003.
❛ 003. Rocky de la cabaña diez ❜
Esa noche Olympe tuvo una visita inesperada en sus sueños.
Apareció en un lugar demasiado elegante y muy blanco, le gustaba. Era pulcro y perfecto, vio algunas ninfas poner comida en una mesa, también algunos animales y flores exóticas por el lugar. También por todo el lugar había rosas que ella conocía a la perfección. Eran esas rosas.
Sintió unos brazos abrazarla por detrás y eso confirmó lo que pensaba.
— Que bueno es verte, mi hermosa Oly-pokie. — le habló la mujer. Era extremadamente hermosa y también una copia de Olympe. Tenía el mismo cabello blanco, la misma piel pálida y nariz fina y respingada. Todo exactamente igual. Oh bueno, casi todo, la única diferencia eran los ojos, los de Afrodita eran de un gris tormentoso. Los ojos de Malcom.
Afrodita era la típica madre cool de película, al estilo meen girls. Amaba a sus hijos, o eso hacía ver, no tardaba en reconocerlos y los regalos nunca faltaban. Cuando Olympe era más pequeña si le afectó la falta de una madre, pero supo superarlo, de igual forma, en ese tiempo tenía a su abuela, quien era como una madre.
Afrodita al ser la diosa del amor y la belleza, cuando la miraban se ajustaba a sus estándares de belleza o la persona que amaron o aman. Olympe se amaba a ella misma. Y bueno, le gustaba Malcom.
— Madre, para mi también es bueno verte. — y era así, pero estaba desconcertada de su visita, la semana pasada ya la había visitado y mínimo siempre pasaba un mes para otra visita.
— Que adorable eres. — la diosa soltó una suave risa ante la cara de su hija —. Ven, siéntate y tomemos un poco de té, cariño.
Se acercaron a una mesa perfectamente decorada con un mantel de seda rosa pálido, un juego de té decorado entre el blanco y el dorado, muffins decorados con crema chantilly rosa, panecillos rellenos de mermelada y más.
Una vez sentadas una delante de la otra, Afrodita miraba sonriente a Olympe sin decir una sola palabra, algo que resultaba espeluznante desde el punto de vista de la niña.
— Mmh. ¿A que se debe esta visita, madre?. —rompió el silencio.
— Tan directa como siempre, mi Oly, pero tendrás que tener un poquito de paciencia.
Algo que Olympe no tenía para nada, pero haría un esfuerzo.
— Bien, entonces, ¿Me podrías servir un poco de té?.
La diosa agarró la tetera y en dos tazas sirvió de un té rosado.
— ¿Que me dices del nuevo campista, el hijo de Poseidón? — la pregunta tomo tan desprevenida a Olympe que casi escupe el té.
— Eh, no lo sé. No hemos hablado.
Afrodita insatisfecha con esa respuesta presionó más.
— ¿No te parece guapo?.
¿A Olympe le parecía guapo? Si, claro que si. Percy tenía lo suyo.
— si, digo, tiene su encanto creo. — Afrodita chilló, para alguien como Olympe eso era muchísimo.
— Ya lo creo, mi dulce Oly. Pero la verdad es que no te vine a visitar para hablar sobre Percy.— se quedó callada unos segundos para dar misterio y luego continuó con una sonrisa— Te voy a dar un regalo. Un poder.
La seria cara de Olympe se desencajo en una mueca de sorpresa. Afrodita siempre le daba regalos, como collares, anillos, brazaletes, o ropa, pero nada más de eso ni siquiera un arma. Por eso su sorpresa.
— ¿Un poder? ¿Pero cual?, si ya tengo mi embrujohabla.— a pesar de estar desconcertada, Olympe estaba emocionada de que su madre la tomara en cuenta a ella para tener otro poder.
Con una suave risa, Afrodita habló:
— Oh, cariño, extiende las manos juntas.
Resignada a no tener respuestas, lo hizo. Afrodita hizo aparecer de sus manos una pequeña bola de humo rosa que depositó en las manos de Olympe, la bola se mantuvo unos segundos hasta que desapareció. Anonadada, Olympe preguntó:
— ¿Que era?.
— Eso te tocará descubrirlo por ti misma.— contestó la diosa con una sonrisa enorme.
— ¿Porqué?
— ¿Porqué, qué?.— contestó fingiendo demencia.
— ¿Porqué me diste este regalo? ¿Qué es lo que planeas?. Además, ¿Porque no puedes decírmelo?
— Oly-pokie, solo quería darte una regalo, además te servirá para todo lo que se viene. ¿Acaso no te gusta?— pregunto con un poco de tristeza, ella en serio esperaba que le gustara, pero además no podía decirle lo que tenía planeado.
— claro que si, madre, pero a qué te refieres con...—no pudo terminar porque fue interrumpida.
— Entonces no preguntes y disfruta de tu nuevo poder. Y respondiendo a tu otra pregunta, no le hace mal a la vida un poco de misterio.
— No creo poder disfrutarlo si ni siquiera se que es.
— Créeme, Oly. Lo sabrás en su momento.
— Pero...
— Ya me tengo que ir y tu igual. Espero que disfrutes tu nuevo poder. Mami te ama.
De pronto sintió como la zarandeaban bruscamente. Cuando Olympe abrió los ojos, o así lo siento, estaba desorientada y parada al lado de su cama, algo confuso para ella, a su izquierda estaba Drew con expresión molesta y a su derecha Silena pero con la diferencia de que parecía preocupada.
— ¿Que sucede? ¿Porqué no estoy en mi cama?
— Al parecer alguien es sonámbula y no nos dijo, nos diste un susto. — hablo molesta Drew mientras caminaba a su cama.
— Drew, basta. Oly, Quiron dice que vayas a la casa grande. Y mientras dormías te levantaste y murmurabas algo.— le contesto con suavidad Silena, sinceramente era cierto que Olympe les dio un susto cuando la vieron parada al lado de su cama.
— Oh, gracias, Lena. Iré a alistarme.
Luego de un rato Olympe salía de su cabaña con dirección a la casa grande. Se había bañado y eso se notaba por su cabello mojado, llevaba su remera rosa con unos shorts tiro alto azul oscuro y sus preciadas converse hasta los tobillos color fucsia con diseños de rosas echas con brillos, también rosa, un regalo de luke para su cumpleaños número 10.
Mientras caminaba hacia la puerta de la casa grande jugueteaba con su anillo de oro.
El primero en verla fue el señor D que exclamó:
— Hasta que llegas, Olivia.
— Olympe.
— Si lo que sea, como dicen los jóvenes.
— ¿Para que me necesitabas, Quiron?— Dijo luego de rodar los ojos. Se fijó que al lado de Quiron estaba Annabeth, a quien saludó con una suave sonrisa.
— Veras, querida. El momento llegó. — lo hizo sonar tan dramático como si le dijera que se acercaba el fin del mundo.
Olympe no tuvo la oportunidad de preguntar a qué se refería por que unos pasos la interrumpieron y Annabeth rápidamente se puso su gorra mientras la tomaba de la mano, volviéndose ambas invisibles.
Eran Percy y Grover.
— Bueno, bueno —dijo el señor D sin levantar la cabeza—. Nuestra pequeña celebridad.
— Acércate —ordenó el señor D—. Y no esperes que me arrodille ante ti, mortal, sólo por ser el hijo del viejo Barba-percebe.
Un relámpago destelló entre las nubes y el trueno sacudió las ventanas de la casa.
— Bla, bla, bla —contestó Dioniso.
Quirón fingió interés en su mano de cartas. Grover se parapetó tras la balaustrada. Oía sus pezuñas inquietas.
— Si de mí dependiera —prosiguió Dioniso—, haría que tus moléculas se desintegraran en llamas. Luego barreríamos las cenizas y nos evitaríamos un montón de problemas. Pero a Quirón le parece que eso contradice mi misión en este campamento del demonio: mantener a unos enanos mocosos a salvo de cualquier daño.
— La combustión espontánea es una forma de daño, señor D —observó Quirón.
— Tonterías. El chico no sentiría nada. De todos modos, he accedido a contenerme. Estoy pensando en convertirte en delfín y devolverte a tu padre.
El director de campamento del año. Pensó Olympe con sarcasmo.
— Señor D... —le advirtió Quirón.
— Bueno, vale -cedió Dioniso-. Sólo hay otra opción. Pero es mortalmente insensata. -Se puso en pie, y las cartas de los jugadores invisibles cayeron sobre la mesa-. Me voy al Olimpo para una reunión de urgencia. Si el chico sigue aquí cuando vuelva, lo convertiré en delfín. ¿Entendido? Y Perseus Jackson, si tienes algo de cerebro, verás que es una opción más sensata que la que defiende Quirón.
Dioniso tomó una carta y con un gesto la convirtió en un rectángulo de plástico. ¿Una tarjeta de crédito? No. Un pase de seguridad.
Chasqueó los dedos.
El aire pareció envolverlo. Se convirtió en un holograma, después una brisa, después había
desaparecido y dejó sólo un leve aroma a uvas recién pisadas.
Quirón le sonrió, pero parecía cansado y en tensión.
— Siéntate, Percy, por favor. Y tú también, Grover.
Obedecieron.
Quirón dejó las cartas sobre la mesa, una mano ganadora que no había llegado a utilizar.
— Dime, Percy, ¿qué pasó con el perro del infierno?
Olympe notó como Percy se estremeció de sólo escuchar el nombre.
— Me dio miedo —admití—. Si Olympe no le hubiera lanzado su cuchillo, yo estaría muerto.
— Vas a encontrarte cosas peores, Percy, mucho peores, antes de que termines.
— Termine... ¿qué?
— Tu misión, por supuesto. ¿La aceptarás?
Así que eso era por lo que la llamaron, aunque Olympe tenía la vaga sospecha de que la rubia a su lado también tenía algo que ver.
— Yo... —titubeó—. Señor, aún no me ha dicho en qué consiste.
Quirón hizo una mueca.
— Bueno, ésa es la parte difícil, los detalles.
El trueno retumbó en el valle. Las nubes de tormenta habían alcanzado la orilla de la playa. Por lo que podía ver, el cielo y el mar bullían.
— Poseidón y Zeus están luchando por algo valioso... —dijo—. Algo que han robado, ¿no es así?
Quirón y Grover intercambiaron sendas miradas.
El primero se inclinó hacia delante e inquirió:
— ¿Cómo sabes eso?
Percy se sonrojó. Ojalá no hubiera abierto su bocaza.
— El tiempo ha estado muy raro desde Navidad, como si el mar y el cielo libraran un combate. Después hablé con Annabeth y Olympe, y ellas habían oído algo de un robo. Y... también he tenido unos sueños.
Gracias por exponernos, Percy. Pensó la de orbes azules con su típico sarcasmo.
— ¡Lo sabía! —exclamó Grover.
— Cállate, sátiro —ordenó Quirón.
— ¡Pero es su misión! —Los ojos de Grover brillaron de emoción—. ¡Tiene que serlo!
— Sólo el Oráculo puede determinarlo. —Quirón se mesó su hirsuta barba—. Aun así, Percy, tienes razón. Tu padre y Zeus están teniendo la peor pelea de los últimos años. Luchan por algo valioso que ha sido robado. Para ser precisos: un rayo.
Soltó una carcajada nerviosa.
— ¿Un qué? —preguntó.
— No te lo tomes a la ligera —dijo Quirón—. No estoy hablando del zigzag envuelto en papel de plata que se utiliza en las representaciones teatrales de segundo curso. Estoy hablando de un cilindro de medio metro de purísimo bronce celestial, cargado en ambos extremos con explosivos divinos.
— Ah.
— El rayo maestro de Zeus —prosiguió Quirón, nervioso--. El símbolo de su poder, de donde salen todos los demás rayos. La primera arma construida por los cíclopes en la guerra contra los titanes, el rayo que desvió la cumbre del monte Etna y despojó a Cronos de su trono; el rayo maestro, que contiene suficiente poder para que la bomba de hidrógeno de los mortales parezca un mero petardo.
— ¿Y no está?
— Ha sido robado —dijo Quirón.
— ¿Quién?
— Mejor dicho, por quién —lo corrigió Quirón, maestro siempre—. Por ti.
Percy quedo atónito.
— Al menos eso cree Zeus —apos tilló Quirón—. Durante el solsticio de invierno, durante el último consejo de los dioses, Zeus y Poseidón tuvieron una pelea. Las tonterías de siempre, que si Rea te quería más a ti, que si las catástrofes del cielo eran más espectaculares que las del mar, etcétera. Cuando terminó, Zeus reparó en que el rayo maestro había desaparecido, se lo habían quitado de la sala del trono bajo sus mismas narices. Inmediatamente culpó a Poseidón. Ahora bien, un dios no puede usurpar el símbolo de poder de otro directamente; eso está prohibido por las más antiguas leyes divinas. Pero Zeus cree que tu padre convenció a un héroe humano para que se lo arrebatara.
— Pero yo no...
— Ten paciencia y escucha, niño. Zeus tiene buenos motivos para sospechar. Verás, las forjas de los cíclopes están bajo el océano, lo que otorga a Poseidón cierta influencia sobre los fabricantes del rayo de su hermano. Zeus cree que Poseidón ha robado el rayo maestro y ahora ha encargado a los cíclopes que construyan un arsenal de copias ilegales, que podrían ser utilizadas para derrocar a Zeus. Lo único que Zeus no sabía seguro es qué héroe habría usado Poseidón para cometer el divino robo. Ahora Poseidón acaba de reconocerte abiertamente como su hijo. Tú estuviste en Nueva York durante las vacaciones de invierno y podrías haberte colado fácilmente en el Olimpo. Por tanto, Zeus cree que ha encontrado a su ladrón.
— ¡Pero yo nunca he estado en el Olimpo! ¡Zeus está loco!
Quirón y Grover observaron el cielo, nerviosos. Las nubes no parecían evitarlos, como había prometido Grover; antes bien, se dirigían directamente hacia su valle, y los estaban cubriendo como la tapa de un ataúd.
— Esto, Percy... —dijo Grover—. No solemos usar ese calificativo para describir al Señor de los Cielos.
— Quizá paranoico... —matizó Quirón—. Además, Poseidón ha intentado destronar a Zeus con anterioridad. Creo que era la pregunta treinta y ocho de tu examen final... —lo miró como si realmente esperara que se acordara de la pregunta treinta y ocho.
Olympe no entendía ¿Cómo podía alguien acusar a Percy de robar el arma de un dios? Se notaba que el chico no podría robar ni un trozo de pizza. Quirón esperaba una respuesta.
— ¿Algo sobre una red dorada? —recordó—. Poseidón, Hera y otros dioses... Creo que atraparon a Zeus y no lo dejaron salir hasta que prometió ser mejor gobernante, ¿no?
— Correcto. Y Zeus no ha vuelto a confiar en Poseidón desde entonces. Por supuesto, Poseidón niega haber robado el rayo maestro. Se ofendió muchísimo ante tal acusación. Ambos llevan meses discutiendo, amenazando con la guerra. Y ahora llegas tú, la proverbial última gota.
— ¡Pero si sólo soy un niño!
— Percy —intervino Grover—. Si fueras Zeus y pensaras que tu hermano te la está jugando, y de repente éste admitiera que ha roto el sagrado juramento que hizo tras la Segunda Guerra Mundial, que ha engendrado un nuevo héroe mortal que podría ser utilizado contra ti... ¿no estarías mosqueado?
— Pero yo no hice nada. Poseidón, mi padre, no ha mandado robar el rayo, ¿verdad?
Quirón suspiró.
— Cualquier observador inteligente coincidiría en que el robo no es el estilo de Poseidón, pero el dios del mar es demasiado orgulloso para intentar convencer a Zeus. Éste ha exigido que le devuelva el rayo hacia el solsticio de verano, que cae el veintiuno de junio, dentro de diez días. Por su parte, Poseidón quiere el mismo día una disculpa por haber sido llamado ladrón. Confío en que la diplomacia se imponga, que Hera, Deméter o Hestia hagan entrar en razón a los dos hermanos. Pero tu llegada ha inflamado los ánimos de Zeus. Ahora ningún dios va a echarse atrás. A menos que alguien intervenga y que el rayo original sea encontrado y devuelto a Zeus antes del solsticio, habrá guerra. ¿Y sabes cómo sería una guerra abierta, Percy?
— ¿Mala?
— Imagínate el mundo sumido en el caos. La naturaleza en guerra consigo misma. Los Olímpicos obligados a escoger entre Zeus y Poseidón. Destrucción, carnicería, millones de muertos. La civilización occidental convertida en un campo de batalla tan grande que las guerras troyanas parecerán de juguete.
— Mal asunto -dijo.
— Y tú, Percy Jackson, serás el primero en sentir la ira de Zeus.
Empezó a llover. Los jugadores de voleibol interrumpieron el partido y miraron al cielo en silencio expectante.
— Así que tengo que encontrar ese estúpido rayo —concluyó— y devolvérselo a Zeus.
— ¿Qué mejor ofrecimiento de paz —apostilló Quirón— que sea el propio hijo de Poseidón quien devuelva la propiedad de Zeus?
— Si Poseidón no lo tiene, ¿dónde está ese cacharro?
— Creo que lo sé. —La expresión de Quirón era sombría—. Parte de una profecía que escuché hace años... bueno, algunas frases ahora cobran sentido para mí. Pero antes de que pueda decir más, debes aceptar oficialmente la misión. Tienes que pedirle consejo al Oráculo.
— ¿Por qué no puede decirme antes dónde está el rayo?
— Porque, si lo hiciera, tendrías demasiado miedo para aceptar el desafío.
Tragué saliva.
— Buen motivo.
— ¿Aceptas, entonces?
Percy miró a Grover, que asintió animoso. Qué fácil era para él, ya que Zeus no tenía nada en su contra.
— De acuerdo —contestó—. Mejor eso que me conviertan en delfín.
Olympe hubiera preferido convertirse en delfín.
— Pues ha llegado el momento de que consultes con el Oráculo —concluyó Quirón—. Ve arriba, Percy Jackson, al ático. Cuando bajes, si sigues cuerdo, continuaremos hablando.
Luego de un tiempo y de una aburrida espera en la que Annabeth y Olympe hicieron una guerra de pulgares, Percy bajó.
— ¿Y bien? —le preguntó Quirón.
Percy se derrumbó en la silla junto a la mesa de pinacle.
— Me ha dicho que recuperaré lo que ha sido robado.
Grover se adelantó en su silla, mascando nervioso los restos de una lata de Coca-Cola light.
— ¡Eso es genial!
— ¿Qué ha dicho el Oráculo exactamente? —lo presionó Quirón—. Es importante.
Aún le resonaba en los oídos el tintineo de la voz de reptil.
— Ha... ha dicho que me dirija al oeste para enfrentarme al dios que se ha rebelado. Recuperaré lo robado y lo devolveré intacto.
— Lo sabía —intervino Grover.
Quirón no parecía satisfecho.
— ¿Algo más?
Percy no quería contárselo. ¿Qué amigo lo traicionaría? Tampoco tenía tantos. Y la última frase:
fracasaría en lo más importante. ¿Qué clase de Oráculo lo enviaría a una misión y le diría: «Ah, y por cierto, vas a fracasar»? ¿Cómo podía confesar aquello?
— No —respondió—. Eso es todo.
Estudió su rostro. Olympe se dio cuenta que Percy mentía.
— Muy bien, Percy. Pero debes saber que las palabras del Oráculo tienen con frecuencia doble sentido. No les des demasiadas vueltas. La verdad no siempre aparece evidente hasta que suceden los acontecimientos.
Tuvo la impresión de que sabía que se aguardaba algo malo y que intentaba darle ánimos.
— Vale —dijo, ansioso por cambiar de tema—. ¿Y adonde tengo que ir? ¿Quién es ese dios del oeste?
— Piensa, Percy. Si Zeus y Poseidón se debilitan mutuamente en una guerra, ¿quién sale ganando?
— Alguien que quiera hacerse con el poder —supuso.
— Pues sí. Alguien que les guarda rencor, que lleva descontento con lo que le ha tocado desde que el mundo fue dividido hace eones, cuyo reino se volvería poderoso con la muerte de millones. Alguien que detesta a sus hermanos por haberle hecho jurar que no tendría más hijos, un juramento que ahora han roto ambos.
— ¿Hades?
Quirón asintió.
— El Señor de los Muertos es el candidato seguro.
A Grover se le cayó un pedazo de aluminio de la boca.
— Uau. ¿Q-qué?
— Una Furia fue tras Percy -le recordó Quirón-. Lo observó hasta estar segura de su identidad, y luego intentó matarlo. Las Furias sólo obedecen a un señor: Hades.
— Hades odia a los héroes -comentó Grover-. Y si ha descubierto que Percy es hijo de Poseidón...
— Un perro del infierno se metió en el bosque -prosiguió Quirón-. Sólo pueden ser invocados desde los Campos de Castigo, y tuvo que hacerlo alguien del campamento. Hades debe de tener un espía aquí. Debe de sospechar que Poseidón intentará usar a Percy para limpiar su nombre. A Hades le interesa ver a este joven muerto antes de que pueda acometer su misión.
El lo personal, Olympe no creía que Hades fuera el que se robó el rayo, y eso que ella no le tenía aprecio, pero no lo diría, no le creerían. No a ella.
— Estupendo —murmuró—. Ahora quieren matarme dos de los dioses principales.
— Pero una misión al... —Grover tragó saliva—. Quiero decir, ¿no podría estar el rayo robado en algún lugar como Maine? Maine es muy bonito en esta época del año.
— Hades envió a una de sus criaturas para robar el rayo —insistió Quirón—. Lo ha escondido en el inframundo, sabiendo de sobra que Zeus culparía a Poseidón. No pretendo entender las razones del Señor de los Muertos, o por qué ha elegido este momento para desatar una guerra, pero hay algo que es seguro: Percy tiene que ir al inframundo, encontrar el rayo maestro y revelar la verdad.
Sintió un extraño fuego en su estómago. Fue lo más raro del mundo: porque no era miedo, sino ganas. El deseo de venganza. Hades había intentado matarlo ya tres veces, con la Furia, el Minotauro y el perro del infierno. La desaparición de su madre en un destello de luz era culpa suya. Ahora intentaba atribuirles a su padre y a él un robo que no habían cometido.
Estaba listo para devolvérsela. Además, si su madre estaba en el inframundo...
«Vamos, chico -dijo la pequeña parte de su cerebro que aún conservaba un atisbo de cordura-. Eres un crío. Y Hades un dios.»
Grover estaba temblando. Había empezado a comerse las cartas del pinacle como si fueran chips. El pobre tenía que cumplir una misión conmigo para conseguir su licencia de buscador, fuera eso lo que fuese, pero ¿cómo podía Percy pedirle que lo acompañara en esta misión, sobre todo cuando el Oráculo le había dicho que estaba destinada a fracasar? Era un suicidio.
— Mire, si sabemos que es Hades —le dijo a Quirón—, ¿por qué no se lo decimos a los otros dioses y punto? Zeus o Poseidón podrían bajar al inframundo y aplastar unas cuantas cabezas.
— Sospechar y saber no son la misma cosa —repuso él—. Además, aunque los demás dioses sospechen de Hades (y supongo que Poseidón no será la excepción), ellos no podrían recuperar el rayo. Los dioses no pueden cruzar los territorios de los demás salvo si son invitados. Ésa es otra antigua regla. Los héroes, en cambio, poseen ciertos privilegios. Pueden ir a donde quieran y desafiar a quien quieran, siempre y cuando sean lo bastante osados y fuertes para hacerlo. Ningún dios puede ser considerado responsable de las acciones de un héroe. ¿Por qué crees que los dioses operan siempre a través de humanos?
— Me está diciendo que estoy siendo utilizado.
— Estoy diciendo que no es casualidad que Poseidón te haya reclamado ahora. Es una jugada arriesgada, pero el pobre se encuentra en una situación desesperada. Te necesita.
Su padre lo necesita.
Las emociones se arremolinaron en su interior como pedacitos de cristal en un calidoscopio. No sabía si sentir rencor o agradecimiento, si estar contento o enfadado. Poseidón lo había ignorado durante doce años. Y ahora de repente lo necesitaba.
Miro a Quirón.
— Usted sabía que era hijo de Poseidón desde el principio, ¿verdad?
— Tenía mis sospechas. Como he dicho... también yo he hablado con el Oráculo.
— Bueno, a ver si lo he entendido —dijo—. Se supone que debo bajar al inframundo para enfrentarme al Señor de los Muertos.
— Exacto —contestó Quirón.
— Y encontrar el arma más poderosa del universo.
— Exacto.
— Y regresar al Olimpo antes del solsticio de verano, en diez días.
— Exacto.
Miró a Grover, que se estaba tragando el as de corazones.
— ¿He mencionado que Maine está muy bonito en esta época del año? —preguntó con un hilo de voz.
— No tienes que venir —le dijo—. No puedo exigirte eso.
— Oh... —Arrastró las pezuñas—. No... es sólo que los sátiros y los lugares subterráneos... Bueno...—Inspiró con fuerza y se puso en pie mientras se sacudía pedacitos de cartas y aluminio de la camiseta—. Me has salvado la vida, Percy. Si... si dices en serio que quieres que vaya contigo, no voy a dejarte tirado.
Eso era tan lindo que hasta podría haber conmovido a Olympe.
— Pues claro que sí, súper G. —se volvió hacia Quirón—. ¿Y adonde vamos? El Oráculo sólo ha dicho hacia el oeste.
— La entrada al inframundo está siempre en el oeste. Se desplaza de época en época, como el Olimpo. Justo ahora, por supuesto, está en Estados Unidos.
— ¿Dónde?
Quirón pareció sorprendido.
— Pensaba que sería evidente. La entrada al inframundo está en Los Angeles.
Ah, la ironía.
— Ah —dijo—. Naturalmente. Así que nos subimos a un avión...
Lo que Percy acababa de decir fue algo tan estupido que Olympe no se resistió a darse una palmada en la frente.
— ¡No! —exclamó Grover—. Percy, ¿en qué estás pensando? ¿Has ido en avión alguna vez en tu vida?
Meneo la cabeza, avergonzado. Su mamá nunca lo había llevado a ningún sitio en avión. Siempre decía que no tenían suficiente dinero. Además, sus padres habían muerto en un accidente aéreo.
— Percy, piensa —intervino Quirón—. Eres hijo del dios del mar, cuyo rival más enconado es Zeus, Señor del Cielo. Así pues, tu madre fue suficientemente sensata como para no confiarte a un avión. Estarías en los dominios de Zeus y jamás regresarías a tierra vivo.
Por encima de sus cabezas, refulgió un rayo. El trueno retumbó.
— Vale —dijo, decidido a no mirar la tormenta—. Bueno, pues viajaré por tierra.
— Bien —prosiguió Quirón—. Normalmente solo puedes ir con dos compañeros, pero dado de que es un caso especial romperemos las reglas. Grover es uno. Las otras ya se han ofrecido voluntarias, si aceptas su ayuda.
— Caramba -fingió sorpresa-. ¿Quiénes pueden ser tan tontas como para ofrecerse voluntarias en una misión como ésta?
El aire resplandeció tras Quirón.
Annabeth y Olympe se volvieron visible, quitándose la gorra de los Yankees, Annabeth la guardó en el bolsillo trasero.
— ¿A quien llamas tonta, Perseus? —dijo con cara de pocos amigos Olympe— ¿Te recuerdo quien de aquí tiene la cabeza llena de algas?
— ¿Las hijas de Afrodita no son débiles?
El comentario de Percy salió de su boca sin que el lo quisiera, pero fue suficiente para hacer cabrear muchísimo a Olympe. Y al parecer Percy lo noto por la manera en la que Olympe apretaba su cuchillo, haciéndole perder el tono rosado de sus nudillos.
— Te golpeare tanto que pensaran que soy Rocky Balboa.—dijo amenazante mientras se acercaba lentamente a Percy.
Antes de que Olympe lo matara, Annabeth habló:
— Olympe y yo llevamos mucho tiempo esperando una misión, Jackson —espetó enojada—. Atenea no es ninguna fan de Poseidón, pero si vas a salvar el mundo, somos las más indicadas para evitar que metas la pata.
— Tal vez tú tengas agua de tu parte, aliento de pez, pero aún eres nuevo en el mundo de los dioses y monstruos, necesitas nuestra ayuda.
— Anda, si eso es lo que piensan —replicó—, será porque tienen un plan, ¿no, chica lista, Rocky?
Annabeth se puso como un tomate, mientras que en las mejillas de Olympe apareció un leve rubor.
— ¿Quieres nuestra ayuda o no?. Y vuelve a decirnos así y te cortare la lengua.
Vaya que Percy si la quería. Necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener.
— Un cuarteto —dijo—. Podría funcionar.
— Excelente —añadió Quirón—. Esta tarde los llevaremos a la terminal de autobús de Manhattan. A partir de ahí estarán solos.
Refulgió un rayo. La lluvia inundaba los prados que en teoría jamás debían padecer climas
violentos.
— No hay tiempo que perder —dijo Quirón—. Deberían empezar a hacer las maletas.
n/a: listo, capítulo terminado, en fin lo del apodo Rocky fue en honor a un libro buenísimo "la última nota" de Joana Marcus, vayan a leerlo.
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