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Capitulo 4

En la prisión, el ambiente estaba cargado de tensión. El grupo se había reunido en el bloque principal para discutir sus próximos movimientos contra Woodbury. Pero, para Daryl, todo lo demás era irrelevante. Había solo un nombre que ocupaba su mente:
Viktor Devereux.

Apoyado contra la pared, Daryl observaba en silencio mientras Rick exponía su plan. Su mandíbula estaba tensa, sus ojos clavados en el suelo, pero su mente estaba a kilómetros de distancia, reviviendo el momento en que Viktor le arrebató a Merle. La sala estaba llena de murmullos hasta que Daryl rompió su silencio con voz ronca y cargada de furia.

— Cuando llegue el momento... Viktor es mío. — dijo Daryl levantando la mirada, su tono firme y decidido.

La sala quedó en silencio. Todos voltearon a verlo. Había una intensidad en sus palabras que no dejaba lugar a discusión. Carol lo miró con preocupación, Glenn frunció el ceño, y Rick cruzó los brazos, observándolo detenidamente.

— Daryl... no estamos aquí para venganzas personales. Tenemos que pensar en lo que es mejor para todos. — dijo Rick después de un momento de pausa.

— No me importa lo que sea mejor para todos. A ese maldito lo mato yo. — interrumpió Daryl, con una voz que apenas contenía su rabia.

Carol dio un paso hacia él, tratando de calmarlo.

— Daryl, lo que hizo fue... imperdonable. Pero no te pierdas en esto. Merle no querría que te destruyas por su culpa.

Daryl la miró por un momento, pero luego negó con la cabeza, con el dolor reflejado en sus ojos.

— Merle está muerto, Carol. Y no porque el mundo se fue al carajo, sino porque ese hijo de puta lo hizo así. Lo planeó, lo disfrutó. ¿Crees que puedo olvidarlo? ¿Dejarlo pasar?

Nadie respondió. Incluso Rick, que siempre intentaba mantener un equilibrio, sabía que Daryl tenía derecho a exigir justicia, o lo más cercano a ella en este mundo.

— Está bien. Cuando llegue el momento... Viktor es tuyo. Pero, Daryl... no dejes que te consuma. — dijo Rick después de un largo suspiro.

Daryl asintió ligeramente, pero en su interior, no había nada que le importara más que cumplir su promesa. Era algo personal, algo que no podía compartir con nadie más.

— Nadie va a interferir. Después de lo que hizo... se lo merece. — dijo Glenn hablando por lo bajo.

Los demás asintieron en silencio. Era imposible ignorar lo que Viktor había hecho, y sabían que Daryl merecía la oportunidad de enfrentarlo.

— Voy a matarlo. Así de simple. — murmuró Daryl, más para si mismo que para el grupo.

Con eso, la conversación continuó, pero para Daryl, todo lo demás era ruido. En su mente, solo había una meta: Viktor. Y sabía que, cuando el momento llegara, no se detendría hasta verlo caer.


——————————



La caravana se movía lentamente por la carretera desolada, el rugido de los motores resonando en el silencio opresivo del apocalipsis. Viktor estaba sentado en el asiento del copiloto, observando al Gobernador con una calma inquietante. Desde hacía días, había estado jugando con las ideas que sabía que ya rondaban la mente de su líder, dándoles forma, susurrándolas como si fueran verdades inevitables.

— Sabes, Philip, la lealtad es un arma de doble filo. Hoy pueden seguirte... pero mañana, podrían volverse contra ti. ¿Estás seguro de que todos ellos pondrían su vida por ti? — dijo Viktor en un tono casual, mirando el camino.

El Gobernador frunció el ceño, sus manos apretando con fuerza el volante. La duda ya estaba en su mente; Viktor simplemente la alimentaba.

— A veces, la única forma de asegurar tu poder es eliminando cualquier posibilidad de traición. Piénsalo. ¿Cuántos de estos hombres estarían contigo si la situación cambiara? ¿Cuántos ya están pensando en una salida? — dijo Viktor con una sonrisa apenas perceptible.

El Gobernador no respondió, pero Viktor podía ver cómo sus palabras se arraigaban, como veneno infiltrándose en una herida abierta. La paranoia era una semilla fácil de cultivar, y Viktor la había regado con precisión.

Más adelante, la caravana se detuvo para descansar. Los hombres del Gobernador comenzaron a dispersarse, relajándose después de horas de viaje. Viktor se quedó cerca del vehículo, observando con una sonrisa tranquila mientras el Gobernador se apartaba unos pasos, con una mirada ausente pero llena de tensión.

Vamos, Philip... muéstrame hasta dónde puedes llegar.

De repente, el Gobernador sacó su arma. La explosión del primer disparo rompió el silencio, haciendo que todos los hombres se giraran alarmados. Pero no tuvieron tiempo de reaccionar. El Gobernador, con una furia que parecía salida de lo más profundo de su ser, comenzó a disparar a quemarropa.

Uno tras otro, los hombres cayeron, algunos intentando escapar, otros paralizados por la confusión. La sangre manchó el asfalto, y el eco de los disparos resonó en la carretera desierta. Viktor, mientras tanto, permanecía apoyado contra el vehículo, observando con un interés casi clínico, como si estuviera viendo una obra de teatro que él mismo había dirigido.

Cuando el último disparo se apagó, el Gobernador se quedó de pie en medio de los cadáveres, respirando con dificultad, la pistola temblando en su mano. Sus ojos estaban desorbitados, y su rostro, cubierto de sudor, era la imagen de alguien al borde de la locura.

— ¿Te sientes mejor? — preguntó Viktor acercándose con calma, sus manos en los bolsillos.

El Gobernador lo miró, aún jadeando, como si acabara de despertar de un trance.

— Eran... iban a traicionarme. Lo sé. — murmuró el Gobernador con voz quebrada.

— Por supuesto que lo iban a hacer. Hiciste lo correcto, Philip. Ahora, no queda nadie que pueda cuestionarte. — dijo Viktor sonriendo con frialdad.

El Gobernador asintió lentamente, como si necesitara creer en las palabras de Viktor para justificar lo que acababa de hacer.

Qué fascinante es ver cómo el miedo y la inseguridad pueden convertirse en un arma tan destructiva.

Se giró hacia los cadáveres con una expresión casi satisfecha, como un artista admirando su obra maestra. En su mente, ya estaba planeando los próximos pasos, pero por ahora, dejó que el Gobernador disfrutara de su victoria hueca, sabiendo que la verdadera manipulación apenas comenzaba.

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