Siento tu cabeza apoyarse sobre mi hombro, y cuando llego a pensar que te has dormido, tu mano se dirige a mis labios, con tus dedos acariciándolos sutilmente.

Mis mejillas rápidamente toman ese color rojo que llego a pensar que te gusta ver tanto en ellas.

Giras tu rostro hacia mi con una sonrisa relajada, pero que de alguna forma, es tan... ¿inocente?, ¿sincera?, no lo sé, pero es realmente linda.

—Takemichi... —llamas mi nombre, mientras tanto, te acercas cada vez más, aprovechando que no hay nada entre los asientos para apoyar los brazos o algo así, y que estamos en el fondo, dónde no hay prácticamente nadie, todos están en las filas del frente.

—¿S-si? —titubeo al hablar, inconscientemente me alejo un poco, y al ver mi acción, tú solo la mitas, creando espacio entre nosotros, y sonríes—. ¿De qué te ríes? —te miro confuso, y en un abrir y cerrar de ojos ya me encuentro sentado sobre tus piernas.

Mi rostro está muy cerca del tuyo al estar frente con frente, y mis piernas a cada lado de tus caderas nos ponen en una posición un poco comprometedora.

—A-ah, M-Mikey qué-

—Shhh, si haces ruido van a sacarnos —me susurras, sonriendo victorioso ante mi seño fruncido, molesto de no poder moverme por tu agarre en mi cintura, ese que comienza a provocarme escalofríos.

Sin dar aviso alguno, rodeas mi cintura con tus brazos y apoyas tu cabeza en mi pecho, desde mi lugar te ves bastante tierno, con tus cachetes abultados y tus ojos cerrados mientras suspiras.

—Me gusta tu olor~ —murmuras dulcemente, aferrándote mucho más a mi cuerpo.

—¿M-mi olor? —me cuesta bastante, pero tras unos instantes, también te abrazo, acariciando tu sedoso cabello dorado, cerca del cuello, y suelto una pequeña risita cuando balbuceas, sacudiendo levemente tu cabeza y tu piel se eriza.

—Me voy a dormir si sigues así —te quejas, y lejos de responderte, solo apoyo mi cabeza sobre la tuya, cerrando mis ojos mientras aspiro tu aroma.

Tras unos segundos rompes el abrazo y me observas fijamente, con esos ojos negros que logran sacarme de órbita cada vez que se fijan en mi, justo como ahora.

—¿Por qué haces esto? —digo, en tono de queja, estoy avergonzado, sí, pero bastante cómodo.

—No lo sé, me gusta —te acercas, y yo no puedo alejarme.

—¿Q-qué te gusta?

—Tú.