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013.
























❛ 013. las para nada relajantes camas de agua ❜


























Se encontraban en un taxi, idea de Annie, en dirección a los Ángeles, el taxista no dejó de darle miradas curiosas a Olympe—tal vez por su extraño cabello blanco o que coincidía con la descripción que daban de ella en la televisión, no lo sabía. Percy les contaba su último sueño, lo que hizo recordar a Olympe que ella algo había soñado hace días pero no recordaba exactamente el sueño, el casino parecía haber reseteado su cerebro porque aún que intentara no lograba recordarlo.

—¿El Silencioso? —sugirió Annabeth—. ¿Plutón? Ambos son apodos para Hades.

— A lo mejor.

—Ese salón del trono se asemeja al de Hades —intervino Grover—. Así suelen describirlo.

Meneo la cabeza.

—Aquí falla algo. El salón del trono no era la parte principal del sueño. Y la voz del foso... No sé. Es que no sonaba como la voz de un dios.

Los ojos de Annabeth se abrieron como platos y compartió una mirada tensa con Olympe, ambas con el mismo desagradable pensamiento.

—¿Qué piensan?

— Nada. Es solo que... tal vez... No, es obvio que es Hades ¿Quien más sino?

— Quizá envió al ladrón, esa persona invisible, por el rayo maestro y algo salió mal...

—¿Como qué?

—No... no lo sé —dijo la rubia—. Pero si robó el símbolo de poder de Zeus del Olimpo y los dioses estaban buscándolo... Me refiero a que pudieron salir mal muchas cosas. Así que el ladrón tuvo que esconder el rayo, o lo perdió. En cualquier caso, no consiguió llevárselo a Hades. Eso es lo que la voz dijo en tu sueño, ¿no? El tipo fracasó. Eso explicaría por qué las Furias lo estaban buscando en el autobús. Tal vez pensaron que nosotros lo habíamos recuperado. — Annabeth había palidecido.

—Pero si ya hubieran recuperado el rayo —contestó Percy—, ¿por qué habrían de enviarme al inframundo?

—Para amenazar a Hades —sugirió Grover—. Para hacerle chantaje o sobornarlo para que te devuelva a tu madre.

—Menudos pensamientos malos tienes para ser una cabra.

—Vaya, gracias.

— No creo que un mocoso pueda amenazar a un Dios, Grov.

—Pero la cosa del foso dijo que esperaba dos objetos —siguió Percy—. Si el rayo maestro es uno, ¿cuál es el otro?

Grover meneó la cabeza. Annabeth lo miraba como si supiera su próxima pregunta y deseara que no la hiciese mientras que Olympe jugueteaba con su anillo.

—Tú sabes lo que hay en el foso, ¿verdad? —le preguntó—. Vamos, si no es Hades.

—Percy... no hablemos de ello. Porque si no es Hades... No; tiene que ser Hades.

Dejaron atrás eriales. Cruzaron una señal que ponía: «FRONTERA ESTATAL DE CALIFORNIA, 20 KILÓMETROS» .

Olympe sabia que algo estaba mal y lo confirmo cuando vio que ella y Annabeth estaban pensando en lo mismo, si era lo que ellas creían no sería nada pero nada bueno, mucho menos si Hades no era el ladrón del rayo.

El problema era que estaban dirigiéndose al inframundo a ciento cincuenta kilómetros por hora, convencidos de que Hades tenía el rayo maestro. Si llegaban allí y descubrían que no era así, no podrían hacer nada. La fecha límite del solsticio habría concluido y la guerra empezaría.

—La respuesta está en el inframundo —aseguró Annabeth—. Has visto espíritus de muertos, Percy. Sólo hay un lugar posible para eso. Estamos en el buen camino.

Intentó subirles la moral sugiriendo estrategias inteligentes para entrar en la tierra de los muertos, pero Percy no lograba concentrarse. Había demasiados factores desconocidos. Era como estudiar para un examen del que no conoces la materia. Y créeme, él lo ha hecho unas cuantas veces.

Olympe lo miro haciendo que él le devolviera la mirada, la cual no pudo aguantarle por lo intensa que era la mirada de la niña.

— Estamos yendo por buen camino, Perseus.

— ¿Alguna vez dejarás de decirme así?

— No, ni aunque me ruegues.

El taxi avanzaba a toda velocidad. Cada golpe de viento por el Valle de la Muerte sonaba como un espíritu. Cada vez que los frenos de un camión chirriaban, le recordaban a Olympe la fea voz de reptil de Equidna.

Al anochecer, el taxi los dejó en la playa de Santa Mónica. Tenía un aspecto de playa de revista de empresas turísticas, aunque olía como los hijos de Ares luego de un exhaustivo entrenamiento. Había atracciones en el embarcadero, palmeras junto a las aceras, vagabundos durmiendo en las dunas y surferos esperando la ola perfecta.

Los cuatro caminaron hasta la orilla.

—¿Y ahora qué? —preguntó Annabeth.

El Pacífico se tornaba oro al ponerse el sol. Olympe pensó en todo el tiempo que llevaba fuera del campamento, antes no lo pensó tanto—tal vez tantos monstruos atacándolos no le dio tiempo— pero le gustaba, a pesar del mal olor y que no le gustaran las playas, disfrutaba la libertad.

Estaba disfrutando, de a momentos muy pequeños, esa misión.

Hasta que Percy se metió en las olas.

—¡Percy! —llamó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

— Una asquerosidad, eso es lo que está haciendo.

Siguió caminando hasta que el agua le llegó a la cintura, después hasta el pecho.

Ella gritaba a sus espaldas:

—¿No sabes lo contaminada que está el agua? ¡Hay todo tipo de sustancias tóxicas!

En ese momento Percy desapareció bajo el agua.

— Bueno, espero que se tarde porque realmente quiero ir al baño.


































Olympe ya había ido a un baño público así que Percy ya podía salir en paz sin tener que encontrarse con que ninguno de sus amigos estaba.

Amigos. Olympe no podía creer en lo rápido que se estaba haciendo amiga de Percy, siendo que cuando lo conoció no lo soportaba, pero ella ya le había contado sobre sus problemas familiares, ya tenían un poco más de confianza, además estaban en una misión de vida o muerte juntos.

Y como si Percy hubiera escuchado, Olympe lo vio salir del agua mientras su ropa se secaba, impresionante.

Les contó todo lo ocurrido y les enseñó las perlas.

Annabeth hizo una mueca y Olympe supo la razón.

— No hay regalo sin precio.

— Éstas son gratis.

— No se refiere a eso, cerebro de pez.

— « No existen los almuerzos gratis» . Es un antiguo dicho griego que se aplica bastante bien hoy en día. Habrá un precio. Ya lo verás.

Con tan feliz pensamiento, le dieron la espalda al mar.

Con algunas monedas que quedaban en la mochila de Ares subieron  a un autobús hasta West Hollywood. Percy le enseñó al conductor la dirección del inframundo que había sacado del Emporio de Gnomos de Jardín de la tía Eme, pero jamás había oído hablar de los estudios de grabación El Otro Barrio.

— Tu y la niña de pelo blanco me recuerdan a alguien que he visto en la televisión —les dijo, haciendo que Olympe y Percy se den una mirada nerviosa—. ¿Son niños actor o algo así?

—Bueno, actúo como doble en escenas peligrosas... para un montón de niños actores.

— Y yo trabajo en publicidades de... muñecas Barbies.

ojalá.

—¡Oh! Eso lo explica.

Le dieron las gracias y bajaron rápidamente en la siguiente parada. Caminaron a lo largo de kilómetros, buscando El Otro Barrio. Nadie parecía
saber dónde estaba el maldito lugar. Tampoco aparecía en el listín. En un par de ocasiones tuvieron que esconderse en callejones para evitar los coches de policía.

Olympe se paró al lado de Percy al verlo atónito delante de una tienda de electrodomésticos y entendió porque estaba así: en la televisión estaban emitiendo una entrevista con alguien que supuso Olympe era el padrastro de Percy. Estaba hablando con una presentadora; quiero decir, en plan como si fuera famoso. Ella estaba entrevistándolo en un apartamento, en medio de una partida de póquer, y a su lado había una mujer joven y rubia, dándole palmaditas en la mano.

Una lágrima falsa brilló en su mejilla. Estaba diciendo:

« De verdad, señora Walters, de no ser por Sugar, aquí presente, mi consejera en la desgracia, estaría hundido. Mi hijastro se llevó todo lo que me importaba. Mi esposa... mi Cámaro... L-lo siento. Todavía me cuesta hablar de ello» .

« Lo han visto y oído, queridos espectadores. —la señora Walters se volvió hacia la cámara—. Un hombre destrozado. Un adolescente con serios problemas. Permítanme enseñarles, una vez más, la última foto que se tiene del joven y perturbado fugitivo, tomada hace una semana en Denver» .
En la pantalla apareció una imagen granulada de Olympe, Grover, Annabeth y Percy de pie fuera del restaurante Colorado, hablando con Ares.

« ¿Quiénes son los otros niños de esta foto? —preguntó Barbara Walters dramáticamente—. ¿Quién es el hombre que está con ellos? ¿Es Percy Jackson un delincuente, un terrorista o la víctima de un lavado de cerebro a manos de una nueva y espantosa secta? ¿Por fin sabremos el paradero de Olympe Bellemort? Tras la publicidad, intentaremos que la familia Bellemort nos cuenten cómo se sienten y que creen de quién podría ser la integrante faltante de la familia. Sigan sintonizándonos» .

—Vamos —les dijo Grover. Tiró de Percy antes de que destrozara el escaparate de un puñetazo y de Olympe que se había quedado atónita ante otra mención de su familia.

Cayó la noche y los marginados empezaban a merodear por las calles. A ver, que no se la malinterprete. Olympe vivió durante años en la calle, no se asustaba fácilmente. Pero eso fue hace mucho tiempo y siempre fue en compañía de Luke.

De igual forma no estaba asustada, solo en aún más alerta, estaban en una ciudad que podías perderte fácilmente.

No sabía cómo iban a encontrar la entrada al inframundo antes del día siguiente, el solsticio de verano.

Se cruzaron con miembros de bandas, vagabundos y gamberros que los miraban intentando calibrar si valía la pena atracarlos. Al pasar por delante de un callejón, una voz desde la oscuridad llamó.

—Eh, tú. —Como un idiota, Percy se paró y Olympe deseó darle un puñetazo en ese momento.

Antes de que se dieran cuenta, estaban rodeados por una banda. Seis chicos con ropa cara y rostros malvados. Los típicos idiotas con dinero y complejo de superioridad: mocosos ricos jugando a ser chicos malos.

Otra estupidez más; Percy destapó el bolígrafo, y cuando la espada apareció de la nada los chavales retrocedieron, pero el cabecilla era o muy idiota o muy valiente, porque siguió acercándose empuñando una navaja automática.

Y otra estupidez a la lista de cosas estúpidas que hizo Percy, atacó al tipo.

El chico gritó. Debía de ser cien por cien mortal, porque la hoja lo atravesó sin hacerle daño alguno.

Se miró el pecho.

—¿Qué demo...?

Supuso que tenía unos tres segundos antes de que la consternación se convirtiera en ira.

—¡Corran! —gritó Percy antes de tomar de la muñeca a Olympe.

Apartaron a dos tipos de en medio y corrieron por la calle, sin saber adonde se dirigían.

Giraron en una esquina.

—¡Allí! —exclamó Annabeth.

Sólo una tienda del edificio parecía abierta, los escaparates deslumbraban de neón. En el letrero encima de la puerta ponía algo como: « ALPACIO LEDAS SACAM DE AUGADE CRSTUY» .

—¿Al Palacio de las Camas de Agua Crusty? —tradujo Grover.

No sonaba como un lugar al que irían a menos que se encontraran en un serio aprieto, pero de eso se trataba precisamente. Entraron en estampida por la puerta y corrieron a agacharse tras una cama de agua mientras Percy aún no soltaba a Olympe. Un segundo más tarde, la banda de chicos pasó corriendo por la acera.

—Los hemos despistado —susurró Grover. Una voz retumbó a sus espaldas.

—¿A quién han despistado?

Los cuatro un respingo.

Detrás de ellos había un tipo con aspecto de rapaz y ataviado con un traje años setenta. Medía por lo menos dos metros y era totalmente calvo. De piel grisácea, tenía párpados pesados y una sonrisa reptiloide y fría. Se acercaba lentamente, pero daba a entender que podía moverse con rapidez si era preciso.

El traje, del todo propio de los setenta, habría podido salir del Casino Loto. La camisa era de seda estampada de cachemira, y la llevaba desabrochada hasta la mitad del pecho, también lampiño. Las solapas de terciopelo eran casi pistas de aterrizaje y llevaba varias cadenas de plata alrededor del cuello.

—Soy Crusty —gruñó con una sonrisa manchada de sarro.

—Perdone que hayamos entrado en tropel —le dijo Percy—. Sólo estábamos...mirando.

—Quieres decir escondiéndose de esos gamberros —rezongó—. Merodean por aquí todas las noches. Gracias a ellos entra mucha gente en mi negocio. Decidme, ¿les interesa una cama de agua?

Percy iba a decir « no, gracias» , pero él le puso una zarpa en el hombro y los condujo a la zona de exposición. Había toda una colección de camas de agua de las más diversas formas, cabezales, ornamentos y colores; tamaño grande, tamaño supergrande, tamaño emperador del universo...

—Éste es mi modelo más popular. —Orgulloso, Crusty les enseñó una cama cubierta con sábanas de satén negro y antorchas de lava incrustadas en el cabezal. El colchón vibraba, así que parecía de gelatina—. Masaje a cien manos —informó—. Venga, pruébenlo. Tirense en plancha, echad una cabezadita. No me importa, total hoy no hay clientes.

— Escuche, señor, no creo que haga fal...

—¡Masaje a cien manos! —exclamó Grover, y se lanzó en picado—. ¡Eh, tíos! Esto mola.

—Hum —murmuró Crusty, acariciándose la coriácea barbilla—. Casi, casi.

—Casi ¿qué? —preguntó Percy.

Miró a Annabeth.

—Hazme un favor y prueba ésta, cariño. Podría irte bien.

—Pero ¿qué...? —respondió Annabeth.

Él le dio una palmadita en la espalda para darle confianza y la condujo hasta el modelo Safari Deluxe, con leones de madera de teca labrados en la estructura y un edredón de estampado de leopardo. Annabeth no quiso tumbarse y Crusty la empujó.

—¡Eh, oiga! —protestó ella.

Crusty chasqueó los dedos.

—Ergo!

Súbitamente, de los lados de la cama surgieron cuerdas que amarraron a Annabeth al colchón. Grover intentó levantarse, pero las cuerdas salieron también de su cama de satén y lo inmovilizaron.

—¡N-n-no m-m-mola-a-a! —aulló, la voz vibrándole a causa del masaje a cien manos—. ¡N-n-no m-m-mola na-a-a-da!

El gigante miró a Annabeth, luego se volvió hacia Olympe y le enseñó los dientes.

—Casi, mecachis —lamentó. Olympe intentó apartarse, pero su mano le agarró por la nuca—. ¡Venga, chica! No te preocupes. Esta debe ser perfecta para ti.

— ¡Que le pasa! —y la tiro sobre una cama de dos plazas con sábanas rosas y un respaldar blanco estilo princesa.

—Ergo!

De los lados de la cama surgieron cuerdas que amarraron a Olympe al colchón, al igual que a Grover y Annabeth.

Crusty y se volvió hacia Percy mostrándole los dientes. Aún que Percy intentó apartarse, lo agarro de la nuca.

—Suelte a mis amigos.

—Oh, desde luego. Pero primero tienen que caber.

—¿Qué quiere decir?

—Verás, todas las camas miden exactamente ciento ochenta centímetros. Tus amigos son demasiado cortos. Tienen que encajar.

Olympe, Annabeth y Grover seguían forcejeando.

—No soporto las medidas imperfectas —musitó Crusty—. Ergo!

Dos nuevos juegos de cuerdas surgieron de los cabezales y los pies de las camas y sujetaron los tobillos y hombros de los tres niños. Las cuerdas empezaron a tensarse, estirando a sus amigos de ambos extremos.

—No te preocupes —dijo Crusty—. Son ejercicios de estiramiento. A lo mejor con ocho centímetros más a sus columnas... Puede que incluso sobrevivan, ¿sabes? Bien, busquemos una cama que te guste.

—¡Percy! —gritó Grover.

Olympe sentía como las cuerdas estaban estirándola cada vez más, haciéndola jadear del dolor que estaba empezando a sentir.

—En realidad usted no se llama Crusty, ¿verdad?

—Legalmente es Procrustes —admitió.

—El Estirador.

—Exacto —respondió el vendedor—. Pero ¿quién es capaz de pronunciar Procrustes? Es malo para el negocio. En cambio, todo el mundo puede decir
« Crusty» .

—Tiene razón. Suena bien.

Se le iluminaron los ojos.

—¿Eso crees?

—Oh, desde luego —contestó—. Y estas camas parecen fabulosas, las mejores que he visto nunca...

Esbozó una amplia sonrisa, pero no aflojó su cuello.

—Yo se lo digo a mis clientes. Siempre se lo digo, pero nadie se preocupa por el diseño de las camas. ¿Cuántos cabezales con antorchas de lava incrustadas has visto tú?

—No demasiados.

—¡Pues ahí lo tienes!

—¡Percy ! —vociferó Annabeth—. ¿Qué estás haciendo?

—No le hagas caso —le dijo a Procrustes—. Es insufrible.

—¡Jackson!—vocifero Olympe junto a un jadeo— ¿Que diablos te pasa?

— A ella tampoco le hagas caso —dijo luego de darle una mirada—. Es muy bonita pero demasiado molesta e irritante.

— ¡¿Como me llamaste?!

Percy sintió sus mejillas calentarse al caer en que la llamo bonita.

El gigante se echó a reír.

—Todos mis clientes lo son. Jamás miden ciento ochenta exactamente. Son unos desconsiderados. Y después, encima, se quejan del reajuste.

—¿Qué hace si miden más de ciento ochenta?

—Uy, eso pasa a todas horas. Se arregla fácil. —lo soltó, pero antes de que pudiera reaccionar, del mostrador de ventas sacó una enorme hacha doble de acero—. Centro al tipo lo mejor que puedo y después rebano lo que sobra por
cada lado.

—Ya —dijo tragando saliva—. Muy práctico.

—¡Cuánto me alegro de haberme topado con un cliente sensato!

Las cuerdas ya estaban estirando de verdad a sus amigos. Annabeth había enrojecido. Grover hacía ruiditos de asfixia, como un ganso estrangulado. Olympe que era la más baja se llevó la peor parte, estaba roja con los ojos llorosos y parecía al borde de la asfixia.

Percy supo que tenía que apurarse.

—Bueno, Crusty... —comentó, intentando sonar indiferente. Miro la etiqueta con forma de corazón de la cama especial Luna de Miel—. ¿Y ésta tiene
estabilizadores dinámicos para compensar el movimiento ondulante?

—Desde luego. Pruébala.

—Sí, puede que lo haga. Pero ¿funcionan incluso con un tío grande como tú? ¿No se advierte ni una sola onda?

—Garantizado.

—Venga, hombre.

—Que sí.

—Enséñamelo.

Se sentó gustoso en la cama y le dio unas palmaditas al colchón.

—Ni una onda, ¿ves?

Chasqueo los dedos.

—Ergo.

Las cuerdas rodearon a Crusty y lo sujetaron contra el colchón.

—¡Eh! —chilló.

—Céntrenlo bien.

Las cuerdas se reajustaron rápidamente. La cabeza de Crusty entera sobresalió por la parte de arriba y sus pies por la de abajo.

—¡No! —dijo—. ¡Espera! ¡Esto es sólo una demostración!

Destapó el bolígrafo y Anaklusmos se desplegó.

—Bien, prepárate... —No sentía ningún escrúpulo por lo que iba a hacer. Si Crusty era humano, no podría hacerle daño. Si era un monstruo, merecía convertirse en polvo durante un tiempo.

—Eres un regateador duro, ¿eh? —dijo—. ¡Vale, te hago un treinta por ciento de descuento en modelos especiales!

Levantó la espada.

—¡Sin entrega inicial! ¡Ni intereses durante los seis primeros meses!

Asestó un golpe. Crusty dejó de hacer ofertas.
Corto las cuerdas de las otras camas. Olympe, Annabeth y Grover se pusieron en pie, entre temblores, gruñidos y maldiciones.

—Parecen más altos —comentó

—Uy, qué risa —resopló Annabeth—. La próxima vez date un poquitín más de prisa, ¿vale?

El tablón de anuncios detrás del mostrador de Crusty. Había un anuncio del servicio de entregas Hermes, y otro del Nuevo y completo compendio de la Zona Monstruo de Los Angeles: « ¡Las únicas páginas amarillas monstruosas que necesita!» . Debajo, un panfleto naranja de los estudios de grabación El Otro Barrio ofrecía incentivos por las almas de los héroes. «¡Buscamos nuevos talentos!» . La dirección de EOB estaba indicada justo debajo con un mapa.

—Vamos —dije.

—Déjame siquiera descansar un poco, no siento las piernas ni los brazos.

—Danos un minuto —se quejó Grover—. ¡Por poco nos estiran hasta convertirnos en salchichas!

—Venga, no seáis quejicas. El inframundo está sólo a una manzana de aquí.

Percy tomó de la muñeca a Olympe, quien seguía intentando respirar, para que empezara a caminar.

Se le estaba haciendo costumbre.





























wandi's notes

bueno, al cap lo tenia hace mucho capaz q después lo  edite, estoy teniendo lluvias de ideas me encanta

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