
Como una droga
Me siento en mi lugar, tratando de evitar mirarte, y es confuso, porque quiero olvidar todo y no pensar en nada más, pero en mi cabeza solo estás tú, alguien que consiguió ilusionarme, alguien que me mintió y jugó on mis emociones.
La persona que amo.
Pero es así, el mundo no es perfecto, y de lindo no creo tener un pelo, así que no supongo ser la excepción.
—Te espero en la azotea —dices de repente, levantándote, como si la clase no estuviese a punto de comenzar.
Sales del salón, entonces siguiéndote con la mirada hasta que te pierdo de vista, suspirando entrecortadamente ante los latidos acelerados de mi corazón.
Y maldigo en mi mente, odiando que sea así, que con solo mirarme consigas hacerme sentir fuera de órbita, en un lugar que pone mis emociones a tope, como una droga, una que no se puede dejar.
Mis manos se deslizan suavemente sobre mis propios brazos, abrazándome a mi mismo ante el frío que comienza a hacer, pues el cielo se ha nublado y posiblemente llueva pronto. Entonces dudando si ir o no, pero ningún pensamiento más que la curiosidad de por qué sigues buscándome cuando te he tratado tan mal, ignorado, mentido aunque no lo sabes, y apartado, pero sigues ahí, firme en querer hablarme, en aclarar las cosas.
Suspiro con pesadez, levantándome de mi silla, logrando escabullirme por las esquinas para salir de allí sin ser visto, por lo menos no por la maestra, pues los demás si me vieron perfectamente, teniendo que indicarles con mi dedo sobre mis labios que guarden silencio.
Camino por los pasillos, nadie se encuentra fuera de los salones, entonces subo las escaleras, cada paso que doy siendo más inseguro que el otro, al punto de pensar en si volver sería una mejor idea. Pero consigo mantenerme firme sobre mis piernas temblorosas, con miedo a lo que me dirás, lo que tengo que escuchar.
Entonces odio que se sienta bien esto, verte allí, a unos metros, observando pacíficamente hacia abajo, viendo en miradas fugaces los chicos y chicas en el área de deportes, entonces alzando la mirada, maravillado ante la vista de los lugares cercanos a la institución.
Me acerco suavemente, deslizando mis manos sobre el metal frío del barandal que rodea la azotea, consiguiendo tu atención.
—Creí que no vendrías —dices, sin verme aún sabiendo que soy yo, sonriendo levemente ante la idea de acercarme a ti.
—Crees muchas cosas inciertas —digo, haciendo doble referencia.
—No te creas que soy el único —dices, de repente escuchándote serio, sonando tan firmes tus palabras, pero dejando tantas dudas.
—¿Qué quieres decir? —alzo una ceja, sacándole una risita juguetona que logra erizar mi piel.
—Ese es el punto de la conversación —dices una vez llego frente a ti, relajadamente a mis ojos—. ¿Es un error tan grave mentirte?
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