campistas salieron de sus cabañas y se encaminaron hacia allí. Ellos los miraban desfilar mientras permanecían apoyados contra una columna de mármol. Annabeth se hallaba aún muy afectada, pero prometió que más tarde volvería a hablar con ellos y fue a reunirse con sus hermanos de la cabaña de Atenea: una docena de chicos y chicas de pelo rubio y ojos verdes como ella. Annabeth no era la mayor, pero llevaba en el campamento más veranos que nadie; eso podías deducirlo mirando su collar: una cuenta por cada verano, y ella tenía seis. Así pues, nadie discutía su derecho a ser la primera de la fila.
—¿Qué es lo que quería Quirón?—Percy la miró y cuando lo hizo, Olympe tragó saliva al sentir esos ojos verdes en ella.
—Solo... Te lo diré luego, ¿está bien?
Aún se encontraba afectada al saber que su llegada al campamento no fue como le hubiera gustado. Enterarse que envenenaron el árbol de Thalía y que Quirón fue despedido no fue nada lindo, mucho menos con todo lo que le venía pasando. Se fue lo mas rápido posible al inicio de la fila de su cabaña, recibiendo saludos y abrazos de parte de sus hermanos, un montón de chicos y chicas guapísimos. Ella, al igual que Annabeth, llevaba más tiempo que nadie en el campamento.
Luego pasó Clarisse, encabezando el grupo de la cabaña de Ares. Llevaba un brazo en cabestrillo y se le veía un corte muy feo en la mejilla, pero aparte de eso su enfrentamiento con los toros de bronce no parecía haberla intimidado. Alguien le había pegado en la espalda un trozo de papel que ponía: «¡Muuuu!» Pero ninguno de sus compañeros se había molestado en decírselo.
Después del grupo de Ares venían los de la cabaña de Hefesto: seis chavales encabezados por Charles Beckendorf, un enorme afroamericano de quince años que tenía las manos del tamaño de un guante de béisbol y un rostro endurecido, de ojos entornados, sin duda porque se pasaba el día mirando la forja del herrero. Era bastante buen tipo cuando llegabas a conocerlo, pero nadie se había atrevido nunca a llamarle Charlie, Chuck o Charles; la mayoría lo llamaba Beckendorf a secas. Según se decía, era capaz de forjar prácticamente cualquier cosa; le dabas un trozo de metal y él te hacía una afiladísima espada o un robot—guerrero, o un bebedero para pájaros musical para el jardín de tu madre; cualquier cosa que se te ocurriera.
Siguieron desfilando las demás cabañas: Deméter, Apolo, Dioniso. Llegaron también las náyades del lago de las canoas; las ninfas del bosque, que iban surgiendo de los árboles; y una docena de sátiros que venían del prado y que le recordaron dolorosamente a Grover.
Después de los sátiros, cerraba la marcha la cabaña de Hermes, siempre la más numerosa y donde Devon formaba al final. Olympe los miró con tristeza, echaba de mucho de menos a Luke. Cuando él pasaba a su lado liderando la cabaña y acariciaba su cabello. No le importaba lo que los demás dijeran, estaba segura que todo era un error, una equivocación. Luke no era un chico malo, era bueno. Luke nunca fue malo con Olympe y eso era más que suficiente para ella.
Cuando hubo desfilado todo el mundo, Percy entró con Tyson en el pabellón y lo guió entre las mesas. Las conversaciones se apagaron al instante y todas las cabezas se volvían a su paso.
—¿Quién ha invitado a... eso? —murmuró alguien en la mesa de Apolo.
Olympe apretó los labios, sin poder replicar.
Desde la mesa principal una voz familiar dijo arrastrando las palabras:
—Vaya, vaya, pero si es Peter Johnson... lo único que me quedaba por ver en este milenio.
—Mi nombre es Percy Jackson... señor.
El señor D bebió un sorbo de su Coca—Cola Diet.
—Sí, bueno... Lo que sea, como decís ahora los jóvenes.
Llevaba la camisa hawaiana atigrada de siempre, un short de paseo y unas zapatillas de tenis con calcetines negros. Con su panza rechoncha y su cara enrojecida, parecía el típico turista de Las Vegas que ha ido de casino en casino hasta altas horas de la noche. Detrás de él, un sátiro de mirada nerviosa se afanaba en pelar unas uvas y se las ofrecía de una en una.
—A este chaval —le dijo Dioniso— has de vigilarlo. Es el hijo de Poseidón, ya sabes.
—¡Ah! —dijo el presidiario—. Ése.
Olympe suspiró hastiada por el tono al que se referían a Percy.
—Yo soy Tántalo —dijo el presidiario con una fría sonrisa—. En misión especial hasta... bueno, hasta que el señor Dioniso decida otra cosa. En cuanto a ti, Perseus Jackson, espero que te abstengas de provocar más problemas.
—¿Problemas?
—Sí, problemas —dijo Tántalo con aire satisfecho—. Causaste un montón el verano pasado, según tengo entendido.
Olympe apretó los puños. No era culpa de Percy que los dioses casi hubieran causado una guerra civil.
Un sátiro se aproximó nervioso a Tántalo y le puso delante un plato de asado. El nuevo director de actividades se relamió los labios, miró su copa vacía y dijo:
—Gaseosa. Una Barq's especial del sesenta y siete.
La copa se llenó sola de una gaseosa espumeante. Tántalo alargó vacilante la mano, como si temiera que la copa pudiese quemarlo.
—Vamos, adelante, viejo amigo —le dijo Dioniso con un extraño brillo en los ojos—. Tal vez ahora funcione.
Tántalo fue a agarrar la copa, pero ésta se movió de sitio antes de que la tocara. Se derramaron unas cuantas gotas y Tántalo intentó recogerlas con los dedos, pero las gotas echaron a rodar como si fueran de mercurio. Con un gruñido se centró en el plato de asado. Tomó un tenedor y quiso pinchar un trozo de lomo, pero el plato se deslizó por la mesa y luego saltó directamente a las ascuas del brasero.
—¡Maldita sea! —refunfuñó.
—Vaya —dijo Dioniso con falsa compasión—. Quizá unos cuantos días más. Créeme, camarada, trabajar en este campamento ya es bastante tortura. Estoy seguro de que tu antigua maldición acabará desvaneciéndose tarde o temprano.
—Tarde o temprano... —repitió Tántalo entre dientes, mirando la Coca—Cola Light de Dioniso—. ¿Te haces una idea de lo seca que se te queda la garganta después de tres mil años?
—Usted es ese espíritu de los Campos de Castigo —tercio—. El que está en el lago con un árbol frutal al alcance de la mano, pero sin poder comer ni beber.
Tántalo esbozó una sonrisa sarcástica.
—Eres un alumno muy aplicado, ¿eh, chaval?
—En vida debió de hacer algo terrible —dijo Percy, impresionado—. ¿Qué, exactamente?
Él entornó los ojos. A sus espaldas, los sátiros sacudían la cabeza intentando prevenirme.
—Voy a estar vigilándote, Percy Jackson —dijo Tántalo—. No quiero problemas en mi campamento.
—Su campamento ya tiene problemas... señor.
—Venga, ve a sentarte ya, Johnson —suspiró Dioniso—. Creo que esa mesa de allí es la tuya: ésa a la que nadie quiere sentarse.
Dioniso siempre había sido un niño malcriado, pero era un niño malcriado inmortal y muy poderoso.
—Vamos, Tyson.
—No, no —intervino Tántalo—. El monstruo se queda aquí. Tenemos que decidir qué hacemos con esto.
—Con él —replicó—. Se llama Tyson.
El nuevo director de actividades alzó una ceja.
—Tyson ha salvado el campamento —insistió Percy —. Machacó a esos toros de bronce. Si no, habrían quemado este lugar entero.
—Sí —suspiró Tántalo—, habría sido una verdadera lástima...
Dioniso reprimió una risita.
—Déjanos solos —ordenó Tántalo— para que podamos decidir el destino de esta criatura.
Tyson lo miró con una expresión asustada en su ojo enorme, pero Percy sabía que no podía desobedecer una orden directa de los directores del campamento. Al menos, abiertamente.
—Volveré luego, grandullón. No te preocupes. Te encontraremos un buen lugar para dormir esta noche.
Tyson asintió.
—Te creo. Eres mi amigo.
No creía que las cosas pudiesen empeorar más, pero entonces Tántalo ordenó a un sátiro que hiciera sonar la caracola para llamar la atención y anunciarnos algo.
—Sí, bueno —dijo cuando se apagaron las conversaciones—. ¡Otra comida estupenda! O eso me dicen.
Mientras hablaba, aproximó lentamente la mano a su plato, que habían vuelto a llenarle, como si la comida no fuera a darse cuenta. Pero sí: en cuanto estuvo a diez centímetros, salió otra vez disparada por la mesa.
—En mi primer día de mando —prosiguió—, quiero decir que estar aquí resulta un castigo muy agradable. A lo largo del verano espero torturar, quiero decir, interaccionar con cada uno de vosotros; todos tenéis pinta de ser nutri... eh, buenos chicos.
Dioniso aplaudió educadamente y los sátiros lo imitaron sin entusiasmo. Tyson seguía de pie ante la mesa principal con aire incómodo, pero cada vez que trataba de escabullirse, Tántalo lo obligaba a permanecer allí, a la vista de todos.
—¡Y ahora, algunos cambios! —Tántalo dirigió una sonrisa torcida a los campistas—. ¡Vamos a instaurar otra vez las carreras de carros!
Un murmullo de excitación, de miedo e incredulidad, recorrió las mesas.
—Ya sé —prosiguió, alzando la voz— que estas carreras fueron suspendidas hace unos años a causa, eh, de problemas técnicos.
—¡Tres muertes y veintiséis mutilaciones! —gritó alguien desde la mesa de Apolo.
—¡Sí, sí! —dijo Tántalo—. Pero estoy seguro de que todos coincidiréis conmigo en celebrar la vuelta de esta tradición del campamento. Los conductores victoriosos obtendrán laureles dorados cada mes. ¡Mañana por la mañana pueden empezar a inscribirse los equipos! La primera carrera se celebrará dentro de tres días; os liberaremos de vuestras actividades secundarias para que podáis preparar los carros y elegir los caballos. Ah, no sé si he mencionado que la cabaña del equipo ganador se librará de las tareas domésticas durante todo el mes.
Hubo un estallido de conversaciones excitadas. ¿Nada de cocinas durante un mes? ¿Ni limpieza de establos? ¿Hablaba en serio?
Hubo una objeción. Y la presentó la última persona que me hubiese imaginado.
—¡Pero señor! —dijo Clarisse. Parecía nerviosa, pero aun así se puso de pie para hablar desde la mesa de Ares. Algunos campistas sofocaron la risa cuando vieron en su espalda el letrero de «¡Muuuu!»—. ¿Qué pasará con los turnos de la patrulla? Quiero decir, si lo dejamos todo para preparar los carros...
—Ah, la heroína del día —exclamó Tántalo—. ¡La valerosa Clarisse, que ha vencido a los toros de bronce sin ayuda de nadie!
Clarisse parpadeó y luego se ruborizó.
—Bueno, yo no...
—Y modesta, además. —Tántalo sonrió de oreja a oreja—. ¡No hay de qué preocuparse, querida! Esto es un campamento de verano. Estamos aquí para divertirnos, ¿verdad?
—Pero el árbol...
—Y ahora —dijo Tántalo, mientras varios compañeros de Clarisse tiraban de ella
para que volviera a sentarse—, antes de continuar con la fogata y los cantos a coro, un pequeño asunto doméstico. Percy Jackson, Annabeth Chase, Olympe Bellemort y el nuevo campista, Devon Lee han creído conveniente por algún motivo traer esto al campamento —dijo señalando con una mano a Tyson.
Un murmullo de inquietud se difundió entre los campistas y muchos miraron de reojo a Percy.
—Ahora bien —dijo—, los cíclopes tienen fama de ser monstruos sedientos de sangre con una capacidad cerebral muy reducida. En circunstancias normales, soltaría a esta bestia en los bosques para que la cazarais con antorchas y estacas afiladas, pero... ¿quién sabe? Quizá este cíclope no sea tan horrible como la mayoría de sus congéneres; mientras no demuestre que merece ser aniquilado, necesitamos un lugar donde meterlo. He pensado en los establos, pero los caballos se pondrían nerviosos. ¿Tal vez la cabaña de Hermes?
Se hizo un silencio en la mesa de Hermes. Travis y Connor Stoll experimentaron un repentino interés en los dibujos del mantel. No podía culparlos. La cabaña de Hermes siempre estaba llena hasta los topes. No había modo de que encajase allí dentro un cíclope de casi dos metros.
—Vamos —dijo Tántalo en tono de reproche—. El monstruo quizá pueda hacer tareas menores.¿Alguna sugerencia sobre dónde podríamos meter una bestia semejante?
De repente, todo el mundo ahogó un grito.
Tántalo se apartó de Tyson sobresaltado. Lo único que pude hacer fue mirar con incredulidad la brillante luz verde que estaba a punto de cambiar la vida de Percy: una deslumbrante imagen holográfica había aparecido sobre la cabeza de Tyson.
Con un retortijón en el estómago, Percy recordó lo que había dicho Annabeth de los cíclopes: «Son hijos de los espíritus de la naturaleza y de los dioses... Bueno, de un dios en particular, casi siempre...»
Girando sobre la cabeza de Tyson había un tridente verde incandescente: el mismo símbolo que había aparecido sobre la mía el día que Poseidón me reconoció como hijo suyo.
Hubo un momento de maravillado silencio.
Ser reconocido era un acontecimiento poco frecuente y algunos campistas lo aguardaban en vano toda su vida. Cuando Poseidón reconoció a Percy el verano anterior, todo el mundo se arrodilló con reverencia, pero esta vez siguieron el ejemplo de Tántalo, que estalló en una gran carcajada.
—¡Bueno! Creo que ahora ya sabemos dónde meter a esta bestia. ¡Por los dioses, yo diría que incluso tiene un aire de familia!
Todo el mundo se reía, salvo Annabeth, Olympe, Devon y unos pocos amigos.
Tyson no pareció darse cuenta, estaba demasiado perplejo tratando de aplastar el tridente que ya empezaba a desvanecerse sobre su cabeza. Era demasiado inocente para comprender cómo se reían de él y qué cruel puede llegar a ser la gente.
Olympe conectó miradas con Percy y le fue imposible no mirarlo con pena. Ahora sería la burla del campamento.
Y siento más pena por Devon, reconocieron a un cíclope antes que a él.
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