CAPÍTULO 1: THE FOUR BROTHERS
—— THE FOUR BROTHERS ——
Los años habían pasado, y Diana ya no era el pequeño bebé que tiempo atrás Digory había cargado entre sus brazos, ahora se trataba se una joven de dieciséis que veía su vida pasar en total aburrimiento. Su abuelo decía que el mundo la deparaba algo increíble, pero cada día que pasaba, cuanto más escuchaba la radio, más se convencía de que el mundo se estaba destruyendo a causa de la guerra. Aunque, viendo el lado positivo a las cosas, ella estaba lejos de aquellas catástrofes, vivía en un lugar remoto sin nada al alrededor más allá del silencio y de la naturaleza, dos hechos que la encantaba, el primero por el hecho de que el ruido condicionaba peligros; y el segundo, por la libertad que la producía el poder escabullirse por el bosque.
—Buenos días, abuelo.— Sonrió Diana al ver aparecer a su abuelo, el cual se sentó en la cabecera de la mesa, a su derecha.
—Buenos días, querida.— Sonrió el viejo hombre, aunque era cierto que Digory y Diana no tenían parentesco sanguíneo, era verdad que había hecho creer a todos que aquella joven se trataba de su nieta, la hija de una hija que él jamás había tenido, pero eso nadie lo sabía. Y nadie, jamás, lo sabría. —Recuerda que hoy vienen los cuatro hermanos que voy a acoger.— La recordó, haciendo que la chica le mirará sorprendida.
—Me despiste por completo.— Murmuró sorprendida, haciendo reír al hombre.
—Como siempre, Diana.— Sonrió. —No debes de preocuparte, la señora Macready irá a recogerlos sobre el mediodía, así que no debes de preocuparte por nada.— La tranquilizó, haciendo que la joven mostrará una pequeña sonrisa, ya que el hecho de socializar la causaba cierto temor. Ya que Diana era alguien bastante tímida a la hora se conocer a gente.
—La guerra va a peor, ¿verdad, abuelo?— La joven le miró con seriedad, esperando que su abuelo, como la mayoría de las veces, se sincerase con ella.
—Temo decirte que sí, querida. Pero no debes de preocuparte, aquí estás segura. Aunque la guerra es un acto atroz, no siempre puede haber paz en el mundo. Al igual que existen personas bondadosas, amables y buenas; existen sus opuestos. El mundo es un conjunto de ambas clases, la diferencia repercute en ti. En por quienes te influyen, ¿prefieres ser bueno o malo? Ahí, esta la diferencia.— Dijo el hombre, dejando a Diana confundida, ya que muchas veces su abuelo la hablaba como en clave, y eso la frustraba, aunque también la ayudaba a pasar el tiempo, intentando descifrar aquellos mensajes encriptados que la daba.
—¿Sabes como se llaman?— Preguntó con curiosidad la joven, haciendo sonreír a su abuelo.
—Se su apellido, Pevensie. Son cuatro hermanos, dos chicos y dos chicas. El mayor es de tu edad; luego esta una de las chicas que tiene catorce años; después esta el otro chico, de doce años años; y por último la más pequeña de los cuatro, una niña de unos siete años.— Explicó el hombre, haciendo que Diana asintiera ante sus palabras, para después seguir con su desayuno.
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Hacía media hora, la señora Macready se había marchado de la casa para ir en busca de los nuevos huéspedes, por lo que no quedaba mucho más de cinco o diez minutos para que ella regresará. Diana, apartó la mirada de La Eneida, para centrarla en el ventanal en el que estaba sentada, observando, desde su posición el carro de la ama de llaves, en el cual iban los cuatro niños. Al verles, desde la segunda planta, sintió un escalofrío, ante aquel sentimiento la joven se removió incómoda para después llevar su mano a su cuello, donde se hallaba el collar que su abuelo la había regalado en su décimo cumpleaños. Posiblemente no fuera de gran valor, menos aún una ostentosa joya, pero para la joven de pelo castaño era el objeto más preciado que tenía.
—Buenos días, Diana.— La señora Macready entró en la biblioteca dejando tras ella a los cuatro invitados.
—Buenos días, señora Macready. ¿Desea algo?— La joven se puso de pies, dejando a un lado el libro que ya se había leído por segunda vez.
—Sí, necesito que muestres el resto de la casa a nuestros nuevos invitados. Debo de ir a hacer una serie de compras.— Explicó la mujer haciendo que la chica suspirase con pesadez, para caminar hasta la mujer mostrándola una sonrisa de que así sería. —Bien, chicos ella es Diana, ella os mostrará el resto de la casa y el resto de normas.— Se limitó a decir el ama de llaves, para después marcharse.
—Hola, soy Lucy Pevensie.— Sonrió la más pequeña de los hermanos, haciendo que Diana la devolviera la sonrisa.
—Hola, soy Diana Lions, la nieta del profesor.— Se presentó mientras salía de la biblioteca.
—¿Vives aquí sola?— Preguntó Susan confundida.
—Sí.— Respondió con frialdad.
—¿Y tus padres?— Preguntó Edmund con curiosidad, haciendo que sus dos hermanos mayores le mirasen mal debido a que a él no debía de importarle la vida de la chica.
—Nunca les conocí. Mi abuelo es quien ha cuidado siempre de mi.— Explicó con tranquilidad. —Bueno, las normas de la señora Macready son muy importantes para ella, realmente no queréis romper ninguna.— Alegó asustando a los hermanos, o por lo menos a tres de ellos. —Las más importantes se resumen a cuatro, no correr, no gritar, no tocar los objetos históricos y no molestar a mi abuelo.— Enumeró mientras bajaba a la planta baja.
—En resumen, aburrirse.— Respondió Edmund cruzándose de brazos.
—Tal vez, pero a fuera tenéis la libertad de hacer todas esas cosas. La señora Macready no es muy partidaria de los invitados, pero no da miedo.— Les tranquilizó, mientras llegaban a la cocina. —Esta es la cocina, Macready la cierra con llave, pero la esconde detrás de esa maceta, con que no hagáis ruido podéis haceder por las noches perfectamente a ella.— Les informó mientras pasaba a otra habitación, la cual era el comedor.
Y de esa forma, Diana comenzó a mostrar las habitaciones que claramente los cuatro hermanos podían transitar. Aunque era extraño que ella se sintiera cómoda con los desconocidos, aquellos cuatro hermanos eran la excepción, debido a que de alguna se sentía cómoda con ellos, como si siempre hubieran sido parte de su familia o por lo menos hubieran tenido una gran amistad.
—Aquí están vuestras habitaciones. La de mi derecha son para vosotras y la otra para vosotros. La habitación de mi abuelo está al otro lado de las escaleras y la mía es la del final de este pasillo. Si necesitas algo decírmelo.— Dijo Diana mientras Edmund entraba en su habitación y Susan imitaba su gesto.
—Al menos no estaremos solos.— Murmuró Susan mientras dejaba sobre su cama su maleta.
—No, pero parece estar igual de amargada que todos los de esta casa.— Respondió Edmund tumbandose sobre la cama.
—¡Edmund!— Exclamaron al unísono sus hermanos mayores al mismo tiempo.
—¿Qué? Es verdad. Todo en esta casa es viejo. Además, parece un fantasma.— Alegó el niño, haciendo que sus dos hermanos le mirasen de mala forma.
—Pues a mi me parece simpática. Y me gustaba su collar, llevaba un león.— Respondió Luy con una sonrisa.
—Tal vez es el escudo de su familia.— Respondió Peter mientras ayudaba a su hermana pequeña a guardar sus cosas.
Mientras los cuatro hermanos se acomadaban en las que serían sus nuevas habitaciones, Diana se encerró en la suya. Observando a su alrededor y escuchando lo que los cuatro hermanos decían, su vida era monótona y aburrida, hasta eso ella lo podía confirmar. Por supuesto, de pequeña no era así. De niña había vuelto loca a la señora Macready rompiendo absolutamente todas las normas, pero con los años fue aprendiendo a que no debía de comportarse como un animal, aunque aveces tuviera aquel instinto.
La joven, se sentó en su cama, tumbandose de espaldas mientras miraba al techo y se frotaba los ojos en señal de que tenía sueño. Aunque era cierto que en el campo, lejos del sonido, se podía dormir en perfectas condiciones, no era su caso. Desde hacía meses soñaba con un bosque nevado, por el que caminaba descalza hasta caer al suelo helada, al principio habían sido sueños, pero aquellos se volvieron pesadillas cuando a estos se añadieron sensaciones de dolor y ensordecedores gritos de auxilio que no sabía ubicar. Cualquiera podía decir que era normal, la clase de pesadillas que una persona pudiera tener. Pero el problema venía, cuando el dolor físico la seguía hasta la realidad, y los gritos se quedaban gravados en su memoria.
¿Podía estar volviéndose loca?
Posiblemente, y era la teoría más convincente que Diana tenía. Por que no existía explicación lógica que pudiera dar a aquello, por supuesto su abuelo la hacía bromas sobre que eran seres mágicos que la llamaban. Pero Diana ya no era una niña que creía en la magia, ojalá existiera. Para ella sería un sueño hecho realidad, un sueño donde pudiera vivir las aventuras de los personajes de los libros que leía, pero a diferencia de ellos, ella no quería ser la damisela que necesitaba ser rescatada, para Diana ella debía de estar en la acción, ser quien usará la espada o quien hiciera un acto heroico. Pero aunque aquello era un bonito sueño, donde cambiaban las tornas, la realidad era muy diferente a su imaginación y ella lo sabía perfectamente.
★★★
Hasta aquí el primer capítulo de la historia, donde ya van sucediendo cosas bastante diferentes.
Creo que la forma en la que está hiendo es la perfecta. No se, exactamente qué voy a ir modificando. Pero tengo una cosa clara y es que los poderes y orígenes de Diana serán muchísimo más diferentes.
Se que respecto a la serie y a las películas, las edades varían muchísimo, pero habrá cambios en las fechas, ya no solo respecto a edades, sino también respecto a sucesos en el tiempo.
Pero os garantizo una cosa, y es que os va a encantar lo que vais a ir leyendo en esta nueva parte. No tengo pruebas, pero tampoco dudas de ello.
¿Qué os ha parecido el primer capítulo?
Os leo ❤
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