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010.
























❛ 010. transporte amable o algo así ❜
































El dios de la guerra los esperaba en el aparcamiento del restaurante.

—Bueno, bueno —dijo—. No los han matado.

—Sabías que era una trampa —le espetó Percy.

Ares sonrió maliciosamente.

—Seguro que ese herrero lisiado se sorprendió al ver en la red a un par de críos estúpidos. Das el pego en la tele, chico.

Le arrojó su escudo.

—Eres un cretino.

Annabeth, Olympe y Grover contuvieron el aliento.

Ares agarró el escudo y lo hizo girar en el aire como una masa de pizza.

Cambió de forma y se convirtió en un chaleco antibalas. Se lo colocó por la espalda.

—¿Ves ese camión de ahí? —Señaló un tráiler de dieciocho ruedas aparcado en la calle junto al restaurante—. Es su vehículo. Los conducirá directamente a Los Ángeles con una parada en Las Vegas.

El camión llevaba un cartel en la parte trasera, que pude leer sólo porque estaba impreso al revés en blanco sobre negro, una buena combinación para la dislexia: « AMABILIDAD INTERNACIONAL: TRANSPORTE DE ZOOS HUMANOS. PELIGRO: ANIMALES SALVAJES VIVOS» .

—Estás de broma —dijo Percy.

Ares chasqueó los dedos. La puerta trasera del camión se abrió.

—Billete gratis, pringado. Deja de quejarte. Y aquí tienes estas cosillas por hacer el trabajo.

Sacó una mochila de nailon azul y la lanzó. Contenía ropa limpia para todos, veinte pavos en metálico, una bolsa llena de dracmas de oro y una bolsa de galletas Oreo con relleno doble.

—No quiero tus cutres... —fue interrumpido por Olympe con un codazo.

—Gracias, señor Ares —saltó Grover, dedicándole su mejor mirada de alerta roja—. Muchísimas gracias.

Olympe entendía que no quisiera aceptar el "regalo" de Ares, después de todo casi se mueren por su culpa, pero era un insulto mortal rechazar algo de un dios.

A regañadientes, Percy se echó la mochila al hombro. Sabía que su ira se debía a la presencia del dios de la guerra, pero seguía teniendo ganas de aplastarle la nariz de un puñetazo.

Miro el restaurante, que ahora tenía sólo un par de clientes. La camarera que les había servido la cena los miraba nerviosa por la ventana, como si temiera que Ares fuera a hacernos daño. Sacó al cocinero de la cocina para que también mirase. Le dijo algo. Él asintió, levantó una cámara y nos sacó una foto.

« Genial —pensó—. Mañana otra vez en los periódicos» .

Ya se imaginaba el titular:

«DELINCUENTE JUVENIL PROPINA PALIZA A MOTORISTA INDEFENSO» .

—Me debes algo más —le dijo a Ares—. Me prometiste información sobre mi madre.

—¿Estás seguro de que la soportarás? —Arrancó la moto—. No está muerta.

—¿Qué quieres decir?

—Quiero decir que la apartaron de delante del Minotauro antes de que muriese. La convirtieron en un resplandor dorado, ¿no? Pues eso se llama metamorfosis. No muerte. Alguien la tiene.

—¿La tiene? ¿Qué quieres decir?

—Necesitas estudiar los métodos de la guerra, pringado. Rehenes... Secuestras a alguien para controlar a algún otro.

—Nadie me controla.

Se rió.

—¿En serio? Mira alrededor, chico.

—Es bastante presuntuoso, señor Ares, para ser un tipo que huye de estatuas de Cupido.

Tras sus gafas de sol, el fuego ardió. Sintió un viento cálido en el pelo.

—Volveremos a vernos, Percy Jackson. La próxima vez que te pelees, no descuides tu espalda.

Aceleró la Harley y salió con un rugido por la calle Delancy.

—Eso no ha sido muy inteligente, Percy —dijo Annabeth.

—Me da igual.

—Mira, Jackson, no quieras tener a un dios de enemigo. Especialmente ese dios.

—Eh, chicos —intervino Grover—. Detesto interrumpirlos, pero...

Señaló al comedor. En la caja registradora, los dos últimos clientes pagaban la cuenta, dos hombres vestidos con idénticos monos negros, con un logo blanco en la espalda que coincidía con el del camión: « AMABILIDAD INTERNACIONAL» .

—Si vamos a tomar el expreso del zoo —prosiguió Grover—, debemos darnos prisa.

A Olympe no le gustaba la idea de viajar en un camión de animales, pero no tenían opción. Además, ya había tenido suficiente Denver.

Cruzaron la calle corriendo, subieron a la parte trasera del camión y cerraron las puertas.

Lo primero que le llamó la atención a Olympe fue el olor. Parecía la caja de arena para gatos más grande del mundo. El interior del camión estaba oscuro, hasta que Percy destapó a Anaklusmos. La espada arrojó una débil luz broncínea sobre una escena muy triste. En una fila de jaulas asquerosas había tres de los animales de zoo más patéticos que había visto jamás: una cebra, un león albino y una especie de antílope raro.

Alguien le había tirado al león un saco de nabos que claramente no quería comerse. La cebra y el antílope tenían una bandeja de polispán de carne picada. Las crines de la cebra tenían chicles pegados, como si alguien se hubiera dedicado a escupírselos. Por su parte, el antílope tenía atado a uno de los cuernos un estúpido globo de cumpleaños plateado que ponía: « ¡AL OTRO LADO DE LA COLINA!» .

Al parecer, nadie había querido acercarse lo suficiente al león, y el pobre bicho se removía inquieto sobre unas mantas raídas y sucias, en un espacio demasiado pequeño, entre jadeos provocados por el calor que hacía en el camión. Tenía moscas zumbando alrededor de los ojos enrojecidos, y los huesos se le marcaban.

—¿Esto es amabilidad? —exclamó Grover—. ¿Transporte zoológico humano?

Seguro que habría salido otra vez a sacudirles a los camioneros con su flauta de juncos, y desde luego Olympe le habría ayudado, pero justo entonces el camión arrancó y el tráiler empezó a sacudirse, así que se vieron obligados a sentarse o caer al suelo.

Se apiñamos en una esquina junto a unos sacos de comida mohosos, intentando hacer caso omiso del hedor, el calor y las moscas. Grover intentó hablar con los animales mediante una serie de balidos, pero se lo quedaron mirando con tristeza.

Las chicas estaban a favor de abrir las jaulas y liberarlos al instante, pero Percy señaló que no serviría de nada hasta que el camión parara. Además, daba la sensación de que tenían mucho mejor aspecto para el león que aquellos nabos.

Encontró una jarra de agua y les llenó los cuencos, después usó a Anaklusmos para sacar la comida equivocada de sus jaulas. Le dio la carne al león y los nabos a la cebra y el antílope.

Grover calmó al antílope, mientras Annabeth y Olympe le cortaba el globo del cuerno con su cuchillo. Querían también cortarle los chicles a la cebra, pero decidieron que sería demasiado arriesgado con los tumbos que daba el camión.

Le dijeron a Grover que les prometiera a los animales que seguirían ayudándolos por la mañana, después se prepararon para pasar la noche.

Grover se acurrucó junto a un saco de nabos; Annabeth abrió una caja de sus Oreos con relleno doble y mordisqueó una sin ganas; Olympe solo se sentó en medio de Percy y Annabeth mientras miraba el suelo; Percy intentó alegrarse pensando que ya estaban a medio camino de Los Angeles. A medio camino de su destino. Sólo estaban a 14 de junio. El solsticio no era hasta el 21. Tenían tiempo de sobra.

—Oigan —les dijo Annabeth—, siento haber perdido los nervios en el parque acuático, Percy.

—No pasa nada.

—Esta bien, Annie.

—Es que... —Se estremeció—. ¿Sabes?, las arañas...

—¿Por la historia de Aracne? —supuso Percy—. Acabó convertida en araña por desafiar a tu madre a ver quién tejía mejor, ¿verdad?

Annabeth asintió.

—Los hijos de Aracne llevan vengándose de los de Atenea desde entonces. Si hay una araña a un kilómetro a la redonda, me encontrará. Detesto a esos bichejos. De todos modos, te la debo.

— Y yo... bueno, simplemente me desagradan mucho.

—Somos un equipo, ¿recuerdan? —dijo Percy—. Además, el vuelo molón lo ha hecho Grover.

Pensaba que estaba dormido, pero desde la esquina murmuró:

—¿A que he estado total?

Annabeth, Olympe y Percy se rieron. Annabeth saco tres Oreos y les dio una a cada uno.

—En el mensaje Iris... ¿de verdad Luke no dijo nada?

Percy mordisqueó su galleta y pensó en cómo responder. La conversación del arcoíris lo había tenido preocupado durante toda la tarde.

—Luke me dijo que él y ustedes se conocen desde hace mucho. También dijo que Grover no fallaría esta vez. Que nadie se convertiría en pino.

Al débil resplandor de la espada era difícil leer sus expresiones.

Grover baló lastimeramente.

—Debería haberte contado la verdad desde el principio. —Le tembló la voz—. Pensaba que si sabías lo bobo que era, no me querrías a tu lado.

—Eras el sátiro que intentó rescatar a Thalia, la hija de Zeus.

Asintió con tristeza.

—Y los otros tres mestizos de los que se hizo amiga Thalia, los que llegaron sanos y salvos al campamento... —Miró a Annabeth—. Eran tú, Olympe y Luke, ¿verdad?

Annabeth dejó su Oreo sin comer.

—Como tú dijiste, Percy, una mestiza de siete años no habría llegado muy lejos sola. Atenea me guió hacia la ayuda. Thalia tenía doce; Luke, catorce; Olympe, seis. Los tres habían huido de casa, como yo. Les pareció bien llevarme. Eran... unos luchadores increíbles contra los monstruos, incluso sin entrenamiento. Viajamos hacia el norte desde Virginia, sin ningún plan real, evitando monstruos hasta que Grover nos encontró.

—Se suponía que tenía que escoltar a Thalia al campamento —dijo Grover entre sollozos—. Sólo a Thalia. Tenía órdenes estrictas de Quirón: no hagas nada que ralentice el rescate. Verás, sabíamos que Hades le iba detrás, pero no podíamos dejar a Luke, Olympe y Annabeth solos. Pensé... que podría llevarlos a los cuatro sanos y salvos. Fue culpa mía que nos alcanzaran las Benévolas. Me quedé en el sitio. Me asusté de vuelta al campamento y me equivoqué de camino. Si hubiese sido un poquito más rápido...

—Ya basta —lo interrumpió Olympe, tensa por recordar ese día—. Nadie te echa la culpa. Thalia tampoco te culpaba.

—Se sacrificó para salvarnos. Murió por mi culpa. Así lo dijo el Consejo de los Sabios Ungulados

—¿Porque no pensabas dejar a otros tres mestizos atrás? —dijo Percy—. Eso es injusto.

—Percy tiene razón —convino Annabeth—. Yo no estaría aquí hoy de no ser por ti, Grover. Ni Luke. Ni Olympe. No nos importa lo que diga el Consejo.

Grover siguió sollozando en la oscuridad.

—¡Menuda suerte tengo! Soy el sátiro más torpe de todos los tiempos y voy a dar con los dos mestizos más poderosos del siglo, Thalia y Percy.

—No eres torpe —insistió Olympe—. Y eres más valiente que cualquier otro sátiro que haya conocido. Nómbrame alguno que se atreva a ir al inframundo. Seguro que Percy también se alegra de que estés aquí.

Le pellizco el brazo.

—Sí —contestó, aunque lo habría dicho incluso sin el pellizcon —. No fue la suerte lo que hizo que nos encontraras a Thalia y a mí, Grover. Eres el sátiro con más buen corazón del mundo. Eres un buscador nato. Por eso serás el que encuentre a Pan.

Oyeron un hondo suspiro de satisfacción. Esperaron que Grover dijera algo, pero sólo volvió más pesada su respiración. Cuando empezó a roncar, Olympe se dio cuenta de que se había dormido.

—¿Cómo lo hará? —se asombró Percy.

—No lo sé —repuso Annabeth—. Pero ha sido muy bonito eso que le has dicho.

—Hablaba en serio.

Guardaron silencio varios kilómetros, zarandeados contra los sacos de comida. La cebra comía nabos. El león lamía lo que quedaba de carne picada y los miraba esperanzado.

Annabeth se frotó el collar como si estuviera concentrada pensando.

—Esa cuenta del pino —le preguntó—, ¿es del primer año?

Miró el collar. No se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.

—Sí —contestó—. Cada agosto, los consejeros eligen el evento más importante del verano y lo pintan en las cuentas de ese año. Tengo el pino de Thalia, un trirreme griego en llamas, un centauro con traje de graduación... Bueno, ése sí que fue un verano raro...

—Es cierto.

—¿Y el anillo universitario es de tu padre?

—Eso no es asunto... —Se detuvo—. Sí. Sí que lo es.

—No tienes que contármelo.

—No... no pasa nada. —Inspiró con dificultad—. Mi padre me lo envió metido en una carta, hace dos veranos. El anillo era... En fin, su mayor recuerdo de Atenea. No habría superado su doctorado en Harvard sin ella... Bueno, es una larga historia. En cualquier caso, dijo que quería que lo tuviera. Se disculpó por haber sido un estúpido, dijo que me quería y me echaba de menos. Quería que volviera a casa y viviera con él.

Olympe entrelazó su mano con la de Annabeth, sabiendo lo difícil que era para ella hablar sobre eso, recibiendo una leve apretón.

—Eso no suena tan mal.

—Sí, bueno... El problema es que me lo creí. Intenté volver a casa aquel año académico, pero mi madrastra seguía como siempre. No quería que sus hijos corrieran peligro por vivir con un bicho raro. Los monstruos atacaban. Peleábamos. Los monstruos atacaban. Peleábamos. No llegué a las vacaciones de Navidad. Llamé a Quirón y volví directamente al Campamento Mestizo.

—¿Crees que podrás vivir con tu padre otra vez?

—Por favor. Paso de autoinfligirme daño.

—No deberías desistir —le dije—. Deberías escribirle una carta o algo así.

Olympe sin querer hacerlo guardo esas palabras en su mente.

—Gracias por el consejo —le dijo fríamente—, pero mi padre ha escogido con quién quiere vivir.

Guardaron silencio durante unos cuantos kilómetros.

—Así que si los dioses pelean —dijo al cabo—, ¿se alinearán del mismo modo que en la guerra de Troya? ¿Irá Atenea contra Poseidón? ¿Afrodita estará con Poseidón?

Annabeth apoyó la cabeza en la mochila que Ares les había dado y cerró los ojos.

—No sé qué hará mi madre. Sólo sé que yo lucharé en tu bando.

—¿Por qué?

—Porque eres mi amigo, Percy. ¿Alguna otra pregunta idiota?

No se le ocurría qué decir. Afortunadamente no tuvo que hacerlo. Annabeth se había dormido. Percy estaba decepcionado, Olympe no dijo nada en todo ese tiempo, lo qué tal vez quiera decir que ella no se pondría de su lado.

— Si.

— ¿Qué?

— Luchare para tu bandó, sin importar que.—aunque el no lo quisiera aceptar esa respuesta le subió considerablemente el ánimo.

— ¿Olympe?

— ¿Si?

— ¿Por que te escapaste de tu hogar?

La peli blanca guardo silencio, considerándolo. Cuando Percy pensó que no diría nada, habló.

— Yo fui un error y mi padre no quería un error en su vida, conoció a mi madre a los 17 luego de terminar la escuela, luego de lo que fue un hermoso año para ellos, me encontró en la puerta de su casa, en Irlanda, de la misma forma en la que llegó Annabeth a su casa, llegue yo. Mi padre no estaba muy contento que digamos, mis abuelos tal vez pero tenían otro niño al que cuidar, de igual forma mi abuela se encargó de sacar muchísimas fotos.

— Tal vez solo le hacía falta acostumbrarse al hecho de que ahora era padre.

Olympe negó levemente con la cabeza y siguió:

— A los 4 años escuché a escondidas una conversación que el estaba teniendo con mis abuelos, les decía que ya no me quería ahí, que era peligroso que yo estuviera en esa casa. Siempre supe que era una semidiosa, pero casi nunca aparecían monstruos, no pensé que fuera tal problema. Al día siguiente mis abuelos y mi padre tenían cosas que hacer en New York así que nos llevaron con ellos, luego de una mes no aguante mas, aunque él aveces me llevara a tomar helado o se encargara de darme todo, no podía sacarme la conversación de la cabeza.

Percy escuchaba todo atentamente, en silencio, de manera tímida tomó la mano de Olympe, quien tenía la mirada baja, con miedo de que ella reaccione mal.

— Entonces me escape, tome unas cosas y me fui, estuve sola una semana, la peor de mi vida, hasta que una noche estuve en un aprieto y conocí a Luke, el decidió que no me dejaría sola y me pidió que fuera con él. Desde entonces somos nosotros dos contra el mundo.

Permanecieron en un silencio, Percy estaba pensando que decir, básicamente Olympe le contó como a los 4 años se escapó de casa, el no podía creer que hubiera alguien tan valiente a tan corta edad.

— Dijiste que había otro niño, ¿quien era?

— El hermano de mi padre, mi tío, pero solo me lleva un año.

— Olympe...—se quedó en silencio pensado que decir, decidió descartar lo que iba a decir al inicio, si Annabeth no aceptó su consejo, Olympe menos— Creo que eres alguien muy valiente.

Olympe bajo la cabeza, haciendo que su cabello le tapara la cara, para que Percy no viera su sonrisita.

— ¿Enserio?

— Claro que si, es impresionante que alguien a los cuatro años se haya escapado de casa y haya sobrevivido, más siendo un semidios.

— Solo fue una semana.

— Da igual, fue genial.—Percy no podía quedarse con la intriga, y ahora era el momento perfecto para preguntar— Algo en ti se me hace familiar, ¿Quien es tu padre?

— Percy, solo piensa en mi apellido.

Percy lo pensó.

— Bellemort...

Ahí lo saco, miró Olympe impresionado, quien lo miraba sin expresión, ahora sabía que se le hacía familiar en Olympe.

Había escuchado sobre su familia, Bellemort Callaghan, conformado por Rosemary Callaghan, la dueña de una importante marca de maquillaje, y Chandler Bellemort, un importarte empresario, sus hijos, el mayor Alexandre Bellemort y el menor Mathéo Bellemort, y que todos ellos, menos Rosemary, tenían unos ojos azules zafiro que Olympe había heredado.

— Entonces, ¿tu padre es un integrante de la banda The Last Kingdom?—Percy quedo sorprendido cuando Olympe asintió con la cabeza, somnolienta.

Percy claramente conocía a esa banda, sus compañeras de todos sus internados pasados estaban locas con esa banda, Percy podía decir que con razón lo estaban, eran buenos. De igual forma, ya no le parecían tan buenos, digo, uno de ellos había dicho que ya no quería a Olympe en su casa y que era un peligro.

— ¿Alguna otra pregunta, Jackson?

Percy se quedó callado y al parecer Olympe lo tomó como una negativa ya que se acomodó y empezó a dormir, sin soltar la mano de Percy.

Tuvo problemas para seguir su ejemplo, con Grover roncando y un león albino mirándolo hambriento, pero al final cerro los ojos.













wandi's notes

Bueno, mejor tarde que nunca, no?
Por fin publiqué cap jsjsj ok 👍🏻  fue re largo el cap este.
Ya sabemos un poco más de la desgraciada vida de mi Oly jsjsjs cuando termine todo el fic subire un extra contando todo mejor ya que eso se merece su propio cap, desde la conversación hasta el encuentro con luke.
Y ojo, spoilers, Alex, el papi de Oly, no se refería a ella con peligroso y cuando lean el extra van a entender porque
Me despido, bye pobres🦧

Devoré💋💋

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